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Mi amiga Carme

Carme Chacón vivió siempre como si no tuviera el corazón al revés. Estaba hecha de esa pasta que sella el coraje con sentimiento y la disciplina con entusiasmo. No lo tuvo fácil. Luchó, y mucho. Sacó pecho nada más nacer. Trece médicos asistieron su parto. Los primeros días ni le pusieron nombre, pero sobrevivió.
La llamaron Carme. Un médico, el Dr. Petit, daría años más tarde con el diagnóstico: bloqueo aurículo-ventricular completo y transposición de grandes vasos. Un corazón al revés.
Desafió esa espada de Damocles. No se crio como una enferma, todo lo contrario. De joven, era muy buena en baloncesto, pero un día se desmayó en la cancha y Esther, su madre dijo “Prou!”. Los libros se convirtieron en su nueva cesta. En las aulas fue brillante, a ambos lados del pupitre. Y nunca una descastada: se sabía el nombre del último camarero. En el barquito de los padres la llamaban “Soraya” cuando se tumbaba al sol con un libro.
Era una amiga leal. Si alguna vez le decías que habías tenido un bajón se enfadaba: ¿por qué no me llamaste? Los primeros años, en Madrid, nos resguardamos. Recuerdo una noche en la que quedamos a cenar y se lo adiviné en la luz: “Estás embarazada”. Aún era un secreto. Miquel fue otro regalo del coraje. Su amor redondo. Ni se acordó de su corazón al desear ser madre.
En un viaje en el que me sumé al grupo de periodistas, las Navidades del 2008, en las bases militares de Herat, me asombró su seguridad al ejercer de jefa suprema; decía las cosas más duras en un tono de madera. Tengo muchos cuadernos escritos sobre su vida. Un libro a medio hacer. Entrevistas con su familia, sus profesores, sus médicos, sus compañeros de partido, sus amigas… Pero surgieron las suspicacias. Las guerras internas. Que si acusarían al libro de ser una campaña de autopromoción. Las cruces del oficio, contra las que siempre tuvo que bregar: ser mujer, joven, charnega, y durante nueve meses estar al mando de Defensa, embarazada.
Carme, tu esmoquin en la Pascua Militar; la botella de cava en el congelador; los libros de Koch y Bolaño; las tardes de parque en Santa Ana con los niños, la plastilina y la carpeta con el discurso; tu fe intacta que, a pesar de hidras y dinosaurios, del betún de la política, te hizo una mujer con una sonrisa grande, como tu corazón, que nunca nos pareció herido. Hace menos de treinta días, generosa como siempre, me acompañaste de nuevo en un sarao. Llevabas el sol en la mirada. Ahora mismo, amiga, la idea de no volverte a ver se me hace insoportable.
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10 de abril de 2017
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El planeta Cortázar

Juraría que fue en octubre de 1975 cuando conocí a Cortázar. Me había enterado de su dirección gracias a la información que daba de su persona la revista Triunfo, y una tarde ventosa y plomiza me dirigí a su domicilio. Me abrió la puerta de su casa Ugné Karvelis y le pregunté si estaba Julio como si fuese un amigo de toda la vida. Desconcertada, Ugné contestó que sí y me dejó pasar. Cuando vi la larga silueta de Cortázar recortándose en la penumbra del vestíbulo de su pequeño apartamento de la rue de l´Éperon por poco me desmayo.

 

A pesar de que no me conocía, Cortázar se comportó conmigo con una cordialidad exquisita, y mantuve con él una conversación dubitativa y absurda, por culpa de mi nerviosismo y mi admiración. Ya para entonces había leído casi toda su obra, pero lo ignoraba todo acerca de su vida. Nunca he sentido demasiado interés por la vida de los escritores, pero Jesús Marchamalo me está curando de esa enfermedad con sus penetrantes y sugestivas semblanzas de autores que venera y que venero. La última que acaba de aparecer adquiere la forma de un cómic, y tiene por protagonista a Cortázar.

