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És l’hora de l’adéu-siau

Un agudo refrán francés que suelo repetir una y otra vez por su alta graduación metafísica dice: Partir c’est mourir un peu. Mourir c’est partir un peu trop. Lo que traducido de mala manera sería:  «Partir es morir un poco; morir es partir demasiado».

De momento no voy a morir que yo sepa, en fin, si puedo evitarlo, pero sí que voy a partir. O sea, me voy un poco. Será una temporada. Digo yo que estaré ausente cosa de medio año, unos seis meses. Ya me agobia la nostalgia.

Mañana 28 de noviembre se cumplirá un año desde que comencé este blog. Mi propósito era mantener la voz como un tenor wagneriano durante doce meses, o lo que es igual, comprobar que podía escribir todos los días una cantidad apreciable de páginas no del todo triviales, o si triviales por lo menos entretenidas. Un desafío imitado por vía osmótica de los que suele plantearse Clint Eastwood en sus últimas películas, aunque en un terreno infinitamente más fácil. Ya me gustaría a mí poder correr cien metros, incluso tres, como el anciano actor cuando trata de salvar la vida de su presidente.

De mero desafío pronto pasó a obsesión, luego a tertulia insoslayable y finalmente a club de la fraternidad universal. Somos animales sentimentales y como le decía la abuela a mi hermana, el amor nace con el roce, lo que en el caso de mi hermana se ha demostrado rotundamente verdadero para pasmo del orbe y yo lo he comprobado gracias al blog.

Como es lógico, en este momento un tanto embarazoso de la separación vuelve a tomar sentido aquel viejo blog del primero de julio en el que citaba a los periodistas de TVE repitiendo cada vez que abandonaban un marco incomparable: “No es un adiós, es un hasta pronto”. Decía yo entonces que nunca se sabe quién va a regresar, si es que hay regreso, porque no podemos volver a ser lo que hemos sido.

El fluido que nos constituye (un poco de tiempo batido con dos partes de agua) no viene de ningún lugar ni va hacia nada remarcable, pero indudablemente fluye y cambia de aspecto y residencia. Decía Beckett que vivimos en un espacio lo suficientemente amplio como para poder movernos, pero no lo suficiente como para ir a algún sitio. Tan es así que de todos los sitios a los que no podemos ir, el más prohibido es aquel del que partimos. Cuando regrese, si regreso, este lugar no será el mismo lugar. Nuestra orientación, paradójicamente, nos lleva hacia occidente que es donde se pone el sol. Es la dirección equivocada.

En cierta ocasión un sabio dijo que si realmente nos hubiera creado un Dios bondadoso habría planeado la vida del humano totalmente del revés. Habríamos nacido muy viejos y deteriorados. Poco a poco, año tras año, habríamos ido rejuveneciendo hasta llegar a la infancia. Y nuestra muerte no sería sino un plácido regreso al mar eterno de las grandes madres donde dormiríamos mecidos en el líquido amniótico durante toda la eternidad. De haber sido así, en lugar de hacerlo en hospitales y manicomios nos despediríamos de este mundo tumbados en una cunita con sonajeros de colores y esa sonrisa de las criaturas, tan inquietante, tan inesperada, tan imprevisible.

Como nuestro tiempo no es el que imaginaba aquel sabio sino todo lo contrario, ojalá os encuentre por aquí cuando regrese si me toca regresar. Ojalá. Mientras tanto, levanto mi copa por todos los presentes y brindo a la manera de los anarquistas patavinos cuando bebían en homenaje a cuanto hay en el mundo de augusto y temible: Splendore!

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27 de noviembre de 2006
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Algo que decir

La anfitriona tras el mostrador se hace llamar Skylar Stone y se define como “sexperta en ligues”. Para más señas, lleva un sombrero vaquero y un par de pechos que amenazan con reventar su escote. Su libro, el único que se promociona en este puesto, enseña a flirtear con hombres casados. Al parecer, es una especialista en el tema.

-¿Esto es un manual? ¿Trae consejos prácticos? –pregunto.

