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EL CUERPO Y SU BULTO

El tratamiento del cuerpo como algo diferente al yo personal logra una experiencia culminante en los regímenes de adelgazamiento.

El cuerpo se expone ante el espejo con sus kilos superfluos y el yo que lo gobierna decide afrontar una reforma de la morfología con la que se presenta en cuanto figura ante los demás.

Se presenta y se representa porque lo más temible del aspecto se refiere no ya al peso en arrobas sino en la información perjudicada que trasmite sobre el yo y decide el carácter de la impresión.

El yo y el cuerpo tienden secretamente a distanciarse cuando la apariencia disgusta al juicio del yo, mientras que tienden a juntarse, por anhelo del yo, cuando la imagen se acerca al diseño más grato a la ilusión que hace el ego de sí mismo.

Puesto que el ideal físico resulta imposible de conseguir, la división entre el yo y el bulto es insalvable pero el hiato gana o pierde medida de acuerdo, en este caso, al tino volumétrico del cuerpo.

El volumen del cuerpo con todas sus diferentes particularidades revelándose por aquí o por allá, genera un malestar no sólo social sino íntimo, integral, que incluso difícilmente supera la más elevada idea de uno mismo.

O dicho de otro modo, por encimada que sea la idea del yo respecto a sí, por alta que sea, se halla peligrosamente expuesta la vanagloria a la descalificación cruel mediante el código de estética general que la sociedad ha adoptado como destacada referencia.

Estar gordo no significa estar sin más. Estar sin connotaciones. Comporta allegarse a una escala de cotización menor, degradada o ínfima.

El sobrepeso ha llegado así, por el imperio de la estetización general del mundo, a ser un lastre del valor. Habrá que afrontar seriamente y hasta severamente la tara del cuerpo obeso y ajustarla en beneficio del yo, príncipe de la conjunción. Y no del yo/príncipe en su sentido moral y metafísico sino, obviamente, al yo en su reino físico. Ahora bien ¿cómo evitar que el segundo incida en el primero si ya el sentido se juega mucho el tipo, para bien y para mal, precisamente en el tipo?

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30 de enero de 2007
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Reivindicación de Nerón

De tarde en tarde tenemos la fortuna de conocer investigaciones reveladoras sobre la antigüedad y llegan hasta nosotros los sagaces ejercicios de interpretación que facilitan una más fidedigna comprensión del pasado. Nos ocurrió hace años con La Biblia desenterrada –de Filkenstein y Silberman (Siglo XXI, 2003) y ahora mismo con Nerón (Edward Champlin, Turner-Fondo de Cultura Económica, 2006).
Coincide la lectura del libro con la esperada abertura en Roma de los restos arqueológicos de la Domus Aurea, el descomunal palacio que Nerón mandó construir después del incendio de Roma.

El discípulo de Séneca ha pasado a la historia como un modelo de atrocidad, preludio enfermizo del fin de una época. Su figura ha cargado con el oprobio de la historiografía cristiana por razones obvias –alumbraba sus jardines con los cuerpos de los mártires ardiendo como teas- pero también ilustres historiadores y biógrafos romanos nos han transmitido su escandalizado juicio ante los excesos de Nerón.

Tácito, Suetonio y Dión Casio, ampliamente citados por Champlin, testimonian con relatos pormenorizados la permanente orgía en que vivía el excéntrico emperador romano y el espanto que semejante depravación produjo en los respetables miembros de la aristocracia imperial.

Pero a la luz de la investigación de Champlin, el Nerón que cometió incesto con su madre antes de asesinarla, pateó a su esposa hasta la muerte, arrancó a mordiscos los testículos de sus esclavos y dilapidó el tesoro imperial en fiestas y parodias que hacían enrojecer de vergüenza -y palidecer de miedo- a los senadores romanos, fue un personaje que no merecía ningún eximente clínico.

Nerón, efectivamente, nunca estuvo loco y Champlin nos lo presenta como un gobernante con una sofisticada estrategia de legitimación concebida para escenificar ante el pueblo romano la grandeza heredada de los griegos. Nerón hizo de Roma el gigantesco escenario de un acontecimiento irrepetible: ante la mirada atónita de los ciudadanos romanos él mismo encarnaría a las poderosas figuras del repertorio mítico de la antigüedad, los arquetipos consagrados por la tradición literaria y religiosa.

