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Botas de lluvia suecas

 

 Se supone que tras escuchar el fatídico “Caballero, la ciencia ya no puede hacer nada más por usted”, el así desahuciado empieza a traspasar la difusa divisoria entre la vida y la muerte y se adentra en ella hasta terminar desapareciendo incluso de la memoria. ¿Quién dice usted? No, lo siento, nunca he oído hablar de esa persona que menciona. Es posible que haya vivido aquí, pero seguramente fue hace mucho tiempo. Adiós.

En enero de 2014, cuando ya estaba inmerso en la redacción de Botas de lluvia suecas,  a Henning Mankell le descubrieron un tumor maligno y ya incurable (metástasis) El epílogo de esta que iba a ser su última novela lo firmó casi un año más tarde en Antibes, en marzo de 2015, y murió en el mes de octubre de ese mismo año. Leyendo sus memorias, o espigando en las entrevistas concedidas por aquellas fechas, queda muy claro que no tenía ningunas ganas de morirse y que de haber tenido ocasión aún le hubiese dado unas cuantas oportunidades más a Wallander y al resto de personajes que bajo diferentes nombres pero dotados de un indisimulado parentesco entre sí le han acompañado a lo largo de su prolongada y fecunda producción artística. Ello no por no hablar de los innumerables proyectos de orden social y cultural que tenía en marcha o de los frentes políticos que se le abrían de continuo y que hubiese preferido llevar hasta el final.

Aunque resulte decididamente morboso parece inevitable que el lector, mientras se sumerge en el Mankell de siempre, se plantee  hasta qué punto la conciencia de estar desahuciado, o el progresivo e inevitable decaimiento físico provocado por su situación, llegó a afectar al escritor hasta el punto de infiltrarse en su escritura y a condicionar la calidad o el desarrollo de la misma.

Es indudable que en ocasiones parece como si Mankell, de manera consciente o no, quisiera compartir su angustia y buscase algún tipo de complicidad con el lector.  El protagonista de Botas de lluvia suecas es un cirujano que desgració de por vida a una paciente (a la que amputó el brazo sano) y que el lector fiel a Mankell ya conoce por una novela anterior titulada Zapatos italianos. Es un hombre mayor, con una trayectoria profesional arruinada debido a que aquel error fue tan injustificable que ni siquiera él ha logrado perdonarse. En su anterior aparición, el  desterrado veía perturbados sus doce últimos doce años  soledad por la llegada a su isla de Harriet Hörnfeldt, una antigua amante a la que abandonó si justificación alguna y que ahora regresa a su vida caminando sobre el hielo, cric,crack, ¡con la ayuda de un andador! Años después de aquella visita que le dejó como herencia la aparición de una hija de treinta años cuya existencia desconocía, Frederik Weslin, vuelve a ver convulsionada su apartada existencia por un incendio que arrasa hasta los cimientos la casa de sus abuelos. En sus prisas por salvarse de las llamas se echa por encima un impermeable y se calza unas botas de lluvia que por desgracia resultan ser las dos del pie izquierdo. Todas sus restantes posesiones y bienes y notas y escritos y recuerdos han quedado reducidos a una maloliente masa de cenizas.

Al plantear una situación tan ambigua (un hombre ya mayor y cansado que acaba de quedarse sin nada y debe decidir si empieza a reconstruir su vida desde cero o bien si puede tirar con lo puesto hasta el final) Mankell si situó en un terreno en el que realidad y ficción tenían que solaparse por fuerza. En una de las muchas evocaciones a las que se entrega el anciano, por ejemplo, se cita el caso de un atlético joven que acude a un hospital convencido de padecer una hernia discal y le detectan un cáncer de pulmón que ya ha hecho metástasis, por lo que el dolorcillo en el cuello es una consecuencia de las células malignas que el tumor está expandiendo. No por casualidad ése fue el caso de Mankell cuando acudió al médico para tratarse lo que él creía una molesta tortícolis. Lo mismo cabe decir de ese otro personaje que se queja de que “ya no se enseña a la gente a morir”, o las diversas alusiones a la muerte que surgen aquí y allá.

