Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

NUESTRO GG EN TALLIN

Todo se encuentra en Internet, incluida la interpretación de la interpretación de la interpretación de una novela. Hace poco, hablé de la sensación extraña que me procuró la lectura de la reseña de la novela Nuestro GG en La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez, que leí en la revista «Encuentro de la cultura cubana». Sin entrar en detalles, donde yo veía un homenaje a Graham Greene en las letras GG, el autor de la reseña resaltaba que GG es tanto una pareja de escritores (Gutiérrez-Greene) como el G2 ; es decir, el servicio de contrainteligencia de la seguridad cubana.

¿Quién tiene la razón? Nunca lo sabremos, pero el misterio cobra un relieve nuevo con la lectura de una parte de la introducción a la recopilación de artículos de Green que publica el diario Times en internet. El texto cuenta el encuentro casual de Graham Greene con un modelo de espía, en Estonia, en 1934.

El episodio es una caricatura del mundo de Greene: encuentro casual en un avión, entre dos lectores de Henry James. Por una parte, Greene, aburrido y, cómo no, buscando un prostíbulo famoso en Tallin. Por otra, un católico, ex pastor y vendedor de armas de guerra y municiones que pertenece al Foreign Office, aunque su trabajo de verdad es el de espía.  Volviendo de Estonia, Greene concibe, para el guión de una película que nunca se hizo, el personaje de un vendedor de máquinas de coser marca Singer, que trabaja como espía para los servicios británicos.

Años después, pasando de un lado del Atlántico al otro, y cambiando de máquina electrodoméstica, tendremos a la figura famosa de Wormold, «nuestro hombre en la Habana», vendedor de aspiradores que finge llevar una red de espionaje y cobra de Londres un ingreso que no merece. Claro que pertenezco a la raza de los que no se equivocan dos veces. He leído mucho a Greene, y conozco a Cuba y nunca sospeché que la figura central de una novela habanera era una importación desde un país báltico. Al contrario: Wormold me parecía muy habanero. Bastaba mirar a la gente en la calle para saber de dónde mi GG sacaba su inspiración…

Leer más
profile avatar
10 de marzo de 2006
Blogs de autor

En defensa de una causa perdida

Terminé de leer El primo Basilio, de Eca de Queirós, y me resultó inevitable pensar que el adulterio es uno de los temas más perdurables de la literatura. (La novela cuenta la traición de la joven y encantadora Luisa, que engaña a su marido con el primo del título, con las consecuencias funestas que son de imaginar.) Ya David es adúltero en el arranque del Antiguo Testamento, como lo es Helena en La Ilíada; desde los albores del relato escrito hasta la pasión homosexual de Brokeback Mountain, el arco del adulterio como tema es tan constante en la narrativa como inconstantes son los hombres. Lo cual remite al tema del matrimonio, que lo antecede en la experiencia: para que exista el adulterio, hombres y mujeres deben haberse prometido fidelidad, un amor exclusivo. Al menos a mí, esta promesa me parece más sorprendente -¡y más misteriosa!- que el adulterio.

W. Somerset Maugham dice que el amor es una broma pesada que se nos juega para asegurar la preservación de la especie. Si así fuese, debería sernos natural la reproducción con cuantos socios se nos presenten cada vez que sucumbimos al celo, como ocurre con la mayoría de los animales. Y sin embargo, casi desde el origen de la especie, el hombre tendió a organizarse de manera monogámica. Me pregunto cuáles serán las razones. No creo que tengan que ver con la instauración de los tabúes, puesto que más allá de madres y hermanas y padres y hermanos, hay un universo de posibilidades amatorias que no conducen necesariamente a las estrecheces del matrimonio. Y en el caso de que coincidiésemos con Ambrose Bierce y dijésemos que el amor es una locura pasajera que se cura con el matrimonio: ¿qué representaría el adulterio? ¿Una recaída?

