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Teoría y práctica de Evo Morales

En Bolivia, el Che Guevara está en todas partes. Se le ve más que a las estampitas religiosas, o quizá en vez de ellas. Decora los parachoques de los buses y los pedestales de los monumentos. En un puesto de discos piratas, los grandes éxitos son Plácido Domingo,  los últimos sones de la tecnocumbia y la foto del Che en la portada de un disco de canciones revolucionarias. A Evo Morales, por su cumpleaños, le regalan una imagen del Che. Las brujas andinas le rezan al guerrillero para que sane enfermedades -porque era médico de profesión-, y hay figuras de él en los altares populares.

El presidente Morales es otro de sus admiradores, por supuesto, y en su discurso mezcla la cosmovisión andina con la retórica revolucionaria. A nueve meses de asumir el liderazgo, su mayor reto es conciliar todo eso con la administración de un gobierno real. Como dice el periodista Ricardo Bajo, “yo quisiera que todas las transnacionales se largaran a patadas de este país. La mayor parte del país lo quiere. El problema es que no se puede. Una medida así no mejoraría las cosas a la larga. Evo lo sabe, y camina en la cuerda floja. Para su gente, habla de una nacionalización. Pero de cara a los empresarios, este proceso se llama negociación”.

Por esa indefinición, en las últimas semanas los mayores problemas de Evo han surgido de sus propias filas: las huelgas de maestros, los enfrentamientos entre mineros y las protestas en las cárceles han hecho a los columnistas políticos hablar de un exceso de expectativas que el gobierno no puede cumplir. Pero los periodistas afines al gobierno no piensan igual. Para ellos, la prensa está aprovechando conflictos normales para montar una gigantesca campaña contra Evo en defensa de los grandes intereses económicos de sus propietarios. Una campaña que solo puede contrarrestar el inquebrantable carisma del presidente.

No obstante, ese carisma no funciona igual en todas partes. En la ciudad de Santa Cruz, donde el 74% desaprueba la gestión de Morales, se oyen voces críticas en cada esquina. Una funcionaria cultural cruceña opina: “las líneas generales de Evo son utópicas: quiere favorecer la multiculturalidad, pero eso es demasiado amplio. Más allá del discurso, no hay planes concretos del ministerio, ni indicaciones, ni presupuestos. Lo mismo pasa en todos los ámbitos. Quiere nacionalizar los hidrocarburos, pero eso no es solo una decisión política. Requiere un plan técnico, que no hay. Es como cambiar los proyectos de gobierno por buenas intenciones”.   

En las zonas más altas, en cambio, el apoyo al gobierno es casi total: alcanza el 62% en La Paz y el 86% en El Alto. En Cochabamba, corazón del país, donde el respaldo de Evo es del 51%, también se respira relativo optimismo. Un vendedor me dice: “no se puede cambiar todo de repente. Evo no lleva en el gobierno ni siquiera un año. Y la negociación de los hidrocarburos aún no termina”.

Esa negociación representa el núcleo de la propuesta de Evo, pero también su mayor encrucijada. Su viejo amigo Lula representa en esto a la transnacional Petrobrás. Es a la vez socio y cliente. Ambas partes han tratado de llevar la fiesta en paz para no amargarle la campaña electoral al brasileño. Pero, según un diplomático, “a Lula no le gusta nada que Evo funcione en la órbita de Chávez.  La negociación sería más fácil si Brasil conservase la posición de liderazgo que ha perdido en manos de Venezuela”.

La clave del éxito de Evo reside precisamente en sus alianzas internacionales, alianzas que deben abrir mercado para sus hidrocarburos –y con suerte para su coca- además de proporcionarle un colchón político. Evo no tiene el margen de maniobra de Chávez  porque no tiene tanto petróleo, y necesita un respaldo exterior sólido. Lo natural parece integrarse en el Mercosur, pero además de las tensiones ya descritas, eso plantea el problema de que el gran tema internacional de Bolivia está exactamente del otro lado: en la salida a un oceáno pacífico cuyas costas están íntegramente gobernadas por presidentes más conservadores. Esa fragilidad externa aumenta su dependencia de Venezuela.

En todo ese complejo ajedrez, el gran reto de Evo Morales es el de la izquierda latinoamericana: convertir el discurso revolucionario en políticas concretas que satisfagan a todos los actores. Esto es, convertir la revolución en negociación.