Pero ojo porque  Botas de lluvia suecas no es un largo adiós y mucho menos un lacrimógeno testimonio autocompasivo  del tipo qué he hecho yo para merecer esto. Es verdad que muchas veces parecen coincidir el discurso de Frederik Weslin y lo que Mankell debía de estar sintiendo en ese momento. Pero las que mandan son la lógica y la coherencia literarias, y en caso de discrepancia entre ficción y  realidad se resuelve en favor de la primera. No obstante, sí cabe señalar un matiz diferenciador con respecto a escritos anteriores. En la obra de Mankell la soledad es un imperativo absoluto, el principio más fuerte como si dijéramos, al que es inútil oponerse porque forma parte de la condición humana.

En esta novela, como en las anteriores, los personajes son huraños, antipáticos, distantes y sin el menor gusto por los placeres sencillos (la comida, la bebida, compartir un cigarro y una cerveza viendo atardecer). A pesar de lo cual es perceptible una apuesta por la compañía de otros. Que no te libran de la soledad ni te permiten salvar la barrera del aislamiento, pero que están ahí y ya que no afecto al menos merecen atención y hasta tomarse la molestia de  reconstruir una casa para ofrecer un refugio frente a la intemperie. Como suele decirse, sin fe pero con esperanza. Y algo es algo.

 

Botas de lluvia suecas

Henning Mankell

Traducción de Gemma Pecharromán Miguel

Tusquets

 

 

 

 

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16 de diciembre de 2016
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Obligaciones soberanas

La idea de un mundo gobernado es ajena a la mentalidad de quienes, como Donald Trump, propugnan el regreso de Estados Unidos a una grandeza perdida con la regla de oro de situar el interés de su país por encima de cualquier cosa. Aunque America First es lo más parecido al espanto del prohibido Deustchland über alles, nada en los nombramientos del presidente electo desmiente hasta ahora este nuevo rumbo guiado por el interés de las grandes empresas estadounidenses a costa de sembrar el caos en el resto del planeta.

En la próxima administración serán numerosos y brillarán los guerreros negacionistas del cambio climático: el secretario de Energía, Rick Perry, quería eliminar su departamento cuando fue candidato en las primarias republicanas; el de Interior, Ryan Zinke, es un enemigo declarado de los ecologistas; el de Medio Ambiente, Scott Pruitt nunca ha creído en el objeto que trata su agencia; y el de Estado, Rex Tillerson, presidente de Exxon-Mobil, cuenta como bazas su amistad con Putin y la envergadura de la empresa que ha presidido hasta ahora, capaz de contravenir los intereses de su propio gobierno, como sucedió en Irak, donde se alió con los kurdos en detrimento del gobierno de Bagdad.

Soberanía no es únicamente dominio, sino sobre todo responsabilidad, especialmente respecto a la población. Un Estado que no garantiza la vida y las libertades de sus ciudadanos no merece su reconocimiento como legítimamente soberano. Se trata de la responsabilidad de proteger que abre la puerta al derecho de injerencia y tuvo su momento culminante, y probablemente último en muchos años, en la intervención de la OTAN en Libia, cuando la protección de la población rebelde de Bengazi ante la ofensiva militar de Gadafi llevó a un cambio de régimen, tarea para la que nadie tenía autorización legal.