-Podría decirse. También doy cursos y talleres, y tengo un programa de radio sobre relaciones personales y sexuales.

Sobre la mesa, descubro un par de esposas policiales.

-¿Usas eso habitualmente en tus citas con hombres casados?

-Tendrás que leer el libro para saberlo –sonríe pícaramente.

Skylar es sólo una de las decenas de personas que alquila un puesto en la feria de Miami para promocionar su libro, editado con sus propios recursos o por editoriales pequeñas. La apuesta es arriesgada, ya que cada puesto cuesta unos $5000 sólo por el fin de semana. Pero eventualmente, funciona. Kathleen McGowan hizo lo mismo hace unos años en la feria de Nueva York con su novela The expected one. No vendió muchos ejemplares, pero un editor la descubrió y compró los derechos por un millón de dólares. Esto es América. Nace un nuevo millonario cada veinte minutos, y puedes ser tú.

Una de las novelistas que aspira al éxito fulgurante es R. Moreen Clarke. Su novela Sacia mi sed tiene un subtítulo traducible más o menos como: “marque E de excitante”, y narra la historia de una pareja de gigolós afroamericanos que satisfacen los deseos de decenas de mujeres ricas de Chicago. En la portada aparece una mujer de espaldas vestida con ropa interior. Frente a ella, un hombre se arrodilla con las manos en sus nalgas mientras le hace… en fin, ustedes saben lo que le hace. La editorial se llama Aphrodisia. Marketing no le falta, al menos.

Sin embargo, no todos quieren dinero. Otro novelista, uno con pinta de Pantera Negra, presenta un libro llamado Avaricia, lujuria y envidia. Cuando me acerco a preguntarle de qué se trata, me explica impetuosamente:

-Es sobre la vida. La vida es así: crees en la gente y sales al mundo, pero el mundo te mata a golpes. El mundo es una selva. ¿Comprendes?

-Un sentido de la vida bastante alegre.

-Es la verdad. Tienes que saber la verdad. El mundo debe conocer la verdad.

Tampoco todos los libros son de ficción. En un extremo, una al lado de otra, se erigen una editorial de extrema izquierda y una de exiliados cubanos. La primera parece impertérrita ante la circunstancia de estar situada en el peor mercado potencial del mundo. En su catálogo se encuentran títulos como Cuba y la revolución americana que nos espera o El Che Guevara les habla a los jóvenes, esta última con ediciones en español y griego, sabe Dios por qué. En el puesto del costado, el libro más promocionado es Así escapé de Castro. En la portada aparece un hombre flotando en medio del mar sobre una llanta de camión.
 
La feria de Miami es, pues, un collage de excéntricos. Hay librerías religiosas dedicadas en exclusiva al libro de Urantia, “fuente de la filosofía de todo”. Hay una chica que se define como “investigadora del amor” vendiendo un libro sobre hombres. Otra ofrece un manual para prever y protestar ante los excesos de los bancos en materia de créditos e hipotecas. Hay fonolibros audibles con títulos estilo Cómo hacer el amor toda la noche. Si tienes algo que decirle al mundo, este es el lugar para hacerlo. No importa si tu obsesión es el sexo, el ser o la evasión tributaria. Por un precio accesible, la feria de Miami tiene un puesto para ti, y quién sabe, alguien que te quiera escuchar. Quizá eso sea, en estos tiempos, más valioso y difícil de conseguir que el dinero.

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24 de noviembre de 2006
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LA IMAGEN INVISIBLE

Un amigo se lamenta de que transmite una imagen de sí mismo que no se ajusta a lo que realmente es. O lo que él supone que es. Pero ¿cómo saber que su autoconocimiento se atiene a la verdad y que los otros falsean sus componentes? ¿Por qué habrían de hacerlo?

La respuesta de mi amigo consiste en que, por razones atribuibles acaso a su semblante, a su gestualidad heredada de la familia o a su ocasional timidez, despide signos equívocos respecto a sus valores o sentimientos y, como consecuencia, desencadena reacciones que le desfiguran y le desconciertan incluso para no mostrarse debidamente en su ulterior proceder.

