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Muñecas vudú

-Quiero matar a alguien ¿Usted puede ayudarme?

Frank se pone serio. Mira a todos lados para verificar que nadie escuche nuestra conversación. Manda a su hijo a jugar por ahí. Baja la voz y me dice.

-Eso son palabras mayores.

-Haré lo que haga falta. Pero necesito matar a esa persona.

Me escudriña con la mirada, como para medir si soy fiable.

-¿Macho o hembra? –pregunta.

-Una mujer.

-Puedo darle lo que necesita y decirle cómo se hace. Pero lo hace usted.

-OK.

Estamos en el mercado modelo de Santo Domingo, en República Dominicana, uno de los  más coloridos que he visto en mi vida. Aquí se venden aceites de tortuga, de tiburón y de iguana. Hay botellas llenas de ramas de madera llamadas mamajuanas, que contienen licores macerados en canela y otras especies. Pero yo he venido directamente a la tienda de Frank.

Frank vende deseos. Sabe cómo conseguir que alguien se enamore de ti, y también cómo quitártela de encima. Si tienes problemas en los negocios, puede arreglarlo. Si quieres hacer daño, él se ocupa. Pero también te libra del daño que te hacen los demás. Para eso tiene centenas de talismanes. Tiene agua mata-bruja y espanta-diablo, para librarte de los maleficios. Y si eso no basta, tiene velas en forma de calavera: cuando te han hecho mal de ojo, enciendes una, y si revienta, con ella se va tu hechizo. Tiene cuernos de chivo y sangre de gallina. Tiene flores de Jericó para llamar al dinero. Tiene piedras de rayo para protegerte de los malos espíritus. Esas piedras crecen bajo la tierra cada siete años en los lugares donde ha dado un relámpago.

Y por supuesto, Frank tiene muñecas vudú. Las hay rosadas y rojas para llamar al amor. Y blancas para el matrimonio. Pero también las hay negras, como la que me ofrece en este momento, junto a un pequeño féretro de juguete.

-Tiene que meter la muñeca en esta caja y añadirle lo que le voy a decir –me explica, mientras le clava a la muñeca siete alfileres en los ojos, la boca, los pechos, la barriga y el sexo. Luego, toma unas cápsulas. Parecen de las que se compran en cualquier farmacia, pero él me saca de mi error:

-Es polvo de muelto -aclara.

-Polvo de muerto.

-Sí. Después de meter a la muñeca en la caja, abres las cápsulas y lo espolvoreas sobre la muñeca. Añades sal negra, y tres tipos de pimienta molida. Luego le rocías esencia de muelte.

La esencia de muerte viene en un frasco de Tylenol y huele a rosas, pero aparentemente es muy potente y peligrosa. Después de echarla sobre la muñeca, hay que cerrar el ataúd y arrojarlo al mar de espaldas o enterrarlo. Al final, se le enciende una vela negra a una estampa de San Deshacedor -al que Frank llama en confianza San Deshacedol- y se reza una oración contra los enemigos. La víctima debe caer de inmediato gravemente enferma o tener un accidente. Si nadie deshace el mal de ojo, la muerte sobreviene en poco tiempo. El kit de homicidio completo cuesta unos $50 e incluye garantía: Frank te deja su teléfono para que lo llames si algo sale mal.

Ahora sólo me falta decidir a qué mujer quiero matar.

Así que, chicas, pórtense bien conmigo.

Estoy armado.

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1 de diciembre de 2006
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TRAVESTISMO SIN TREGUA

Así como el sexo, según el nuevo feminismo, ha dejado de considerarse una determinación biológica para tratarse como un género cambiante y de libre elección vital, la edad puede estar ingresando en el mismo modelo de cultura.

Hablamos de cultura más que de naturaleza a secas pero ¿existe una naturaleza fértil que sea plenamente de secano? El riego con el que se humedece culturalmente la idea de edad permite hoy que cada cual pueda elegir su tramo generacional preferido.

El caso de los llamados “adultescentes” puede ilustrarlo. La media de edad de los hijos que permanecen todavía en casa de sus padres asciende en España a los 32 años. Cronológicamente, según el modelo tradicional, serían adultos pero ahora copian papeles de menores de edad.

Del mismo modo hay sujetos en la misma infancia que asesinan como gánsteres y algunos personajes en la senectud incluso visten ropas de Tommy Hilfiger. Las edades, en general, van liberándose de su rostro biológico para caracterizarse culturalmente.

