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Palinuro

“Tengo una sola ambición: escribir un libro que se mantenga vigente durante diez años”. El audaz propósito de Cyril Connolly, escrito en 1938, se ha cumplido con creces. Setenta años más tarde sigue siendo reeditado. Su mérito es mayúsculo porque no es un novelista, sino un crítico literario. ¿Caso único? ¿Qué comentarista de las letras de los años treinta podemos leer en la actualidad? No ha aguantado ni siquiera Edmund Wilson. En realidad, con aquella frase Connolly señalaba hacia un agujero negro que no ha hecho sino crecer. “Digo diez años porque ése es el tiempo que llevo escribiendo sobre libros y porque puedo afirmar (...) que dentro de poco escribir libros que duren una década, especialmente los de ficción, será un arte extinto”. De Connolly a Juan Marsé ese temor no ha desaparecido sino que se ha intensificado. Hay matices. En tiempos de Connolly el problema afectaba a la rapidez con la que pasaban de moda los autores, a causa del estilo. En consecuencia dice: “Es preciso buscar una calidad que mejore con el tiempo”. Connolly creía que una radicalización del arte literario produciría libros más longevos. Sus modelos para la duración son irreprochables: Eliot, Yeats, Forster.. bueno, y Maugham, el único patinazo de época. Nosotros no podemos contar con ese remedio. Un libro aguanta en librería lo que tarda en venderse. Si no vende, desaparece. Ha de vender mucho el primer mes si quiere durar un año. Y muchísimo el primer año si quiere durar dos. Cuanto mayor sea la exigencia artística del texto, menos posibilidades tiene de durar. Para durar, en todo caso, ha de aplicar la fórmula opuesta y rebajar todo lo posible la calidad artística. Es cierto que algunos libros indudablemente artísticos han alcanzado grandes ventas y se han mantenido años en librerías, como ciertas novelas de Marías, pero hay una variante fundamental. Connolly citaba dos poetas y dos novelistas. Nosotros ya no podemos, honradamente, incluir a los poetas. Ha caído la reina. El rey es más vulnerable que nunca. También intuyó este proceso implacable de acabamiento de la poesía: “Poetas que discuten sobre poesía moderna. Chacales que gruñen en torno a un manantial seco”. Esto escribe en su más famoso libro, La tumba inquieta. Y por esas cosas raras de la vida, como dice la canción, ahora se publica en España una edición de Connolly como no la hay en ningún idioma europeo, incluido el inglés. Admirable trabajo de Miguel Aguilar, Mauricio Bach y Jordi Fibla para la editorial Lumen. Figuran dos artículos que no incluye la edición británica: “Los diplomáticos desaparecidos” (1951) y “Barcelona” (1945).

* Un tertuliano preguntaba por la historia de Piaget. Está en: Douwe Draaisma, Why life speeds up as you get older. How memory shapes our past, Cambridge UP.

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8 de diciembre de 2005
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Chávez, ausente y en todas partes

Estoy en Caracas. La República bolivariana de Venezuela ya no es una democracia según el criterio de Montesquieu. La ausencia total de la oposición en el cuerpo legislativo desde las elecciones del domingo pasado pone un punto final a la separación de los poderes. Los tres - ejecutivo, judicial, legislativo – actúan bajo la orientación de una fuerza política única, el chavismo, cuyo único líder es Hugo Chávez.

Me cuesta un poco de esfuerzo encontrar un cartel que se despegue de una pared: “democracia, participación, cristianismo es socialismo”. No hubo mucha propaganda, menos que en otras votaciones, me dicen amigos. Milagro del poder político cuando roza el absolutismo: ya no es necesario mantener la visión permanente de la autoridad. La intuición se confirma al entrar a la librería Alejandría 1, en el paseo de Las Mercedes. Antes, es decir aún a principios de 2005, había una mesa dedicada a Chávez. Revisando la oferta, veo que sólo hay un libro que sobresale, el “Chávez sin uniforme” de Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka. Es un retrato excelente y poco común por su forma: se parece a una novela de aprendizaje. El lector no sigue tanto una cronología sino la historia de la formación de un ego de un tamaño descomunal. Al salir compro la revista Exceso que tiene un artículo sobre la blogosfera venezolana. Revisando el texto, veo que Montesquieu puede preocuparse: ya no hay separación de lo real y lo virtual, pues la fractura entre oficialismo y oposición existe también en el ciberespacio.