Dándole vueltas al asunto me encontré con algunas frases memorables, aun cuando muchas veces no coincida con lo que expresan. Las disfruté locamente, así que las comparto:

Cuando queremos leer sobre las cosas que se hacen por amor, ¿a qué recurrimos? A la sección policial de los diarios”. (George Bernard Shaw)

Matrimonio: el estado o condición de una comunidad formada por un amo, una amante y dos esclavos, lo cual al sumar resulta, en total, dos”. (Ambrose Bierce)

La cadena del matrimonio es tan pesada que hacen falta dos para arrastrarla –y a veces tres”. (Alejandro Dumas)

El matrimonio es una amistad reconocida por la policía”. (Robert Louis Stevenson)

El matrimonio es la única aventura permitida a los cobardes”. (Voltaire)

El amor es una cosa ideal, el matrimonio es una cosa real; la confusión de lo real con lo ideal nunca se salva de recibir castigo”. (Goethe)

Soy consciente de lo inadecuada que parece hoy la institución matrimonial, o cuanto menos la pareja monogámica, dadas las veleidosas características de la especie. Pero contra todo argumento racional, elijo seguir apostando a la relación exclusiva entre dos, por lo menos mientras exista el mutuo consentimiento. Ya sé que se trata de un salto de fe, y que existen montañas de evidencia en mi contra. Pero después de todo, yo soy de los que creen en la posibilidad de la justicia social y de la paz entre los hombres. ¡Yo soy de los que creen en la novela! De allí a creer en el amor perdurable entre dos hay tan sólo un paso. Lo mío, está claro, son las causas perdidas.

Leer más
profile avatar
10 de marzo de 2006
Blogs de autor

LOS ESTRAGOS DEL TIBURÓN

La primera novela que leí fue “Tiburón” de Peter Benchley. Yo tenía nueve años, y mi papá –que era un pesado- me insistía para que leyese libros sin dibujitos. Un día fuimos a una librería, y en la portada de uno de los libros figuraba un escualo gigante persiguiendo a una calata. Yo dije: “quiero ése”, y papá no tuvo más remedio que comprarlo.

Cumpliendo mis expectativas, en la primera escena del libro, una pareja se besaba de noche en la playa. Como parte del calentón, la chica decidía darse un baño desnuda. Benchley describía su cuerpecito chapoteando entre la espuma, inocente pero pecaminosa. A mitad de su baño, súbitamente, algo empezaba a seguirla. Era nuestro protagonista, que tras un breve acecho, la devoraba con profusión de sangre y vísceras. Era lo mejor que había leído en mi vida.

El resto de la novela era más aburrida. Pasaba algo con la esposa del sheriff. Creo que estaba insatisfecha con su matrimonio, o algo de eso, que por entonces me daba igual. Lo que me molestaba era que la mayoría de los cadáveres aparecían ya destazados, sin descripciones de su combate contra la muerte. La verdad, no me interesó mucho el libro, hasta que encontré algo que no había visto en mi vida: una metáfora. Era bastante boba, la verdad, pero me llamó la atención: ocurría cuando la esposa del sheriff se sentaba en el water durante un día de verano. El autor escribía, si mal no recuerdo, que la señora orinaba “como si le hubiesen vaciado una bolsa de hielo en los riñones”.

Nunca se me había ocurrido que alguien pudiese orinar como si le hubiesen vaciado una bolsa de hielo en los riñones, pero traté de imaginarlo, y pensé en un incontenible chorro de agua vaciándose en el water, como si la mujer se derritiera por dentro. Esa descripción me pareció casi tan fabulosa como la escena del tiburón persiguiendo a la calata.

A partir de ese libro, continué leyendo. Devoraba todo lo que encontraba en la biblioteca de mis papás. Comencé con novelas policiales de Agatha Christie, continué con los autores del boom latinoamericano, leí hasta a Marx. Por supuesto, no entendía ni la mitad de lo que leía, pero era voraz, y siempre encontraba cosas que me llamaban la atención. Había descubierto la capacidad de viajar a otros mundos hechos de palabras, y la capacidad de las palabras para convertir cualquier mundo en una aventura.

Hace un par de semanas supe por el periódico de la muerte de Peter Benchley, y la lamenté. Él no revolucionó la literatura universal, ni el lenguaje literario. Pero me cambió a mí.