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30 de octubre de 2006
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EL CORAZÓN DE VOLTAIRE

Acabo de leer El corazón de Voltaire del escritor puertorriqueño Luis López Nieves (grupo editorial Norma). Es una novela escrita en español pero que da la sensación de ser traducida del francés. La razón es sencilla: se trata de una novela compuesta por cartas electrónicas, una serie de e-mails cuyos autores son todos franceses; y además muchos de ellos funcionarios; es decir, más franceses que los propios franceses. Cada e-mail viene con las indicaciones clásicas; a: fulano, de: fulano, asunto: X, fecha: Y. Al final, son mails tal como circulan en Francia pero escritos todos en castellano, lo que produce en un lector francés la sensación extraña de una especie de exotismo en el ciberespacio.

Como se trata de una novela policíaca, no puedo contar la historia. Basta decir que su dinámica es la de una encuesta para determinar si el corazón que se encuentra dentro de la estatua Voltaire sentado de Houdon, en uno de los sitios de la Biblioteca Nacional, es el corazón de Voltaire o de otra persona. Como estamos en Francia y Voltaire es un héroe de la República francesa, existe una verdad oficial sobre este corazón. Tanto el sitio de la Biblioteca como el sitio del Ministerio de Asuntos Extranjeros difunden la verdad oficial de la República francesa sobre lo que ocurrió al cuerpo de Voltaire después de su muerte. Luis López Nieves ha inventado otra historia, una sabia construcción que merecería ser traducida al francés.

Además, tal como lo dice la contratapa de su libro, escribió «la primera novela epistolar por medio de correos electrónicos del siglo XXI». Francamente, me parece mucho mejor utilizar cartas clásicas como en Las amistades peligrosas, la novela de Choderlos de Laclos. La carta electrónica, por el momento, no es un género literario, por ser demasiado directa, breve. No sé cómo decirlo pero me parece que queda por inventar el concepto del cariño electrónico; esto quita mucho placer a la novela pero, a su vez, le da una eficiencia mecánica o lógicamente electrónica.

Luis López Nieves era el autor nato para ese experimento. Creó en la web, hace ya más de diez años, un sitio (más bien el primer sitio dedicado a la literatura) para colgar cuentos en línea. Ahora suman más de tres mil cuentos y vale la pena guardar la referencia entre sus favoritos. Hay cuentos de todo tipo: clásicos, anónimos, traducidos, etc.

En lo que tiene que ver con Voltaire, unos internautas, afrancesados, podrían preguntarse qué pasó con el cuerpo de Voltaire (sin su corazón, por supuesto) después de su muerte. Existen biografías para buscar la respuesta. Hay un libro excelente: Inventaire Voltaire, simpático desorden sobre el filósofo preparado por tres autores, Jean-Marie Goulemot, André Magnan et Didier Masseau. Creo que buena parte de su contenido figura dentro de una curiosa revista literaria en Internet, Ironie, que dedica su último número a Voltaire. Habrá que añadir la creación de un puertorriqueño que robó el corazón de Voltaire a los franceses para inventar una historia verosímil en el ciberespacio.

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30 de octubre de 2006
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El lenguaje de los soldados

La otra noche, con Eva y los Albisu, tratamos de reconstruir de memoria los pretéritos españoles. Yo me suelo armar un lío tremendo entre perfectos e imperfectos, sobre todo desde que los perfectos se llaman simples y compuestos, y me mareo con la perspectiva temporal del pluscuamperfecto. Eso de que un tiempo pasado suceda a otro tiempo pasado en el mismo verbo… Lo que los franceses llaman mise en abîme.

Me sucede como a San Agustín: mientras camino no tengo ningún inconveniente en ir poniendo un pie delante del otro educadamente, pero en cuanto me da por pensar en cómo estoy poniendo los pies, me caigo. Rara vez dudo sobre el tiempo a emplear en una frase, por complicada que sea. Incluso me he entretenido, como todo el mundo, en ir variando la forma verbal en esas interminables frases hipotácticas a las que tan aficionado es Ferlosio. Eso sí, en cuanto me detengo a analizar qué tiempos se superponen o suceden los unos a los otros, me sale el vizcaíno: “Vale, quedamos en el Amalur después de comer, si no llovería”.

De los pretéritos pasamos a los imperativos, que son de lo más caprichoso e impredecible. “¿Tú cómo dices en clase: “leeros esto”, “leeos esto” o “leedos esto”?”. Risas para rememorar el más celebrado uso del imperativo, cuando la Pantoja o la Jurado o la Flores, que se me hacen las tres una divinidad mona y trina, se dirigió a la muchedumbre que la acosaba con su amor y gritó desde el balcón: “Si me queréis, ¡irse!”.