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8 de diciembre de 2005
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Nadie, nada, nunca

Se me escapó, el martes por la noche, un homenaje a Juan José Saer en la Maison de l’Amérique Latine. El evento me parecía inverosímil: el escritor argentino llevaba casi cuarenta años viviendo en Francia. Era más parisiense que muchos parisienses. Tanto, que consiguió la rarísima hazaña de publicar la traducción al francés de una novela suya con el título original en castellano: “Nadie, nada, nunca”. Al ver que no conseguía ir al evento me dediqué a recordar si otro escritor latino impuso así el español al francés. En los últimos años creo que no hubo nadie.

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7 de diciembre de 2005
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El Che

Asistí a una tertulia literaria en el antiguo hotel Montecarlo, un hermoso edificio antiguo de mármol en la Rambla de Barcelona. Entre los participantes había un argentino especialmente entusiasta y notablemente culto, que comentaba todo con mucha soltura y conocimiento. En todas partes hay un argentino, pero éste, con su bigote y su pelo largo, me recordaba a alguien. En un receso, me le acerqué. -¿No nos conocemos? Yo soy Santiago, soy peruano. -Hola. Yo me llamo Rubén. -¿Eres escritor? -No, soy el Che Guevara. -Ah. Entonces recordé. Rubén es una de las estatuas vivas de la Rambla. Ahí, entre tiendas de mascotas y florerías, entre marcianos, vampiros y esfinges, él ocupa un taburete, fuma un habano, se pinta de un sepia oscuro y se pone un uniforme de camuflaje. Si le tiras una moneda, recita los discursos del Che: “sobre todo sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”, esas cosas. -¿Cuánto tiempo al día te pasas en la Rambla? -Cinco horas. -Debe ser agotador ¿No? -Más difícil se me haría pasar ocho horas sentado en una oficina. -¿Siempre has trabajado en la Rambla? -No, viajo mucho. Hay una asociación internacional de estatuas vivas en Holanda, y siempre estamos reuniéndonos y promoviendo nuestro trabajo. -Ya. Me dio una tarjeta antes de irse. Ustedes también lo pueden visitar en www.elchevive.org

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7 de diciembre de 2005
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Algo en que creer