Llegado a este punto de gravedad ¿debería convocar a todos los conocidos y explicar los pormenores de su drama? ¿Debería partir de cero y ofrecer detalladas informaciones a propósito del importante desajuste entre su imagen y su corazón, entre su ademán y su alma?

Pero ¿cuánto tiempo y esfuerzos le exigiría ello? ¿Merecería la pena refundarse, renacer desde los fundamentos cuando ya ha logrado una familia, una posición profesional y rentas suficientes para viajar a cualquier destino remoto? ¿Sería, de otra parte, oportuno y eficiente?

El rosario de dilemas le impone una intermitente tortura coincidente con las frecuentes intermitencias en las que su desarreglo aumenta progresivamente. Tanto que ahora teme incluso ser afectado poco a apoco hasta alcanzar un punto en que su autoconocimiento se resienta y sucumba ante la presión de los demás. ¿Deberá al fin revisar su yo o incluso sustituirlo; y, en este segundo supuesto, no podría considerarse una forma de crimen? Su personalidad transformándose por las manos de los demás, su ser torturado y desfigurado por el ojo del prójimo, sus virtudes cubiliteadas en el bazar social donde cada cual, a su vez, acarreará agravios, resentimientos, tribulaciones, vacilaciones y detritus diversos. ¿Cómo acabar definido en el auge de este proceso? O mejor ¿cómo será posible verse? Y viéndose ¿cómo saber quién se es?

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24 de noviembre de 2006
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Un bebé celeste

Está este amigo mío que vive en Barcelona. (Qué palabra más voluble, amigo. ¿Cuál será su esencia, qué la define? ¿La proximidad física, la frecuencia de las visitas? Hoy diré que para mí describe a una persona en la que confío, y de la cual me siento cerca aunque nos separen miles de kilómetros.) Mi amigo promedia los 40. Hasta ahora no había tenido hijos, en buena medida por la energía que dedicaba a su carrera y también -presumo- porque sobrevivió a duras penas a una de esas familias que se devoran a sus propios hijos a golpes de locura, y no querría reincidir en el drama desempeñando ahora el rol del villano. Pues bien, hace un par de días volví a verlo, esta vez con su hijo en brazos: un bebé de dos meses, durmiendo plácido en una nube de lana celeste. Una imagen que, para ser sincero, nunca había creido posible.

Por la noche fui a ver Children of Men, la película de Alfonso Cuarón inspirada por el relato de P. D. James. Me parece una película inmensa. No sólo por la maestría con que Cuarón hace su trabajo (pintar un futuro cercano con mínimas armas y resultar convincente, obtener grandes actuaciones de los habitualmente competentes Clive Owen y Michael Caine), sino porque su visión ya no es tan sólo la de un artesano sino la de un artista de verdad.

Children of Men transcurre en una Inglaterra imaginaria en 2027, cuando las mujeres han dejado de ser fértiles y la muerte del hombre más joven (un argentino, caray, a quien llaman Diego Ricardo) es vivida como una tragedia mundial. Por una serie de circunstancias, Theo (Owen) se ve obligado a custodiar a la única mujer embarazada del planeta, a quien debe llevar hasta manos amigas evitando que tanto ella como su criatura caigan en manos de facciones políticas opuestas -y complementarias, como suele ocurrir. El mundo que Cuarón describe no es el nuestro, pero lo que nos separa de semejante panorama es bastante más tenue que los 20 años que nos distancian de la trama. Poder concentrado, persecución de inmigrantes, campos de concentración: ¿no suena a una emisión más de cualquier noticiero?

El artista que es Cuarón percibió dos nociones que me parecen fundamentales para nuestra vida, hoy. En primer lugar, la delgada línea que nos separa de nuestros peores instintos, de nuestro egoísmo transformado en máquina asesina. Y después intuyó todo lo que hace falta para marcar la diferencia, el arma secreta con la que contamos aquellos que confiamos en la buena voluntad de la especie: un bebé. El fruto de uno de nuestros actos más irreflexivos, a quien tan a menudo consideramos como una consecuencia indeseada. Ya hace milenios que los fundadores de una fe comprendieron cuán elocuente es el símbolo del recién nacido: porque nos encarna en nuestro momento de mayor debilidad, y porque revela mejor que ningún argumento cuánto dependemos de la amabilidad de los extraños -gente a la que, cuando crecemos, nos enseñarán a odiar y a discriminar.

