Vicente Verdú
El conocimiento profundo era superior al superficial y, en general, lo hondo alcanzaba más respeto que lo plano.
De hecho, las personas se dividían en las que demostraban o no fundamento, siendo la fundamentación equivalente a la cimentación y la cimentación sinónimo de un arraigo en lo cabal.
Igualmente, el linaje significaba un arraigo en la historia de la herencia familiar. La sangre provenía de arriba como de un manantial que se derramaba desde el cielo y traspasaba la historia a través de los cuerpos infundidos por su corriente.
Las familias se desplegaban en el tiempo y los abuelos veían en sus nietos una continuidad vertical que provenía desde sus ancestros y se hundía en la tierra siempre prometida.
¿Qué ocurre sin embargo ahora? El conocimiento no recibe una inspiración vertical y honda al modo que llevaba consigo el aprendizaje a través de la lectura de libros.
El saber procede de las superficies de las pantallas, de los panoramas de los viajes, de las fachadas de los edificios.
Igualmente el linaje puro y vertical se reemplaza por la mancha en horizontal. Las familias no trazan una línea de descendencia sino de evanecescencia.
Se descomponen y componen en puzzles horizontales que encajan entre sí las piezas no para formar una torre o árbol genealógico sino un plano, retama o rizoma al ras.
La horizontalidad gana a la verticalidad. La metáfora de la feminidad extensiva se impone al tropo del semental.