Leer más
profile avatar
10 de marzo de 2006
Blogs de autor

¿Quién es más progre?

Puede parecer que todos los telediarios del mundo son iguales e igualmente patibularios, pero no es así. Hay considerables diferencias entre los informativos de la BBC inglesa, de las TF francesas o de las cadenas-basura de Berlusconi.

En una apresurada comparación, lo que más me ha chocado de los telediarios ingleses y franceses es el escasísimo tiempo que dedican a los deportes. Habituado al modelo español, estos telediarios europeos parecen dirigidos a los doctores de filosofía.

Las cadenas francesas son las más exageradas. Apenas uno o dos minutos dedican al deporte. Los entes españoles, en cambio, suelen darle casi la mitad del tiempo y algunas autonómicas, como la catalana, más de la mitad. Es muy frecuente que los telediarios españoles abran con noticias deportivas, como cuando dimitió aquel señor del Real Madrid, algo que jamás sucedería en Europa.

¿A que se debe la diferencia? ¿Al raquitismo espiritual del directivo español, o, muy al contrario, a la escasa inteligencia del ejecutivo francés? Porque cabe la posibilidad, frente a lo que pueda parecer a primera vista, de que los informativos que sólo se ocupan del deporte, como los españoles, sean los dirigidos por verdaderos filósofos, escépticos sobre la capacidad informativa de la TV, o sea, posmodernos, zizekianos, jamesonianos.

Aunque la tradición de izquierdas sostenga que el deporte es un instrumento de enajenación en manos de administraciones derechistas y ultraderechistas, cabe pensar que esto ya no es así, que eso es algo antiguo.

Si tenemos en cuenta que en España hay más izquierdistas que en el resto de Europa junta y que en Cataluña todo el mundo es de izquierdas, incluidos los abades de Montserrat, entonces el ingente espacio de los deportes en los informativos es un signo de progreso. Esto es científico.

En cuyo caso serían los franceses e ingleses quienes aún miran los telediarios con la ingenua pretensión de informarse sobre algo que les concierna. ¡Pobre gente! ¡Qué atraso!

Leer más
profile avatar
10 de marzo de 2006
Blogs de autor

La censura de los niños

Me han censurado. Y lo peor de todo, me han censurado un cuento infantil.

Lo ha hecho una editorial de algún país que no mencionaré, porque soy un cobarde y sigo trabajando para ellos a veces y, en general, guardo un gran respeto por toda la gente que me da dinero. Pero quiero denunciar los hechos y elevar mi protesta.

El objeto de censura fue un león. Para ser precisos, un león gay. Bueno, no era gay. Es sólo que, como rimaba, puse que el león “llevaba falda roja y zapatos de tacón”. Era gracioso un león con tacones. Y rimaba. Pero los editores sugirieron que la dudosa identidad sexual de ese felino podía romper la armonía familiar. Ellos imaginaban la pregunta fatídica del niño lector:

-Papá ¿Por qué lleva falda el león?

El papá podía responder:

-Porque se ha equivocado.

O también:

-Porque es un cuento.

O, a fin de cuentas:

-Porque es homosexual.

Pero según los editores, el papá tendría una reacción como:

-Eh… bueno… verás… los pajaritos y las abejitas se reúnen… pero nunca las abejitas con los abejorros ni los pajaritos con las pájaras… o sea…

Y luego llamaría a la editorial a protestar, y luego los denunciaría por corrupción de menores. No quiero ni imaginar cómo se educarán los pobres hijos de esos editores.

Pero lo cierto es que esos editores no son los únicos. Muchos editores infantiles de EE.UU. se quejan de que deben traducir hasta las ilustraciones de sus libros, porque no pueden poner una botella ni un cigarrillo ni una falda demasiado alta. En los países de habla hispana suelen ser menos mojigatos, pero es obligatorio que el cuento esté lleno de mensajes positivos y ñoños con personajes que no levantan la voz y situaciones pacíficas que en ningún caso puedan inspirar al niño a hacer cosas tan graves como pensar.