La cosmética, el disfraz, los nicknames, el travestismo y el jugueteo con los roles, ha dejado de ser un simple episodio festivo finalizado con la noche de gala o la partida.

Todos los movimientos en torno al cambio de aspecto, de identidad, de comportamiento, se encuentran en el centro de nuestra época. Cualquier otro momento histórico ha reclamado para sí un nombre unívoco, nuestro tiempo no se conformará con la designación que no mencione como punto central de su nominación la alusión al excentricismo.

Ser significa cambiar, vivir intensamente es sinónimo de un tutti-frutti vital. Del mismo modo, creerse a la última significa no haber entendido el anacronismo del fin y la finalidad.

La característica de un hombre o una mujer, si son modernos, consiste en ser una parte hombre y otra parte mujer, siendo las proporciones del constructo un asunto creativo de cada cual. Actores, artistas, interactivos: lo sustantivo de nuestra época no es la simple relación entre emisor y receptor sino la dialéctica de la interacción, el travestismo sin tregua.

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1 de diciembre de 2006
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Sobre los defensores de lo indefendible

En ocasiones, el deseo de ser políticamente correctos hace que algunos se vayan al carajo. Carajo, por si no lo saben, era esa canastita en lo alto del mástil más alto donde pasaban el día los vigías, en los barcos de antaño: un lugar ideal para ver más lejos que ninguno, pero también para enloquecer de pura soledad.

Hace algún tiempo cobró notoriedad aquí en la Argentina el caso de una chica que, al término de un embarazo debido a una presunta violación, asesinó a su bebé recién nacido. Romina Tejerina (tal es su nombre) fue detenida y llevada a juicio, al cabo del cual se la consideró culpable y se la condenó a prisión. Su caso se convirtió en causa célebre, en tanto la condena a prisión simple ignoraba los atenuantes de la alegada violación, de la presión social, de la inexistencia de la posibilidad legal de hacerse un aborto y, finalmente, del estado de alteración mental de la acusada. Hace pocas semanas un organismo superior de la Justicia invalidó el fallo por un defecto técnico, que no de fondo, lo cual abrió la posibilidad de que Romina sea liberada por lo menos hasta que se le sustancie un juicio que no incurra en nuevos vicios de nulidad. Yo estoy convencido de que mujeres, viejos y niños son las grandes víctimas de nuestras sociedades, y creo que con la prudencia del caso debería legalizarse el aborto en la Argentina. Pero también creo que Romina dejó de ser víctima en el momento en que se convirtió en victimaria. Ese bebé recién nacido era inocente de toda culpa. Desde el momento en que mató, aun cuando hubiese sido presa de una emoción violenta, estimo que Romina demostró que no puede moverse libremente en sociedad, al menos por un lapso estimable. Quizás no merezca culpa criminal dada su circunstancia, sin embargo se me hace que sería bueno que permaneciese bajo un régimen de internación, o supervisión psiquiátrica estricta, para minimizar las posibilidades de que vuelva a dañar a alguien –o de que se dañe a sí misma.

En el fragor de la defensa de Romina, alguien llegó a dedicarle una canción que la llamaba santa. Puede que yo haya entendido mal las historias de santos que llegaron a mis oídos, pero hasta donde registré no existen santos que maten niños, y mucho menos a sus propios hijos. El acto de Romina, humanamente comprensible aunque nunca justificable, está en las antípodas de cualquier noción de santidad. Es verdad que Romina merece defensa justa, es verdad que su caso debe ser estudiado no sólo en lo particular, sino en la medida en que simboliza la cruz que padecen tantas otras mujeres indefensas, es verdad que expone llagas sociales que reclaman tratamiento político y legal urgente. ¿Pero santa?

Ahora apareció otra jovencita, Elizabeth Díaz, que mató a su bebé después de parirlo. Según parece el padre de la criatura violaba a la chica de 19 años desde que ella tenía diez, edad en la que empezó a trabajar como empleada en su casa. Elizabeth fue a juicio en su provincia natal, Córdoba (que se caracteriza por tener sistema de jurados, como en los Estados Unidos), y fue absuelta del crimen por el dictamen de sus pares. Como yo no quiero cometer el mismo error del vigía solitario, no voy a sacar conclusiones apresuradas ni a repartir culpas a lo bobo. Lo único que haré será preguntarme en voz alta algo que por supuesto no hallará respuesta inequívoca: si Elizabeth hubiese hecho lo que hizo de no haber existido la glorificación de Romina Tejerina, y también si el jurado hubiese fallado como lo hizo dada la misma circunstancia, devolviendo a su casa como si nada a una chica que transpasó un límite del alma del que no se vuelve así nomás, a no ser que medie mucho tiempo y una atención profesional constante.