Al llegar a casa busqué ayuda en la Guía de verbos españoles de Celia Villar, y no la encontré. Fuime al Weinrich sobre Estructura y función de los tiempos, y tampoco hallé consuelo. Me dieron las tantas y lloraba yo amargas lágrimas sobre mi ignorancia verbal. Entonces puse la tele y pasaban un anuncio de la película esa, Alatriste.

Vaya por delante que soy defensor de los libros de Pérez-Reverte, de los lectores de PR, y del propio PR. Me parece un lujo que contemos con un narrador de la estirpe de Alejandro Dumas. También admito que no lo he leído como es debido, pero por una razón: no puedo entrar en sus personajes por el modo en que se expresan. Hablan como mis alumnos y eso me despista. O estoy en la batalla de Trafalgar o estoy en un aula sin aireación, sin iluminación y con una acústica para perros como corresponde a una Escuela de Arquitectura, pero no puedo estar en los dos sitios a la vez.

El lenguaje que solemos llamar “coloquial” me parece que no existía antes de la aparición de las modernas aglomeraciones urbanas y que en tiempos de Cervantes, de Quevedo y de Alatriste, no debía de haber una gran diferencia entre el modo de hablar de la gente rica y la gente pobre. De ahí que llamara tanto la atención una moda como el cultismo y el culteranismo, o que se hiciera befa de los curas campanudos.

Por supuesto había una enorme carga de localismos (todos hemos pasado por Menéndez Pidal), pero estoy persuadido de que los soldados no decían: “¡Dame el arcabuz, joder tío!”. Tengo para mÍ que hablaban con mayor economía y exactitud. Un modelo de lenguaje barroco para soldados me pareció el de los marineros de la soberbia película Master and comander. Hablaban más o menos como Shakespeare, y eso me parece más verosímil que oírles hablar como un colgao de Lavapiés. Aquel horror de novelas históricas en las que los personajes usaban (mal) el “vuesa merced” y decían cosas como “maguer no haberse personado el Príncipe”, eran aún más inverosímiles, claro.

Digo yo que en aquel tiempo nadie sabía que estaba hablando “en la lengua de Cervantes”, ni que existiera tal cosa como una lengua, o unos verbos y unos pretéritos. Se limitaban a hablar. Y todo esto viene a cuento de que enjugándome las lágrimas volví a la Historia verdadera de la conquista de Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, esa Iliada española que pocos leen, y de nuevo me sobrecogió en las primeras páginas aquella voz pausada, tan bella como los galeones en los que navegó su dueño, narrando los sucesos de Méjico y sus aventuras con Cortés y la surreal ciudad de Tenochtitlán y la Malinche y Moctezuma y las pirámides aztecas y el calendario de oro macizo y así sucesivamente, todo en primera persona del singular. Aquel antiguo soldado, convertido en su vejez en pequeño propietario, carecía de formación literaria y su cultura debía de ser muy discreta. No obstante, ¡qué prosa!, ¡Señor, qué fuerza, qué respiración, qué musculatura! Y pienso yo que no hablaría de modo muy distinto.

Por eso digo que los soldados de Pérez-Reverte habrían de cambiar de lenguaje. Y yo, volver a estudiar los verbos.

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30 de octubre de 2006
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Cuidado con los idiotas

La abundancia de idiotas es una prerrogativa del género humano. Existen idiotas en otras especies, pero la selección natural se encarga de matarlos, privilegiando la supervivencia de los más aptos. En cambio en el género humano los idiotas no solo sobreviven a menudo, sino que terminan determinando la muerte de otros, en cifras que a menudo orillan las cotas del genocidio. Por supuesto que existen idiotas bienintencionados y generosos, que inspiran refranes populares como aquel que dice que el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones. Pero los idiotas verdaderamente peligrosos son los que están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de figurar, consagrarse o salvar el pellejo. Digamos, a modo de ejemplo, que un idiota peligroso es aquel que llega a la presidencia de un país y lanza una guerra contra otro para revertir su descrédito y convertirse en un presidente popular. (Popularidad que dura, por supuesto, tan solo hasta que los votantes advierten que han sido engañados.) O, en un tono menor, es un idiota peligroso aquel que entiende que su vida privada genera rating televisivo y la expone sin preocuparse de las consecuencias que esa disección genera entre los suyos: hijos, padres, amigos. (Este pertenecería a la categoría soy-idiota-pero-no-me-importa-porque-me-conocen-por-la calle.)

