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También se duerme en la cama

La soberbia posmillennial se alimenta en la cama, el lugar preferido de los adolescentes. Viven más de la tercera parte del día en ella, tumbados en posición de estrella marina o de ravioli, y no se creen vagos, todo lo contrario. Sobre el colchón, las sábanas abatidas a los pies, comen, beben, se entretienen y comandan sus sentimientos desde una pantalla. En Francia, nueve de cada diez chavales no van al catre sólo para dormir. En Le Monde, le preguntaban sobre el fenómeno a un psicoterapeuta afamado, Pierre Lassus, que aseguraba que no hay que alarmarse, que este hábito consiste en un ejercicio de libertad, un rito de pasaje en su formación.

 

Es su territorio inviolable, atesoran la sensación mullida, la penumbra que todo lo retrasa. Hay tantas cosas que no pueden sucederte en la cama, deben pensar, sintiéndose a riesgo de casi todo, excepto de la propia mente que se ha habituado a la indolencia. Los de la Generación Y o Z deberían leer Oblómov (Alba); disfrutarían con el encantador personaje de Goncharov, un radical la vida echada cuya desafección del mundo únicamente halla acomodo en su lecho. Porque ellos han sustituido la verticalidad por la horizontalidad. Aseguran pensar mejor postrados, y así, estudian, escriben, cabecean y socializan en redes desde ella, con su bol de cereales o su lata de refresco.

 

La viuda del escritor Juan Carlos Onetti, la violinista Doris Muhr, comentaba recientemente algunos aspectos cotidianos de su vida en común. “Juan dormía, comía, leía y hacía el amor, todo en la cama, porque consideraba que era donde pasaba todo lo importante, pero en realidad era pereza”, confesó. Ahora, una cosa es ser Onetti y permitirte creer que en el lecho ocurre todo lo importante, y otra empeñarse en vivir echado. Al extremo de que a tal patología se le denomina clinomanía, una enorme desgana, además de una impotencia atroz para despegarse de la sábanas. Los expertos lo diferencian de la pereza, y aluden a una glorificación exagerada de la intimidad. Y a una negación a la vida activa.

 

Las madres recogemos latas vacías cuando los hijos no están en su cueva. Les llamamos vagos. No abren un periódico. No comen conejo, y si se lo recriminas te dicen que lamentablemente fueron socializados para no comerlo. En su determinación se refugia el malestar, un freudiano matar al padre o a la madre azuzado por el cambio de paradigma que tiene a sus viejos tarumbas. Más que nunca, la cama ocupa el centro de su vida, libres y a salvo, sin necesidad de añorarla como los adultos, que nos mantenemos de pie pero desearíamos dimitir de la bronca nacional y hallar solaz sobre el colchón y la almohada, en ese pequeño templo de la condición humana.

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12 de septiembre de 2018
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Lujo de juguete

Cómo no va a haber crisis de manteros si les llamamos a gritos para relamernos con sus Gucci y Vuitton a cuarenta euros sin necesidad de viajar a Chinatown, una procesión muy estilada en los noventa, cuando los españoles de clase media regateaban en los Rolex y Cartier con ahínco vicioso. A cuántas señoras perladas he oído encargar en la acera otro igualito para su cuñada; pronuncian marca y modelo, redichas, con el mismo orgullo que si fuera auténtico. Sin escaparate ni mostrador, pero brillando en sus poliespanes, se ofrecen como una mentira piadosa.
La vida sirve paradojas: subsaharianos que escaparon en patera de hambrunas o guerras civiles sobreviven a fuerza de diferenciar un Chanel de un Michael Kors. Qué entienden plagios y patentes. Son los ángeles del lujo para currantas o jubiladas que desearon llevar un bolso de marca y nunca pudieron costeárselo; ahora lo tienen, aunque sea de juguete. Y para las millennials low –las niñas mimadas del consumo global, que se proyectan en los valores de sus marcas con frenesí– el primer contacto con la firma soñada es el top manta.
La proliferación en el espacio público de estos tenderetes sin techo responde también a una demanda sumergida, la de una clase media desencantada, privada de la posibilidad de calmar sus infiernos con el opio del capricho. La burbuja del lujo es tan poderosa que a lo largo de los últimos veinte años ha triplicado su valor –de 97 a 262 billones de euros–, según el último informe de EAE Business School, Radiografía del nuevo universo del lujo, dirigido por el profesor Eduardo Irastorza. A pesar de la crisis, el paro, la austeridad y todos los temblores que han padecido profesiones y empresas, el lujo crece imparable, acompañado por el fulgor que contiene su palabra en todos los idiomas. En nuestro país nunca había habido tantos ultrarricos (quienes declaran fortunas personales superiores a los 30 millones de euros), según datos de la Agencia Tributaria. El llamado lujo experiencial y el luxury transportation son nichos al alza, además del marketing de las ciudades: viajar para ver escaparates y cenar entre estrellas Michelin colma aspiraciones y produce un sentimiento confortable.
Pero hay un dato romántico en el informe: nueve de cada diez de las marcas de alta gama más consumidas son europeas. Por algún lugar tenía que salir la frustración. El abandono de esa idea de Europa parecida a sus cafés, que hoy no es ni agua azucarada, recobra vigor espiritual. Los relojeros suizos, los curtidores franceses, los mecánicos alemanes y los poetas italianos que insuflaron de alma a un nombre han logrado que su memoria permanezca. Crearon un concentrado de deseo que se ha globalizado. Desde sus orígenes, lujo mundial sigue siendo liderado por un viejo continente, cuna de la cultura occidental, que no sabe muy bien qué hacer con sus top manta y sus copias falsas.
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10 de septiembre de 2018
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Pequeña antología de la noche