La llegada de Trump a la Casa Blanca ha superado de un manotazo todo el debate sobre el orden internacional y las limitaciones a la soberanía de los Estados. Con los populismos regresan los deseos de soberanía nacional en competencia entre Estados dispuestos a perjudicar al vecino en una selva hobbesiana donde se impone la ley del más fuerte. Para la diplomacia y la comunidad de las relaciones internacionales, esta regresión es lo más parecido a una catástrofe. De ahí que la veterana revista Foreign Affairs, surgida en 1922 al calor del internacionalismo wilsoniano, haya querido en su próximo número ofrecer un abanico de ideas que puedan servir como alternativa al vacío trumpista. Entre ellas destaca el concepto de obligaciones soberanas, que son las que tiene todo Estado respecto a los otros Estados y a los ciudadanos del resto del mundo. El padre de dicho concepto, que hace responsable del futuro del planeta a quienes emiten más gases a la atmósfera y producen más combustibles fósiles, es Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations, la institución que edita la revista. Haass es un republicano centrista, que trabajó con George W. Bush. Su nombre, que circuló en las listas para ocupar el puesto de secretario de Estado, hubiera sido una enmienda a la totalidad del Trump que estamos conociendo hasta ahora.

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15 de diciembre de 2016
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Poema 43

El semblante

por antonomasia

es el semblante

del perro

o de la perra

que presentan

dos planos homologados

de la misma faz.

Los pájaros carecen,

sin embargo,

de  esta dúplica  

afectiva en su rostro

a causa

de su típica impertinencia

facial,

obra del pico.

divisorio y neandertal.

Un pájaro

no sabrá besar

nunca

ni  podrá,  

en consecuencia

dar  la felicidad

de amantar.

Establecer un contacto

con sus labios

picudos

carece de sentido

sufre y carece de sensualidad.

Los perros son

excesivamente babosos

desmedidamente bucales

pero su amor tan mamífero

hace soportar

en parte,

su perfil pérfido

feo o lavado

y sus garras

sin apropiado control.   

Hasta sus ojos disparados

en una y otra opuesta dirección

hacen rechazar

su sintonía

humanitaria

cuando son heroicos.  

Se ama, en general, a los animales

como seres vivientes

también

de este perro mundo,

pero es admirable  

quienes hallan

en su amor

un amor sucedáneo

o paliativo de la soledad

Cuando, de hecho,

no hay igualdad alguna

respecto a la complejidad

humana. Feliz o desdichada.

Los perros ladran

y se excitan inadecuadamente

o incluso de forma obscena.

Inapropiadamente, en fin

puesto que gimen

o palpitan desaguisadamente.

Los pájaros son

,en general,

y en otro extremo

el colmo

de la frugalidad comunicativa

o de la mezquindad  mental.

Hay excepciones,

claro está,

pero, como tales,

dan pie a películas

aflictivas

o hacer llorar.

El pájaro carece

de capacidad de amar

voluptuosamente.

No conoce otra pasión

fuera del nido.

Distantes o  epicenos

habituales

nuestro cariños

y el suyo

quedan blindados

entre las plumas.

Un  milagro, de otra parte,

de la comunicación

o la incomunicación.

El  perro se sobrepasa

en el cariño

e inspira lástima

el pájaro no accede

e inspira, a menudo, indiferencia.

Seríamos, sin embargo,

todos unos

arracimados y solidarios

al morir.

Felices juntos

bajo una devastación

nuclear. 

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15 de diciembre de 2016
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Tu nombre vende