Yo no conozco a los fiscales Alberto Nisman y Marcelo Martínez Burgos, así que mal puedo saber qué clase de gente son. Lo único que sé es lo que sigue: que el miércoles solicitaron al juez Rodolfo Canicoba Corral que dicte órdenes de captura contra ocho ciudadanos iraníes, entre los cuales figura un ex presidente y algunos de sus ministros, responsabilizándolos por el atentado contra la mutual judía AMIA que ocurrió en Buenos Aires en 1994. Que los fiscales formularon esta acusación poco después de que el juez Juan José Galeano, designado responsable de la causa por el gobierno presuntamente corrupto de Carlos Saúl Menem, fue destituido bajo acusación de presunta corrupción. Que los argumentos que los fiscales esgrimieron en su dictamen de 800 páginas son los mismos que ya había esgrimido el presuntamente corrupto Galeano, con el agravante de que aquel había sugerido que los responsables eran iraníes radicalizados, o sea elementos marginales, y este dictamen atribuye el atentado al gobierno de Irán en pleno. Y que las pruebas que supuestamente incluyen provienen en su mayoría de informes de inteligencia de las embajadas de USA e Israel, particularmente interesadas en justificar una invasión a Irán con cualquier pretexto.

El periodista Raúl Kollman, de Página 12, dice que el dictamen “evidencia que los fiscales se basan continuamente en informes de inteligencia, algo muy discutido a nivel internacional por cuanto resultan muy relativos como prueba judicial”. Laura Ginsberg, una de las dirigentes argentino-judías de criterio más independiente, declaró al mismo diario que “la fiscalía responde a las presiones de los gobiernos de USA e Israel para cerrar la causa y entregarla a la lucha contra el terrorismo internacional. Es una declaración efectista para generar una situación favorable hacia la guerra”. Por supuesto que la pelota está ahora en campo del juez Canicoba Corral, sobre el que deben pesar presiones inimaginables para que avale el curso sugerido por el gobierno de USA. Pero lo cierto es que la pelota llegó allí por pase de los fiscales. Yo imagino que si tuviese prueba fehaciente del asunto firmaría ese dictamen, sin hacerme cargo de sus posibles consecuencias: yo sigo creyendo, como cuando era un crío, que la verdad es un valor en sí mismo. Pero si no tuviese prueba fehaciente me cuestionaría la utilidad de mi dictamen. Me preguntaría qué ocurriría si algún iraní, ofuscado por la acusación, nos convirtiese en blanco de un atentado. Me preguntaría cómo me sentiría si un gobierno extranjero utilizase mi dictamen para justificar una invasión que produciría miles de víctimas, entre las que no pueden faltar niños, mujeres y ancianos –como los que ya han muerto y mueren a diario en Irak. Yo no querría todas esas muertes sobre mi conciencia aun cuando el dictamen fuese beneficioso para mi carrera, pero en fin, yo soy yo. Alguien que se esfuerza por seguir siendo un simple idiota, en vez de pasarse a las filas de los idiotas útiles.

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27 de octubre de 2006
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LITTELL, CASO CERRADO

Hay que rematar el tema: ayer hablé del caso Littell como algo inverosímil. La enorme (900 páginas) novela del autor americano podía conseguir cualquiera de los seis premios literarios más importantes de Francia. Hoy, el caso parece cerrado: Littell consiguió el Grand Prix de l’Académie Française. El jurado estuvo encerrado más de lo normal. Quizás lo más difícil no era elegir el ganador del galardón; más bien, era desafiar a los otros jurados. Todos apuntaban a la novela de Littell como herramienta para demostrar la influencia de su premio sobre las ventas. Por esta razón, no se puede descartar otro premio para Littell, pues ningún jurado tiene la obligación de enterarse de lo que pasó en la vieja Academia.

Como se trata de un negocio, me pareció bien que otra noticia llegara de manera casi simultánea: HarperCollins compró los derechos de traducción para EE. UU. Y Chatto & Windus hizo lo mismo para el Reino Unido. Vienen traducciones en un sin fin de idiomas. Caso cerrado con cerradura de plata.

EE. UU. - AMÉRICA LATINA, CASO ABIERTO

En el rio, más bien en el caudal de la información, es difícil sacar los hechos sobresalientes sin equivocarse. Pasión, perjuicios, ignorancia, son los factores comunes de nuestra ceguera. Pero hoy, el error no es posible. La firma de George W. Bush en la parte inferior del texto que crea un muro entre EE. UU y México pertenece a los hechos sobresalientes de la Historia. El presidente electo de México, Felipe Calderón, no se equivoca al hablar del muro de Berlín: a largo plazo, su derrumbe fue el símbolo de la derrota del campo socialista.