Las vinculaciones subrayadas por Champlin entre las supuestas excentricidades de Nerón y las leyendas del acervo cultural greco romano son asombrosas y deslumbran por la precisión de propósito del que hasta ahora se consideraba un desquiciado arpista romano.

Los crímenes cometidos por Nerón responden con tanta fidelidad a los dramas o historias de Orestes o Penandro, que el autor, profesor de clásicas en Princenton, debe dejar en el aire la cuestión de si Nerón utilizó a estos personajes para reconocer su culpa o imitó sus crímenes para vivir, como ellos, ensalzado en los relatos de la posteridad.

Los Misterios de Mitra o las profecías de los oráculos pertenecían también al argumento que Nerón utilizó a su conveniencia para hacer excelso y espectacular su mandato.

Pero entre otras muchas observaciones, Champlin nos ofrece una perspectiva todavía más sorprendente: nos presenta a Nerón como un gran sátiro populista que irrita a la aristocracia romana con una permanente fiesta saturnal. La grotesca pantomima neroniana no era la bufonada de un perturbado, sino la maquinación de un emperador harto de sus nobles.

Quizá fuera éste, y no sus crímenes, el motivo que le granjeó la hostilidad de los historiadores de Roma y, por la interesada enumeración de los hechos transmitida en sus libros, la unánime condena de la posteridad.

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30 de enero de 2007
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LOS GOYA MÁS RAZONABLES

Mucho mejor de lo que se esperaba. Después de pensar, por el número de nominaciones, que la mayoría de los premios Goya se los llevaría Alatriste. Que Almodóvar se podría ir conformando con lugar secundario, la realidad ha dado la vuelta a las nominaciones. Creo que ha sido lo más justo, lo más razonable y lo más cercano al cine que se podría esperar. Para mi sorpresa los académicos han votado con bastante independencia, con acercamiento al cine y menos por filias y fobias que otras veces. ¿Será que  nos estamos tomando en serio? No estaría mal. Y después de lo visto, no hubiera estado mal la presencia de Almodóvar. Ya va siendo hora de levantar el castigo. Hay que dar la cara, saber perder como lo hizo el amigo Agustín Díaz Yanes.

Han estado bien, muy bien los premios. Lógicos los de director y película. Más que merecidos los muchos para El laberinto del fauno, muy acertados los que se llevó esa pequeña y gran película Azul oscuro casi negro. Cantados y acertados los de actriz principal, para esa universal chica de barrio llamada Penélope Cruz y para el veterano que no se rinde, Juan Diego. Otro premio que era obligado era el de la música de Alberto Iglesias, aunque creo que va siendo hora de crear un tope de posibles Goya. Siempre que se presente Alberto Iglesias los ganará, ya que es, con mucho, nuestro mejor músico para el cine. Y es un gran músico fuera del cine.

No entendí cómo en los documentales no estuvo La leyenda del tiempo, el mejor de los vistos este año. Y, además, sentí pena de que de los documentales que sí llegaron a la final no ganara el acercamiento a un universo llamado Fernán Gómez.

La gala mejoró en ritmo. Muy bueno Corbacho, sobre todo en sus parodias grabadas, más inseguro, menos afortunado con el guión, mejor en sus improvisaciones -sobrándole algunas- pero no dejamos de recordar al Gran Wyoming o a Rosa María Sardá.

Decepción porque no ganara Woody Allen. Y preocupación por la anorexia de un cómico llamado Santiago Segura. En  fin, nos ahorramos bastantes saludos a familia, agradecimientos a los papás, reconocimientos a la mitad del universo y saludos al pueblo, aunque todavía algunos estaban empeñados en demostrarnos que tenían madre, que tenían novia o que tenían abuelo.

Y seguramente el próximo año el discurso de la presidenta, Ángeles González Sinde será mejor, incluso lo podremos entender, es una mujer lista y se ocupará de mejorar su propio guión.