El poeta Carlos Aganzo publicó a comienzos de este verano de sed y de fuego una peculiar y memorable antología de sus poemas, buscando dentro de sus obras las composiciones más vinculadas a una cierta esencia colectiva, a una cierta conciencia del Otro en sus diferentes manifestaciones. Alejándome un poco de los abordajes usuales a la hora de acercarse a un poemario, he querido mostrarle al lector los momentos en los que el poeta se acerca a la noche. He aquí pues una pequeña antología de versos sobre la noche, extraídos de las moradas donde Arde el tiempo:

¡Noche cálida y sonora,

surcada por un millón de incertidumbres!

*

Hay noches en que duele la conciencia

por los asesinatos, las torturas

que cometieron otros

tal vez en nuestro nombre,

en el de la belleza o de la muerte;

ofensas sin posible redención.

*

En la voz de la noche

se oyen todas las voces

que callan durante el día.

*

Sabía que esos ojos encendían

pedacitos de lava

en la frontera misma de los labios,

devorando la carne y la inocencia

del corazón bilingüe de la noche.

*

Porque existe la noche con sus dedos

puedo afrontar aún la madrugada...

*

Esta música negra es bella e inquietante

como una rosa negra.

Esta música negra late al ritmo secreto

del corazón más negro de la noche.

*

El jazz es una zeta como un grito

que rasga las cortinas de la noche.

*

Con vosotros me quedo.

Con vosotros espero despertarme

mil y una noches después de la hecatombe.

*

Mas heme aquí tendida,

viendo el río de Heráclito

dudar de la corriente

y perderse en un valle misterioso

donde vagan sin sus caparazones

las perezosas tortugas de la noche...

*

En una noche oscura

no se debe mirar de frente a las estrellas

pues su luz fácilmente nos confunde

y nos lleva hacia extrañas geografías...

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7 de septiembre de 2018
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La autoficción o el arte de navegar la memoria

En mi cabeza sucede el desorden del plano cartesiano, me cuesta trabajo concentrarme y cuando intento leer la presbicia me agota. Tal vez la mirada y la memoria tienen un vínculo mucho más profundo de lo que pensamos y el órgano que los vincula se llama lenguaje. Por eso el envejecimiento puede ser un veneno para la escritura y también lo es ese frasco donde se contiene el estado de ánimo. En este sentido y en otros la memoria es uno de los temas favoritos de nuestro tiempo literario, tanto o más que este hecho: la felicidad casi nunca produce buena literatura. Hay que vivir. Darse cuenta de que el mundo es una mierda forma parte de ese goce. Quizá es un prejuicio, pero cuando pienso en la potencia del infierno que se proclama en La Divina Comedia y luego comparo lo que sucede en el cielo, al final me queda claro el daño que la bondad y los colores pastel pueden provocarle al arte.  

Detenido ante la imagen de la belleza del mal y la cursilería del bien, alguna sinapsis me lleva a pensar que nunca quise escribir temas biográficos, a pesar de que la autoficción es una de las estéticas favoritas de los tiempos que corren. Hay tantas historias en el mundo, la prensa, los archivos y el paisaje que andar exhibiendo nuestras miserias personales me resulta un poco bochornoso. En la era del exhibicionismo la literatura íntima se confunde con el branding de sí mismo. Cuántas novelas hay tan bien contadas como Esto también pasará, de Milena Busquets, pero para los ojos de un voyeur y puestos a escoger, hubiera preferido más chicha sobre la relación con su madre, llena de luces y oscuros, tan pública como privada ¿Hay valentía en el acto de contar tu vida? y si decides hacerlo ¿tiene el lector derecho a cuestionar la intimidad que se cuenta públicamente? ¿Es la autoficción una licencia para matar que a su vez le otorga una pistola al lector? Pensando en el duelo, trato de enfocar los ojos y todo me resulta doblemente problemático ¿Por qué contar las glorias de la juventud, los hechos de la infancia o la memoria del padre o la madre desde un asiento que lleva el letrero Expiación? ¿Qué mérito tiene hablar sobre uno mismo? ¿Cómo cambia nuestra mirada tras los lentes del tiempo? ¿Existe el derecho al arrepentimiento? ¿Quién borrará las ideas que ya no tengo? Pasamos más tiempo con nosotros mismos que con el mundo y para sobrevivir-nos inventamos a un yo que, a su vez, se convierte en la mejor versión de lo que somos privadamente. En lo público queremos ser vistos de una forma suficiente y simple, para que los demás nos toleren. La expectativa en el otro no es el otro, sino la idea que tenemos de él. Ese es el origen de casi todos los fracasos. En lo privado nos miramos al espejo con cada defecto supurando en la cara, las cuencas llenas de ojeras, el cerebro cabeceando después de un día largo en la oficina, la imposibilidad de concentrarse y un mensaje diciéndote: aún te quedan treinta años de vida activa. Si ahora estás cansado cómo vas a estar dentro de dos décadas. Creo que no escribo autoficción porque el resultado sería un gran bostezo. O tal vez porque eso significaría contar una historia que contiene tanto daño que no me atrevo a dejar tal testimonio ante los vivos que formaron parte de la acción. Pudor.