No me gusta escribir de manera solemne pero vale la pena recordar que el país que más ayuda recibe de EE. UU. fuera de Oriente próximo es Colombia. Lo sabemos, se trata sobre todo de una ayuda militar que, tanto como el muro, corresponde a una decisión dudosa de Washington. El contraste convierte a Bush en el peor presidente para el diálogo interamericano: un muro en contra de las espaldas mojadas de México y un flujo de dinero a favor de un ejército cuya acción provoca malestar, tal como lo escriben el Washington Post en inglés o la agencia Associated Press en castellano. Sería muy fácil -quizás lo haré en este blog– demostrar que nunca la relación fue tan mala entre los americanos del norte y del sur (mucho peor que en la época de la famosa visita del vicepresidente Nixon en 1952). Basta decir esto: hoy, con este muro, somos testigos de una catástrofe política. En medio del auge de un nuevo populismo en América Latina, Bush 43 (el presidente 41 era el padre) reparte pan caliente a sus enemigos.

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27 de octubre de 2006
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LAS CRIADAS DE ROJALES

En el mismo viaje a la Vega Baja del Segura que contaba ayer me di una vuelta por Rojales. Rojales fue uno de los pueblos alicantinos de donde partían las criadas que servían en Alicante o en Elche. En casa hubo dos de Rojales, además de una de Catral y otra de Almoradí.

Esa zona –e incluso el campo de Cartagena– proveía de mano de obra barata a la pequeña industria del zapato o el juguete y de asistencia doméstica a la pequeña burguesía más o menos acomodada.

Ahora Catral está en el centro de los telediarios porque el ayuntamiento ha sido tan venal que la Generalitat Valenciana le ha debido retirar las competencias como en la misma operación Malaya.

En cuanto a Rojales en sí, las cosas no deben andar muy lejos del precipicio legal. Por el momento, la localidad que yo vi hace unos quince años con apenas mil habitantes puede que cuente actualmente con unos cuarenta mil. El milagro de Rojales sólo tiene equivalente en Pilar de la Horadada, más al sur, que ha multiplicado el padrón en diez años por más de un 3.000 por 100.
La explosión de Rojales constituye una bomba urbanística cuya tipología se repite por Alicante y Murcia especialmente.

El punto de la ignición puede atribuirse a un campo de golf, a un desbordante campo de golf nacido de la nada, pero la resonancia atómica resulta espacialmente inabarcable. Efectivamente en torno a la dulce pradera que están disfrutando a media mañana algunas docenas de golfistas, ha ido creciendo un circo de chalets y adosados pertenecientes a urbanizaciones de una o varias empresas inmobiliarias. Este primer cinturón hace ver que su destino se encuentra en la visión del césped y algunos árboles distribuidos como al azar natural. Sin embargo, un segundo cinturón y un tercero y hasta un cuarto o quinto  van siendo menos dependientes ópticamente del césped y crean satélites de vida autónoma cuyo desarrollo debe atribuirse a la propia fuerza celular o inercia ideal de las cosas.  De este modo van surgiendo, sin embargo, necesidades y servicios reales, supermercados y farmacias, aparcamientos, hoteles y gimnasios. La población, en su inmensa mayoría británica y alemana,  reside allí como en un espacio anónimo que les exime de toda alteración. Se divisan jubilados paseando, matrimonios jóvenes conduciendo el coche del bebé, gentes maduras en actitud de footing.

El panorama general pertenece al mundo de los ensalmos. En estas amplias zonas nadie es de la zona ni tampoco necesita conocerla.  Es posible que enfermen y mueran allí, en Rojales, pero están muy lejos de incluir en su biografía el nombre del territorio o el mes del año. 

Con el paso de los años, los pasados y los por llegar,  España avanza velozmente hacia una caracterización urbana de aluvión que presenta una tipología impensable. No responde a una ideación de urbanistas ni tampoco de sociólogos o siquiera de concejales. La urbanización nace de la especulación, la construcción es efecto de la destrucción. Shumpeter habría encontrado aquí su ecuación paradisíaca.