En fin, no estuvo mal. Alcanzó ese nivel medio en el que nos movemos en tantas cosas. Esa manera discreta de hacer algunas cosas, esa nota justita que tenemos cuando hablamos de nuestro cine. No somos Goya.

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29 de enero de 2007
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BOLAÑOMANÍA

En el salón Rey del claustro Santo Domingo, en Cartagena de Indias, el tema era «Roberto Bolaño y la nueva generación de escritores latinoamericanos». En el escenario: Sergio Gamboa, novelista colombiano, y Jorge Volpi, escritor mexicano que tomará pronto el cargo de director de una cadena de televisión en su país. En el Hay Festival se procura dar un moderador para casi todos los actos. No fue el caso en un viernes de celebración literaria animada por los dos escritores. En un movimiento concertado de vaivén o más bien de subastas, se dejaban la palabra uno al otro. No recuerdo haber oído otra celebración literaria como ésta. Extractos de la misa para el descanso del alma de Santo Bolaño, autor de Los detectives salvajes y 2666:

Jorge Volpi : «Roberto Bolaño es el escritor de fin del siglo XX más importante en América Latina».

Santiago Gamboa: «la prosa de Roberto Bolaño era un universo que lo contenía todo, una prosa universal».

J.V.: «es el referente de nuestra generación… Hay un casi absoluto consenso que comenzó a producir la obra de Bolaño desde Los detectives salvajes».

S.G.: «la lectura de Bolaño es un cataclismo. Uno no puede seguir escribiendo como si Bolaño no existiera».

J.V.: «2666 es una de la novelas mayores de los últimos tiempos».

Fue así durante una hora. No faltó la puñalada a la generación del boom. Gamboa tiene que matar al padre, como todos los artistas. Quizás él lo hace mejor por ser compatriota de García Márquez. Entonces, resumió la producción del boom como -lo que es cierto- una idea de la unidad geográfica de América Latina con un proyecto cultural y político en novelas «totalizantes». «Bolaño, añadió, llevó esto a sus últimas consecuencias al negar lo que hizo el boom». Volpi, recordando cómo Bolaño se inspiró en México más que en cualquier otro país hizo una denuncia de los autores del boom: «ninguno escribió una frase cuando murió Bolaño».

El conjunto del homenaje me produjo una sensación extraña. Gamboa y Volpi son buenos autores. El Manifiesto del crack, que Volpi hizo con sus amigos, supera de lejos el Manifiesto de los infrarrealistas de Bolaño y sus amigos. ¿Por qué celebró tanto a Bolaño cuya prosa tiene los momentos flojos de un poeta convertido a la prosa? Gamboa repitió varias veces una frase de Bolaño «la verdadera obra maestra por definición debe ser inadvertida» sin dar otro ejemplo de obra maestra e inadvertida que la de los «poetas malditos» franceses (Rimbaud, Verlaine, etc.).

Matar simbólicamente a los referentes del boom para crear otro referente ya muerto de verdad me provoca un cierto malestar. Lo mejor de Bolaño, ya lo escribí aquí, está en sus entrevistas. A largo plazo, veremos, pero por el momento me gustan los artistas latinos libres que caminen por su cuenta. Seguiré leyendo a Volpi y Gamboa a menos que escriban sobre su ídolo.

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29 de enero de 2007
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Rehabilitación

Si tu esposa acaba de encontrarte en la cama con otra, o tu jefe te ha pillado diciendo que es un ogro negrero, o si en general todo el mundo te encuentra insoportable, no te preocupes. Hay una solución: inscríbete en una clínica de rehabilitación.

Al menos, a las estrellas parece funcionarles. Isaiah Washington, el actor de Grey’s Anatomy, tuvo la delicadeza de llamar “maricón” a uno de sus compañeros de reparto. Y después, por si alguien no había oído bien, lo repitió en la ceremonia de los Globos de Oro. Ante el escándalo público, anunció que entraba en una clínica de rehabilitación para reflexionar y ser una mejor persona.