¿Necesitamos héroes? Porque el mundo real está lleno de supervillanos, aunque hayan aprendido a camuflarse con los vestuarios del empresario, del estadista y del líder religioso. (Esa fue una de las grandes intuiciones de Ian Fleming, cuyas novelas de James Bond no estaban nada mal: en el mundo contemporáneo, los mejores villanos son siempre hombres de negocios que navegan los ríos de la política y las aguas del crimen tan sólo para aumentar sus ganancias: el Dr. No, Le Chiffre, Goldfinger.) Está claro que nos vendría bien un poco de ayuda en esta batalla desigual. Pero en ese caso, ¿dónde están los héroes? En el cine de hoy, el heroísmo tiende a ser interpretado por personajes de historieta (Batman, un Superman que regresa, los X-Men, Spiderman & Co.) que enfrentan a villanos tan coloridos como ellos para que todo siga igual. Son, en esencia, criaturas anacrónicas, concebidas durante un tiempo en que todavía se creía en la bondad del sistema imperante. (Nótese que los personajes mencionados han sido creados en los Estados Unidos, entre las décadas del ‘30 y del ’60: ninguno después.) Por eso trabajan para perpetuar ese sistema, en vez de derribarlo para crear otro más justo; son conservadores en esencia. Pero por supuesto, hay excepciones como The Constant Gardener, la novela de John Le Carré y también la película de Fernando Meirelles. Allí hay un héroe realista: involuntario, porque no elige serlo sino que se ve virtualmente obligado por las circunstancias; torpe y solitario, en su lucha contra un poder que lo supera con creces; y que cambia nada, o poco, a un precio demasiado alto: ¡pero al menos trata! Por supuesto, cuando uno va a ver las películas de superhéroes sale exaltado. (O al menos esa es la intención de sus productores; por lo general uno sale deprimido por lo malas que son.) Y cuando va a ver The Constant Gardener sale al borde del suicidio; no es lo que se dice el mejor programa para un sábado por la noche. La pregunta es: ¿podemos crear héroes que se enfrenten al Mal que hoy conocemos, en el contexto de relatos que nos exalten en lugar de deprimirnos? En su momento, Matrix demostró que era posible. La tragedia fue que las películas 2 y 3 ya no fueron dirigidas por los hermanos Wachowski, sino por la mismísima Matrix, que destruyó la revolución desde adentro.

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¿Por qué las ficciones hispanoamericanas son tan poco afectas a la creación de héroes? No será porque no los necesitemos. Imagino que debe tener algo que ver con nuestra desconfianza respecto de las instituciones. Los angloparlantes depositan en ellas buena parte de su religiosidad, necesitan creer en su sistema, comulgan con él; en este sentido los superhéroes son santos laicos, embajadores del Bien Supremo. Pero los hispanoparlantes sabemos que las instituciones no han hecho gran cosa por nosotros, más allá de instrumentar la explotación y la represión: ¿por qué aplaudiríamos a alguien que defendiese un sistema que aunque se disfrace de oveja, nos enseña dientes de lobo a la primera de cambio? Lo más frecuente es que nuestros héroes sean pícaros, gente que vive al margen del sistema o que lucra con sus sobras, y que en ocasiones aprovecha la oportunidad de humillar a algún poderoso. Son más bien antihéroes, o a lo sumo héroes trágicos como el protagonista de El Eternauta, la ya clásica historieta de Héctor G. Oesterheld y Solano López: alguien que se ve impulsado a acciones heroicas tan sólo porque quiere recuperar a su mujer y a su nena. El héroe del mundo hispanoparlante es siempre remiso: hace algo porque no tiene más remedio. Si le diesen a elegir, se quedaría en casa haciendo nada. Para actuar en el mundo hay que creer en algo, y la vida en el Tercer Mundo lo forja a uno en el escepticismo. Todo lo que queremos es que nos dejen vivir y que no dañen a nuestros afectos, con eso nos damos por contentos. Los héroes de The Constant Gardener y de El Eternauta parten de la devastación que produce la pérdida de alguien querido, la irrupción de la Historia en el mundo privado: sólo entonces reaccionan, sólo entonces despiertan. Algo parecido a lo que le ocurrió al héroe-narrador Rodolfo Walsh, que hasta 1956 era apenas un periodista, traductor y escritor de cuentos policiales. En el verano del 57, frente a un vaso de cerveza, alguien se le aproxima y le dice: Hay un fusilado que vive. La frase lo pone en movimiento. La promesa de una aventura real lo fuerza a salir de su torre de marfil, y Walsh acepta mezclarse con la Historia para producir una investigación periodística primero (el fusilado era uno de aquellos peronistas a los que la represión policial baleó en un basural de José León Suárez, en junio de 1956) y después uno de los libros más importantes de la literatura argentina del siglo XX: Operación masacre, que inventó la non fiction novel nueve años antes de que Truman Capote publicase A sangre fría. Otro héroe remiso es el Corto Maltés, aquel de las maravillosas historietas de Hugo Pratt. Al mejor estilo del Bogart de Casablanca, el Corto es de aquellos que dice no creer en nada más que en su propio provecho. Su discurso es escéptico, pero su práctica es romántica: el Corto es dueño de una ética vital que no le deja otro remedio que exponer su propio cuerpo para refrendarla. Parece ser que para creer aunque más no sea en la existencia de una ética personal hay que irse al pasado, como también lo demuestra el éxito de las aventuras del Capitán Alatriste. Al menos Alatriste demuestra que es posible que consagremos hoy a un héroe, que no sólo estamos en condiciones de reconocerlo como tal, sino además de valorarlo. Algo en lo que creer, por fin.

