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Algo en que creer

Por 7 de diciembre de 2005 Sin comentarios

Marcelo Figueras

¿Necesitamos héroes? Porque el mundo real está lleno de supervillanos, aunque hayan aprendido a camuflarse con los vestuarios del empresario, del estadista y del líder religioso. (Esa fue una de las grandes intuiciones de Ian Fleming, cuyas novelas de James Bond no estaban nada mal: en el mundo contemporáneo, los mejores villanos son siempre hombres de negocios que navegan los ríos de la política y las aguas del crimen tan sólo para aumentar sus ganancias: el Dr. No, Le Chiffre, Goldfinger.) Está claro que nos vendría bien un poco de ayuda en esta batalla desigual. Pero en ese caso, ¿dónde están los héroes?
En el cine de hoy, el heroísmo tiende a ser interpretado por personajes de historieta (Batman, un Superman que regresa, los X-Men, Spiderman & Co.) que enfrentan a villanos tan coloridos como ellos para que todo siga igual. Son, en esencia, criaturas anacrónicas, concebidas durante un tiempo en que todavía se creía en la bondad del sistema imperante. (Nótese que los personajes mencionados han sido creados en los Estados Unidos, entre las décadas del ‘30 y del ’60: ninguno después.) Por eso trabajan para perpetuar ese sistema, en vez de derribarlo para crear otro más justo; son conservadores en esencia.
Pero por supuesto, hay excepciones como The Constant Gardener, la novela de John Le Carré y también la película de Fernando Meirelles. Allí hay un héroe realista: involuntario, porque no elige serlo sino que se ve virtualmente obligado por las circunstancias; torpe y solitario, en su lucha contra un poder que lo supera con creces; y que cambia nada, o poco, a un precio demasiado alto: ¡pero al menos trata!
Por supuesto, cuando uno va a ver las películas de superhéroes sale exaltado. (O al menos esa es la intención de sus productores; por lo general uno sale deprimido por lo malas que son.) Y cuando va a ver The Constant Gardener sale al borde del suicidio; no es lo que se dice el mejor programa para un sábado por la noche. La pregunta es: ¿podemos crear héroes que se enfrenten al Mal que hoy conocemos, en el contexto de relatos que nos exalten en lugar de deprimirnos?
En su momento, Matrix demostró que era posible. La tragedia fue que las películas 2 y 3 ya no fueron dirigidas por los hermanos Wachowski, sino por la mismísima Matrix, que destruyó la revolución desde adentro.

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¿Por qué las ficciones hispanoamericanas son tan poco afectas a la creación de héroes? No será porque no los necesitemos. Imagino que debe tener algo que ver con nuestra desconfianza respecto de las instituciones. Los angloparlantes depositan en ellas buena parte de su religiosidad, necesitan creer en su sistema, comulgan con él; en este sentido los superhéroes son santos laicos, embajadores del Bien Supremo. Pero los hispanoparlantes sabemos que las instituciones no han hecho gran cosa por nosotros, más allá de instrumentar la explotación y la represión: ¿por qué aplaudiríamos a alguien que defendiese un sistema que aunque se disfrace de oveja, nos enseña dientes de lobo a la primera de cambio?
Lo más frecuente es que nuestros héroes sean pícaros, gente que vive al margen del sistema o que lucra con sus sobras, y que en ocasiones aprovecha la oportunidad de humillar a algún poderoso. Son más bien antihéroes, o a lo sumo héroes trágicos como el protagonista de El Eternauta, la ya clásica historieta de Héctor G. Oesterheld y Solano López: alguien que se ve impulsado a acciones heroicas tan sólo porque quiere recuperar a su mujer y a su nena. El héroe del mundo hispanoparlante es siempre remiso: hace algo porque no tiene más remedio. Si le diesen a elegir, se quedaría en casa haciendo nada.
Para actuar en el mundo hay que creer en algo, y la vida en el Tercer Mundo lo forja a uno en el escepticismo. Todo lo que queremos es que nos dejen vivir y que no dañen a nuestros afectos, con eso nos damos por contentos. Los héroes de The Constant Gardener y de El Eternauta parten de la devastación que produce la pérdida de alguien querido, la irrupción de la Historia en el mundo privado: sólo entonces reaccionan, sólo entonces despiertan. Algo parecido a lo que le ocurrió al héroe-narrador Rodolfo Walsh, que hasta 1956 era apenas un periodista, traductor y escritor de cuentos policiales. En el verano del 57, frente a un vaso de cerveza, alguien se le aproxima y le dice: Hay un fusilado que vive. La frase lo pone en movimiento. La promesa de una aventura real lo fuerza a salir de su torre de marfil, y Walsh acepta mezclarse con la Historia para producir una investigación periodística primero (el fusilado era uno de aquellos peronistas a los que la represión policial baleó en un basural de José León Suárez, en junio de 1956) y después uno de los libros más importantes de la literatura argentina del siglo XX: Operación masacre, que inventó la non fiction novel nueve años antes de que Truman Capote publicase A sangre fría.
Otro héroe remiso es el Corto Maltés, aquel de las maravillosas historietas de Hugo Pratt. Al mejor estilo del Bogart de Casablanca, el Corto es de aquellos que dice no creer en nada más que en su propio provecho. Su discurso es escéptico, pero su práctica es romántica: el Corto es dueño de una ética vital que no le deja otro remedio que exponer su propio cuerpo para refrendarla. Parece ser que para creer aunque más no sea en la existencia de una ética personal hay que irse al pasado, como también lo demuestra el éxito de las aventuras del Capitán Alatriste.
Al menos Alatriste demuestra que es posible que consagremos hoy a un héroe, que no sólo estamos en condiciones de reconocerlo como tal, sino además de valorarlo.
Algo en lo que creer, por fin.

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Esta noche iré al Malba. Estrenan un documental llamado El último confín, sobre una de las tantas quijotadas que han protagonizado en los últimos años los muchachos del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Ellos son mis héroes desde hace tiempo.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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