La vida está llena de grises, y nos conmina a caminar con el cuidado de los equilibristas para no caer en abismos maniqueos.

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1 de diciembre de 2006
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La rebelión de los fumadores

Desde que rige la prohibición de fumar en los sitios públicos de Buenos Aires, Marcelo Piñeyro se convirtió en una suerte de party planner, o bien dinner planner, tan efectivo como un profesional: apenas se aproxima la ocasión o la hora, salta al ruedo lleno de sugerencias sobre el lugar tal o cual, cuyo menú puede describir al detalle. Sin ir más lejos hace un par de semanas, después de la presentación de mi novela, fuimos casi veinte los que terminamos en un restaurant llamado Bond (juro que por entonces Piñeyro nada sabía de mi fanatismo infantil por 007), tan sólo por aceptar una entre sus muchas sugerencias de lugar. A esta altura ni mis amigos ni mi familia plantean otras opciones, porque saben que Piñeyro el dinner planner obra así por necesidad: todos los restaurants que sugiere poseen indefectiblemente salón para fumadores. Apenas entró en vigencia la ley, Piñeyro se tomó el trabajo de investigar dónde podría cenar de allí en más, al calor del tizón de su cigarrillo light. Desde entonces dice en broma –aunque debería pensarlo en serio- que va a editar una guía de restaurants para fumadores y que se va a llenar de dinero.

Ahora que anduvimos juntos por Barcelona y por Madrid, comprobamos que las medidas antitabaco son allí mucho más tolerantes que en Buenos Aires. (Aquí siempre tenemos tendencia al jacobinismo. Será porque nos cayó del cielo un intendente que se precia de ser afrancesado.) La investigación que Piñeyro planeaba hacer in situ se cortó de cuajo, cuando descubrimos que la mayor parte de los restaurants tenían un reservado para fumadores. Por cierto existen sitios con carteles que anuncian su pureza total, pero no es necesario que los pobres fumadores peregrinen kilómetros para dar con un sitio donde cobijar sus pobres huesos, siempre aparece alguno en esta cuadra o en la próxima: en Madrid y en Barcelona, cuanto menos, los fumadores no se sienten del todo parias.

Pocos días atrás, la viñeta del genial Miguel Rep en la contratapa de Página 12 decía: “Primero fue en los aviones. Después en las reparticiones públicas. Luego en los bares y restorantes me mandaron a fumar afuera. Finalmente, sabía que esto iba a llegar”. El dibujo muestra al planeta Tierra y al fumador malhumorado que, cigarrillo en mano, flota en el espacio donde nadie lo persigue –al menos por ahora.

Yo creo que fumar hace daño (mi madre, fumadora empedernida, murió de un cáncer de pulmón galopante) y también creo que los no fumadores tienen derecho a protegerse. Pero no puedo evitar sentir que toda esta campaña, tanto debate y tanta legislación son un poco too much. Una cosa es cuidar a los que no fuman, y otra muy distinta marginar a los que eligen hacerlo. Tengo la extraña sensación de que por el embudo que lleva a la persecución de este vicio se cuelan, además de la correcta, algunas intenciones que se meten en el baile sin haber sido invitadas: intereses políticos, moda, deseo de sacar carné de bienpensantes y patente de corso para discriminar a otros –hay gente para la cual discriminar es un deporte full contact- y quedar como duques en el intento. ¿No les parece a ustedes un tanto exagerada la historia? ¿No les parece un tanto histérica la conversión de tantos al evangelio de la buena salud? ¿No les parece que es demasiada energía dedicada a una causa que solo reclamaría un módico de prudencia?

A veces pienso que si nos opusiésemos a la violencia con el mismo fervor que se dedica a perseguir fumadores, el mundo daría un salto cualitativo hacia el (buen) futuro. Al paso que vamos, las bombas nucleares, el hambre y el polonio 210 no nos dejarán margen para pudrir nuestros pulmones como Dios y Marlboro mandan.