La mujer abrió la nevera, después de luchar consigo misma para poder levantarse de la cama, recorrer el pasillo medio sonámbula, encender la luz de la cocina y coger un refresco. Su novio la había dejado, todo acabó igual que un trapo empapado de lejía; permanecía encerrada viciosamente en su pena y, justo cuando tomaba impulso, se topaba con su nombre impreso en la lata de Coca-Cola en negrita: Alberto. Rompió a llorar, estampó la lata contra el mundo y me llamó para desfogarse, aún conmocionada. “Ya está bien de tanta tontería, de tanto marketing friendly, de querer hacerte sentir el protagonista de la película, un vip”. En los Starbucks mi amiga siempre da nombres falsos, no sabe por qué, pero en verdad le agrada que por un momento la eximan de la responsabilidad de responder por María. Es uno más de sus pequeños actos de protesta porque si desde siempre, en el acto de intercambiar una mercadería, se ha exigido profesionalidad y cortesía, hoy el colegueo perfumado que incluso pretende ser ingenioso –algunos maîtres hasta te dan dos besos– conforma el nuevo estilo de servicio al cliente. El que intenta influir en el consumidor a través de todos sus canales perceptivos. Lo nominal ha cobrado una gran intensidad, favorecido por las redes y la importancia que ocupa el tú en el lenguaje de la mercadotecnia. Ahora que las operadoras y los bancos te felicitan por tu cumpleaños por SMS, nadie puede escabullirse del tuteo. Aquella puerta que antaño intentaban franquear los vendedores de enciclopedias o los Testigos de Jehová está abierta para recibirlos como si fueran tus amigos.
De los Casa Manolo o Can Punyetes de toda la vida, en los noventa florecieron nombres exóticos tanto para tiendas como restaurantes, desde jardines tailandeses hasta vientos africanos. Actualmente, se regresa al nombre de pila: Sergi de Meià, Donde Pablo, Carlota, Matilda, El Qüenco de Pepa, aunque no sepamos si Pablo o Matilda existen. Se suman a la tendencia marcas de moda y decoración como la que ahora lanza Martina Klein, Lo de Manuela. Firmas que parecen calzarse las zapatillas de andar por casa, aproximándose sin ínfulas, de tú a tú, coloquiales, casi como de la familia: esa es la voz que toma el marketing en primera persona.
Según publica la <em>Harvard Business Review</em>, dicha publicidad no sólo hace más probable que gastemos, sino que también modifica positivamente la imagen mental que tenemos de nosotros mismos: nos hace sentir diferentes. Puede que ello se deba, en parte, a que de pequeños fantaseamos a menudo con cambiarnos de nombre, sin embargo hoy ya no podríamos llamarnos de otra manera. Y el marketing tentacular y cartográfico lo sabe.
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14 de diciembre de 2016
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Poema 42

Si vivo, al menos,

un año y medio más

me compraré el nuevo Amarok

de VolksWagen.

Un motor V6 TDI de 3 litros

que proporciona  una potencia

de hasta 550 Nm.

Motion a las 4 ruedas

con función Off Road

y App Connect.

No sé bien,

desde luego,

a que se refieren

estas lindas especificaciones

pero el auto  

posee el irresistible encanto

del color azul cobalto.

La eternidad estética

representada metálicamente.

Una mecánica elegante

que posee el feliz encanto

de la insuperable figura

del pick up.

La memoria imborrable

de los años suburbanos

en los bosques felices

de Filadelfia.

Entonces,

cuando toda la familia

aunada estaba viva

y se bromeaba sobre cualquier cosa

sin valor.

Un pick up

Parece, en España.

una excentricidad

urbana

pero en Pensilvania

era una repetida

y amorosa centralidad.

Claro que ahora

no hay aquellos bosques

de arcenes

y he perdido, inesperadamente, 

alegría de vivir.

La  memoria, sin embargo,

confita el recuerdo.

Los sueños

vuelan sobre los lugares

y los tiempos

navegan para albergar

como un obsequio

la gozosa vida vivida.

Vivida

como un menú

sin asomo temor.

El pánico actual ante

un gran tigre

improvisado

sobre el abismo de la defunción.

¿La defunción?

¿En qué veneno estoy pensando

mientras, por la ventana,

cruzan coches y coches

como ayer?

Desprovistos, sin embargo,

De un azulado pick up.

 

El coche nos lleva de aquí para allá

O sea del

este al oeste. Del norte al sur. Sobre un territorio

Que no se hunde bajo los pies

Ni explota para enviarnos

Como fardos

Al más allá 

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14 de diciembre de 2016
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Palabras sobre mi vecino

El pasado mes de noviembre la Biblioteca Benson de la Universidad de Austin, en Texas, incorporó el archivo personal del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, allí donde también se halla ahora el archivo de Gabriel García Márquez. Lo acompañé en la ceremonia de apertura, y previo a la magnífica lectura que hizo de sus poemas, me tocó decir unas palabras sobre su vida y su obra.

