Vicente Verdú
De diferentes puntos del cuadro,
en el centro de la tela,
aparecía su barba encanecida
y un puño verde del bastón esmerilado.
Una vara de apoyo impropia,
que difícilmente lo sostenía encorvado ante la mesa.
No era posible que regresara
de ningún paraje conocido
puesto que no existían precedentes
que lo hicieran imaginable bajo esa figura.
Yo le amaba desde muchos años atrás
y sin cesar lo amaba.
También lo temía,
y su sombra se había ahincado
a mi ilusión de escribir
Igual que la clave en un pianista,
Una donosura para un trapecista,
una exigencia para un creyente,
de esa molécula tan firme
que viví mucho tiempo alzado.
Y ahora, sin embargo,
en la terraza del café,
yo me acercaba con dificultad
a abrazarlo
mientras él venía armado
como de un bastón maldito,
tan grave como sin fuerza
Cada cual, en ese instante,
nos habríamos reconocido
como antiguos vivos transparentes
y sin transición, cerradamente,
como unos muertos pavorosos.