

Entramos en el mes de julio y en la diáspora, así que me voy a permitir darle un tono vacacional a estas sesudas columnas con el fin de ayudarles a soportar el ocio. Y empezaré con una de hondo contenido animalista.
Cuando mi mujer y yo llevamos a la niña al espectacular Oceanográfico de Valencia, poco pudimos imaginar que aquello cambiaría nuestras vidas. La niña, como todo cachorro, está muy cerca de los animales y los entiende mejor que los adultos. Son, por así decirlo, sus primos. Cuando vio volar sobre su cabeza a los tiburones nos preguntó con entusiasmo si podíamos comprarle un tiburón como mascota. No quisimos parecer antiguos padres autoritarios así que negociamos una alternativa. De vuelta en Madrid compramos una pecera con oxigenador y algas, más un pez rojo del tamaño de mi dedo índice bautizado de inmediato como Gotita. No la decepcionó porque es muy lista y comprendió de inmediato la buena aunque torpe intención de sus padres, pero, claro, no provocó su euforia. De Gotita nos hemos ido cuidando los mayores.
Últimamente he descubierto que el pez se agita y ejecuta bailes provocadores y un tanto histéricos. Yo lo atribuía a que tenía hambre. ¡Estúpido de mí! El pobre bicho se alegra de vernos y salta como un delfín. Está comprobado: aunque acabe de comer, si aparecemos en su proximidad inicia unas piruetas y convulsiones como de Beyoncé. Y es por afecto.
Las chicas se han ido de vacaciones huyendo del horno madrileño y nos hemos quedado a solas Gotita y yo. Paso algunos momentos hablando con ella. No hay hoteles para peces, así que no sé qué será de Gotita cuando yo deba irme. Abrumado, esta mañana me he descubierto preguntándole con tiento si conocía la crueldad de la vida. Creo que me ha contestado. Resignada.
Francisco Ferrer Lerín ha publicado en estos últimos meses dos nuevos libros que se suman a su ya abundante bibliografía. Me refiero a Ciudad Corvina (Valencia, Banda legendaria, 2018) y Besos humanos (Barcelona, Anagrama, 2018 ). El primero de ellos es un texto híbrido de poemas y prosas o, si se me permite poemas en prosa; en el segundo, Ignacio Echevarría ha seleccionado y reunido una serie de textos, de carácter sobre todo narrativo, escogidos tanto de sus libros como de su blog personal.
José Luis Falcó.- Desde la perspectiva que confieren los años, ¿qué sentido tiene ahora para usted el que se le haya considerado casi desde el principio “padre nutricio de la generación novísima” y, quizá un tanto confusamente, “fundador del ala extrema de la escritura novísima”?
Francisco Ferrer Lerín.- La formulación exacta es 'padre nutricio de la secta de los novísimos' que, según creo, aparece por primera vez en la sección "Biografías" de Pasiones literarias (Ediciones del Bronce, 2001), un volumen que recoge las conferencias, que bajo este título, se impartieron en el Instituto Francés de Barcelona a comienzos del año 2000. En cuanto a 'fundador del ala extrema de la escritura novísima', aseveración recogida en el frontispicio de Cónsul (Ediciones Península, 1987), aunque insiste en mi condición fundacional, acota el alcance llevándolo al terreno de la radicalidad, cuestión, para mí, no del todo placentera. En fin, que sólo desde el humor y los buenos sentimientos pueden contemplarse tamañas atribuciones que, efectivamente, con el tiempo han perdido buena parte de su razón, no sólo por el contraste entre el tono desenfadado de mi enfoque inicial de la escritura y el tono profesional del enfoque inicial de mis compañeros, sino por la abismal diferencia en lo que vino después, la disparidad entre mi biografía y la de ellos.
J.L.F.- Viene siendo habitual también el afirmar que su escritura no ha cambiado apenas, cuando parece evidente que, al menos tras la publicación de Níquel (2005) y Papur (2008), sí lo ha hecho, al producirse una ampliación léxica, temática y genológica en relación a sus propias vivencias y lecturas, aun manteniendo el ritmo como principio constructivo de sus textos. ¿Qué opina usted al respecto?
