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Disparen sobre el escenarista

Por 13 de noviembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Hay que estar en Babia para creer que las artes pueden escapar a la política: nada hay fuera de la política. La vida contemporánea es toda ella un acto político, no porque así lo deseemos los ciudadanos sino porque la política es el mayor espectáculo contemporáneo y vivimos inmersos en ese espectáculo lo queramos o no. Nosotros somos las comparsas y el público. Todo al mismo tiempo. Y encima, pagamos el espectáculo.

Los actores del espectáculo, las figuras, las estrellas, actúan gratis y por lo tanto ocupan una franja horaria enorme. El día en que los diputados, ministros y presidentes cobren por salir en TV o por hacer declaraciones, verán ustedes cómo se termina esta asfixia. Volveremos a vivir pendientes del declinar de las estaciones, del fútbol y la Fórmula 1, de las divas y divos, de lecturas y vinos nuevos, paisajes y paseos, cavilaciones y desconsuelos, pero dejaremos de tener todos los días a sus señorías en la sopa, en la ducha, en la cama y en los sueños parloteando como curillas.

Mientras tanto, la música es otra víctima de la política, como todo lo demás. La cada vez mayor importancia que dan los administradores (nombrados por los políticos) a los escenaristas ha conducido a que las óperas se conviertan en festivales paleovanguardistas muy apreciados por los poderes mediáticos. Sólo así se explica que la directora de la Ópera de Berlín recibiera la bronca que recibió por negarse a estrenar el Idomeneo de Mozart después de recibir amenazas de grupos fascistas islámicos. A nadie se le ocurrió que quizás la culpa era más bien del escenarista, cuya caprichosa decapitación de Jesús, Poseidón, Buda y Mahoma (¡en una ópera del siglo XVIII, qué trivialidad, señor mío!) fue lo que desencadenó las amenazas.

Yo no sabía, y es lo que me hace regresar a este asunto, que el ministerio del interior alemán y la policía de Berlín se habían negado a garantizar la seguridad del público. Me entero gracias a un inteligente artículo de Natalie Krafft, directora de Le Monde de la Musique, quien se pregunta: ¿Qué tenía que haber hecho Kirsten Harms? ¿Estrenar de todos modos, a pesar de las advertencias de la policía, es decir, cargar ella con toda la responsabilidad si se producía un atentado? ¿La directora de un teatro de ópera puede decidir algo semejante?

El arco de descarga es un artilugio eterno: en cuanto aparece un problema todos señalan al que viene detrás, del coronel al recluta. La novedad es que ahora los intocables son los escenaristas, los cuales de reclutas han pasado a coroneles. En el caso del Idomeneo alemán todos han señalado a la directora del teatro como culpable de la suspensión, absolutamente nadie al escenarista. Podría haber echado una mano, ¿verdad?, pero la así llamada libertad creadora le impedía cambiar las cabezas divinas por sombreros, animales totémicos, acciones de Endesa, o cabezas de sátrapa muerto. Total, se trataba de representar el monoteísmo, o algo por el estilo.

La imaginación, la fantasía del escenarista son necesarias, convenientes y a veces indispensables para dar visibilidad a una partitura. Harry Kupfer construyó la imposible espacialidad de Die Soldaten, de Zimmermann, de manera que esa unidad visual diera coherencia a una música desintegrada. La partitura no perdió ni un gramo de vitriolo, pero Kupfer logró que además se viera sin que se te quemaran los ojos.

Algo similar a ese desvío de la responsabilidad se está produciendo también en los colegios e institutos, en donde son los profesores los que deben garantizar el orden público mientras les pegan los alumnos, los padres de los alumnos, la policía, los jueces y un esquimal que pasaba por allí y se puso en la cola. Los pobres maestros han pasado de coroneles a reclutas.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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