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30 de noviembre de 2006
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MIAMI

Ya tenemos al chivo expiatorio de los latinos que no puedan emigrar a Estados Unidos. Se llama Tom Tancredo. Es representante por el estado de Colorado. Republicano, por supuesto. Acaba de establecerse como la figura anti-latino en EE. UU. al describir a Miami como un país del Tercer Mundo. (Para él no es un elogio, todo lo contrario).

Lo interesante con Tancredo es que entrega tanto la practica como la teoría. Tancredo se dedica como político a la defensa de las fronteras del imperio. Y también es el autor de un libro In Mortal Danger (Peligro mortal) que pretende dar un «corpus» teórico al viejo miedo frente a los invasores. En un país hecho por inmigrantes que empezaron por matar a los indígenas, es siempre cómico descubrir un intento de detener la historia: vale la inmigración hasta la llegada de los padres del señor Tancredo; después no más.

El Miami Herald se preocupó por la denuncia del congresista y publica un mediocre artículo que cuenta la muy mediocre reacción que provocaron las palabras de Tancredo. El articulo es mediocre pues nunca llega a decir lo que es imprescindible: ¿Tercer Mundo, y qué? Nuestro mundo, en su mayoría, es Tercer Mundo. Miami es el producto de nuestro mundo. Miami no tiene más historia que la de las olas que llegan a una playa.

Hace poco más de un siglo que existe Miami, producto del afán de dinero de Henry Flager, un inversionista que se dedicó a poner ferrocarriles y hoteles desde Jacksonville hasta Key West. Cuando Flager llega a Miami por primera vez (1883) la ciudad es una aldea: 257 habitantes. Hoy Tancredo expresa su sorpresa: «es grande el número y el extenso tamaño de los barrios étnicos donde no se habla inglés y están controlados por culturas extranjeras». Tiene toda la razón: es grande en las Américas el número de poblaciones que no hablan inglés.

Lo que pasa con Miami es algo extraño, es un puro caso de confusión de nuestro Tercer Mundo: es la capital de un continente (América del Sur) que es también una entidad cultural (América Latina), pero Miami no se encuentra ni en el uno ni en el otro. La capital de América Latina se encuentra en América del Norte. Y con el paso del tiempo, notando el peso de las metrópolis en la globalización (siempre tiene más identidad una metrópolis que un país que no sabe cómo defender sus fronteras), es obvio que Miami gana poco a poco a EE. UU. No se trata de una reconquista, es la conquista continua por el mero movimiento de la vida. La única conquista que vale: por el idioma y la cultura. La indignación del congresista Tancredo no es una falta de respeto hacia Miami, es un rechazo al mundo entero. Un lugar que no tiene historia no puede ser otra cosa que el espejo donde vemos el mundo que vamos construyendo, nuestro Tercer Mundo.

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30 de noviembre de 2006
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CIUDADES DE COLORES

El siglo XXI será femenino o no será, se repetía a finales de la centuria anterior. En varios aspectos la sentencia se ha hecho realidad y, en otros, se cumple, extrañamente, demasiado despacio.

La arquitectura es un ejemplo de esta morosidad. Cada año se licencian ya más chicas que chicos pero, en la inmensidad de los casos, el ejercicio profesional de las mujeres se remansa en estudios que gobiernan hombres o forman dúos con sus parejas.

Una arquitecta, sin embargo, Teresa Sapey (Turín, 1962) está armando gran jaleo con su manera de hacer o vestir la ciudad. Si la ciudad es un espacio donde se desarrolla en gran medida la vida ¿por qué no hacerla más amena, divertida, colorista y optimista?

La ciudad, el burgo, es una construcción burguesa y del oscuro color de sus ropas, de su severidad, su seriedad y su rutina se inspira todavía el tono de las fachadas, los pasos de cebra, el color del asfalto, la pintura de las farolas, el diseño de las aceras o el aspecto de los semáforos. ¿Por qué no decorar la ciudad a la manera acogedora que desearíamos para nuestros hogares?

Un aparcamiento de Madrid en la plaza Vázquez de Mella fue una de las obras llamativas que hicieron preguntar por el nombre de su autora, la italiano-española Teresa Sapey. Las paredes son allí de un rojo bermellón, se han instalado tubos de neón como en las ferias de barrio y la pared se ilustra con fotografías que, junto a citas de la Divina Comedia, mejoran el estado de ánimo.