F.F.L.- Los escritores, concretamente los poetas, mantenemos, durante toda nuestra vida útil, una espada de Damocles en modo de desagradable sentencia, la que dice que sólo somos capaces de escribir un poema y de que todo lo demás son repeticiones o, como mucho, ligeras variaciones del mismo. En mi caso no es que haya trazado un programa para desmontar esa teoría pero el carácter misceláneo de mi obra literaria surgida a partir de mi reaparición en 2005, tras treinta y tres años de agrafía, puede haber ayudado a confundir a los que, con ánimo indudablemente constructivo, llevaban tiempo advirtiendo del carácter monolítico, indeformable, casi ciclópeo, de mis más preciados versos.
J.L.F.- Se le conoce también a Francisco Ferrer Lerín como creador del “Arte casual”, que ha definido como “el que se da entre objetos o grupos de ellos, materiales sin vocación artística que por su ubicación, colocación o combinación producen placer visual en el observador, sin haberlo pretendido el responsable de la situación”. Parece que este fenómeno se da también en su discurso literario, ya que al menos una parte del mismo no procede de artefactos artísticos, solo que en este caso sí hay una voluntad estética que los modeliza. ¿No?
F.F.L.- La vejez trae consigo, entre otros molestos disturbios, la pérdida de capacidad imaginativa. En mi escritura, sustentada en el manejo de generosas dosis de fabulación, la quema de neuronas puede tener efectos catastróficos, por lo que el apoyo en las fuentes es cada vez más necesario llegando ya, en esta etapa preagónica, a la utilización descarada de las mismas. Quiere esto decir que los materiales primigenios que siempre he utilizado -manuales, enciclopedias, prensa escrita- dejan de actuar como referencias para pasar a la categoría de citas o, mejor, de copias. Y aquí se da la circunstancia, hasta cierto punto semejante a lo que constituye la esencia del movimiento artístico que definí en un manifiesto en 1984 y que nombré como Arte Casual, que los materiales que hallo y que empleo en mis versos carecen, en principio, de vocación artística, literaria, y que en un proceso, a veces arduo, los procuro convertir en literatura, en poesía, al descubrir, a menudo, que bajo su aspecto ramplón se esconde un potencial estético.
J.L.F.- La escritura de una serie de poemas de Ciudad corvina surgió, al parecer, de la lectura de dicho nombre en La Filomena de Lope de Vega. La Filomena es también un texto misceláneo, híbrido. ¿Hasta qué punto la lectura de los clásicos recorre y/o está en su escritura “vanguardista”? ¿Hasta qué punto la idea de “novedad” es, al menos en algunas ocasiones, el resultado de un olvido o desconocimiento de la tradición literaria?
F.F.L.- Los clásicos forman parte de la modernidad y como tales los leo y los venero. La manera en que tratan léxico y sintaxis me excita y me rejuvenece. Han quedado ahí esperando a que el lector curioso los descubra y que el escritor ávido de nuevas experiencias creativas los capture y los coloque en el lugar que se merecen que, a veces, no es el párrafo o el poema que se construye gracias a ellos. Por lo tanto la actitud reverencial que nos lleva a trasladarlos a nuevos predios ha de ser lo suficientemente firme para evitar que puedan caer en manos de dudosa higiene, que sólo reaparezcan en textos calibrados y justos. Y en eso estoy, o al menos eso es lo que intento.
J.L.F. “Definición de poema” es el título del poema, que abre su libro. Ninguna poética hace solo referencia a lo que el autor entiende por poesía. Su espacio suele ser bastante más amplio y entre sus líneas se lee la vida, que a menudo se conjuga con la idea que el autor tiene sobre las vidas y condiciones de humanas. En “Definición de poema”, ¿está inscrita paradójicamente la imposibilidad de tal definición, pese a que en definitiva hable de la suya y de ese “detalle áspero”, generalmente culturalista, adjetivo con el que Lope criticaba también los versos de Góngora?