Será que estoy viejo. Yo me eduqué con Caperucita Roja, donde un lobo se comía a una señora y luego le abrían el estómago a hachazos para sacarla. Y con Blanca Nieves, que dormía con siete enanos pervertidos. Y con miles de princesas que huían de sus padres, dragones especializados en acoso sexual y brujas que arrojaban a niños en calderos humeantes. Y no soy un psicópata. Al menos, no por eso.     

Pero me temo que los editores no son los únicos culpables: nuestra sociedad está equipada con una manada de psicólogos, educadores, jueces y profesionales dedicados a que los niños no vean nada del mundo real y crezcan en un mundo color de rosa en el que a los niños los trae de París una cigüeña heterosexual.

Lo curioso es que los niños son cada vez más despabilados, y a menudo saben todo lo que hay que saber de la vida y mucho mejor que los padres. Me pregunto si esos cuentos no son en realidad para ellos, para los padres, como un tranquilizante para que sientan que el mundo es color de rosa y que sus hijos no están expuestos a la realidad. Imagino que los padres se leen esos cuentos mutuamente en la cama, por las noches, mientras el niño asiste a las orgías del colegio. 

Leer más
profile avatar
9 de marzo de 2006
Blogs de autor

Canciones que nos cuentan

No sé si echarle la culpa al Nick Hornby de High Fidelity, o a la reciente revisión de Manhattan, donde el personaje de Woody Allen compone una lista de aquellas cosas por las que vale la pena vivir. O si responsabilizar al cantante James Blunt, que en una entrevista concedida a la revista Rolling Stone eligió a Hallelujah, de Leonard Cohen en versión de Jeff Buckley, como su canción favorita. Lo cierto es que me encontré preguntándome cuál es la música por la que siento que esta vida vale la pena. Concuerdo con Blunt, el Aleluya cantado por Jeff Buckley figuraría en mi Top Ten de Canciones que me llevaría a una isla desierta. Debería haber algo de Los Beatles, inevitablemente. Algunas de las canciones de amor más simples, como Madera noruega o Tienes que esconder tu amor; pero imagino que, en el estado entre apocalíptico y nostálgico que me invadiría en la isla, lo más lógico sería quedarme con A Day in the Life, o Strawberry Fields Forever. Tampoco faltaría una canción de The Smiths, o de Morrissey como solista: digamos The Boy With the Thorn in His Side. Charly García también quedaría representado, quizás con Inconsciente colectivo, o tal vez Canción de Alicia en el país, de su época con Serú Girán. De U2 me llevaría All I Want Is You. (No tengo dudas, estos días de U2-manía en la Argentina me obligaron a revisar todas las canciones del repertorio de los irlandeses.) Not Dark Yet, de Bob Dylan. (Ante la imposibilidad de elegir una sola canción de Dylan de acuerdo a un criterio racional, se impone dejar libre al instinto.) Thunder Road, de Bruce Springsteen. ¿Cuántas van? Me quedan tres… Algo de Peter Gabriel, por supuesto: Red Rain, por ejemplo. O Here Comes the Flood, en la versión a solas con el piano. R.E.M. tiene que figurar, sí o sí. La elección es difícil, pero me quedo con Nightswimming. Lo cual me deja con tan sólo un puesto más…

Lo divertido de estas elecciones es cuán reveladoras son respecto del alma de uno: una perfecta radiografía. Cualquiera que lea mi listado comprenderá a simple vista que soy una criatura criada al calor del rock, y que privilegio los estados de ánimo que van de la melancolía y lo elegíaco hasta los himnos asertivos, casi religiosos que U2 y Springsteen ejecutan tan bien. También es evidente que prefiero el rock cantado en inglés; debería ser un tanto más correcto en lo político y elegir algo más en español, pero ¿a quién le importa ser políticamente correcto en una isla desierta?

Imagino que si hiciesen el mismo ejercicio se encontrarían con un espejo de sus propias personalidades, que en algunos casos hasta podría sorprenderlos. En muchos casos las músicas que elegimos tienen un valor extra, porque las vinculamos a momentos particulares de nuestra vida, y por ende las convertimos en parte de nuestra historia; dejan de ser canciones a secas, para convertirse en canciones que nos cuentan.