            Ya sé que hay historias fascinantes de hermanos gemelos que le dan la vuelta al mundo o mares de por medio o libros que están poniendo en jaque a un universo que ya no pertenece a esta idea, porque resulta que estoy teniendo problemas de atención. Olvido lo que quiero decir en este segundo y lo que siento es más cansancio. Hay que tomar en cuenta que el verano acaba de terminar y es lunes y por eso tengo un agotamiento terrible que me hace imposible reflexionar sobre (ahora recupero la idea) la autoficción como estética. A la cabeza me vienen libros que, a su vez, han sido influenciados por otros libros de autoficción. Hablo principalmente del éxito internacional de Emmanuel Carrere y la manera en que este influyó algunos libros de la literatura contemporánea que se hace en español como el reciente X, de este sujeto que ya no me acuerdo y cuyo nombre conozco perfecto porque lo quiero y lo admiro en su libro sobre las islas y que aparece justo ahora en mi mente para decirme que se llama Bruno Hernández Piché o Bruno H y que aquel libro se llama Robinson ante el abismo: recuento de islas (la memoria es un archipiélago) y que la novela que presenta ahora es la revelación del año y se titula La mala costumbre de la esperanza, una novela de no ficción ¿No será acaso Truman Capote el papá de Carrere? En mi grupo de wsp de la escuela preparatoria un amigo manda un chiste soez de la prisión donde vivía Elba Esther Gordillo. Por coincidencia el apodo de ese amigo es Gonzo, que es abogado y no hace ningún tipo de periodismo. Gonzo, así se llama desde 1989. O tal vez, el periodismo se convirtió en la mejor literatura de principios del siglo XXI y por eso los novelistas caminan hacia los trabajos de investigación hechos en primera persona, pero desprovistos de emociones y bajo el rigor de los datos, informes periciales o declaraciones juradas.

            En la misma línea literaria donde el autor pone su biografía al servicio de la narrativa, pienso también en la impecable y dolorosa nueva obra de Jorge Volpi, Una novela criminal; en la burla que Juan Pablo Villalobos hace de la autoficción en su No voy a pedirle a nadie que me crea o un libro que está escribiendo mi hermano sobre un miembro de los zetas que está oficialmente muerto pero que en realidad vive en una prisión de alta seguridad y cuyas múltiples vidas  ponen en duda a la verdad y la historia oficial. Con la memoria pasa lo mismo, es tan fragmentaria que la verdad resulta siempre una ilusión o al menos un pedazo del prisma. Iba a continuar hablando de esta influencia y este tipo de estética a partir de otro modelo que es el de la memoria prestada en las novelas sobre el tema de los padres que escribieron Marcos Giralt, Guadalupe Nettel, Patricio Pron, Alejandro Zambra e Inés Bortagaray, pero mi proclividad a la procrastinación me llevó a contestar un wsp con mi agente quien me recomienda a otro agente y al mismo tiempo entra un mensaje de una terapeuta a la que escribí el fin de semana, porque creo que mi déficit de atención se agudiza conforme pasan los días y es que tal vez ya lo tenía de niño, pero este año se puso punk  porque se murió mi mamá, dejé a mi hija en Madrid y me mudé de país, ya que me trasladaron de una ciudad a otra por razones de trabajo. Me interrumpe otro wsp de la terapeuta para que hablemos dentro de una hora porque quiero contarle que he gastado mucho dinero en pasajes de avión por no revisar cuidadosamente los horarios o ciudades de origen que elijo queriendo otros, pero tengo que interrumpir esa idea porque debo terminar un proyecto para la oficina que requiere de toda mi atención y la son las siete de la tarde. Regreso un par de horas después al teclado con todas las tareas hechas. No hay nada que me produzca más satisfacción que mi jefe lo sepa. Al teléfono, la madre de mi hija dice que tengo que terminar lo que empiezo. Tengo que terminar lo que empiezo, pienso. La memoria es un pozo que come sus orillas. El esfuerzo que significa tener demasiadas cosas en el plato convierte a ese plato en un pozo, también. Pero eso no es todo, la vista cansada me lleva a leer noticias que creo haber leído ya, porque todas las noticias sobre Donald Trump se parecen y porque la presbicia me obliga a usar unos lentes multifocales que me afectan la cabeza (me duele un montón) aunque no sé si eso es en realidad consecuencia de mis lecturas nocturnas frente a una pantalla brillante (la tecnología y sus múltiples ventanas abiertas también están modificando el modo en que construimos nuestra memoria y jodemos la salud). Total que una de las estéticas de la literatura contemporánea es la autoficción y, como sucede con los activistas con TDA, toco demasiados palos sin terminar de contar nada, sin atinar a una causa. Aunque a la mente me venga la cuarta transformación o el meme de la musa, escribir no ayuda ni siquiera cuando me doy cuenta que soy el protagonista principal de decisiones que no sólo me afectan a mi sino a la vida de los demás. En el fondo de mi cabeza aparece una escenografía (también fragmentada) que representa a los países que construyen el imaginario iberoamericano de la década de los setentas, donde hubo un D.F. en el que creció Guadalupe Nettel, pero también el Santiago de Chile de Alejandro Zambra y el Buenos Aires montonero de Patricio Pron. No descarto a la España dictatorial de la infancia de Marcos Giralt o los viajes en carretera de la familia en uruguaya en la que creció Inés Bortagaray, pero esta idea ya no cupo en la frase anterior.