El libro se lee sin querer, y más que un cómic parece una película. El dibujante, Marc Torices, que se dedica también a la animación, consigue trasmitir a este excepcional tebeo toda la viveza del cine. La voz en off es la de Jesús Marchamalo, que posee un estilo tremendamente acogedor y un distinguido sentido del humor que nunca resulta hiriente. La ironía sin vinagre que tanto valoraba Torrente Ballester, y que es la verdadera ironía.

A través de un prólogo fulgurante (utilizo el adjetivo que más le gustaba a Julio), donde asistimos al advenimiento del planeta Cortázar, y de dieciocho capítulos en los que se utilizan los colores de forma significativa y simbólica, como lo suele hacer el cine, nos vamos adentrando en la vida y los hechos de Julio Cortázar, de forma elíptica y al mismo tiempo precisa.

 

La lectura resulta tan envolvente como divertida, y adquiere la velocidad que suelen tener las secuencias en los sueños. Cuando lo acabas, escuchando la última música de Cortázar (la que oía cuanto estaba a punto de morir) crees haberte perdido en una alucinación bendita: la vida azarosa del autor de Rayuela y de Historia de cronopios y famas, que estuvo siempre presidida por la magia: la magia que le salía al paso y la que él mismo buscaba en su perpetuo divagar entre la realidad y el deseo, convirtiendo sus encuentros y desencuentros con las personas, los animales y las cosas en deslumbrantes y laberínticos territorios de ficción.

Cortázar, Jesús Marchamalo y Marc Torices

 

Nórdica ediciones, 2017

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10 de abril de 2017
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Influencers, it girls y corazones rotos

Hubo un tiempo en que la construcción de la personalidad pasaba por la autonomía y la independencia de ideas. Los influenciables eran los débiles, seres volubles que copiaban a los más decididos, quienes ejercían el magnetismo suficiente para robar el alma de los diletantes. Entonces, el estilo consistía en una cuestión de blancos y negros, y el éxito –a pesar del factor azar- acostumbraba a ser proporcional al esfuerzo o la pericia.
Hoy, en cambio, no hay fiesta, inauguración, estreno o premios que se precien en que un puñado de influencers no estén invitados. Forman parte de esa happy few 3.0 que se gana la vida subiendo fotos a Instagram y a golpe de likes, y que cobran una media de 3000 euros por post. Se les define como personajes que influyen sobre ciertas decisiones comerciales a sus Ks (miles de seguidores). Chavales con el pelo morado, piercings en la ceja y lengua tatuada, son capaces de influir en la opinión de millones de personas. “Lo que buscamos es que generen conversación, creen contenido original y consigan un enganche de la comunidad con la marca”, aseguran los gabinetes de comunicación, que empiezan a  acusar cansancio de esta fauna que posa con audacia abriendo los ojos y la boca y por encima de todo, aún se siente inmortal.
El influencer es capaz de hacer que las personas pasen a la acción movilizando uno de los impulsos más primarios y asentados del ser humano: la imitación. Ellos son su propia empresa. No importa la cultura, ni la lectura, ni la formación. Se inventan un lenguaje propio que suele expulsar la ortografía y la concordancia: “Qué guayez”, dice Miranda Makaroff, a quien conozco de niña –hija de Lydia Delgado y Sergio Makaroff-  y hoy  una las influencers más avispadas que ha sido capaz de convertirse en personaje sin salir de ella misma. Lo escribía James Salter: “cuando más claro ve uno el mundo, tanto más obligado está a fingir que no existe”.
Dulceida (3500 euros por subir una foto en sus redes), Pelayo, Gala González , Blanca Miró o Brianda Fitz-James Stuart se han erigido como las nuevas estrellas del photocall  y ganan más dinero que cualquiera de nosotros por respirar capitaneados por el fotógrafo Gerard Estadella. “Lo petan”, aseguran sus colegas. Su viralidad, tan desacomplejada, da tratamiento de obras de arte a sus selfies. Las marcas de lujo los buscan obsesivamente para entrar en las cuevas de la llamada Generación Z. Mediante la estrategia advertorialista, quieren ganar en credibilidad y cercanía. Lo que hasta hace poco era una práctica de marketing experimental, ha acabado por transformarse en una mini-economía voraz. Los holdings de lujo, en EUU, invierten más de 255 millones de dólares mensuales regalando prendas y pagando por conseguir mensajes patrocinados en Instagram, mientras que los supervivientes analógicos anuncian que al fenómeno le quedan cinco días: nombres que pasarán de la celebridad warholiana a la nada.
El pasado lunes, se hizo un momento de silencio en el todo Madrid: los teléfonos inteligentes paralizaron el aperitivo de mediodía: la primera it girl´ patria, hija de la factoría Hola!, dueña de más de un millón y medio de seguidores en Instagram y modelo de la vida radiografiada las 24 horas, anunciaba su separación. La pareja Echevarría-Bustamante fue pionera en utilizar las redes para dejarse admirar e influenciar. Durante doce años dieron fe, casi a diario, de su amor : piscinas, bolsos nuevos, cenas con Ios Carbonero-Casillas, clases de gimnasia… Paula incluso logró que  su entrenador se hiciera famosillo y publicara un libro en Planeta. Paula Echevarría ha sido una criatura mimada por las marcas y los medios del cuché: la asturiana de clase media que se hizo famosa gracias a su boda con un triunfito, ha representado a la burguesa pizpireta y almidonada. Ahora, cuando todo se desvanece, la bloguera y reina de Instagram se sorprende del acoso de los paparazzis. Mientras presentaba su último perfume (barato), Sensuelle, calificó su momento de “caótico”, un adjetivo muy de influencer para definir el desamor en tiempos de followers.  
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8 de abril de 2017
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Kant y Berkeley… ¿“Bailan en su tumba”?