Pocos parajes urbanos han llegado a ser más depresivos como los túneles urbanos o los aparcamientos subterráneos. Que Teresa Sapey haya empezado por ahí es indicio de su sensibilidad para detectar los puntos más graves. Pero ella misma enumera un surtido de otros proyectos para poblar a la urbe de nuevas sorpresas y algunas buenas emociones. ¿No es precisamente la demanda de experiencias vitales la máxima demanda en nuestra sociedad personista?

Los hombres, los arquitectos incluidos, ven estas cosas pero pasan frecuentemente de largo. Los hombres se ponen serios hablando del ser humano o de la especie humana pero se cansan demasiado pronto en las chácharas sobre personas. Las mujeres en cambio valoran tanto lo personal que lo más influyente en su decisión de comprar un objeto proviene de la clase de trato que reciban.

La ciudad cuanto mayor es más nos maltrata. ¿Cómo no hacer frente a esa sevicia con la astucia del artista? Los aburridos barrios de los ensanches del siglo XIX no han encontrado todavía su antídoto alegre en las desorganizadas barriadas de torres y espacios vacíos, pero existe en la rehabilitación de los centros históricos y en la edificación de manzanas nuevas encastradas en el urbanismo preexistente, muchas oportunidades para recrear el carácter de la ciudad y entonar con ilusión los importantes lugares de la experiencia.

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30 de noviembre de 2006
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EN INGLÉS

Parece que para responder a ciertas preguntas sobre Francia, hay que leer en inglés:

¿Cómo hacen las mujeres francesas que nunca engordan? Mireille Giuliano, la escritora americana que consiguió traducir a 37 idiomas su libro sobre las mujeres francesas ha escrito otro sobre la alegría de la vida y de la comida en Francia: French Women for All Seasons. Vivo en Francia y no lo voy a leer, no lo creo: hay francesas gordas y a veces vida sin alegría (y gordas alegres).

¿Qué pasa con el idioma francés? Dos canadienses (que ya publicaron en francés un libro muy bueno sobre los franceses) publicaron en inglés, en EE. UU., un libro sobre el idioma francés y su historia: The Story of French. Este sí lo voy a leer pues parece optimista y positivo, opina al revés de todo lo que se dice sobre el idioma francés: se reduce su influencia frente al inglés, etc.

¿Qué pasa con la literatura francesa más experimental? Hay que visitar el primer número de Electronic Literature Collection, una fenomenal recopilación de literatura que acaba de publicar, entre otros, la universidad de Maryland, para entender que Francia ya no es lo que fue. Pensando en la época del simbolismo, del surrealismo o, más cerca de nosotros, del Oulipo, descubro otro síntoma de las dificultades de Francia: el hecho de que dos libros, The set of U, de Philippe Bootz y Marcel Fremiot, y Jean-Pierre Balpe ou les Lettres dérangées tengan que ubicarse dentro de un conjunto de obras en inglés para tener visibilidad.

He dedicado horas a visitar las posibilidades de esta primera gran oferta de literatura digital (por esto escribo poco hoy en mi post). Con relación a la oferta magnífica del sitio del Oulipo (Ouvroir de littérature potentielle, Dispositivo para abrir la literatura potencial) veo en la Electronic Literature Collection la prueba de una pérdida definitiva. De algo que Francia no va a recuperar. Tenemos al idioma francés, a gordas y a flacas, pero la literatura como aventura ya se fue.

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29 de noviembre de 2006
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HABITACIÓN DE CITA

No llegará a ser una casa de citas. Tendría que hacer una selección de varios textos. Pero al menos sí citaré uno. En el libro de Cristóbal Serra, Viaje a Cotiledonia, alguien dijo que los seres que habitan ese país se podrían parecer a esos que pueblan algunos cuadros de su paisano Miró. No tengo idea, pero de vez en cuando no me importaría ser un bilibús.

“Los Bilibús: Son la raza superlativa de Cotiledonia y con fama de ser los menos tenebrosos de todos y hasta tal vez los únicos despojados de la tristeza ratonil que ensombrece a los demás cotiledones.

No se dejaron, hasta ahora, gobernar por nadie. Jamás un rey pudo entronizarse entre ellos, y, con razón, pueden vanagloriarse de no haber conocido régimen de gobierno alguno.