Ernesto ha sido mi vecino durante casi cuarenta años, desde el triunfo de la revolución, cuando nos mudamos al mismo barrio y a la misma calle, en Managua. Nos visitamos con frecuencia para intercambiar noticias y libros, y compartimos la pesadumbre sobre la suerte de Nicaragua. Somos dos vecinos que viven escribiendo. Sólo que él escribe poesía, y yo escribo ficciones.

La suya fue un nuevo tipo de poesía, abierta, lejos del modelo tradicional heredado del modernismo; una poesía que estaba muy cerca de la prosa, con una asombrosa habilidad para narrar, un contador de historias utilizando versos.

Su poema Hora cero, publicado en México a inicios de los años cincuenta,  ejerció en mí una profunda influencia porque tenía calidad y tensión narrativa; y sus estancias, escritas en un lenguaje desnudo y directo, y a la vez nostálgico y evocador, eran como los capítulos de una novela que ocurría en las distintas capitales de Centroamérica, con los palacios de los dictadores iluminados a medianoche, "como el palacio de Caifás".

Eran las dictaduras obscenas de Carías, Ubico, Hernández Martínez y Somoza, generales de opereta, instaladas por la United Fruit Company en las "repúblicas bananeras" centroamericanas,  y apoyadas por los hermanos Dulles.

Hora Cero también es una elegía que se centra en la rebelión de 1954 en Nicaragua, cuando un puñado de oficiales retirados de la Guardia Nacional y algunos civiles, intentaron asaltar el palacio presidencial. Muchos de ellos fueron asesinados después de ser torturados, entre ellos Adolfo Báez Bone, quien escupió en la cara a Tachito, el hijo más joven del Somoza viejo, y el último de la dinastía, mientras era torturado por él.

Báez Bone participó en esa conspiración, junto con Pedro Joaquín Chamorro, el periodista asesinado por órdenes de aquel mismo Tachito, y también participó Ernesto, quien pasó varios días escondido porque lo buscaban para encarcelarlo.

Su poesía ayudó a crear una atmósfera propicia a la acción política. Y en algún momento, cuando la lucha armada era la única alternativa que le quedaba al pueblo nicaragüense para derrocar a Somoza, sus poemas fueron una inspiración para los jóvenes actores de la revolución.

En este sentido, Canto Nacional y Apocalipsis en Managua, son parte de su doble conversión. Su conversión a un nuevo tipo de cristianismo comprometido con los pobres y los oprimidos, como lo enunciaba el Congreso Eucarístico de Medellín de 1968, bajo las directrices del Concilio Vaticano II; y su conversión a la revolución.

La revolución no se explica sin la poesía de Ernesto; tampoco se puede explicar sin las canciones de Carlos Mejía Godoy. Hoy aquellos ideales han sido deformados y falsificados por un poder familiar que utiliza la retórica de la revolución, pero contradice los sueños que inspiraron a miles de nicaragüenses. Esos poemas y esas canciones son la memoria de la revolución y no se pueden borrar.

No es posible contar la historia de la revolución sin la presencia de Ernesto en los campos de batalla celebrando misas de campaña, o en foros internacionales pidiendo apoyo para los jóvenes combatientes que trataban de derrocar a la dictadura, entre ellos sus hijos espirituales, los que lo acompañaron en la construcción de la comunidad campesina de Solentiname en el archipiélago del gran lago de Nicaragua. Algunos de ellos fueron muertos en combate, otros fueron asesinados en las cámaras de tortura.