            Novelas respectivas como El cuerpo en que nací, Formas de volver a casa, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, Tiempo de vida o Prontos, listos ya entierran la idea de generaciones para edificar el concepto de memoria de una estética común. No hay manifiesto sino coincidencia: la memoria de los padres. Se trata de una coincidencia temporal en temas muy puntuales que luego se desvanecen como nubes. En su siguiente libro, cada autor se irá a temáticas diametralmente opuestas. De aquí la importancia de estudiar las estéticas de la memoria que suceden hoy por encima de las literaturas nacionales o los proyectos de generación.

Si la autoficción es una forma de memoria, la coincidencia estética de estos tres o cuatro autores tiene que ver con una posibilidad preciosa: en un mundo que apela a la individualidad existen algunos fenómenos donde se encuentran más afinidades que desavenencias. Lo digo por dos cosas: una es el tema (los padres) que en realidad es una preocupación por la identidad. La segunda cosa es que el verdadero tema contemporáneo es la memoria. Si entendemos esto y que el aumento en la expectativa de vida (científicamente comprobado) es una constante, entenderemos que la autoficción es en realidad un pretexto para trabajar con el derecho al olvido y al recuerdo como el leitmotiv capaz de detener a una sociedad tan veloz. La memoria es un freno que adora la lentitud.

Llevo un par de líneas aguantando la concentración cuando entra un grupo de wsp que tiene la foto del escritor Ignacio Padilla y que reúne a todos sus compañeros de la Universidad Iberoamericana que lo recuerdan a dos años de su partida. Su obsesión temática por los impostores es en realidad una obsesión por la memoria que quería construir de sí mismo y las historias que pudieron ser de otro modo. Ignacio fue una obra en sí, pero nadie se dio cuenta hasta el final de su muerte, esa muerte que seguirá extendiéndose conforme vayan escribiéndose las seis o siete novelas que se harán sobre la complejidad del Ignacio sujeto. Se de algunos proyectos en marcha y puedo decir que suman una lista larga. A diferencia de Pron o Zambra o Nettel, la principal ficción de Padilla no estaba en el recuerdo sino en traer a la realidad un personaje multiple del que queda mucho por investigar. Con esto quiero decir que su vida no era una sino infinitas al mismo tiempo. Supongo que gracias a su déficit de atención, se perdió aquella lección vital que dice que en la literatura puedes ser muchos personajes. La apuesta estética de Ignacio fue otra: la de creer que en la vida puedes ser muchos personajes literarios y que nadie se entere de los papeles que desempeñas ante unos y otros puede convertirte en una obra perfecta. Tanto o más que tus libros. Impostarte en una multiplicidad de personajes convierte a tu literatura en el ancla más realista, la que te mantiene conectado con la lucidez y a flote ante una sociedad que no toleras ¿Si uno elige la vida de un amigo muerto tiene licencia para matar? No es que quiera cambiar de tema, pero aquí me detengo porque de Ignacio Padilla, la memoria como tema y su TDA para las relaciones quedará para otro momento cuando los años me permitan tomar perspectiva y si es que logro mantener al órgano del lenguaje vivo y sin la erosión que producen los años. Tal vez por eso dejo  esta nota para el futuro. Se trata de una bomba de tiempo que abriré el mes de septiembre del 2045. Reto a los metadatos a que me lo recuerden en el momento preciso.