F.F.L. Casi nunca, por lo que a mí respecta, la redacción de un poema disfruta de un plan previo. El poema que usted comenta podría resultar paradigmático en esta cuestión. Surge fuera de lugar, en un momento en que nadie me había encargado texto alguno y teniendo cerrado el cupo de Libro de la confusión. De golpe, tengo la necesidad imperiosa de escribirlo, me siento ante el ordenador, y brota como un estallido. ¿Qué ocurre?, que a medida que progreso en su redacción me doy cuenta de que tengo ante mí una poética, como aquel poema "Tzara" de 1970, publicado en La hora oval (1971), que fue fruto de mi traducción de L'homme approximatif. Sin embargo, en esta ocasión, esta poética es más una declaración de principios vitales que un manual o un libro de estilo. En efecto "Definición de poema" abandona, no sé si derrotado, la posibilidad de definir qué sea la poesía para ensayar un balance de mi vida, y también la de mis semejantes. En cuanto a 'detalle áspero' remite a 'montes ásperos' que no sé ahora si fue cosa de Lope o de mi querido Góngora.
J.L.F. Todo el resto de Ciudad corvina está atravesado por un triple eje temático ya presente en algunos de sus escritos anteriores: el paso del tiempo, la vejez y la muerte. ¿Qué supone para usted su irrupción en este libro, con más presencia quizá y tal vez con una mayor consistencia física y dramatismo teñidos de ironía?
F.F.L.- Teñir de ironía la muerte es una ingenua añagaza que empleamos los desesperados, creyendo que todavía podemos atraer parte de la vida. Los poemas de Ciudad Corvina son recientes, tan recientes que han sido escritos en el momento en que los ochenta años de mi cronología están más cerca que los setenta. Así, es normal que el paso del tiempo, la vejez y la muerte se muestren en toda su crudeza.
J.L.F. La segunda parte del mismo está en su mayor parte escrita sobre cartas, tal vez mails, que usted ha recibido o que ha imaginado haber recibido. ¿La mayoría de estos textos podríamos considerarlos poemas en prosa que mantienen el tono rítmico de la primera y una cierta visión de la temporalidad humana, como ya se ha apuntado antes?
F.F.L. "Cinco cartas" forma parte de la correspondecia real, y ya no privada, mantenida con algunas de las protagonistas del libro 30 niñas. Mi intervención ha sido mínima, quizá la refundición en una carta de lo que se exponía en varias, y la supresión de datos biográficos demasiado precisos. Decidí incluirlas al ver en ellas una evidente carga lírica y, en especial, una gran riqueza formal y argumental.
J.L.F. La tercera parte, bajo el título de “Cuatro poemas del Libro de la confusión”, de próxima aparición en Tusquets, parece retomar los ejes temáticos de la primera. Creo que es en ella donde se sitúan los poemas más intensos, como “Todo pirata vivo”o “Difícil término” (título que admite, por supuesto, una ambigua “anfibología”). Pero los dos últimos versos parecen ofrecernos un sentido oculto, referido, una vez más, a un tiempo pasado (“en ese año, / dejé de hacer comparaciones extraordinarias.”) ¿Se podría leer como un definitivo alejamiento de cierta visión estereotipada de las vanguardias históricas que se pretendieron ver en su escritura, por otra parte tremendamente realista?
F.F.L.- Soy un defensor irreductible de la intensidad, de ello mi voluntad de escribir poemas y, en el caso de la narrativa, mi voluntad de escribir textos breves, denominados "casos" por mi amigo y doctorando Antonio Viñuales. Esta intensidad, que conduce a veces a la asepsia temática y al estilo forense, he querido intensificarla en estos cuatro poemas finales que, como en el total de los que conforman Libro de la confusión, que publicará Tusquets este otoño, pretenden rematar con éxito una obra que ha buscado en el despojo de excrecencias, en la concisión, en la huida de la metáfora e incluso en la obsesión por la vehemencia, su seña evidente de identidad, su marca literaria. Nunca quise ser original y ni siquiera vanguardista, algunas complacencias pudieron ofrecer pistas equivocadas y de esa falta de rigor pido disculpas; otra cosa es que mi escritura resulte distinta a la que practiquen otros, pero es algo de lo que no me reconozco culpable, son cosas que pasan.