"La naturaleza nos esconderá eternamente la realidad de los objetos".  Esta frase de Henri Poincaré sirve al físico Bernard d' Espagnat para retomar en 2012 (ya nonagenario) problemas planteados por él mismo cuarenta años atrás, relativos al lazo entre la física cuántica y la realidad del mundo. D'Espagnat se había visto  conducido por su propio trabajo como físico  a reflexionar sobre el idealismo  radical del filósofo irlandés George Berkeley  (quien en  el siglo XVIII sostenía que sólo la mente humana es garantía de las cosas que se nos presentan como exteriores), pero también sobre el idealismo matizado de Kant, para quien las posiciones idealista  de Berkeley eran en exceso "dogmáticas":

Kant consideraba que la objetividad de las cosas, el hecho de que tengan atributos o propiedades que las distinguen unas de otras, de tal forma que lo dado ante nosotros sea caballo, mesa, roble o cepa...todo ello  sería mero resultado de la elaboración  de las cosas por  las facultades del sujeto humano (sentidos, imaginación, entendimiento y razón). Kant no excluía la existencia de cosas fuera de nuestro testimonio de las mismas, pero aseveraba que  respecto a este ser de  las cosas  con independencia de nuestras facultades perceptivas y cognoscitivas, nada podría con propiedad ser dicho.

No es que   Bernard d' Espagnat  se declare kantiano (a fortiori berkeliano), sino que discute consigo mismos las posiciones  de Kant y Berkeley. Lo importante es que su condición de físico le ha llevado, como a tantos otros, a tomar muy en serio la tesis de que el sujeto humano es quizás (la discusión precisamente está abierta) el único garante de la objetividad de las cosas del entorno, entendiendo por objetividad el conjunto de propiedades que permiten la distinción y ordenación de cada una.

En la base del problema se halla el asunto, aquí ya muchas veces planteado, de que la interpretación ortodoxa de la mecánica cuántica abre la puerta a considerar que una partícula sólo alcanza realidad física clásica  (es decir, ubicación local o temporal, valor energético, etcétera), cuando es observada  (observación que, en la  jerga, produciría el colapso de la función de onda y la superación del solapamiento cuántico). Como señalaba  con humor  hace ya muchos años un estudiante de física americano llamado Andy Friedman, el obispo Berkeley  bailaría de alegría en su tumba. Quizás  con mayor razón cabría decir lo mismo del sobrio Kant.