 Justo anoche terminé el renglón anterior y lo dejé flotando porque no tenía muy claro cómo cerrar este artículo. De pronto, compartido por alguien, aparece en El País un fragmento sobre el libro póstumo de Tom Wolfe titulado El reino del lenguaje. Entre otras cosas, en ese libro Wolfe se confronta con las teorías de Noam Chomsky, particularmente su idea de que nacemos con un órgano del lenguaje que va adquiriendo flexibilidad y funciones conforme crecemos, es decir, conforme se sedimenta la memoria. A partir de esta reflexión y para un ensayo futuro, pongo en está mesa (pública) de trabajo la siguiente anotación:

La dispersión y el déficit de atención son un modo atrofiado de este órgano de la memoria que, a su vez, es el origen de modos literarios preciosos como el fragmento, el epígrafe y cierto tipo de poesía. También de algunas obras narrativas que se producen bajo el efecto de substancias químicas o que se escriben por aproximación como La reclusión solitaria de Tahar Ben Jelloun. Redacto esto y el sentimiento de inquietud que produce la narrativa de Mario Bellatin me asalta la memoria de un golpe, porque las novelas de Bellatin son pastillas que trastornan las emociones y tuercen la memoria. Ahora bien, si existe un pensamiento literario podemos decir que una de sus ramas es algo que podría denominarse pensamiento distraído o pensamiento disperso. Se trata de un modo que se escribe, precisamente, por aproximaciones y que requiere tiempo para construir cuerpos literarios consolidados, donde con toda certeza habría que incluir a la crítica en primera persona.

 

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6 de septiembre de 2018
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Carlos Tóper

Mi amistad con Carlos Tóper Valdivieso viene de 1964, de cuando yo acababa de publicar De las condiciones humanas y él acababa de conseguir el premio Acanto por sus investigaciones en el campo de la ortopedia neonatal. Nuestro primer encuentro fue en una cena con amigos comunes; nos caímos bien y pronto se sinceró conmigo: tenía una molestia intermitente en la escápula derecha que le impedía conducir el Pegaso Z-103 y jugar al fléndit. Cuando volvimos a vernos, en la sauna Miraflores, me mostró la gran mancha de su escápula derecha y, unas semanas después, en la boda de Marta Loverdos de Altimira, desnudó su torso para mostrar, a todos los invitados, la depresión profunda en que se estaba convirtiendo la lesión escapular, una depresión que, de suyo, era más bien una oquedad, por no decir un monumental agujero. Quizá el gesto en la boda no fue bien interpretado y alguien, poco piadoso, acuñó el término "El orificio Tóper", que a poco se convirtió en "Tóper, El Orificio". Ahora, en la caja mortuoria, he tenido curiosidad por saber, con exactitud, en qué se había convertido el amigo Carlos Tóper y, efectivamente, como apuntó el capellán en el prolijo responso, sólo quedaba un aro, una franja de carne en forma de anillo; el orificio se había enseñoreado de su persona, que era algo así como el neumático de una rueda de bicicleta.

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6 de septiembre de 2018
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Defensa de la carrera de Periodismo

¿Es necesario estudiar periodismo para ejercer, prosperar y hasta brillar como periodista hoy? 

No. 

Muchos grandes periodistas, entre ellos los maestros de la crónica actual Leila Guerriero, Martín Caparrós, Juan Villoro y hasta los míticos Gabriel García Márquez y Elena Poniatowska estudiaron otras carreras o no terminaron ninguna. 

Muchas de las principales lecciones para ser un periodista excelente se pueden (y algunas, como la humildad y la empatía, se deben) aprender en la vida real, en las redacciones, en la calle. Esto lo dicen incluso los egresados de carreras de periodismo: lo principal lo aprendieron después, fuera de las aulas. 

Y después está el tema de la salida laboral. Según datos recientes del Nieman Lab de Harvard, en la última década aumentó de 70.000 a 90.000 los que salen de grados en periodismo. Pero en el mismo período, se perdieron 100.000 puestos de trabajo en el sector. Más profesionales para menos puestos. 

¿Y qué se enseña en estas carreras? En un reciente artículo en Red Ética de la Fundación Nuevo Periodismo, Hernán Restrepo publicó un artículo con un título polémico: “No voy a permitir que mis hijos estudien periodismo”. Además de abundar en los temas que mencioné más arriba, Restrepo se basa en dos argumentos: que no es necesario (ni legalmente ni en la práctica) haber estudiado periodismo para ejercer la profesión, y que los que terminan estas carreras tiene cada vez menos posibilidades de encontrar buenos empleos en los medios. 

¿Por qué? Para Restrepo, porque en la mayoría de las escuelas de periodismo se dan herramientas técnicas pero “se les ha olvidado enseñar los fundamental para un periodista, que es escribir bien”. En su experiencia, la mayoría ni siquiera sabe pensar con lógica y crítica y dominar las reglas de la gramática y la ortografía. 
Claro que hay carreras de periodismo, asignaturas o ramos, profesores, ejercicios, lecturas, nocivos para la formación de los reporteros o editores. Las malas escuelas de periodismo deforman, enseñan malas mañas, instauran vicios, achatan y desmotivan la creatividad y la originalidad. 