La película tiene al menos una secuencia antológica: la que narra cómo la sola presencia de ese bebé motiva un alto el fuego espontáneo entre los soldados y los rebeldes. (Tanto unos como otros imaginaban que ya nunca volverían a ver un bebé humano.) La secuencia es magistral porque revela la reverencia que todavía sentimos ante el fenómeno de la vida, y porque además establece cuán breve es nuestra experiencia de la lucidez, ya que instantes después los hombres regresan a lo suyo, a lo que mejor hacen, matarse y morir.

Ese instante de luz dura lo que una bengala en el cielo, pero a pesar de su brevedad es el mejor argumento que tenemos en nuestra defensa: está claro que somos necios y violentos, pero esa ventana de segundos nos concede el beneficio de la duda. Quién sabe, a lo mejor es posible que alguna vez lleguemos a ser mejores; a lo mejor es posible que alguna vez abramos los brazos a los otros en lugar de cruzarlos sobre el pecho como un cerrojo sobre nuestro corazón.

Hoy mi amigo sabe bien de lo que hablo. Hay veces en que todo lo que hace falta para transformarnos es un bebé celeste.

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24 de noviembre de 2006
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Lo siento, no estoy, ¡pum!

¿Cuántas veces no habremos visto a un viandante caminando por la ciudad con el portátil pegado a la oreja, la mirada perdida en el infinito y a punto de pisar a un perro? El móvil nos abstrae en un doble sentido; por una parte nos introduce en una burbuja y acabamos dándonos de narices contra una señora, por otra nos aísla de tal modo que peleamos a gritos con la nuestra ante el jolgorio general. Esta invisibilidad ficticia es un fenómeno interesante.

Con frecuencia, lo primero que preguntamos cuando recibimos una llamada de móvil es: “¿Dónde estás?”. Sin una localización parece difícil imaginar a la persona con la que hablamos, un impulso atávico nos obliga a ponerla en un espacio, en un cuadro, en una composición. Si no, parece una voz sin cuerpo, un fantasma.

A diferencia del teléfono fijo, el portátil nos deslocaliza, lo que ha dado lugar a infinidad de chistes y a la reciente película de Scorsese Infiltrados, seguramente financiada por un pool de telefónicas porque los protagonistas no son los humanos sino los teléfonos móviles. Sirva de pista que unos doce humanos mueren asesinados, pero sólo un móvil sufre daños, no irreparables.

Para acabar de completar su red espacio temporal, los portátiles han incorporado una cámara de fotos de manera que podamos demostrar haber estado en un lugar concreto, en el caso de que se nos exija. El móvil/cámara, tal y como se encuentra en este momento, es una de las máquinas más poderosas que ha inventado la democracia para dominar y controlar a sus masas. Es casi imposible escapar a su hechizo.

Desde el comienzo de la sociedad burguesa, revolucionaria o moderna, como se la quiera llamar, estaba presente una finalidad metafísica novedosa: suprimir la hasta entonces inevitable tiranía del espacio y del tiempo, dos constricciones divinas que al mundo feudal le traían sin cuidado. Y para destruir la constricción no había otro remedio que convertir el espacio y el tiempo en mercancías manipulables. Desde el reloj de pulsera hasta los vuelos espaciales, el tiempo se ha ido convirtiendo en una mercancía cada vez más barata y masiva, bien regulada, mejor troceada y espléndidamente empaquetada.

El empaquetado del espacio ha tardado un poco más, pero desde los primeros teléfonos y las radios de galena ya se adivinaba que la situación de cada quisque (estar aquí o allí) iba rápidamente a transformarse en una mercancía al alcance de todo el mundo. La longitud ya lo era gracias a los medios de transporte por carreteras, ríos, mares y vías férreas. El abaratamiento del kilómetro convirtió a las máquinas en mercancía de masa, algo que nunca habían logrado los tiros de sangre. Como complemento, el teléfono hacía desaparecer la dimensión espacial a un precio razonable.