Se me ocurrió elegir algo de Sinatra para el puesto que me quedaba, pero esto de la historia modificó mi mano a último momento. Me llevaría Para la libertad, el poema de Miguel Hernández musicalizado por Serrat.

Y creo que con eso lo he dicho todo.

Leer más
profile avatar
9 de marzo de 2006
Blogs de autor

Grandes animales domésticos

Las Torres, emblemas inevitables, no representan tanto la soberbia del poder cuanto la comprensible satisfacción del poderoso, diría yo. Por eso, con el tiempo, se convierten en pisapapeles.

Ayer por la noche la más bella de las torres, la de Eiffel, estaba envuelta en un sudario de niebla gris y amarilla. La cabeza no era visible, pero el haz de luz que emite día y noche atravesaba las nubes bajas y giraba con la chiflada inquietud de los focos antiaéreos.

Me pareció amenazante, aunque próxima. Más exactamente, un animal vivo al que se puede amar, pero con el que resulta difícil convivir. Un animal fruto de algún aspecto secundario del matrimonio y al que los cónyuges han olvidado.

Cuando la armaron, era el modelo universal de la proeza técnica, un apasionado canto de amor al hierro, ese material con el que se construyó la sociedad burguesa por fuera y por dentro.

Ayer llovía levemente, pero por un instante emergió la cabeza de la torre entre los celajes que se rasgaban a gran velocidad y el ojo luminoso que gira en forma de uve pareció descender hacia la tierra. Fue como si el animal me mirase con distraída curiosidad, quizás pidiendo que lo sacara de paseo.

Comprendí que King Kong se empinara a la cabeza del Chrysler Building. Es una metáfora simple y hermosa, digna de anidar en la cabeza de un mono tan noble. Ningún animal, sin embargo, podría encaramarse a la torre Eiffel porque ella misma ya es un animal y no ha producido crías.

Pasado el siglo de hierro, en la actualidad la torre es un personaje doméstico, un héroe o un dios tutelar, un pigmeo nacido en aquellos bosques de helechos gigantes que hoy llamamos petróleo. Sus tremendas patas ya no exigen respeto y admiración por el talento técnico de los humanos, ya no es la torre de Nemrod. Más bien inspira ternura y compasión, como un animal demasiado grande y demasiado viejo para tenerlo en casa.

A veces y por puro afecto, estos grandes animales se acercan al amo en busca de cariño, y lo aplastan sin deliberación ni malicia. Heidegger habla de esto.

Leer más
profile avatar
9 de marzo de 2006
Blogs de autor

DUDAS Y ESTILO

Como francés, no puedo comentar la calidad del Diccionario Panhispánico de dudas que publicó la Real Academia Española. Tengo varias razones para callarme. La primera es mi admiración por la RAE: hace un trabajo de verdad; no es el caso de la Académie Française. La edición del Quijote de la RAE para el cuarto centenario de la publicación de la primera parte de la novela es un regalo que me acompañará toda mi vida.

Segunda razón: como hispanohablante en proceso permanente de formación me siento lleno de dudas. Mis dudas superan lo que se puede recopilar en cualquier diccionario, pues voy viajando por España y América Latina, es decir en la centrifugación acelerada de un idioma entre culturas y países.

Pero la tercera razón, la más importante, es el tratamiento extraño que me da el motor de búsqueda del diccionario (htttp://buscon.rae.es/dpdI/) cada vez que lo consulto. Pregunto “guagua”, que es tanto un niño como un autobús, según los países, y el diccionario me contesta “La palabra guagua no está registrada en el DPD”. Pasa lo mismo con “carro” que es lo que los españoles llaman un coche. Aún peor: el diccionario que no conoce “carro”, me propone “cartero”, “claror” y “arroz” como casos de “escritura cercana”.