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Esta noche iré al Malba. Estrenan un documental llamado El último confín, sobre una de las tantas quijotadas que han protagonizado en los últimos años los muchachos del Equipo Argentino de Antropología Forense. Ellos son mis héroes desde hace tiempo.

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7 de diciembre de 2005
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Menos Europa

Tras cinco meses de silencio, el gobierno de Tony Blair ha formulado su propuesta de presupuesto europeo, que se puede resumir en dos palabras: menos presupuesto. Un 8% menos de dinero para los nuevos estados miembros, un recorte de 8.000 millones de euros en el cheque británico y una rebaja de las cuentas comunitarias. O sea, que los gobiernos gasten más en casa y menos en la Comunidad Europea. Tradicionalmente, este tipo de propuestas inglesas recibía una rápida y contundente respuesta de Francia, escandalizada por la falta de conciencia social y el excesivo liberalismo de los ingleses. Pero Francia está callada. Y no es para menos. La cuna de la democracia moderna lleva una temporada de fracasos. Después de encumbrar al ultraderechista Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones, sus ciudadanos rechazaron la Constitución Europea en un referéndum. Como cereza del pastel, la violencia callejera del último mes descubrió que su modelo de integración social está desintegrado. Francia no debatirá mucho en el plano internacional, porque ya tiene bastante con contener el previsible avance del Frente Nacional. El modelo europeo surgió como una alternativa a los dos grandes sistemas del siglo XX. El estado del bienestar sumaba la libertad del capitalismo con la igualdad del socialismo, todo con éxito económico. Pero la disyuntiva ya no es la misma. De hecho, ni siquiera los términos políticos tradicionales corresponden con la realidad. Baste recordar que Blair –el que quiere recortar los subsidios, el que fue a la guerra- es un político “de izquierda” y su rival Chirac es “de derecha”. El problema ya no es ideológico sino doméstico: ¿de dónde va a salir el dinero para mantener el bienestar? La competencia de las potencias emergentes como China, la alta edad de sus ciudadanos que cada vez cobran más y pagan menos a la seguridad social, los beneficios sociales que han creado trabajadores poco competitivos, están obligando a Europa a desmantelar sus sistemas de bienestar e igualdad. Para mantener sus economías, la Comunidad necesitará más inmigrantes y mayor flexibilidad laboral, y eso va a causar conflictos sociales. Intentar una integración europea cuando ni siquiera hay una integración efectiva en las calles de París podría terminar colapsando el sistema. El gran modelo europeo, pues, ha ido más rápido en la teoría que en la práctica. De momento, a falta de un modelo claro de desarrollo, forzar una integración demasiado rápida de Europa puede ser el mejor modo de acabar con ella.