Hay varias hermenéuticas de la teoría cuántica que se posicionan en contra de esta centralidad del sujeto humano en la constitución de los fenómenos, pero el hecho de que la discusión esté viva, el hecho de que las diferentes posiciones realistas  no hayan podido imponerse de forma definitiva[1], el hecho de que ya no sea de recibo una posición realista adoptada  de manera  dogmática o si se quiere ingenua ( en todo caso hay que hacerlo tras superar posiciones del contrario, que esgrime argumentos sustentados en el meollo mismo de la teoría cuántica y sólo rebatibles sin ponerla en entredicho)... choca con las seguridad reduccionista que impera tomando como punto de apoyo otras disciplinas relevantes.

Así, del indiscutible hecho que somos un animal resultado de la evolución se extrae a menudo la problemática conclusión de que la diferencia entre el hombre y los demás animales es una pura cuestión de grado en un proceso continuo. Concretamente el alto grado de homología genética entre nuestra especie y la de otros animales (a veces tan evidentemente diferentes de nosotros como el ratón) sirve de coartada para una pirueta ideológica consistente en negar la evidente  singularidad radical del ser humano entre las especies animales. Lo cual no deja de tener consecuencias en el plano del comportamiento social:

Una noticia aparecida recientemente  en un diario barcelonés y recogida en este mismo foro por Joana Bonet,  señalaba que un tercio de los españoles consideran a su perro o su gato de compañía como algo más importante que sus amigos y que el 63 por ciento de los mismos declaran que dan besos a su perro y sobre todo "le explican secretos que no rebelarían a nadie más".

Desde luego si se considera que el lenguaje mismo es simplemente una forma más compleja de los códigos de señales que se dan en otras especies, ¿qué cosa entonces más natural que hablarle a un perro? Sensata confianza, pues no hay peligro de que el perro cuente la confidencia, cabría decir si en este serio asunto cupiera la distancia irónica.

 Pues resulta que al mismo tiempo que se acentúa esta sustitución del lazo entre humanos  por el lazo de humanos y perros, se incrementa asimismo el abandono de estos animales. Y quizás la correlación no es casual: piénsese que el campesino o el pastor para quien el perro tiene una función de vigilancia de la casa o protección del rebaño, no comparte con el animal la mesa ni le da besos en el mismo hocico, pero tampoco (salvo canallescas excepciones) le abandonan a su suerte. Pero regreso a la cuestión central:

 

Decía que en el núcleo de la disciplina científica más importante de nuestro  tiempo está la cuestión de si la naturaleza que siempre hemos constatado podría darse en ausencia de un sujeto que, por así decirlo, da testimonio de la misma. Conviene precisar que esta  naturaleza reiteradamente constatado es aquella en la que una acción sobre algo carece de efecto inmediato sobre lo que está espacialmente separado del primero; es asimismo aquella en la que un animal no puede hallarse en estado de superposición de vida y muerte; y desde luego es aquella en la que si hay dos individuos cada uno de ellos  tiene  rasgos que precisamente le individualizan, siendo absurdo decir que en realidad aun siendo dos sólo tienen una característica común (como si por el hecho de tener una relación gravitatoria la tierra y la luna dejaran de tener las notas propias de cada una). Pues bien:

 Sigue abierta la discusión sobre si este clásico comportamiento de las cosas es posible sin  el testigo que es el hombre. Sigue abierta, por dar un ejemplo, la cuestión de si  el llamado colapso de la función (por el cual el vivo-muerto aparezca inequívocamente como vivo o como muerto) pudiera ocurrir sin que el hombre abriera abra la caja dónde está depositado el animal. Y que  tal discusión no se hay clausurado es prueba de que la cuestión del ser del hombre, del singularísimo ser del hombre, es concomitante a la cuestión del ser de las cosas, a fortiori concomitante a la cuestión de las cosas animadas.