Cada visita me permite encontrar un bulto de dudas. El diccionario me deja en esa, como se dice en Cuba, y como no lo sabe el motor de búsqueda, es decir que el diccionario en línea no cumple lo prometido. O lo cumple demasiado: en lugar de tener una repuesta, tengo una duda sobre mi pregunta: ¿Cómo se escribe guagua y carro? Quizás me equivoque.

De un diccionario de dudas no se puede esperar certezas. Y por eso no hago ninguna crítica a la RAE. Más bien le hago una sugerencia. En lugar de luchar contra las dudas que hacen parte del encanto de un idioma plural, sería mejor producir un pequeño libro de estilo. Conocemos el famoso The Elements of Style de William Strunk Jr. y E.B. White, que utilizan todos los estudiantes en EE.UU. Es un libro que dice en muy pocas palabras cómo se escribe de manera sencilla y directa para ser entendido sin confusión. Es lo que necesitamos. Uno puede vivir con dudas (la vida no es otra cosa que la convivencia con dudas) pero ¿quién puede prescindir del estilo?

Leer más
profile avatar
9 de marzo de 2006
Blogs de autor

DE PLATERO A CAPOTE

Mi plan para hoy era hablar de Juan Jamón Jiménez. Pertenezco a la generación que tenía que leer extractos de Platero y yo en el instituto y le guardo cariño a la figura del viejo maestro. Creo que se debe también a mi amor por la palabra “golondrina” (supera el feo “hirondelle” del francés que además es una vieja palabra de argot que significaba “policía”). Bueno, no voy a insistir, tengo una deuda pendiente con Juan Jamón Jiménez y me parecía obvio explicar que Platero y yo es una versión anticipada del blog literario.

El problema es que ahora, lo siento, pero es imposible seguir con el plan, debido al éxito del actor de la película Capote en los oscars. Cuando el cine se mete en literatura hay que tener mucho cuidado, puede pasar cualquier cosa y tengo que dedicar estas líneas matutinas a una especie de fe de erratas. Claro que In cold blood (A sangre fría) es un gran libro, la obra maestra de lo que Norman Mailer, que tanto odiaba a Capote, llama “faction” (mezcla de facts y fiction, de hechos y ficción). Pero no hay que equivocarse, con Capote alcanzamos una de las cumbres del arte de la ficción en el siglo XX y no se puede permitir que el éxito de un actor en los oscars despiste a los amantes de la literatura. Basta leer Otras voces, otros ámbitos, la primera novela de Capote para entender que se trataba de un artista apuntando a lo mejor. Su final trágico y ridículo no puedo esconder lo obvio: si uno quiere entender cómo se debe escribir, hay que leer a Capote. Aquí están mis propuestas.

La mejora novela, sin duda, sigue siendo Desayuno en Tiffany’s. Otra vez hay una gran amenaza del cine, pues Audrey Hepburn es una cosita que puede romper cualquier corazón. Siempre recordaré la tarde de otoño en Nueva York donde descubrí la novela. No tenía plata y esperaba un vuelo charter en un YMCA donde alguien había escrito un poema pobre en una pared:

“October is windy,

November is chilly,

To stay at the YMCA is so swell”.

(Es tan malo que no lo voy a traducir, pero para mí se vincula con Capote).

El mejor texto de Capote es un cuento-recuerdo que aparece en un libro titulado The dogs bark (Los perros ladran). El texto se titula “Lola” y cuenta la historia de un cuervo que cree ser un perro. La historia tiene lugar en Sicilia y me bastaría haber escrito algo parecido para morirme feliz. En el mismo libro hay un relato de un encuentro con la escritora francesa Colette cuyo título español debe ser “La rosa blanca”. Nadie lo puede leer sin sacar fotocopias para sus amigos.

Finalmente, si uno quiere entender lo que va haciendo al escribir, hay que leer la introducción a los cuentos Música para camaleones. Capote explica que cuando Dios le da a uno un don, también le regala un látigo para la autoflagelación. Es cierto, pero como los oscars no decían nada sobre el látigo, tuve que abandonar a Juan Ramón Jiménez, sus golondrinas y su viejo burro.