El teléfono/cámara cumple una aspiración nuclear de la nueva sociedad: tener en la mano la llave del tiempo y del espacio sin que nada nos delate. Sólo si lo deseas serás localizado; tú, en cambio, lo oyes todo y lo ves todo esté donde esté lo que quieres ver y oír, al otro lado del mundo, oculto en un subterráneo, entre las nubes. Y lo oyes y lo ves en el mismo instante en que sucede. Además, puedes almacenar documentos que lo prueben.

Sólo queda por resolver ese pequeño inconveniente incomprensible: la posibilidad de asesinar a los señores de la guerra mediante misiles orientados por el móvil puede también democratizarse si se abaratan un par de elementos perfunctorios. Sería una verdadera molestia no saber si vas a saltar por los aires cada vez que abres el móvil. No da tiempo de fotografiarse volando.

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24 de noviembre de 2006
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COTILLEO POÉTICO Y GUAPA GENTE

La guapa gente tiene también sus guapos premios. El más guapo de los que conozco es el Premio Loewe de poesía. Al ganador le dan un guapo premio, algo así como 18 mil euros. El libro se publica en Visor y la fiesta de entrega siempre tiene una mezcla de poesía, periodistas y gente del mundo Loewe.

Una cita guapa donde algunos estamos como con sensación de habernos colado. Yo estoy con la canalla poética, al amparo de Caballero Bonald y entre alguno de los de la tribu de Visor. Desde esa mesa suele haber unas vistas fantásticas. Por ejemplo se puede ver a una princesa, o lo que sea, que es algo de los Borbón y que siempre va de guapa a esas fiestas. A su lado estaba Marichal, que también es de mucha elegancia. Después se rebajan un poco los títulos y te puedes tropezar con un ex alcalde de Madrid, una estrella de la prensa del corazón, el presidente de la Real Academia de la Lengua, Víctor Manuel y Ana Belén, Carmen Alborch, Eduardo Arroyo o Ana Botella.

Todo eso bien mezclado, sentados en los salones del hotel Palace, es una buena imagen del Madrid guapo. Es decir un sitio de elegancia muy dispersa donde los poetas van cada año esperando que la mirada del mecenas, que la decisión de un jurado notable y diverso, se fije en ellos y pasen por unas horas a participar del mundo Loewe, dando glamour a la poesía.

Este año tenía la cita un morbo añadido. A la fiesta se presentó la muy esperada Esperanza Aguirre, la “presidenta” que sí tiene quién le escriba. Suelta y sonriente, segura y batalladora. Y un también muy suelto ex presidente, gran aficionado a la poesía, de reconocido ardor guerrero y sin perder la sonrisa, buscando poetas en su mesa de ilustres. Sí, al premio Loewe se presentó el mismísimo Aznar en persona. La verdad es que esa no era la noticia. De cerca no parece tan peligroso. La noticia, el morbo de la tarde, estaba en la clamorosa ausencia de Alberto Ruíz Gallardón. El intelectual de la derecha, el más centrado de los populares y también el más solo, descentrado y malquerido de todos. No sé, cuando le veo tan desasistido, tan  abandonado de casi todos, tan lejos de los poetas y de los guapos, me dan ganas de recomendarle un traslado, un espacio nuevo, una vida nueva. No sé, ¿qué tal lo verían los de Ciutadans?

Los cotilleos, los murmullos y las falsedades corrían por las mesas. La poesía estaba esperando. Y llegó. Se presentó con el nombre de Juan A. González Iglesias, un gran poeta que vive en Salamanca y que no olvida de dónde venimos. Que mantiene su escepticismo sobre hacia dónde vamos. A la guapa gente de la fiesta, también a los demás, nos recordó que nuestra cultura viene del cristianismo, sí. Pero que también viene de Roma y Grecia, o no viene. Y nos dio un respiro pagano. La pureza puede esperar.