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7 de diciembre de 2005
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Villano se busca

Nunca pensé que en un mundo tan pródigo en males me iba a costar tanto encontrar un villano. Me explico. Estoy escribiendo la segunda versión de un guión llamado Superhéroe, que se atreve a imaginar el surgimiento de un personaje de esos tan caros a la imaginería popular en el contexto de una sociedad despedazada por una crisis feroz (económica, social, política, cultural) como la argentina. En la primera versión me salieron bien unas cuantas cosas: por ejemplo la pintura del protagonista, un típico joven de hoy que al verse sorprendido por la concesión de un poder extraordinario, no piensa ni por asomo en salir a hacer el Bien (una fantasía típicamente norteamericana, derivada del complejo mesiánico tan acentuado en los últimos años por conveniencias políticas) sino en divertirse como loco, dejar de trabajar y seducir a la chica de sus sueños. Por supuesto, con el correr de la historia comprende que no puede permanecer del todo prescindente en un contexto de tan extendido sufrimiento y se anima aunque más no sea a pensar, siquiera, por dónde empezar a desatar semejante nudo. En los relatos convencionales del género, el villano es una anomalía en el sistema: la manzana podrida, una excepción a la regla. Por eso es frecuente que esté loco, como el Joker de Batman, o los científicos desquiciados que suelen torturar al pobre Spiderman, o el asesino serial al que se enfrenta el superhéroe de Unbreakable, la película de M. Night Shyamalan. Un gangster también puede funcionar como villano, en tanto significa un quiste corrupto en el cuerpo por lo demás saludable del capitalismo triunfante. En los últimos tiempos el cine ha recurrido hasta el abuso a los traficantes de drogas, a quienes desprecia porque pervierte algo tan maravilloso como el comercio al vender mercancía dañina (es llamativo, en este contexto, el respeto que les tiene a los fabricantes de armas, que producen mucho más daño y son bendecidos por la ley) y ahora prefiere a los terroristas, a quienes concibe como renegados, gente aislada y solitaria que hace lo que hace porque no tolera el bienestar de las mayorías y envidia el american way. ¿Pero qué ocurre cuando el sistema entero es maligno en su esencia, o cuanto menos permite sin ofrecer mayores resistencias un triunfo recurrente del Mal? Entonces los representantes legítimos del sistema se convierten en símbolos de ese Mal. Los potentados económicos. Los líderes religiosos. Los presidentes electos. Los militares. Los legisladores. Sin ir más lejos, aquí estuvo a punto de asumir como diputado electo Luis Abelardo Patti, sobre quien pesan varias causas por homicidios cometidos durante la dictadura militar en la que se desempeñó como comisario. Una moción de último momento impidió la jura, y en los próximos días su situación será debatida en profundidad. Lo que no borra el hecho de que un homicida confeso (porque Patti se vanaglorió en público de sus hazañas en más de una oportunidad) haya sido votado para el cargo por miles de personas para quienes, es obvio, los villanos tan sólo existen en las películas. ¿Se imaginan a Superman haciéndole frente a Bush, o produciendo la bancarrota de la industria petrolera al propiciar la utilización de fuentes de energía alternativas? Resulta imposible, porque para que ello ocurra los muchachos de DC Comics deberían asumir que un sistema que se precia de defender la democracia, la libertad y la justicia ha permitido la entronización de alguien que en la práctica las demuele a diario. Para ello deberían asumir también que un terrorista no es un renegado sino un hijo natural de un sistema injusto, que por ende no desaparecerá hasta que se eliminen las condiciones que lo generaron; y eso es algo que, todos lo sabemos, no ocurrirá en un futuro inmediato.

