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Villano se busca

Por 7 de diciembre de 2005 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Nunca pensé que en un mundo tan pródigo en males me iba a costar tanto encontrar un villano.
Me explico. Estoy escribiendo la segunda versión de un guión llamado Superhéroe, que se atreve a imaginar el surgimiento de un personaje de esos tan caros a la imaginería popular en el contexto de una sociedad despedazada por una crisis feroz (económica, social, política, cultural) como la argentina. En la primera versión me salieron bien unas cuantas cosas: por ejemplo la pintura del protagonista, un típico joven de hoy que al verse sorprendido por la concesión de un poder extraordinario, no piensa ni por asomo en salir a hacer el Bien (una fantasía típicamente norteamericana, derivada del complejo mesiánico tan acentuado en los últimos años por conveniencias políticas) sino en divertirse como loco, dejar de trabajar y seducir a la chica de sus sueños. Por supuesto, con el correr de la historia comprende que no puede permanecer del todo prescindente en un contexto de tan extendido sufrimiento y se anima aunque más no sea a pensar, siquiera, por dónde empezar a desatar semejante nudo.
En los relatos convencionales del género, el villano es una anomalía en el sistema: la manzana podrida, una excepción a la regla. Por eso es frecuente que esté loco, como el Joker de Batman, o los científicos desquiciados que suelen torturar al pobre Spiderman, o el asesino serial al que se enfrenta el superhéroe de Unbreakable, la película de M. Night Shyamalan. Un gangster también puede funcionar como villano, en tanto significa un quiste corrupto en el cuerpo por lo demás saludable del capitalismo triunfante. En los últimos tiempos el cine ha recurrido hasta el abuso a los traficantes de drogas, a quienes desprecia porque pervierte algo tan maravilloso como el comercio al vender mercancía dañina (es llamativo, en este contexto, el respeto que les tiene a los fabricantes de armas, que producen mucho más daño y son bendecidos por la ley) y ahora prefiere a los terroristas, a quienes concibe como renegados, gente aislada y solitaria que hace lo que hace porque no tolera el bienestar de las mayorías y envidia el american way.
¿Pero qué ocurre cuando el sistema entero es maligno en su esencia, o cuanto menos permite sin ofrecer mayores resistencias un triunfo recurrente del Mal? Entonces los representantes legítimos del sistema se convierten en símbolos de ese Mal. Los potentados económicos. Los líderes religiosos. Los presidentes electos. Los militares. Los legisladores. Sin ir más lejos, aquí estuvo a punto de asumir como diputado electo Luis Abelardo Patti, sobre quien pesan varias causas por homicidios cometidos durante la dictadura militar en la que se desempeñó como comisario. Una moción de último momento impidió la jura, y en los próximos días su situación será debatida en profundidad. Lo que no borra el hecho de que un homicida confeso (porque Patti se vanaglorió en público de sus hazañas en más de una oportunidad) haya sido votado para el cargo por miles de personas para quienes, es obvio, los villanos tan sólo existen en las películas.
¿Se imaginan a Superman haciéndole frente a Bush, o produciendo la bancarrota de la industria petrolera al propiciar la utilización de fuentes de energía alternativas? Resulta imposible, porque para que ello ocurra los muchachos de DC Comics deberían asumir que un sistema que se precia de defender la democracia, la libertad y la justicia ha permitido la entronización de alguien que en la práctica las demuele a diario. Para ello deberían asumir también que un terrorista no es un renegado sino un hijo natural de un sistema injusto, que por ende no desaparecerá hasta que se eliminen las condiciones que lo generaron; y eso es algo que, todos lo sabemos, no ocurrirá en un futuro inmediato.

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He ahí mi dilema respecto de los villanos del mundo actual. Uno de los personajes del guión lo pone a las claras: hoy en día los supervillanos son señores que visten trajes carísimos, que manejan cuentas multimillonarias, industrias, ejércitos privados y a menudo naciones sin que, en la mayor parte de los casos, conozcamos sus nombres ni sus rostros. (Los nombres y rostros que sí conocemos suelen ser los de sus embajadores: el presidente tal, el dictador cual, el periodista equis, el diputado zeta.) Son los hechos y las omisiones de estos supervillanos reales los que determinan el hambre de las mayorías, la difusión de las enfermedades y la persistencia de la ignorancia. Pero aun cuando nadie dude de que cuentan con superpoderes para el ejercicio del mal, son casi opuestos a sus representantes en el terreno de la ficción. Los supervillanos de las historietas están locos, pero los del mundo real son cuerdos, calculadores, lógicos. Los supervillanos de las películas son carismáticos, pero los del mundo real prefieren el perfil bajo. Los supervillanos de la TV son coloridos, pero los del mundo real son grises: no dan puntada sin hilo. Es decir: terribles como personas e inservibles –o poco menos- como personajes.
Una película con un supervillano como Aznar sería aburridísima. (Insisto, aun en el mejor de los casos Aznar no sería un supervillano, sino tan sólo un secundón en las huestes del Mal, un henchman, un matón a sueldo.) La crueldad desbordada e imaginativa de un Joker permite el juego de la ficción; en cambio la crueldad fría y metódica de los villanos de la vida real sólo produce escalofríos y le quita a cualquiera las ganas de jugar.
¿Debería resignarme y crear un supervillano carismático? Como escritor es una tentación. Este tipo de personajes suele dar grandes satisfacciones: Moriarty, el Joker y Dracula, por mencionar tan sólo algunos malvados clásicos, son criaturas brillantes y elocuentes, el sueño de cualquier creador: rezuman drama y teatralidad. ¡Pero en este caso me resisto a intentarlo! En los relatos del género el héroe excepcional y el villano excepcional son dos fuerzas que se anulan una a la otra para que todo siga igual; y yo quiero un héroe excepcional (todo héroe lo es, en estos tiempos) que se enfrente a los villanos que son la norma para que ya nada sea igual. Siento que si optase por el camino más fácil, me estaría negando a abordar la noción del Mal que padecemos hoy en nuestro mundo: y si no logramos descularla ni siquiera en el territorio de la imaginación, ¿cómo lograremos hacerle frente en el mundo real?

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J. R. R. Tolkien tuvo una percepción certera cuando hizo de Saurón no tanto un personaje como una fuerza corruptora: poco más que un fantasma, un poder incorpóreo que se apodera de todos aquellos que le dan lugar por necesidad, ambición o inseguridad. Algo parecido sugería Kayser Soze en The Usual Suspects, la película de Bryan Singer: “El mejor truco del Diablo es habernos convencido de que no existe”.
Los villanos de este mundo nos han convencido de que no son tales, ellos son tan sólo empresarios, estadistas, funcionarios, industriales, soldados, inversores o profesionales independientes. Y nosotros hemos creído que esa máscara anodina es real. Leemos sus hazañas en las revistas de negocios o de moda, los envidiamos, ¡los votamos! El desafío como narrador es ver más allá, y desmontar el rictus del triunfador-del-mundo-de-hoy para demostrar que existe, por detrás, una inteligencia superior al servicio de intereses puramente personales –o para ponerlo de forma apropiada al género, al servicio del Mal.
Sí, ya lo sé, me metí en un berenjenal. Ya les contaré si sobrevivo.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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