Después del triunfo de la revolución asumió un papel clave como Ministro de cultura, un puesto que no quería porque rechazaba la idea de ser un burócrata. Y allí hizo un extraordinario trabajo, creando instituciones culturales en un país donde nunca había existido ninguna, y donde los gobiernos nunca tomaron en serio la cultura. La libertad era la regla. Nunca hubo ningún tipo de "realismo sandinista".

La poesía de Ernesto es el resultado de un don y un oficio extraordinarios. Él es nuestro poeta del siglo veinte en Nicaragua, y es uno de los poetas trascendentales de nuestra lengua. Pero su trabajo no existiría sin esa motivación superior que es el amor.

Su vida ha sido una vida de amor, y así ha sido su poesía.

        

 

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14 de diciembre de 2016
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Vetustos

Los secesionistas de Bildu se han hermanado con Trump. En las tabernas vascas se veía la perplejidad en los ojos de la clientela. Aquello se asemejaba demasiado al pacto entre Stalin y Hitler. En Madrid asistimos al combate de Errejón e Iglesias. Hay gente abatida por las aulas de la Complutense. Recuerdan, por un lado, la lucha entre Trotsky y Stalin, pero por otro la Noche de los Cuchillos Largos, cuando Hitler asesinó a sus colegas dirigidos por Röhm. Un artista subvencionado encierra en las bodegas de un barco ruinoso a unos cuantos emigrantes y los presenta al público sudados, hambrientos, hartos de tedio. Luego les paga unos euros. Como ésta, hay infinitas obras en los museos de arte contemporáneo.

¿Tienen algo en común los tres sucesos? Mucho. En realidad, son clones. La ruina de los partidos comunistas, la destrucción de las repúblicas soviéticas, la disolución del proletariado en una masa de consumidores, el fin del Arte, dejaron un vacío religioso, ocupado luego por los nostálgicos que hoy llamamos neocomunistas, posmodernos o populistas. Movimientos inspirados por el peronismo de Laclau, el nazismo de Schmitt o el caudillismo de Chaves, que están más cerca de lo que parece de sus opuestos, los populistas tipo Trump, Farage o Le Pen.

Que son lo mismo quiere decir que sus diferencias desaparecen frente al enemigo común: la democracia liberal, los derechos del ciudadano, el Estado de bienestar. En nuestro país la Transición es el gran enemigo que une a los totalitarios.

Estos son, dicho de un modo atropellado, algunos de los asuntos que trata el muy necesario libro de José Luís Pardo Estudios del malestar. Léalo, se lo ruego, sobre todo si cree usted ser de izquierdas.

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13 de diciembre de 2016
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Aser Abarbanel y Ernst Bloch… «La vieja esperanza susurraba».

El Gran Inquisidor, Pedro Arbuez de Espila  desciende al calabozo dónde se encuentra el rabino aragonés Aser Abarbanel, torturado sistemáticamente desde un año atrás bajo la acusación de usura, pero  sobre todo en razón de su negativa a abjurar de sus creencias. La dignidad que atribuía a su filiación talmúdica le confería fuerza para tal entereza,  que impresionaba a  Pedro Arbuez de Espila, hasta el extremo de que lamentaba profundamente que un alma tan noble se viera excluida de la salvación.

Arbuez de Espila anuncia al prisionero que al día siguiente contará entre los 43 destinados ese día al quemadero, con el fuego a una distancia suficiente para que -arrojando a intervalos jarros de agua a las víctimas- la muerte no llegue antes de dos horas, tiempo  para que, ante  la inminencia  del fuego eterno, el condenado tenga la inspiración de demandar la gracia. Arbuez de Espila  se despidió del rabino con un emocionado abrazo, mientras  el fraile que le había torturado un año entero pedía excusas por no haber  podido eludir tal deber.