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He ahí mi dilema respecto de los villanos del mundo actual. Uno de los personajes del guión lo pone a las claras: hoy en día los supervillanos son señores que visten trajes carísimos, que manejan cuentas multimillonarias, industrias, ejércitos privados y a menudo naciones sin que, en la mayor parte de los casos, conozcamos sus nombres ni sus rostros. (Los nombres y rostros que sí conocemos suelen ser los de sus embajadores: el presidente tal, el dictador cual, el periodista equis, el diputado zeta.) Son los hechos y las omisiones de estos supervillanos reales los que determinan el hambre de las mayorías, la difusión de las enfermedades y la persistencia de la ignorancia. Pero aun cuando nadie dude de que cuentan con superpoderes para el ejercicio del mal, son casi opuestos a sus representantes en el terreno de la ficción. Los supervillanos de las historietas están locos, pero los del mundo real son cuerdos, calculadores, lógicos. Los supervillanos de las películas son carismáticos, pero los del mundo real prefieren el perfil bajo. Los supervillanos de la TV son coloridos, pero los del mundo real son grises: no dan puntada sin hilo. Es decir: terribles como personas e inservibles –o poco menos- como personajes. Una película con un supervillano como Aznar sería aburridísima. (Insisto, aun en el mejor de los casos Aznar no sería un supervillano, sino tan sólo un secundón en las huestes del Mal, un henchman, un matón a sueldo.) La crueldad desbordada e imaginativa de un Joker permite el juego de la ficción; en cambio la crueldad fría y metódica de los villanos de la vida real sólo produce escalofríos y le quita a cualquiera las ganas de jugar. ¿Debería resignarme y crear un supervillano carismático? Como escritor es una tentación. Este tipo de personajes suele dar grandes satisfacciones: Moriarty, el Joker y Dracula, por mencionar tan sólo algunos malvados clásicos, son criaturas brillantes y elocuentes, el sueño de cualquier creador: rezuman drama y teatralidad. ¡Pero en este caso me resisto a intentarlo! En los relatos del género el héroe excepcional y el villano excepcional son dos fuerzas que se anulan una a la otra para que todo siga igual; y yo quiero un héroe excepcional (todo héroe lo es, en estos tiempos) que se enfrente a los villanos que son la norma para que ya nada sea igual. Siento que si optase por el camino más fácil, me estaría negando a abordar la noción del Mal que padecemos hoy en nuestro mundo: y si no logramos descularla ni siquiera en el territorio de la imaginación, ¿cómo lograremos hacerle frente en el mundo real?

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J. R. R. Tolkien tuvo una percepción certera cuando hizo de Saurón no tanto un personaje como una fuerza corruptora: poco más que un fantasma, un poder incorpóreo que se apodera de todos aquellos que le dan lugar por necesidad, ambición o inseguridad. Algo parecido sugería Kayser Soze en The Usual Suspects, la película de Bryan Singer: “El mejor truco del Diablo es habernos convencido de que no existe”. Los villanos de este mundo nos han convencido de que no son tales, ellos son tan sólo empresarios, estadistas, funcionarios, industriales, soldados, inversores o profesionales independientes. Y nosotros hemos creído que esa máscara anodina es real. Leemos sus hazañas en las revistas de negocios o de moda, los envidiamos, ¡los votamos! El desafío como narrador es ver más allá, y desmontar el rictus del triunfador-del-mundo-de-hoy para demostrar que existe, por detrás, una inteligencia superior al servicio de intereses puramente personales –o para ponerlo de forma apropiada al género, al servicio del Mal. Sí, ya lo sé, me metí en un berenjenal. Ya les contaré si sobrevivo.

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7 de diciembre de 2005
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Economía y delito