Radical contraste el de este caso en el  que la ciencia traspasa por su propio pie   la frontera de la filosofía, en la que la física se convierte por sí misma en meta-física,  con la instrumentalización de la ciencia con vistas a una imposible reducción naturalista de la especie humana...Pues  la ciencia es un producto del lenguaje, luego del hombre,  y en consecuencia,  la conversión  de este  en objeto de ciencia (su exhaustiva reducción naturalista) equivaldría  al círculo consistente en  pretender que el fruto de cuenta de su matriz.


[1] Entre otras cosas porque desde el punto de vista de la operatividad todas las interpretaciones son equivalentes, pues las predicciones cuánticas se verifican tanto si uno se acoge a una interpretación como si se acoge a otra. El combate entre las interpretaciones se debe tan sólo a razones de inteligibilidad. Un ejemplo: el proyecto efectivo de construcción de un ordenador cuántico quizás no exija toma de posición alguna en relación al problema hermenéutico.  Sin embargo a la hora de dar cuenta de cómo es posible un logro así (que implica mayor número de cómputos que el conjunto de partículas  que hay en el universo) la interpretación conocida como Many-Worlds, a aun Many- Universes podría ser fructífera.  En suma, la diversidad y hasta conflicto de interpretaciones puede dejar indiferente al pragmático, pero no deja indiferente al que exige inteligibilidad.

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7 de abril de 2017
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Poema 122

La flacidez

es un estado del cuerpo

en donde el alma

encuentra

su lastimoso

grado de holgura:

El alma

no pesa nada,

pero necesita

ocupar

un espacio justo

donde ejercer 

como una expandida

ave de presa

su potencia

sobre los paramentos

que la contienen.

Cuando la holgura

existe y la abraza

la abraza un jadeo

casi mortal.

La salud del alma,

Por el contrario, radica

en expandirse

como un ave de presa

y  cuello enhiesto

desde donde pronunciar

su son animal.

El vigor o su debilidad.

son el neuma 

que presiona 

en diferentes grados

sobre el continente

complejo del cuerpo

e imprime

en su artefacto

la consecuencia

de sentirse

en un estado pobre

o de progresión.

Tal como el sentir

sobre la tensa lona

en un velero

veloz

o como

una gran ola

de cuarzo

que por sí misma

determina la muerte

entera, el ahogo,

el estrangulamiento.

O la radiante

salvación. 

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7 de abril de 2017
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Poema 121

Patológicamente

la buena salud

es el estado menos

detectable

y apreciable

del cuerpo.

Basta que la carne rosada

se circunvale de salud

para que desaparezca.

Sin olor, sin dolor, sin rumor

Es así como la salud

se comporta a la manera

de como un fantasma

absoluto.

Se establece y lo borra todo.

Llega y nos extingue.

No siquiera queda

tras su paso

la huella que la delate

puesto que su naturaleza

consiste

en desnaturalizarse. 

Hacerse inconstatable.

Desde ella nada

es posible decir,

ni aullar, ni señalar.

Sólo es posible

,para la investigación,

atentar ominosamente

contra su invisible

entidad

de azúcar transparente.

Después una fiebre, un daño,

un gato peligroso

emana de su ausencia.

Gracias a él

o mediante alguna

otra alimaña

Tomamos en cuenta

el tiempo en que

residió en nosotros

contra el horror.

Porque sanos

no somos nada cierto

y sólo la enfermedad

nos devuelve la presencia.