PD: El poema de Borges al que el otro día hacía referencia es del libro Museo. Se llama “Le regret d’Héraclite”. Es así de corto y melancólico:

“Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”.

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24 de noviembre de 2006
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OPORTUNIDAD PERDIDA

Hoy me pongo pesado. Hablo de comercio internacional. Es imprescindible hacerlo, pues los cambios que se producen (elecciones en EE. UU., fiebre en el área Siria/Irán/Irak/Líbano) tendrán una clara consecuencia. América Latina va a perder otra oportunidad de solucionar un poco su problema mayor: Washington.

Aparentemente, las noticias son buenas. EE. UU. y Colombia acaban de firmar un acuerdo de libre comercio. Tal como lo dice la BBC, es el episodio más importante desde el NAFTA de 1994, que agrupó en un solo mercado a México, EE. UU. y Canadá. La realidad es distinta: además del artículo en el que anuncia esta noticia, el Washington Post hizo muy bien, al día siguiente, al visitar una fábrica de jeans (en Cuba le dicen “pitusa”) en Medellín, Colombia, para publicar otro artículo y contar otra historia. Allá, claro, hay mucha preocupación por la toma de poder de los demócratas en el Capitolio de Washington. Ellos ganaron hablando de la maldita guerra de Irak pero también de la globalización. De las fábricas que cierran en EE. UU. para abrir en países con sueldos más bajos como Colombia. Un paisa de Antioquia no da muchas vueltas al tema antes de adivinar que lo que firmó la Casa Blanca, el Congreso nunca lo aprobará.

No es un asunto menor para América Latina, pues su situación económica, por el momento, depende mucho de un mercado muy volátil: las materias primas. No se pueden explicar los gastos sociales de Chávez en Venezuela, la buena salud de Chile, la recuperación milagrosa de Argentina, las iniciativas de Evo Morales en Bolivia sin pensar en el boom de los precios de las materias primas. El colapso reciente de un fondo de inversión, Amaranth Advisors, que apostó sobre un alza aún mayor que nunca llegó, es una advertencia para todos: una inversión del ciclo económico puede producirse a medio plazo. Y por eso América Latina necesita crear una demanda real desde afuera más allá de la venta de las materias primas.

Como siempre, basta visitar el excelente sitio de Inter-American Dialogue, la ONG de Washington que mas cariño e interés sincero tiene por América latina, para entender el problema. En su área de publicaciones hay un excelente estudio (en inglés, por desgracia, como todo lo que voy citando hoy) sobre el comercio del petróleo en la zona: Petropolitics in Latin America: A Review of Energy Policy and Regional Relations. La situación de muchos países se explica por los flujos y el precio del oro negro. Pero vale la pena quedarse un rato en este sitio para leer el excelente informe sobre las posibilidades reales del comercio con China: China's Relations with Latin America: Shared Gains, Asymmetric Hope. La limitación de las expectativas es muy clara.

A pesar de las visitas y de los sueños compartidos, China y, mas allá, toda Asia, no basta como solución para construir el futuro comercio de América Latina. Hace poco, un excelente artículo del Financial Times, reproducido en el Financial Express lo dice muy bien al resumir la torpeza de los intentos actuales.

China, Macao y Hong-Kong, las Filipinas, Taiwán, Malasia o Brunei quedan muy lejos de los Andes o del cono sur. Lo que no se hizo con los republicanos en el congreso (por culpa de la “guerra al terror” del señor Bush) no se hará con los demócratas. Otra oportunidad perdida. Otra vez. Como siempre…

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24 de noviembre de 2006
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Reflejo en dos espejos

Durante el año 2004 se publicaron dos novelas sucesivas que tenían por protagonista a Henry James. La primera en ocupar las librerías fue la de Colm Toíbín titulada The Master. La segunda, Author, author, de David Lodge, se editó algo más tarde. Yo las leí según fueron apareciendo y tuve por superior, quizás por muy superior, a la de Toíbín. Luego constaté que así lo juzgaba también el club de críticos anglosajones a los que leo asiduamente.