Los Bilibús no trabajan más que cuando les viene en gana. Las necesidades y progresos de la colectividad les importan un comino. Consecuentes, no se quejan si falta agua, canela o sal en sus poblados.

Pasa, además, que los bilibús no quieren ser serios porque lo primero que os dice un bilibú es que hay que acogotar la seriedad, la formalidad, la respetabilidad. Y por más que arguyes con él, no consigues convencerle.

El  bilibú cree que los disparates son más divertidos que las verdades y, en consecuencia, no duda en desarrollar el don maravilloso de la insensatez que muchos otros cotiledones tienen ya ahogado. Así, hay un bilibú que, desde que nace, se relame probando y chupando el caramelo de la Gran Tontería. Este aprende a ser estolidón sin serlo y es el verdaderamente educado al modo bilibú”.

Pues eso, el que quiera más que busque la obra completa. No es muy abultada y toda es para frecuentar, volver y gozar. La última edición que conozco es la de Editorial Bitzoc. Y se llama Ars quimérica.

Hoy creo haber contribuido a una buena labor: tratar de conseguir más lectores, más cómplices de Cristóbal Serra. Al menos así lo siento, sin temor a la censura ni a ser censurable, como quiere el maestro.

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29 de noviembre de 2006
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Terry, los piratas y yo

Una de las alegrías que me deparó mi breve viaje a España fue el hallazgo de una edición en forma de libro de Terry y los piratas, de Milton Caniff. Terry es una de mis historietas favoritas de todos los tiempos. Recuerdo haberla leído en mi infancia, en una revista llamada Tit Bits que en los años 70 publicaba lo que ya en ese entonces eran clásicos del género. (Terry apareció en los Estados Unidos entre 1934 y 1946, a modo de tira diaria.) La impresión que me dejó entonces fue tan vívida, que no sólo me recuerdo a mí mismo en el acto físico de la lectura (soy muy pequeño, estoy sentado en la escalera que da al patio de mi casa con Tit Bits entre las manos), sino que además, al releer las primeras aventuras en un cafetín de Madrid, descubrí que todavía recordaba cada pormenor de la trama: ¡hasta la parte en que el Viejo Pa no logra tirar del gatillo porque tiene la mano vendada! A eso sí que puede llamársele impresión perdurable.

Parte del atractivo de la historia estaba resumido en su título: la mezcla de lo común y cotidiano (Terry es un nombre simple, que era aplicado a un protagonista preadolescente –esto es, gente como uno) con la aventura concebida en su marco más exótico: llegado a la China para buscar un tesoro con la ayuda de un mapa que su abuelo le legó, el jovencito Terry se cruza una y otra vez con los piratas del título. Pero no lo hace solo, y es allí donde ya empieza a operar la maestría narrativa de Caniff. Lo acompaña en primer lugar Pat Ryan, un escritor y periodista free lance con cierta experiencia aventurera. Ryan es apuesto, fuerte, valiente y también listo; una figura tan idolatrada que revela sin ambages la mirada ingenua del Terry narrador. Pero también los acompaña George Webster Confucio, alias Connie, el chinito que se les ofrece como traductor y después se convierte en socio todoterreno. Connie puede resultar hoy algo parecido a un estereotipo racista (está allí para ofrecer alivio cómico, tiene unas orejas tamaño plato que convierten al príncipe Charles en un hombre discreto), pero también es cierto que en el transcurso de la historieta Caniff introduce tantos villanos orientales como occidentales, y que ya en la tira inicial Pat Ryan se encarga de dar la perspectiva de respeto con que se acerca a su objeto: “Los chinos ya eran un pueblo antiguo antes de que se descubriera América… China es el origen de nuestra cultura moderna”.

Y ya que hablamos de villanos, ellos también forman parte vital del atractivo de la tira. Caniff los creó inolvidables, desde el educado pirata Judas hasta la misteriosa –y bellísima- Burma. Quizás el más memorable de sus malvados sea una mujer, cuyo nombre pasó a formar parte de la cultura universal como sinónimo de la mujer oriental peligrosa y llena de misterio: Dragon Lady, la Dama Dragón.

