Vicente Verdú
Una información reciente dice sumariamente que los consumidores prevén hacer menos compras estas navidades de 2006 que en las del año pasado.
No van a gastar menos en general pero sí, probablemente, en bienes materiales. Los bienes materiales comienzan a hastiar. Si es que no han hartado ya. Juguetes que multiplican por tres la posible ilusión del niño, regalos que se despilfarran sin otro destino frecuente que ser reciclados una o dos veces para endosarlo a otro, golosinas que se acumulan junto a las botellas de cava hasta llegar a la descomposición.
La gente dice preferir emplear su dinero en algún viaje o, lo que sería de parecida naturaleza, procurarse determinadas experiencias de vida. La Navidad como proyecto ha terminado por aburrir del todo en apenas un par de décadas. Y ¿cómo esperar el éxito de una película, un vídeo o un recorrido, si se presenta traspasada de este mal?
Efectivamente sigue existiendo el acicate del ritual tradicional pero cada vez con una intensidad más desvaída, adulterada y barata. Los rituales, las liturgias, los ceremoniales preestablecidos, no concuerdan con una época que valora especialmente la novedad y la variabilidad.
Desde las letanías vigentes hace unos decenios hasta los surtidos religiosos de hoy ha sobrevenido una metamorfosis general de la cultura popular.
Del gusto por aquello conocido se ha pasado a la continuada valoración de la aventura, del amor por ciertas rutinas protectoras se ha saltado a la ilusión por las sorpresas.
La Navidad pasó primero de ser una fiesta empantanada en las brumas de la fe a un festival del placer y el gasto. Ahora se asiste a la salida de ese tremedal con el ánimo ahíto y anhelante de otros espacios de ventilación que atiendan más al sujeto que al objeto, más al ánimo personal que al tributo colectivo, más a la búsqueda de algún recreo inédito que a la insistencia sobre el mismo expediente. En definitiva, más al disfrute de la imaginación sin plan que a la imaginería planificada.
¿Terminarán con ello las Navidades? Claro que no. Pero a imagen y semejanza de otras fiestas transformarán aceleradamente su tratamiento y los que fueron contenidos fundacionales de su lenguaje. O no. Porque, paradójicamente, de lo que en el fondo se trata gastando menos en objetos es de sustituir lo material por el gozo del corazón, el afán del regalo físico por el regalo (o autoregalo) intangible. ¿Un rescate, pues, de la espiritualidad, por laica que sea?