Pero… 

¿Contribuye, ayuda, fomenta el estudio universitario del periodismo a crear buenos profesionales, de calidad y exitosos, útiles para forjar sociedades más democráticas y justas? 

Mi respuesta es un rotundo sí. 

Obviamente, estoy hablando de buenas escuelas, buenas carreras de periodismo. También hay malas carreras de derecho, de medicina, de antropología y de negocios, pero la confusión entre aprender y aprender mal se produce mucho más en el campo del periodismo que en los otros. Creo que es porque hasta hace muy poco la carrera académica no era percibida como un sitio de crecimiento, de desafío, de éxito para personas con vocación periodística. Había la impresión, lamentablemente en muchos casos acertada, de que los periodistas que se “refugiaban” o “resignaban” a enseñar es porque habían fracasado en los medios o no querían someterse al trabajo duro de las redacciones.

Pero esto sucede cada vez menos. Por un lado, en las universidades se encuentra ahora campo fértil para investigar, para crear medios, para hacer periodismo y escribir sobre periodismo con profundidad y sentido crítico. Y porque en la mayoría de las carreras, las buenas, hay una combinación de profesores de planta con profesores por horas que en su “otra” vida son excelentes periodistas, que llevan adelante carreras muy estimulantes y ejemplares para los alumnos, y que con el crecimiento de la enseñanza del quehacer periodístico, también han desarrollado una vocación y un conocimiento sobre cómo enseñar lo que saben, lo que traen de su práctica. 

Hay muchas más carreras de periodismo, sí, pero por eso mismo, por la competencia, son cada vez mejores. En las que valen la pena sí se enseña a escribir bien, a pensar, a investigar y a no cometer errores, a hacer bien el oficio. 

Pero tanto o más importante que eso, quiero responder a la crítica, que he escuchado en muchos países, de “estudiar periodismo no sirve para nada”, con una respuesta que parte del título del texto de Restrepo. Él dice, espero que medio en broma pero no estoy seguro, que no va a “permitir” que sus hijos estudien periodismo. 

Yo nací y crecí en medio de las dictaduras del Cono Sur. Enseñé en una España en donde mis alumnos habían estudiado en colegios que venían de una tradición autoritaria, donde el profesor tenía la razón siempre y discutir o cuestionar no era permitido o no estaba bien visto. Trabajé en medios donde la línea editorial que imponía la dirección del medio y los intereses de los anunciantes y del gobierno llevaban a la autocensura, al servilismo. 

¿Cómo es esto de “no permitir”? ¡Liberen a Martín y Juanita (los hijos de Hernán)! Una de las funciones principales de una buena escuela de periodismo es enseñar, ayudar, acompañar, a que cada uno adquiera un criterio propio, independiente, crítico, reflexivo y basado en la investigación, la lectura de grandes textos del pasado y el análisis de lo que se está haciendo ahora. Es enseñarles a rebelarse ante los que no quieren “permitirles” hacer lo que sienten que quieren o deben hacer. 

Mi universidad, la Alberto Hurtado, tiene como lema “Bienvenidos a pensar”. A pensar bien y a escribir bien, que es el buen pensamiento hecho visible, se enseña y se aprende. 

Por supuesto que muchos empleadores prefieren periodistas novatos que no pasaron por estas escuelas de pensamiento crítico y de investigación seria. No tendrán su propio criterio ético, sus líneas rojas, su dominio de la forma en la que saben que debe hacerse el periodismo que vale la pena. Estarán preparados para servir, para obedecer órdenes. Para no tener otro criterio que el impuesto por el medio. Para dejarse “no permitir”. 

Yo estoy convencido de que en las carreras de periodismo que valen la pena, se enseñan los antídotos al periodismo servil. Por eso, aunque no sea obligatorio ni necesario, yo sí me alegraría que mi hijo quisiera estudiar periodismo. Además de aprender bien este, el mejor oficio del mundo, el periodismo es una escuela de vida. 

Este texto se publicó el 5 de setiembre de 2018 en la revista digital Puro Periodismo, de la Universidad Alberto Hurtado de Chile, donde soy profesor y donde dirijo el Diplomado en Escritura Narrativa de No Ficción.