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27 de octubre de 2006
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Qué difícil es ser linda

La calle está cerrada, pero las cámaras de televisión y el público se aglomeran en torno a las rejas con ansiedad y emoción. La ciudad boliviana de Santa Cruz acoge esta semana un encuentro internacional de escritores y una exposición de escultores que trabajan al aire libre, pero la mayor atención del país y el extranjero está concentrada aquí, en el concurso de belleza que premiará a la reina sudamericana. Esta noche, las quince candidatas desfilan en el estrado para elegir a la silueta más atractiva.

Es curiosa la pasión que despiertan. Entre el público hay gente de varios países vecinos que aplaude a sus respectivas compatriotas mientras acometen la compleja misión de caminar. Cada nalga, cada muslo, cada pecho representa a toda una nación y despierta inusitados fervores. No importa que la aspirante de un país andino sea una rubia de 1.80 cm con apellido alemán más parecida a una finlandesa que a la mayor parte de sus compatriotas. La tierra que vio crecer esas extremidades es la beneficiaria de sus triunfos. 

En los últimos días, estas chicas han revolucionado Bolivia. Las encuentro todos los días en el periódico visitando Sucre, Cochabamba, Santa Cruz. Siempre perfectas, garbosas y altísimas, se toman fotos con los niños, decoran monumentos turísticos y cabalgan sobre alpacas sin que se les despeine la sonrisa ni por un momento. En su hotel, los huéspedes las ven pasar siempre con las bandas que llevan el nombre de sus países. Bajan a desayunar con sus bandas, almuerzan cuidando de no mancharlas, van al baño con ellas.

Esta noche, para lucir sus figuras con soltura, llevan trajes de baño rojos. A mi lado, en la primera fila de espectadores, se sienta otra chica que lleva una banda con el nombre de Bolivia.

-Perdona –le pregunto- ¿tú no tendrías que estar allá arriba en el estrado?
-No –me dice-, estas son las candidatas que van al Miss Mundo. Yo voy al Miss Universo.
-O sea, o ganas un título o el otro. Como las federaciones de box, digamos.
-No, son certámenes diferentes. Miss Mundo es para chicas que se preocupan por el mundo y esas cosas. Hacen labores de caridad y les preguntan cosas sobre la pobreza, por ejemplo. Miss Universo es más profesional.

En todo caso, hoy no hay preguntas sobre el mundo y esas cosas. Se elige a la mejor silueta, no es preciso pensar. Las bocas de las chicas se limitan a sonreír perennemente, como si tuvieran prótesis de sonrisa. Llegado un punto, uno se pregunta por qué sonríen tanto.

Para beneplácito del público local, gana Miss Bolivia. Tras el desfile, las modelos se toman fotos con sus platos nacionales y sus cónsules. A mi lado se sienta Miss Perú, Silvia Cornejo: 19 años, 1.80 de estatura. Con los tacones, es más alta que yo.

-¿Qué tal, cansada?
-Sí. Estuve en un certamen en Polonia, luego en tres departamentos del Perú, tuve dos horas para hacer mi maleta y aquí ya llevamos tres ciudades.
-Por lo menos, conoces bastante.
-No creas. Tenemos que levantarnos a las seis de la mañana, hay sesiones de fotos todo el día y no nos dejan salir por nuestra cuenta.

Quiero creer que, al menos, les queda la noche libre para juguetear. Pero descubro durante la conversación que duermen en habitaciones compartidas. No tienen un espacio demasiado íntimo. Tampoco pueden tomarse fotos con un vaso de alcohol en la mano, o un cigarro. Y en cualquier situación, sin importar lo cansadas que estén, deben sonreír a la cámara. Sospecho que, debajo del espeso maquillaje, debe ocultarse un notable par de ojeras. A las diez de la noche en punto, un empleado del certamen pasa por las mesas haciéndoles señas a las chicas, y todas se levantan al unísono.

-Mañana me levanto a las cinco de la mañana –me dice Silvia-. Se elige el mejor cabello. Y a las siete tengo que estar en la peluquería.

Todas las candidatas con sus vestiditos rojos desaparecen casi en fila india, resplandeciendo al caminar. Yo nunca había imaginado que ser linda las 24 horas del día, un día tras otro, fuese un trabajado tan agotador.

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27 de octubre de 2006
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Te voy a dar una lección

Los primeros románticos (que eran los buenos) afirmaban que toda gran obra ha de ser necesariamente incompleta, fragmentaria, inacabada. La ambición intelectual y artística ha de ser tan descomunal como para hacer imposible el acabamiento. La obra maestra, como Ícaro, ha de terminar hundiéndose en el mar tras haber divisado la orla del sol.

