Francisco Ferrer Lerín
Mi amistad con Carlos Tóper Valdivieso viene de 1964, de cuando yo acababa de publicar De las condiciones humanas y él acababa de conseguir el premio Acanto por sus investigaciones en el campo de la ortopedia neonatal. Nuestro primer encuentro fue en una cena con amigos comunes; nos caímos bien y pronto se sinceró conmigo: tenía una molestia intermitente en la escápula derecha que le impedía conducir el Pegaso Z-103 y jugar al fléndit. Cuando volvimos a vernos, en la sauna Miraflores, me mostró la gran mancha de su escápula derecha y, unas semanas después, en la boda de Marta Loverdos de Altimira, desnudó su torso para mostrar, a todos los invitados, la depresión profunda en que se estaba convirtiendo la lesión escapular, una depresión que, de suyo, era más bien una oquedad, por no decir un monumental agujero. Quizá el gesto en la boda no fue bien interpretado y alguien, poco piadoso, acuñó el término "El orificio Tóper", que a poco se convirtió en "Tóper, El Orificio". Ahora, en la caja mortuoria, he tenido curiosidad por saber, con exactitud, en qué se había convertido el amigo Carlos Tóper y, efectivamente, como apuntó el capellán en el prolijo responso, sólo quedaba un aro, una franja de carne en forma de anillo; el orificio se había enseñoreado de su persona, que era algo así como el neumático de una rueda de bicicleta.