Pero el arma secreta de Caniff son sus dibujos. Precursor de lo que más tarde se llamó línea clara, Caniff es un artista excepcional: por la nitidez y la humanidad de su trazo, por el detalle con que enriquecía los pequeños cuadros y por la energía cinematográfica que anima todas sus tiras. Cuando vi por primera vez la saga de Indiana Jones, sentí de inmediato que la deuda de Spielberg con Caniff era inmensa. Ahora mismo, en mi cafetín madrileño, descubrí en el segundo volumen de la saga –que no había leído en mi infancia- que en el combate a puño limpio de Pat Ryan contra los hombres de Papa Pyzon estaban comprendidas todas las escenas de pugilato del Corto Maltés; en esas viñetas el Corto y Pat se parecen hasta físicamente –a Pat sólo le falta la argolla en la oreja para convertirse en la criatura de Hugo Pratt.

La edición española está muy bien, más allá de los inevitables extrañamientos que produce la traducción. (El humor de Connie resalta cuando una de sus muletillas en el inglés original se transforma en: “¡Está todo muy fetén!” Hasta hoy yo hubiese jurado que la expresión fetén era puro lunfardo porteño, yo creía que sólo mis abuelos y mis tías gordas decían que algo estaba fetén, fetén. Pero en fin, la vida te da sorpresas.)

Mi presupuesto alcanzó para comprarme sólo dos volúmenes, cuando hay como dieciséis. No es que necesitase más argumentos para regresar a España –cosa que haré en febrero, para presentar La batalla del calentamiento-, pero es bueno saber que tengo como catorce excusas más para justificar mi entusiasmo al subir al avión.

Todos aquellos que amen la aventura en estado puro, con el aderezo de una pizca de nostalgia (etiqueta que abarca desde Gunga Din hasta el moderno Indiana), tienen con Terry y los piratas una cita obligada.

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29 de noviembre de 2006
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POLÍTICOS DE LA PERVERSIÓN

Una prueba patente, y muy patética, de la perversión política se padece hoy en España a propósito de la llamada negociación con Eta.

Ni uno ni otro de los dos grandes partidos parece tan interesado en el centro capital del asunto como en sus flancos, a derecha e izquierda, que representan sus adversarios políticos.

Conseguir un acuerdo para terminar con el terrorismo lo desea hasta el último de los españoles pero los términos de ese acuerdo que deberían, obviamente, implicar integralmente al Estado y no a una facción política dan lugar a que el mayor esfuerzo se dedique a querellas interpartidistas con el ojo puesto en la próxima convocatoria a las urnas.

¿Han perdido los partidos su razón fundacional y se enroscan patológicamente en la conservación del poder a cualquier precio? No solo en España parece que es así. El aparato partidista en conexión con otras edificaciones de poder ha enajenado la ideología política y, en su vacío, se ha instaurado la perversión de mandar por mandar.

Acaso siempre fue así y no lo vimos con nitidez. La novedad ahora reside en que, legitimado y popularizado, el porno la obscenidad es total. Y estomagante.

Nadie merece nuestro crédito moral. Acaso merece nuestro apoyo oportunista, cínico y circunstancial.

El cruce de intereses personales (privados unos, públicos otros) ha gestado un enorme ovillo de innobles y ominosos detritus. Una y otra vez cuando el líder del partido se apoya en el atril y clama hacia el fondo del palacio de deportes todos ven que busca su provecho particular. No el bien de la ciudadanía completa ni tampoco, siquiera, lo mejor para los pasivos ciudadanos que representa. Su discurso trata de robar el voto del bolsillo al elector y continuar haciendo caja en la siguiente comparecencia que, poco a poco, le conduce al momento crucial del escrutinio.

Su tarea, a fuerza de desgastar el afán, la astucia y el estudio, de vencer al adversario político, se convierte en un quehacer de bajo vuelo, cuando no rastrero e inmoral. No se hará esto o aquello si no conviene al recuento; se emprenderá por el contrario cualquier operación de marketing, por falsa que sea, si sirve para orientar ocasionalmente la voluntad del elector ocasional.

El fin del terrorismo es el deseo de todos los españoles y no españoles. Pero el terrorismo y las víctimas del terrorismo, con sus mutilaciones, sus muertes, su desesperación, se introducen como materia energética en las armas de destrucción masiva hacia el partido rival, sin garantías de respeto y dignidad. En medio de una obscenidad palabrera sin apenas freno, van lanzándose pedazos de carne y dolor entre unos y otros, en un maniobrar tan siniestro que como poco se merece el aborrecimiento de la inteligencia y del corazón.

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29 de noviembre de 2006
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