Toíbín había elegido como asunto, es decir, como excusa para pintar su retrato, las oscuras relaciones de James con algunas mujeres, así como las casi translúcidas que mantuvo con ciertos hombres. El escritor irlandés no reclamaba la homosexualidad para James (habría sido demagógico reivindicar desde la ficción algo que no ha sido probado documentalmente), pero sí alegaba una cierta homofilia muy característica de la era victoriana, acompañada por una frialdad sexual no menos típica.

Lodge, en cambio, había visto a James en otro espejo: cuando el escritor trataba de obtener un éxito de público mediante el teatro. Sin embargo, su pieza Guy Domville fue un fracaso que le hundió en una severa depresión. Durante el tiempo de redacción de su drama, James tuvo como íntimo amigo y confidente a George Du Maurier cuya novela Trilby se convertiría en el mayor éxito de ventas del siglo. A James se le vino el mundo abajo. Una ficción mediocre aparecía a juicio del público y gracias a una crítica totalmente beocia como una obra maestra.

Para acabarlo de arreglar, el éxito teatral de aquella temporada lo obtuvo Oscar Wilde, un personaje que para James era la encarnación viva del mal gusto, la pereza, la ausencia de recursos artísticos y la trivialidad. Dada su alta estima del arte de escribir, Wilde debía de ser a los ojos de James lo que en la actualidad un guionista de series televisivas. James estaba descubriendo, sin saberlo, la democratización de la literatura.

Es muy bello ver dos figuras de James en sendas deformaciones especulares, una sexual y angustiosa (Toíbín es autor de novelas sexualmente angustiosas), otra inquieta por las relaciones entre éxito y calidad (Lodge escribe novelas sobre el éxito y el mundo universitario). Es como si a la actual The Queen de Frears le pudiéramos añadir otra The Queen firmada por Scorsese. Como era de suponer, Frears es partidario de la reina de Inglaterra y desprecia a la insoportable Lady Di. Seguro que Scorsese no lo vería del mismo modo y dedicaría más tiempo a la trama mafiosa de Buckingham.

Me parece indudable que si se exhiben dos retratos de una persona por la que sentimos respeto, amor o curiosidad, querremos verlos ambos. Nos interesan ambas deformaciones. Porque sin deformación no hay arte. Pues bien, Lodge ha publicado hace unos meses The year of Henry James con el exclusivo propósito de mostrar su disgusto por la duplicación. Cree que la aparición del James de Toíbín golpeó el mercado de tal manera que cuando asomó la portada del segundo James ya nadie leyó la solapa. De haber sabido que iba a editarse otra novela sobre el victoriano, confiesa, quizás habría abandonado la suya.

En esta confesión se encuentra la causa del éxito de la novela de Toíbín, y no en haber llegado antes a las librerías. Estoy persuadido de que Toíbín nunca la habría abandonado, aun sabiendo que alguien trabajaba sobre el mismo personaje. La convicción es la razón primera de un buen trabajo artístico y se nota de inmediato. Si puedes abandonar algo que estás escribiendo, no lo dudes, abandónalo. Si no lo haces, será él quien te abandone.

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23 de noviembre de 2006
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EL LUJO DEL OTRO

Todo problema tiene su solución. No por ser difícil o parecernos irresoluble carece de ella. Cualquier conflicto se configura no desde el caos sino como un desafío al orden conocido, luego debe hallarse otra ordenación en la que el conflicto queda conjurado, desarmado, privado de virulencia.

Esta verdad sin evidencia goza, sin embargo, de muy buena vista.

Basta comprobar cómo, en determinadas circunstancias, cuando no encontramos salida a una encrucijada alguien, venido de fuera, nos brinda la clave que nos salva. Y con una facilidad tan impredecible por nosotros que se parece a un milagro.

El ensalmo hace buena evocación de esta clase de sensación inesperada. Las cosas se ven claras como por ensalmo y saltamos desde su precipicio a la calma transportados por una suerte de ayuda sobrenatural que nunca imaginamos.