Así por ejemplo, la filosofía del arte más influyente de todo el pensamiento occidental, la de Hegel, no la escribió Hegel sino uno de sus alumnos, Heinrich Gustav Hotho, el cual reunió los apuntes de clase de los sucesivos cursos (1820, 1823, 1826 y 1829) y los cotejó con los cuadernos y anotaciones que habían quedado de la mano de Hegel. Con todo ello redactó un enorme y valioso compendio que editó tras la muerte del maestro, en 1835, con el título de Estética de Hegel.

El volumen, muy grueso (940 pgs. en la edición de Akal), está formado por un conjunto de textos desigual e inquietante, a veces contradictorio, en ocasiones incongruente. La impresión del lector es similar a la del turista que pasea por el foro romano y va sorteando columnas verdaderas, trozos de escultura, reconstrucciones, imitaciones, sin acabar de distinguir the real thing. Con el agravante de que tiene la sensación de haber pasado varias veces por delante de la misma columna y la misma basílica.

Igual sucede con la reescritura de la Décima de Mahler. Con el tercer acto de Lulú de Alban Berg. Con la conclusión de la soberbia novela The Mistery of Edwin Drood de Dickens. Con el ordenamiento de la La Flauta mágica. Con los poemas de Hölderlin. Como tantas obras excesivas, la Estética de Hegel es un campo de ruinas, un sendero de fragmentos. Eso sí, con cada uno de esos fragmentos podemos edificar palacios.

Durante un siglo y medio, la edición de Hotho fructificó en cerebros distinguidos e hizo brotar de ellos brillantes ideas, o, por lo menos, ideas cargadas de acción. Golpeó con fuerza en los cráneos de Marx, de Luckacs, de Bloch, de Adorno, de Derrida entre otros mil, e hizo saltar chispas y generó incendios quizás incitados por un párrafo que Hegel nunca había escrito.

Así como los musicólogos de 1960 limpiaron a Bach de sus adherencias burguesas y le libraron de aquella grasa wagneriana que lo había convertido en un elefante trompetero, así también los actuales investigadores están reconstruyendo la Estética de Hegel a partir de manuscritos más discretos y fiables que el de Hotho. El verano pasado compré en París el cuaderno de notas de Victor Cousin con el curso de 1823, recién editado por Vrin. Allí aparece de un modo más inmediato la lejana voz de Hegel, aunque con acento francés, lo que siempre le añade un fondo de acordeón.

Mejor todavía: la editorial Abada, con ayuda de la Universidad Autónoma de Madrid, acaba de editar las lecciones de 1826 recogidas por otro alumno, Friedrich Carl Hermann Victor von Kehler. También en estos apuntes la voz del maestro suena más cercana, menos reconstruida, desmaquillada. Pero lo asombroso es que se trata de una edición bilingüe. Un verdadero prodigio de edición.

Casualmente, coincidí con el traductor hace pocos días. Me presentaron al admirable Domingo Hernández Sánchez en un pasillo universitario y me precipité a felicitarle por el tremendo esfuerzo y la muy bella edición. “¡Por fin lo podremos leer en España casi en directo!”, dije con un cierto atropello. “Bueno, en España… y en Alemania. Ésta es la edición crítica en ambos países”, me respondió con modestia, mirándose la punta de los zapatos.

¡Me encanta la gente que conoce perfectamente el valor de su trabajo!

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27 de octubre de 2006
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COSAS QUE NO PIENSO LEER

No leeré el Premio Torrevieja de este año. Una novela de Jorge Bucay. En realidad no he leído ninguna novela de ese premio a pesar de haber sido premiados algunos amigos o conocidos, Javier Reverte, Armas Marcelo… No me fío del premio. No conozco, o no reconozco, Torrevieja, pero no tengo ninguna prisa en perderme por un lugar que es capaz de dar tanto dinero a un novelista, o lo que sea, llamado César Vidal, Zoé Valdés o Bucay. No tengo nada personal en contra de esos escritores, sencillamente que no me los creo. El año pasado lo expresó de forma contundente y no creo que muy acertada mi admirado Caballero Bonald. El poeta, novelista y memorialista jerezano estaba en el jurado y le pareció -cito de memoria- algo así como “éticamente deleznable” la novela de Vidal. Y, estoy casi seguro, que lo que no le parecía es literariamente merecedora de los muchos millones del premio. No lo dijo así, pero sé que es lo que quiso decir. Muchas veces hemos valorado un poema, un cuento o una novela que no eran ética o moralmente adecuados. La literatura no es, o no lo es fundamentalmente, una cuestión de moral o de ética. Desde esas consideraciones nos quedaríamos sin alguno de los grandes escritores. Y no estamos tan sobrados.