Leer más
profile avatar
8 de marzo de 2006
Blogs de autor

Quejosos, narcisistas y maníacos

Pocos días atrás, un artículo del New York Times hablaba de la adaptación al cine de Ask the Dust (1939), la novela de John Fante. El texto revisaba la historia del casi desconocido autor norteamericano, que en vida fue opacado por gente como John Steinbeck y Raymond Chandler, y también revisaba la ordalía que protagonizó el guionista Robert Towne (Chinatown, Shampoo) para llevar un libro ignorado a la pantalla. Lo que me conmovió del artículo fue, sin embargo, una cuestión tangencial. Recordando su primera lectura de Ask the Dust, Towne habla del protagonista de la novela, Arturo Bandini -un transparente alter ego de Fante- y lo define de esta forma: “Bandini era quejoso, narcisista, maníaco depresivo -¡era un escritor!” La frase me pegó en el plexo solar. Yo era consciente de que en los últimos años, el período más febril de mi carrera literaria, mi tendencia a quejarme con amargura, a sentirme el centro del universo y a sumirme en humores de perros había crecido a un ritmo exponencial. Y ahora aparecía mi admirado Towne, diagnosticando el mal con unas frases secas que podrían figurar en uno de sus guiones:

TOWNE

(FASTIDIADO)

No sé por qué se sorprende, Figueras. ¿Qué se puede esperar de un escritor? Comprendí que el diagnóstico se aplicaba a casi todos los escritores que conocía. (El casi lo pongo para permitir a mis amigos la fantasía de la excepción.) Nos quejamos demasiado. Vivimos pensando que el mundo nos niega la atención que merecemos. Y como en efecto tiene el buen tino de ignorarnos, o en el mejor de los casos nos trata con displicencia, nos la pasamos gruñendo por los rincones. ¡Pobres de aquellos que lidian a diario con nuestras nubes negras: editores, periodistas, representantes, amores, familia!

No puedo poner las manos en el fuego por los escritores que no conozco, ni por los que ya se han ido, pero tengo la intuición de que la regla también les cabe, más allá de las lógicas excepciones; en los mejores casos, se trataría de gente que posee las mismas neurosis pero tiene más éxito a la hora de manejarlas. Mi única esperanza al respecto es recibir membresía en este grupo. No aspiro a volverme menos quejoso ni menos narcisista: ¡me conformaría con que no se me note!

Por supuesto, Fante tenía motivos para su malhumor. Se sentía marginado por su origen italiano, y hasta le echaba la culpa de su fracaso a Hitler, porque la editorial que publicó Ask the Dusk había sufrido enormes problemas a causa de su edición de Mein Kampf, de Adolf Hitler. ¿Pero no alegamos todos motivos igualmente razonables para justificar nuestras depresiones? ¿Y no encontramos enemigos poderosos, o los inventamos de ser necesario, para hacer comprensibles nuestras derrotas?

Rodrigo Fresán me recordó hace un par de días algo que Truman Capote le dijo a Edmund White: “Bueno, ya sabes, uno escribe unos cuantos libros… El resto es una vida horrible”. No negaré que el esfuerzo de crear “unos cuantos libros” inolvidables es prometeico, y que puede obsesionar al escritor al punto de convertir al resto de su vida en una pesadilla monomaníaca. (Consideren, por ejemplo, los años finales de Eugene O’Neill.) Pero ese es el punto donde yo me bajo, o al menos pretendo bajarme. Yo aspiro a tener una vida hermosa. A sentirme agradecido por mis días, a no perder sensibilidad ante la necesidad del otro, a ejercitar mi buen humor. Si esta renuncia a las vestimentas del escritor significa que aquellos libros de los que hablaba Capote no vendrán…. pues que no vengan. Apostar la felicidad a un logro literario es tan insensato como creer que Bush es un propulsor de la democracia en el Medio Oriente: una receta para el desastre.

En caso de que perciban en mí actitudes de escritor-Rey Sol-maníaco depresivo, les pido que me lo hagan notar. Les estaré agradecido. (Y mi familia, ni les digo.)

Leer más
profile avatar
8 de marzo de 2006
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.