El cielo se encuentra al lado y no lo percibimos. Y el infierno habita en nosotros sin que seamos conscientes de nuestra potencia de autodestrucción o muerte. No alcanzamos a ser inmortales pero disponemos de una energía criminal absoluta, especialmente sobre nosotros mismos.

De la misma manera, no hay mejor especialista en la tortura que el autorturador ni tampoco peor enemigo de la lucidez que nuestro firme sentido de la marcha, no hay mayor oscuridad que la ofuscación propia. Todo problema aparece emparejado con su solución. Saber cómo hallarla representa el problema verdadero; y el verdadero problema reside en el lugar donde se cree definitivamente afianzado el yo. El otro, sin embargo, que nos observa desde afuera, liberado de nuestra fijación, puede operar como la clave de nuestra libertad, la llave de nuestro bienestar y nuestro lujo. El otro es la solución.

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23 de noviembre de 2006
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Un largo adiós

Hubo un tiempo en que la Tierra estuvo habitada por gigantes, como los que vivían en la isla de Albión hasta que fueron diezmados por las huestes de Bruto. Pensamos en aquellos gigantes con nostalgia porque lo hacían todo de manera diferente, marcando el paisaje con sus hombros enormes, sus brazos de grúa  y sus pies como canoas. Es posible que todavía sobreviva alguno escondido en cuevas o en las montañas, pero en todo caso hoy hay uno menos, desde que Robert Altman murió en un hospital de Los Angeles tomándose un atajo (un "short cut") hacia el otro lado.

Fue un creador desparejo y caótico, que hizo muchos bodrios y unas cuantas películas memorables. Lo que lo torna querible fue que -como los gigantes- hizo cosas que hoy nadie hace, que hoy nadie se atreve a hacer. Reírse de la guerra en Mash, reinventar el western con McCabe & Mrs. Miller, aniquilar a Hollywood en The Player, describir cuán pequeños y mezquinos solemos ser aun en los momentos límites, como lo hizo en Nashville, como lo hizo en Short Cuts. (Hoy los enanos como Paul Haggis usan el esquema de historias cruzadas que Altman patentó en aquellas películas, le ponen un moño bienintencionado al final y ganan Oscars como lo hizo Crash, un film mediocre como pocos.) Porque aun cuando se incendiaba, Altman lo hacía a lo grande: hay que tener cojones para filmar Popeye, o releer a Chandler como lo hizo con Elliot Gould en la piel de Marlowe, o meterse con un símbolo como Buffalo Bill. Los enanos de hoy no vienen con cojones, vienen con canicas en la entrepierna. Van a lo seguro y no se atreven a perturbar al ejecutivo de turno. Como en The Player, los mandamases que rigen nuestras vidas pueden cometer crímenes y salirse con la suya -porque ya no existen gigantes que alboroten su sueño.

Lamento que el viejo haya muerto. La verdad es que le creí cuando recibió el Oscar honorífico de este año (los Oscar honoríficos son aquellos que la Academia de Enanos entrega por izquierda cuando no ha tenido el valor de hacerlo por derecha) y dijo que, tocado por un transplante de corazón que había recibido, planeaba vivir cuarenta años más. Es cierto que hace mucho que no filmaba nada como la gente, pero imagino que su última película, A Prairie Home Companion, funcionará como coda apropiada dado que trata de un viejo programa de radio al que el nuevo dueño de la empresa decide terminar. El programa tiene su última edición, la música suena agridulce, el film termina. Todo lo que sabemos es que vivimos y que moriremos: sobre lo que ocurrirá en el medio no existe ninguna garantía.

El gigante Altman tuvo la sensatez de recordárnoslo. En lo que a él respecta, entre su nacimiento y su muerte tuvo el tino de crear Mash, y Nashville, y Short Cuts, lo cual marca toda la diferencia. La mayor parte de aquellos que han escrito hoy necrológicas con olor a sorna no han producido nada parecido, al menos hasta ahora.

Los enanos que le sobrevivimos conservaremos sus zapatos, con la tibia esperanza de llenarlos alguna vez.

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23 de noviembre de 2006
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El Boomeran(g)
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