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6 de abril de 2017
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Amores bestiales

Uno de los encantos de la factoría Disney ha sido su maestría a la hora de hacer hablar a los animales. La marginación del patito feo, el dolor por la muerte de la madre de Bambi o la profunda soledad de la Bestia han proporcionado, además de un animado marco moral, una muestra del poder transformador de la empatía. Fábulas con moraleja que han perpetuado los papeles de hombres y mujeres, y han propagado una idea del amor más propia de la ciencia ficción que de la realidad, hoy pretenden ser reescritas. Pero por mucho que blanqueen sus estereotipos prejuiciosos, la actualización del cuento de hadas sigue bra­ceando a la desesperada en su intento de poner al día los clásicos, quitarles moralina y querer convertir a Caperucita en feroz y al lobo en un animal maltratado.
A raíz del estreno de la nueva versión de La bella y la bestia, la crítica ha ensalzado el empoderamiento del papel femenino, que esta vez protagoniza una Emma Watson sobrada de carácter y despegada de la cursilería de las princesas rosa. Aunque otros se preguntan por qué la cinta no se ha atrevido a revisar la cada vez más borrosa frontera entre lo humano y lo animal, esa construcción cultural de la percepción humana que se impone sobre otras condiciones de ser. Y es que los animales ya no son lo que eran. En Holanda, por ejemplo, donde hay censados 17 millones de ciudadanos y más de 33 millones de animales de compañía, el Colegio de Veterinarios está presionando al Gobierno para imponer un seguro médico obligatorio para las mascotas. En Suiza, con una de las legislaciones más completas en materia de protección animal, estos tienen derecho a un abogado. Y en la siempre inesperada Canadá, una sentencia de la Corte Suprema dictaminó que las prácticas sexuales zoófilas son legales, siempre y cuando los animales no sean penetrados y no sufran ningún tipo de daño.
Enfoquemos el asunto desde otro punto de vista: en EE.UU. el comercio relacionado con los animales de compañía corrobora la tendencia a humanizarlos. En el 2015 el sector facturó más de 100.000 millones de euros en EE.UU., Europa y Japón. Ropa y joyas para perros, spas y hoteles para gatos, juguetes para hurones, e incluso ritos funerarios y cementerios. No es ni un fenómeno nuevo, pero crece la intensidad con la que las mascotas se apropian de un espacio que antes les estaba vedado. Un tercio de los españoles considera a su perro, su gato o su tortuga más importante que sus amigos. Ya viajan en metro, pronto se sentarán en los restaurantes y puede que acaben impartiendo clases de fidelidad incondicional, ese bien tan escaso en el mundo de los humanos. ¡Cómo sus dueños no van a tratar de “amorcito” a esas criaturas!
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5 de abril de 2017
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Poema 120

Un signo,

casi continuo  y desolador,

era la sangre

fluyendo mansamente

por la nariz,

días después del tratamiento.

No consistía

en una hemorragia

tormentosa

ni formaba

un pequeño torrente

con vigor.

Sino que manaba

un hilo colorado,

dulcemente,

desde las fosas

hacia el labio superior

y sin que su paso se hiciera perceptible

Deslizándose pues

como una secreción

natural y finita.

Un rastro colorado

llamaba la atención

principal de ese fluir

pero a él se sumaba

integralmente

un lecho de secreción

acuosa

transparente, fina y sumisa.

Era la seña conjunta

e indecible

de que adentro,

en las volutas

del organismo,

se hubiera destruido

o, mejor, desgastado

algo proverbial.

Fallo elástico

en algún conducto

o, simplemente,

en la general resistencia

de las vías centrales

o no,  

incapaces de

contener la energía

de la circulación

sanguínea

y de cualquier caudal.

Aún el más debil,

como parecía el paso  

de esa humedad sanguinolenta

huyendo sin prisa  

del cuerpo macilento.

Demolido o violentado 

hasta esa flaqueza

que ya se advertía

en la insólita fatiga 

con sólo la acción

de vestirse o desvestirse.

Y, en ciertos momentos,

con sólo el breve movimiento

de alzarse desde el asiento para

dar la mano a la visita.

Dos cuerpos:

el suyo nominado y él mío desdicho,

como una súplica,

Testimonio pre-letal (prenatal).

La última razón

geométrica

que separaría la

mi última existencia

de su paseante  extinción.

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5 de abril de 2017
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