J.L.F No me gustaría terminar esta entrevista sin referirme a Besos humanos. La intención del su editor, Ignacio Echevarría parece clara en el “Epílogo”. ¿Qué cree que ha supuesto o puede suponer para usted publicar un libro de este tipo en una editorial tan conocida como Anagrama?
F.F.L. Ignacio Echevarría ha seleccionado, ordenado y epilogado los textos que constituyen Besos humanos. Este volumen misceláneo está en la línea, por ejemplo, de Papur, Gingival y Mansa chatarra, es decir, recoge prosas éditas e inéditas datadas a lo largo de varios o incluso de muchos años, pero dispone de una particularidad respecto a sus predecesores, se publica en Anagrama, cuya penetración en el mercado es muy superior a la de los pequeños aunque minuciosos sellos que en estos años arriesgaron sacando unos relatos que sin el soporte de una potente imagen editorial es muy difícil que lleguen al gran público. Como resultado hay que decir que la respuesta de la crítica, nutrida y unánime, ha sido de asombro; ¿por qué tardó tanto en llegar este peculiar producto?
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José Luis Falcó.
Suplemento « Posdata » del diario Levante.
30.06.18.
La celebración de un Mundial es ocasión óptima para el estudio antropológico
Para quienes nunca nos hemos interesado por el fútbol (a pesar de tenerle un respeto imponente), la celebración de un Mundial es ocasión óptima para el estudio antropológico. Así, por ejemplo, debe de ser ya una de las últimas actividades globales de colosal cobertura mediática en la que no intervienen mujeres. Ni una. Injusticia histórica que supongo será remediada en breve. Su causa es la creencia idealista en la dictadura de la Naturaleza. Se supone que los hombres son más robustos que las mujeres y que eso las pone en inferioridad, pero el remedio, como en todas las demás actividades, pasa por una reforma del reglamento. Igual que se ha impuesto lo paritario (qué buen nombre, por cierto) en la política, así también se ha de ir imponiendo en los deportes. Las reglas del fútbol han de cambiar y las mujeres deben incorporarse a los equipos nacionales. ¿O vamos a seguir cayendo en la superstición de que las condiciones naturales no son constructos culturales? En cuanto a mujeres, todo es cultural.
El comportamiento de los equipos, por otra parte, solo obedece a normas culturales y en absoluto a normas naturales. Así, tuve la suerte de ver el partido España-Irán y fue sumamente didáctico. Los iraníes, siguiendo el uso político y teológico de su país, se cobijaron todos dentro de la portería desde el comienzo. Allí se apiñaban los jugadores como en un funeral islámico, bien apretados y a resguardo. Los españoles embestían de cabeza contra aquel muro inexpugnable como suelen hacer en la vida diaria, en plan testuz. No podía moverse el marcador a menos que (y así sucedió) uno de los apiñados en la portería se equivocara y metiera la pelota dentro de la misma. Error garrafal que nos valió la victoria. Como siempre.
Tras la caída de la dictadura de Anastasio Somoza, el último de su familia en tiranizar Nicaragua, José Coronel Urtecho escribió el poema "No volverá el pasado:
"Ya todo es de otro modo/Todo de otra manera/Ni siquiera lo que era es ya como era/Ya nada de lo que es será lo que era/Ya es otra cosa todo/ Es otra era/Es el comienzo de una nueva era/Es el principio de una nueva historia/La vieja historia se acabó, ya no puede volver/Esta, ya es otra historia..."
La historia de Nicaragua ha probado ser cíclica. No sabemos aún cuál será la salida de esta siega sangrienta, cuándo la lista de muertos de todos los días tendrá un punto final, cómo y de qué manera vendrá la democracia, cómo se hará justicia frente a los crímenes. Pero si de algo estamos seguros, es que no regresará el pasado.
El pasado, tal como era, bajo la férula de un gobierno entre esotérico y populista, que pasó diez años ensayando la represión a dosis calculadas, ya no es posible. Desde que en abril murió el primer joven en las calles, el régimen inició su viaje hacia ese pasado de manera irreversible. La cifra de hoy se acerca a 250 víctimas mortales, y seguramente estará rebasada cuando estas líneas se publiquen, por lo que esa irreversibilidad será más absoluta.