Aquí, el enlace al boletín completo: https://tinyletter.com/puroperiodismo/letters/puroperiodismo-14-estudiar-o-no-estudiar-periodismo

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5 de septiembre de 2018
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Amarga recompensa

Nada más empezar las vacaciones me robaron. El mismo día en que estrenas un estado de ánimo expansivo e inquebrantable gracias a la fortuna de regresar al mar de todos los veranos, al deseo cremoso de la arena de Es Calo y de los tomates de huerto de Barbaria. Riquísima me sentía yo con mis dos semanas, todo hojas en blanco, el teléfono debidamente silenciado, cuando fui a comprar los billetes para el ferry y dejé mi equipaje al resguardo de mi sacrificada familia. “¿Dice papá que si tienes tú la bolsa?” me preguntó la niña al instante. Ese ligero temblor de piernas, palparte el cuerpo al acto, buscar donde no hay, perder la cabeza hasta aceptar que ya no tienes lo que tenías. Los ladrones observan sin ser vistos. Son magos haciendo desaparecer objetos en lugares de tránsito, rateros del descuido. El delito tiene alas en los pies. La pena resignada, en cambio, es de larga digestión.
En mi bolsa llevaba un iPad Pro, las gafas de ver, una cartera, un sombrero comprado en Los Angeles –¿cuándo regresaré yo a Venice Beach?– y un cuaderno de tapas rojas. Yo sí creo en las libretas y en su resistencia al tiempo. No escribo cualquier cosa en la primera página. Y además añado mi nombre, el teléfono y una llamada que anticipa el desastre: “si encuentra este cuaderno, llame aquí. Se dará recompensa”. Tras cinco días de melancolía fetichista en los que soñé con él, padeciendo al intentar recordar lo que contenía, me llamaron de una tienda de vinos. Un empleado lo había encontrado en la calle. “¡Qué alegría me da!” le dije, imitando a esas mujeres piadosas y educadas. Gratifiqué su llamada con 50 euros; debió parecerle poco. Si escribes la palabra recompensa, mójate.
Lo entendí al cabo de una semana: “Llamo desde una cabina, tengo poco crédito… He encontrado el iPad entre unos matorrales. Yo no se lo robé. No tengo trabajo”. Mi hija había activado la búsqueda del cacharro y tiró por lo alto con la recompensa. “Dice que dan un dinero, y un amigo policía me ha dicho que me tiene que dar lo que pone”. Le sugerí que quedásemos en una comisaría para resolverlo. Se negó. Justo estaba leyendo los Siete cuentos morales de Coetzee (Random House) cuando empecé a negociar con mis propios ladrones. Del resto de la bolsa, nada. Me sentí una astronauta y recordé a Ray Donovan y su manera de parecer bueno siendo amoral. Quedamos al cabo de cinco días, ya de regreso a casa. Eran dos; la piel llena de pústulas, los dientes de la calle. Uno llevaba el iPad escondido en el pantalón, el otro la funda con un cartón dentro. Les di la mitad del dinero, sintiendo la extraña sensación de pagar por lo que es tuyo. Secuestros exprés de objetos, hurtos de ida y vuelta, y no sé qué te deja más resaca, si la pérdida o la recuperación.
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5 de septiembre de 2018
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Identitarios

En el pueblecito de Zuoz, a nadie se le ha pasado por la cabeza separarse de la nación constitucional. Son arcaicos, pero demócratas 
 
Ocho millones de suizos viven dispersos en veintiséis cantones federales que vienen a ser como nuestras comunidades autónomas. Uno de ellos, el de los Grisones, es el más extenso y menos poblado debido a que lo conforman las tremendas montañas de los Alpes réticos y sus ciento y pico valles con sus respectivos pueblos cerrados al mundo durante siglos. En este cantón atávico y riscoso, subrayado por el Inn o Eno, tres son las lenguas oficiales: el alemán, el italiano y el romanche. Uno de sus valles más escarpados, la Alta Engadina, se encuentra acostado sobre altos macizos y es donde el romanche tiene mayor número de hablantes, un 15%. Para complicarlo un poco más, no hay un solo romanche sino cinco, el sursilvano, el sutsilvano, el surmirano, el putér y el vallader, con diferencias lingüísticas notables. Allí reposa el pueblecito de Zuoz, unas mil almas, donde, gracias a un amigo, he pasado parte del verano en una casa de madera colgada del monte y rodeada por un espeso bosque de coníferas.
 

Pues bien, el primero de agosto cayó un diluvio y supuse que se habrían suspendido los anunciados fuegos artificiales del pueblo. Sin embargo, a los grisones no les arredra una tonelada de agua veraniega. Téngase en cuenta que hasta hace un siglo la exportación mayor del cantón eran los mercenarios. Hubo guerreros grisones en todos los ejércitos europeos. Así que a las nueve en punto estallaban unas brillantes palmeras a la valenciana que humillaron e hicieron retroceder a la lluvia. No podía ser de otro modo. Esta gente rocosa, atada a sus tradiciones seculares, celebraba ese día la Fiesta Nacional Suiza. Aquí a nadie se le ha pasado por la cabeza separarse de la nación constitucional. Son arcaicos, pero demócratas.

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4 de septiembre de 2018
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Alexis Moskanter, virgen y mártir

Su vida es paralela a la de Richard Dadd, si bien Alexis Moskanter no llegó a matar a su padre. Lo intentó, pero lo único que consiguió fue que lo encerrasen siete años en un asilo psiquiátrico (Copenhague 1880-1887)

Inicia el fresco “Recuerda, Leteo” en una casa abandonada que heredó de su abuela y que su padre le quiso arrebatar alegando que su hijo era un trastornado (y que lo quería matar).