En la desazón provocada por el siniestro anuncio, el prisionero fue de nuevo abandonado en la tiniebla. ¿Tiniebla? No absoluta, pues tras la puerta se entreveía un hálito de luz. "Una mórbida hola de esperanza" embargó al prisionero que, en efecto, constató que, sin duda  por error del carcelero, el pestillo no se había deslizado. « La vieja esperanza susurraba en su alma, el dívino Es posible  que reconforta en las mayores penurias"  (le vieil espoir lui chuchotait, dans l'âme, ce divin Peut-être, qui réconforte dans les pires détresses).  El prisionero se aventura en el exterior, trepa por la tortuosa  escalera, extenuado y hambriento, en pos de la luz salvadora. Múltiples sobresaltos le hacen incluso  pensar en volver a su sepulcro, mas  "un nuevo vértigo de esperanza" le da fuerzas para  avanzar hasta topar con  una nueva puerta, constatando que esta se abre a un jardín  y a una noche estrellada. ¡Correría toda la noche y al llegar a las montañas sus pulmones resucitarían!

En éxtasis   extiende   los brazos para  alabar a su dios, mas entonces  cree sentir que estos se retornan contra él...un pecho le abrazaba caritativa y afectuosamente: "Hijo mío, querías abandonarnos en la víspera del día en el que quizás alcanzarás la salvación"  exclama Arbuez, mientras Aser  Abarbanel  se apercibe  de que "todas las etapas de esta noche fatal no eran más que el previsto suplicio de la Esperanza".

Lo que precede es la simbiosis de un relato del poeta francés Villiers de l'îsle Adam que lleva directamente el título de La Torture par l' espérance, cuya acción es situada en Zaragoza. En 1949 el músico italiano Luigi Dallapiccola compuso una ópera, a la que dio como título   Il prigionero,  basada esencialmente en el relato de Villiers de l' île Adam, aunque con variantes argumentales que permiten  un cambio significativo: la idea de que la libertad es posible es inducida en él cautivo por los propios carceleros, al comunicarle arteramente que los suyos están a punto de conquistar la ciudad. Particularmente punzante en la ópera es el momento en que  (al revelarse que todo era una artimaña)  el prisionero alza su queja no tanto contra sus torturadores, sino contra el hecho de haber sido vencido por  la esperanza, haber obedecido-cabría decir-al Principio de esperanza, título de la obra fundamental de Ernst Bloch.

Entre el protagonista de Villiers de l'île Adam,  Aser Abarbanel y el pensador alemán Ernst Bloch hay al menos tres puntos en común: ambos son judíos; ambos tienen un alto concepto de sus orígenes  y para ambos la esperanza es un obsesivo tema de reflexión.

"Orgulloso de una filiación varias veces milenaria, orgulloso de sus antiguos ancestros- pues todos los Judíos  dignos de tal nombre son celosos de su sangre", escribe  de l'île Adam de su protagonista. En cuanto a Bloch, considera a los judíos como símbolo del espíritu de utopía y celebra el despertar del orgullo judío como resultado del renacer en ellos de la conciencia mesiánica, corolario del hecho mismo de que su religión se haya construido sobre la idea del "Mesías por  venir",  (no se trata para Bloch de  Cristo, mero profeta), lo cual nos lleva al tercer punto de coincidencia entre ambos: la esperanza,  dado  que el mesianismo (opuesto al gradualismo  característico de la idea de progreso social) aparece como  el ingrediente fundamental en Geist der Utopie, El espíritu de la utopía, escrito por Bloch  en 1918, de tal manera que  la motivación  para el  combate no sería el mero alcance de tiempos mejores, sino el fin de los tiempos,  interpretado  como apocalipsis  o advenimiento del reino de Dios

La idea del apocalipsis es que el entorno físico forja ilusiones que nos alejan de Dios,  de ahí  que el fin de los tiempos sea a la vez emergencia (de la verdad) y destrucción (de la Tierra). Evocando a Tomas Münzer, que encabezó la guerra de los campesinos en el siglo XVI, el Espíritu de la utopía muestra afinidad con la idea de que no se trata de luchar por mayor plenitud, sino por una  radical metamorfosis. Hay en Bloch huellas indudables de  transposición secular de este esquema, a la hora de discutir qué sentido habrían de tener las luchas sociales  de su época.