Mientras escribo, hoy día del padre, los policías y paramilitares que andan sueltos por las calles, encapuchados por igual, asesinaron de un balazo en la cabeza en el barrio Las América Uno en Managua, al niño de 15 meses Teyler Lorío, mientras sus padres lo llevaban hacia la casa de su abuela, donde solían dejarlo para irse a sus trabajos.
Como los dos niños quemados vivos junto con sus padres y familiares dentro de su casa en el barrio Carlos Marx hace tan poco. Es un poder en tiempo pasado que sigue matando desde el pasado.
Es un poder incompatible con el presente, pero más incompatible aún con el futuro. Todos los crímenes, abusos, detenciones ilegales, torturas, fueron detallados en un informe presentado ante la OEA en Washington por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cada caso debidamente investigado y comprobado.
La respuesta del poder, a través de la voz del canciller Moncada, fue que todo es una conspiración orquestada para desprestigiar a la democracia plena de que disfrutamos. Una democracia encapuchada.
En 1978, cuando el régimen de Somoza entraba también en el pasado, el canciller Quintana dijo en el mismo salón de la OEA un discurso que se parece mucho al del canciller Moncada: mentiras orquestadas para desprestigiar al gobierno constitucional y democrático del general de cinco estrellas.
En la misma sesión de la OEA, el secretario general Luis Almagro planteó un adelanto de las elecciones presidenciales para dentro de nueve meses, y el canciller Moncada no lo desmintió. Es lo mismo que ha puesto en su agenda la Conferencia Episcopal, que actúa como mediadora y testigo del Diálogo Nacional, y ahora los obispos le han demandado a Ortega que lo confirme por escrito. Aparentemente, los representantes diplomáticos de Estados Unidos que lo han visitado en Managua, le han planteado lo mismo.
Pero la pregunta es si el muro de cadáveres que separa al poder de los ciudadanos, deja algún resquicio para esperar nueve meses, antes de lograr un cambio político a través de elecciones, sobre todo si ese muro sigue creciendo día a día de manera tan brutal.
El Diálogo Nacional es la única manera de evitar que se desate en Nicaragua una nueva guerra civil, la peor maldición que podría caer sobre nuestras cabezas. Hasta ahora, la lucha ha sido cívica, aunque sean los desarmados quienes están poniendo los muertos. Y es incuestionable la representatividad de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, empeñada también, igual que los obispos, en encontrar una salida sin más sangre.
Pero Karina, la madre del bebé Teyler Lorío dice, desgarrada: "que se vaya ya, ya, ya. En estos nueve meses que quedan va a seguir matando, matando y matando".
Para que el diálogo pueda seguir adelante, esta violencia insensata tiene que ser parada en seco. ¿Continuarán los asesinatos diarios en presencia de los organismos internacionales de derechos humanos que están por llegar al país, la CIDH, la misión del Alto Comisionado de la ONU, la Unión Europea?
"La vieja historia se acabó, ya no puede volver. Esta, ya es otra historia...". Que lo entiendan quienes están sordos en las alturas.
El 11 de junio de 1964 Joaquín Buxó-Dulce y Montesinos, que sería V Marqués de Castell-Florite, me entrega en mano, en Barcelona, una caja con 35 ejemplares de De las condiciones humanas, mi primer libro, que recoge poemas escritos entre 1961 y 1962. Buxó, director de la colección "De trigo y voz provisto" en la que se publica el volumen, me recibe en su despacho de la oficina central de la Caja de Ahorros situada en Vía Layetana esquina Avenida de la Catedral.
El 11 de junio de 2018, 54 años después, me llega, por correo postal, una caja con 35 ejemplares facsímiles de De las condiciones humanas, obsequio de mi amigo editor y librero Antonio Moll Mengual. 35 ejemplares de un total de 70, en edición impecable, no venal, impresos por Laimprenta CG, en la ciudad de Valencia, en este mes.