La novela más original de la edición europea (o mundial) acaba de publicarse en España. Se titula El año que tampoco hicimos la Revolución y su autor es el Colectivo Todoazen (Editorial Caballo de Troya). Este colectivo lo forman el economista J.G. (que declara unos ingresos brutos anuales de 26.000 euros), el sociólogo I.E. (14.000) y el escritor B.C. (9.500). No es difícil de adivinar quién es B.C. El libro narra en 365 páginas los acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de un año, de mayo a mayo de 2004/5, y su argumento es relativamente simple. Se trata de una novela de misterio: ¿por qué la población de aquel lugar no se amotinó y pasó a cuchillo a sus representantes políticos, procediendo luego a colgar de las farolas a los banqueros, financieros, plutócratas y oligarcas? Viene a ser como Las viñas de la ira, de Steinbeck, pero aquí. Los acontecimientos que se narran son espeluznantes. La novela comienza con un motín en una prisión catalana. Sigue luego con los beneficios de bancos y cajas de ahorro españoles, los de las grandes empresas, los monopolios disfrazados, los grandes consorcios. De vez en cuando ese relato se interrumpe para desarrollar una segunda línea novelesca, la de los despidos, traslados de empresas, desubicaciones, multiplicación del precio inmobiliario, estancamiento de salarios, acelerada subida del precio de subsistencia y así sucesivamente. El texto se ve hábilmente entrecortado con asesinatos, robos, asaltos, reclusiones forzosas, juicios y condenas, dramas de inmigrantes, prisiones. De vez en cuando, una entrevista o una carta añade una nota de emoción, como la muy tremenda de Lothar Baier antes de suicidarse. Todos y cada uno de los sucesos está rigurosamente copiado de la prensa diaria. El colofón del libro es un poema de Bertold Brecht (Resolución de los Comuneros) que debería ponernos en pie y salir a la calle para incendiar sucursales de banco. En lugar de eso, aquí estoy, escribiendo como un idiota. Por lo menos ya saben dónde tienen toda la información económica del año 2004/5 en España, situada en un contexto sociológico aterrador y dispuesto con el montaje artístico de Walter Benjamín en el Libro de los Pasajes. Es la novela del año. Y todo lo que cuenta es real como la vida misma. Al igual que el Colectivo Todoazen, este redactor se asombra de que vivamos en el paraíso, según dice el gobierno, y que el único problema del país sea la metafísica nacionalista. También se asombra, habiendo conocido la prensa de resistencia contra el franquismo, que la opinión pública española se parezca tanto a la de Ceacescu.

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7 de diciembre de 2005
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Defensa del patrimonio

Se ha dicho todo sobre la mala relación de Francia con EE.UU. Y con Inglaterra, ni hablar desde Napoleón. Pero me parece que todavía no hemos visto nada. Ahora, los anglosajones amenazan el patrimonio francés. ¿Qué queda del patrimonio en un país plagado por el desempleo, con motines en los suburbios de sus metrópolis y un estado en quiebra? Bueno, queda Proust. Los quince libritos de la colección blanca de la NRF que componen “En busca del tiempo perdido”. Chirac entra y sale del hospital, los jóvenes árabes queman carros, la deuda pública alcanza el 120% del producto interior bruto, pero queda Proust.

Es donde aparecen los anglosajones pues la casa editorial Viking Penguin acaba de publicar una nueva traducción de la obra maestra de Proust y basta leer el título de los dos primeros libros para entender la polémica. En francés, la primera parte se llama “Du côté de chez Swann”. C.K. Scott Montcrief, el primer traductor de Proust al inglés propuso en su época un magnífico “Swann’s way” que suena aún mejor que el idioma original. En el Reino Unido, en la nueva traducción, ese título sale ahora como “The way by Swann”, una creación oligofrénica cuyo única inspiración tiene que ser lo que se lee en camisas y pantalones: “Polo by Ralph Lauren”. No hay ninguna razón para cambiar el status de Swann que pasa a ser mero creador de un camino (way) en lugar de ser su propietario. (En Proust, no hay otra propiedad que la de las emociones proporcionadas por una experiencia recordada).

Pero la cosa no se detiene en el primer volumen. Viene el segundo: “A l’ombre des jeunes filles en fleurs”. Montcrief propuso para esa poesía imposible de traducir (en francés “la fleur de l’âge” significa la juventud) un “Whithin a budding grove” que da la idea de una masa vegetal a punto de florecer sin arriesgar la vergüenza de una metáfora barata: una jovencita es una flor. Pero los anglosajones, tanto los ingleses como los americanos, cometieron ese crimen al poner sobre la portada “In the shadow of young girls in flower”. Ya no estamos en Ralph Lauren sino en la moda hippie... No me importa que Chirac se lleve muy mal tanto con Bush como con Blair pero Proust, por favor.