Para Bloch la apuesta por el futuro, sustentada en lo que uno de sus intérpretes denomina el "sabor de la esperanza", es no sólo una condición necesaria de vitalidad, sino también del trabajo creativo. Su libro El principio de esperanza  es una reflexión sobre lo potencial, sobre lo que es susceptible de advenir y a lo que el autor  apuesta: un mundo liberado de los males contingentes generados por la alienación social de los humanos, pero también un mundo rico en realizaciones artísticas, musicales, religiosas, técnicas,  médicas, cognoscitivas en general  y... filosóficas; en suma: apuesta por  la actualización de la potencial riqueza, material y espiritual del ser humano, apuesta que la esperanza alimentaría.

Así pues el ser  humano alcanzará a actualizar  su naturaleza de ser de razón...en un mundo por venir. ¿Y entre tanto? Si estamos en el día y vida de una cotidianeidad insustancial, no digamos ya en la situación de un prisionero o un enfermo, de tal manera que (excluido el alcanzar  uno mismo a ser parte de la humanidad liberada y creativa) ni siquiera hay perspectiva de seguir mucho tiempo luchando por la misma...¿qué hacer?  Desde luego el propio Bloch nos da un  ejemplo, y no precisamente en el hecho de incitarnos a la esperanza sino (tuviera él mismo esperanza o no) en su propio esfuerzo por dar aliento al pensamiento.

Y así nos encontramos con más de 1500 páginas de espléndidas reflexiones sobre   realizaciones  históricas, literarias, artísticas, científica, musicales etcétera, que tuvieron  lugar...en el pasado (lo cual no deja de ser paradójico en un libro que exalta lo por venir). Reflexiones  vinculadas por la reivindicación del principio de esperanza, pero que hubieran podido tener un hilo conductor bien diferente (ciertamente con interna transformación, pero quizás el mismo grado de vitalidad).  

Quizás no quepa esperar que el lector del libro de Bloch supere un eventual nihilismo respecto a cualquier promesa de futuro, pero es muy posible que efectivamente  se encuentre  espiritualmente enriquecido tras  la lectura de muchas de sus páginas, sintiendo que lo que vale no es la esperanza  sino  el libro, literalmente inmenso,  y que no es de recibo la moraleja de que este no hubiera llegado a ser escrito si la esperanza no hubiera animado a su autor. En este como en otros casos,  lo que cuenta es el testimonio de que algo tan  intrínsecamente amenazado, vulnerable y frágil como un ser humano es susceptible de esa libertad con respecto a uno mismo que consiste en  no abandonarse en la pendiente de la abulia, la pereza o simplemente el nihilismo, exigencia  de alzarse sobre el estado actual, de liberar al menos todo aquello que está al propio alcance, la capacidad de pensar con radicalidad en primer lugar.

Y desde luego  hay razones para pensar que el principio de esperanza, lejos de contribuir  a afrontar los retos que supone todo proyecto de construcción espiritual, es el expediente que permite precisamente evitar esa confrontación, sustituyendo la tensión del pensamiento por la construcción imaginaria. En este sentido la religión sería efectivamente la plasmación mayor de la legislación de tal principio. Lo cual no excluye  que la esperanza sea  instrumentalizada ( y por aquellos mismos que la sermonean)  como último eslabón de tortura en el caso del judío  Aser Abarbanel: "La vieja esperanza susurraba..."

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13 de diciembre de 2016
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Poema 41

El miedo es

De lo más humano

que se puede

palpar,

muy lejos de aferrase

al organismo como

un arácnido

imaginario

su presencia

traspasa las vísceras

se cuela por las venas

y absorbe

la intensidad del color.

Estos síntomas

convierten

el temor en

un tumor

y viceversa.

Prueba fácil

de constatar. 

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13 de diciembre de 2016
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El Boomeran(g)
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