Parte del fresco, simbólico y dantesco, es de una obscenidad escalofriante, pero ni siquiera ahí pierde su aire profundamente sacro.

Escribió un poemario titulado “Yo acuso a Dios”. Al día siguiente se murió.

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4 de septiembre de 2018
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Camino al aislamiento

La expulsión de la Misión del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) por parte del régimen en Nicaragua, parece incomprensible para algunos, y un desacierto de fondo para otros. Pero en cualquier caso, no conduce sino al aislamiento internacional.
 

Antes de que la cancillería diera por terminada la presencia de la misión, ya el propio Daniel Ortega, en un discurso que presagiaba la decisión, había acusado al organismo de ser "instrumento de los poderosos que imponen su política de muerte...manejada por los que se han adueñado de continentes enteros, por los que han cometido genocidios sobre pueblos enteros...los que los transportaron desde África para que trabajaran...son infames".

La conclusión es, entonces, que las investigaciones que la misión de derechos humanos de las Naciones Unidas ha llevado adelante, no son sino un ardid malintencionado del viejo colonialismo europeo, urdido contra un indefenso país del tercer mundo. ¿Pero quién es el Alto Comisionado, bajo cuyo mandato se preparó el informe?

El diplomático jordano Zeid Ra'ad Al Hussein, quien ha sostenido una firme posición a favor de Palestina en el conflicto con Israel, y en 2015 declaró que Estados Unidos estaba obligado a llevar a juicio a los miembros de la CIA responsables de casos de tortura. Raro esclavista. Y la diatriba alcanza también a la ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet, lejos también de cualquier credo olonialista, quien muy pronto sustituirá a Hussein.

Los organismos mundiales que tutelan los derechos humanos nacen de un largo proceso que ha llevado a las naciones a aceptar no sólo la necesidad de su existencia, como elemento de civilización, sino a acatar sus informes. Denigrar su trabajo y enseguida decretar su expulsión, significa ponerse al margen de la comunidad internacional, o de espaldas a ella.

Una acción así puede ser eficaz para contentar a los propios partidarios, pero no para convencer a los gobiernos y a la comunidad internacional. Y tampoco ayuda para nada a reconciliar al país, porque lo que viene a confirmarse es una voluntad de impunidad. Muy sabiamente, el jefe de la misión expulsada, el jurista peruano Guillermo Fernández Maldonado, ha propuesto la integración de una Comisión Internacional de la Verdad que lleve hasta el fondo en los hechos.

La retórica denigratoria que acompaña la expulsión, no tiene ningún peso frente a los señalamientos de acciones de represión oficial y paramilitar, consideradas en el informe como violatorias del derecho internacional y de los derechos humanos, lo cual incluye el uso desproporcionado de la fuerza, casos de ejecuciones extrajudiciales, de desapariciones forzadas, la obstrucción del acceso a la atención médica, detenciones arbitrarias o ilegales, la tortura y la violencia sexual, la criminalización de las protestas ciudadanas . Lo que tiene peso es el hecho mismo de la expulsión.

Y, seguramente, lo más irritante para el régimen es que el informe contradice la narrativa oficial del golpe de estado. "Golpistas" ha sido el título que conforme a esa narrativa se ha dado constantemente a los miles de participantes en las protestas populares.

Al cerrar las fronteras al escrutinio de los hechos violatorios de los derechos humanos, el régimen desconoce el orden internacional, en el que se basa hoy en día la convivencia entre las naciones de todo tamaño y poderío. ¿Puede Nicaragua vivir bajo una política de fronteras cerradas? ¿Puede el régimen valerse solo, aislado como está de la propia sociedad nicaragüense?

A lo largo de la historia, ha habido naciones que se han encerrado en sí mismas, ignorando a las demás. Pero se ha tratado de países vastos en su geografía, autosuficientes en sus recursos, y por supuesto poderosos, como ocurrió con China bajo la dinastía Tang y bajo la dinastía Ming. Pero Nicaragua es un país pequeño, interconectado de manera natural a las naciones vecinas, y miembro fundador tanto de la Organización de Estados Americanos como de las Naciones Unidas, y no puede renunciar a sus obligaciones internacionales sin afrontar consecuencias jurídicas y económicas.

La crisis que vivimos no tiene salida en el aislamiento, sino, por el contrario, en buscar, y no alejar, el respaldo internacional, que lleve a un diálogo nacional, ahora pospuesto por voluntad cerrada del régimen, y que ese diálogo abra las posibilidades de una salida democrática que, lejos de haber terminado, parece prolongarse de manera indefinida.

El camino escogido es cada vez más equivocado, y aleja las soluciones que pasan necesariamente por el restablecimiento pleno de la democracia, y el respeto sin condiciones a los derechos humanos.

 

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3 de septiembre de 2018
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El Boomeran(g)
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