Se trata pues de un premio que se inventa a golpe de talonario en un lugar central de la especulación del suelo, del destrozo sin prisas ni pausas de una costa que una vez pareció posible, hermosa y habitable. Un premio de muchos millones, el más alto después del Planeta, que si tiene algún sentido es permitir vivir bien, por un tiempo, a algún escritor con una obra generalmente de poco vuelo y de mucha presencia, se supone, mediática. Con un premio Planeta nos basta. Además el Planeta, con toda su historia de operación comercial, con sus meteduras de pata literarias, sus concesiones a lo mediático y todo lo que se quiera, tiene un activo en sus premiados y finalistas que le hacen imprescindible para entender nuestra literatura penúltima y más cercana.

Nada contra Bucay; lo he conocido y me parece simpático, agradable y buen charlista. No puedo opinar de sus escritos porque no soy de sus seguidores. No me interesa su diván y no me fío de su fama mediática. Uno es así de arbitrario. No leeré la novela, entre otras razones, porque tengo muchas cosas que leer, pero sobre todo porque va de un dictador latinoamericano. Y ese tema creo que ya me lo tengo bien leído desde Valle Inclán hasta nuestros días. Pero justo Bucay llegó el día después. Ya no más. Al menos no más que vengan en compañía de un premio que siempre me parece un pelotazo. Enhorabuena para los escritores que con torres tan viejas conquistan tan nuevos millones de euros. Lo recordaba Sánchez Ferlosio, el dinero “non olet”. Pero hay novelas que huelen de lejos. Si algún fiable lector se acerca a esa novela de Bucay y me expone razones para leerla lo haré. Mientras tanto seguiré con mi Ramiro Pinilla.

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26 de octubre de 2006
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EL ENCANTO DEL SLOW

La semana pasada estuve invitado a participar en la celebración del I Foro de Ciudades Slow en Bigastro. Bigastro es una pequeña localidad alicantina en la Vega Baja del Segura que como muchas de sus poblaciones vecinas se encuentra amenazada por la especulación. Su reacción, sin embargo, es insólita. En lugar de dejarse arrasar por los adosados se ha coaligado con otras "ciudades slow" de España como Pals, Begur, Palafrugell, Munguía, Lekeitio, Rubielos de Mora y Pozo Alcón que empiezan a formar la red de “ciudades lentas”, un movimiento que empezó en Italia y va ganando adeptos. 

El movimiento de las cittá slow trata de crear junto a la de la trama de slowfood (comida lenta, comida natural) una fuerza de resistencia contra el desarrollo sin factor humano. Estas localidades se conjuran en defensa de los alimentos naturales, del campo, el aire, las energías limpias y la sostenibilidad.

Abrazan la idea de la vida sosegada, sin tensiones ni apuros superfluos. Defienden la vecindad y el trato humano, los productos alimentarios como un bien superior y la cocina como un patrimonio cultural de la Humanidad. Cualquiera estaría de acuerdo con sus principios y se alistaría en la defensa de sus fines. Todos menos los explotadores del suelo y del agua, del viento y del mar.

¿No habían concluido las utopías? He aquí, por lo que comprobé en Bigastro, el nacimiento y desarrollo de un ideal humano, personal y social, que contrasta vivamente con lo que se ha creído, la incuestionable fatalidad de los tiempos. En esta agrupación no se pide lo imposible. Se trata de conceder el valor, reconocido por el mismo mercado, a lo existente. El silencio, la naturaleza, los buenos tomates y patatas, son bienes altamente cotizados en la sociedad presente. ¿Por qué no hacer que se multipliquen deliberadamente? ¿Por qué esperar a que desaparezca un huerto para recuperarlo después con redoblados trabajos y costes? En Bigastro, la huerta que han abandonado unos pasa a ser cultivada por otros como “huertos de ocio”. Estos otros son jubilados y sus nietos, gentes solas que se reúnen con otras gentes. El campo, sin desaparecer, se enriquece con nuevos destinos. Al contrario del pensamiento único que no ve el porvenir a causa de su apresuramiento ciego, el movimiento slow crea sin cesar destinos. Al pobre sentido del enriquecimiento a secas sigue la sorprendente irrigación del sentido.

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26 de octubre de 2006
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El Boomeran(g)
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