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Rita, “la mejor”

Por 28 de noviembre de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Fue en septiembre del 2016, aún era verano, cuando Rita Barberá se sentó en la última fila del salón de plenos del Senado. Había sido obligada a abandonar el Grupo del Partido popular pero quiso irse a casa, poner las piernas en alto sobre un cojín y empezar a escribir sus memorias. Fiel a su orgullo, al crepado que coronaba su cabeza, a su mandíbula cosida al cuello, y aún y así, erguida, insistió en permanecer en la política como prueba mayor de su inocencia. “Algunos llegan a creer sus propias mentiras”, pensaron los suyos, quienes la abandonaron a su suerte sabiendo que, en la jungla, los animales heridos no sobreviven. Ya integrante del grupo mixto, tuvo que retroceder varias filas hasta atrincherarse en el gallinero en un gesto simbólico y de humillante soledad escénica. En las fotogalerías publicadas tras su muerte, emerge del último banco, con su peinado altanero, el pañuelito asomando del bolsillo del blazer, las borlas en las orejas, la mirada extraviada. Sola. Napoleón, que sabía de poder, dejó aquella frase que describe el final de la carrera de Barberá: “La victoria tiene cien padres, la derrota es huérfana”.
Infarto es un palabra poderosa que aloja entre sus sílabas el aliento brutal del choque entre la vida y la muerte. La pronuncias, y nombras un conflicto que el corazón no puede aguantar. La conmoción, no obstante, en el partido de Barberá, ha procurado un descerraje de culpas. Correr a honrar a la finada, cuarenta años afiliada a un PP que durante sus días de gloria la abanderaba en todos los mítines porque enardecía a las bases con su traje rojo, su labia populista y sus desaires burlones; ella, la alcaldesa de Valencia in saecula saeculorum por mandato de las urnas. Era Rita, “la mejor”, como dijo en aquel mitin un Rajoy arrobado. La misma a quien repudiaron, arramblaron, dejaron de cogerle el teléfono cuando las cosas se pusieron feas.
Ahora, el portavoz Hernando declara sin rubor que una alianza casi judeomasónica entre medios y partidos de izquierda la convirtió en “un pimpampum al que golpear permanentemente”, porque “daba audiencia” y argumentos. Y que, si el partido le pidió que dejase la formación, fue para tratar de protegerla del linchamiento mediático al quitarle el foco de encima. Han sido muchos los políticos del PP que con su cuerpo aún caliente, la familia llorando, corrieron a exculparse matando de paso al mensajero. La prensa. Las cámaras. Las exclusivas. Y empezaron a rugir las fieras, las que siempre han deseado domar a los medios, decidir las portadas y cambiar los titulares como si el telediario fuese suyo, como si no existiera el Tribunal Supremo. Desde la perplejidad que a algunos nos inspiró Rita Barberá, la politización de una muerte resulta una exhibición de mal gusto y ética ramplona. Ahí está el espectáculo que busca culpables, olvidando que todos somos víctimas o mártires de nosotros mismos.
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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 ejerce de columnista de opinión en La Vanguardia.

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