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6 de diciembre de 2005
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Los exhumadores de historias

Cuando me enteré hace ya algunos años de la existencia del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), su historia me fascinó por muchos motivos –pero en especial por uno. Los muchachos del Equipo son aquellos que desde los años ochenta dedicaron su vida a la identificación de los restos humanos que el terrorismo de Estado produjo durante la última dictadura con profusión y métodos que sólo pueden ser tildados de industriales. Cuando comenzaron tenían poco más de veinte años, eran estudiantes de medicina y de antropología: sabían poco y nada y contaban con poco más que unas palas y unas escobillas, pero al sonar la oportunidad le pusieron el cuerpo (los forenses diplomados habían declinado la oferta, marcados por el miedo) y estuvieron a la altura de la Historia: no eran iluminados, sino tan sólo gente que decidió no dar la espalda al dolor. Me fascinó también que a consecuencia de aquella decisión original hubiesen privilegiado el contacto con los familiares de las víctimas a la Academia, o a las instancias del Poder. Ellos se entrevistaban con la pobre gente que había perdido hijos, sobrinos, hermanos. Les solicitaban toda la información posible sobre el desaparecido, hasta sus archivos médicos, en busca de pistas que permitiesen reconocer los huesos. Y en caso de triunfar en la identificación, volvían a entrevistarse con los familiares y acompañaban el camino final de los restos hasta su descanso en una tumba con nombre y apellidos. El suyo era un trabajo científico, pero que sólo adquiría su real dimensión en el contacto con aquellos con hambre y sed de justicia. También me sedujo el relato de su propia construcción, gente que comenzó bajo el ala del antropólogo forense Clyde Snow (amigo de Michael Ondaatje, el autor de El paciente inglés, que hasta se animó a convertirlo en personaje de su última novela, Anil’s Ghost) y que lentamente fue armando su saber profesional, sin apoyo oficial y casi sin subvenciones, en una época que ni siquiera contaba con la tecnología de identificación del ADN. Desde aquel origen, los muchachos del EAAF han exportado su triste savoir faire a infinidad de países que han sido víctimas del terrorismo de Estado y de la guerra, contribuyendo con la exhumación de una verdad a la que se había querido matar. Han estado en El Salvador y en el continente africano, han estado en Bosnia y en los parajes bolivianos donde contribuyeron a identificar los restos del Che Guevara –un esqueleto que carecía de manos. El presidente Kirchner acaba de otorgarles un justo premio, que funciona al menos como el comienzo del reconocimiento que esta gente merece. Su historia es de las pocas cosas que nos produce orgullo en medio de tanta destrucción. En una década que se caracterizó por la traición de los líderes al mandato popular (en las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, entre otras tantas renuncias), los muchachos del EAAF fueron de las pocas cosas que nos permitieron conservar viva nuestra esperanza en la Justicia. Pero lo que más me fascinó del trabajo de los antropólogos forenses fue la manera en que se parecía a la labor de los narradores. En esencia, se valían de unos pocos, escasos elementos (huesos, en su caso, así como los narradores parten de una idea, o de una línea argumental, o de una simple inspiración) para tratar de erigir desde allí una historia completa, un universo entero. Se trata de darle carne a quien no la tiene, nombre a quien no lo tiene. ¿O no nos afanamos los narradores a diario para convertir a los desaparecidos, a aquellos sin entidad ni identidad, en aparecidos?

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Hace algunos años escribí un artículo sobre el EAAF para la revista española Planeta Humano, a instancias de mi maravillosa amiga Ana Tagarro. Ese texto sigue siendo lo que más me enorgullece de toda mi carrera periodística, por el trabajo que me demandó y por la gente que me obligó a conocer. Lo incluyo aquí a pesar de su longitud, a sabiendas de que se trata de una historia increíble que vale la pena desde el principio al fin:

…………………… Ver texto completo en documento adjunto de Word.

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5 de diciembre de 2005
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