Y no es el primero, ni el último. Michael Richards, el popular Kramer de la serie Seinfeld, le gritó a un asistente a su espectáculo “negrata”. Luego le dijo “¿Qué pasa? ¿Me van a arrestar por llamarle negrata a un negrata?” y continuó: “hace cincuenta años en este país te habríamos colgado de un tenedor en el culo”. Todo quedó grabado en los teléfonos de otros miembros del público. Cuando su carrera se venía abajo por el escándalo racista, Richards anunció que entraba en rehabilitación para reflexionar y ser una mejor persona.   

¡Y Mel Gibson! Guapo, espiritual y católico hasta la médula, el hombre perfecto, se despachó con una andanada de insultos antisemitas tras ser detenido por conducir ebrio. Cuando trascendieron sus palabras, anunció que eso había sido producto del alcohol y que entraba en rehabilitación.

Por supuesto, eso no significa que asistan. Lindsay Lohan se inscribió para curar su alcoholismo en una clínica tan cara que se llama Wonderland. Entró hace diez días y salió hace tres. El anuncio público sirve siempre para mostrarse arrepentido y que la gente sepa que te lo tomas en serio. Luego puedes hacer lo que quieras.

Y sin embargo, si realmente estás arrepentido de tus palabras, y por lo tanto de tus siniestros pensamientos, si eres conciente de que odias a personas por su origen, raza o preferencias sexuales, si sabes que esta mal pero no puedes evitarlo y te gustaría desaparecer de la faz de la tierra a todos los que son diferentes que tú –o peor aún, a los iguales que tú- ya sabes: una clínica de rehabilitación es la mejor y, quizá sea la única, manera para curarte de ti mismo.   

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29 de enero de 2007
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«I FEEL GOOD»

Las disputas por la posesión de los cadáveres no la causa sólo la veneración de la santidad milagrosa, como en los casos de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, que moran también en los más altos altares de la poesía. Ya ven lo que pasa en estos días con el cuerpo del rey del soul, James Brown, muerto el día de Navidad del año recién pasado, y quien aún no encuentra reposo definitivo. Un famoso que queda sin ser enterrado porque lo impide los pleitos legales por una herencia cuantiosa, que pueden llegar a ser eternos.

Mientras viudas reales o supuestas, hijos verdaderos o falsos, se trenzan en un lío judicial en el que cada quien busca la mejor tajada del pastel mortuorio, el cadáver del rey permanece embalsamado y maquillado en su mansión de Beech Island, en Carolina del Sur, dentro de un féretro que nadie puede abrir, y bajo una estricta y numerosa custodia de guardianes (ya no podríamos decir guardaespaldas en este caso) que impiden a nadie acercarse. La temperatura artificial que reina en la sala mortuoria está debidamente controlada, pero las flores deben oler ya con ese olor de nausea de las flores sepulcrales.

La mansión, además, se haya precintada por las autoridades judiciales, y ni los deudos pueden acercarse, ya no digamos a la sala velatoria, ni siquiera a los jardines. La decisión ha sido justificada por el abogado del rey muerto, bajo un sencillo argumento: la ávida parentela se estaba llevando todo, y las pertenencias de su cliente se esfumaban como si se tratara de una venta de rebajas de los almacenes Macys, después de la Navidad. ¿Se acuerdan de aquella vieja película de Cacoyannis, Zorba el griego?

Difícil que el rey del soul pueda cantarnos en estas circunstancias tan adversas aquel éxito suyo de antaño, I feel good.

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29 de enero de 2007
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LA PUBLICIDAD INVISIBLE

Uno, entre los numerosos desajustes, de nuestro tiempo, es el anuncio. Todavía queda gente que ve en la publicidad una invasión bárbara que llegará a devorarnos. Nada de eso. La invasión ha dejado de poseer fuerza y la debida orientación. Pero, sobre todo, oportunidad.

¿Cabe un ejemplo más antipublicitario que el disgusto que el spot provoca cuando interrumpe el desarrollo de una película?

La condición primaria de la publicidad es caer bien. Si cae mal, la promoción actúa en su contra, la exaltación del logo conduce a incrementar la posible aversión.

Todos los anuncios que se mantienen en la tele cortando el programa que atendemos con fruición son radicalmente antipublicitarios.

¿Por qué los mantienen? Porque todavía no saben cómo hacer algo mejor y porque todavía pervive un reducto de gente postrada, sumisa y domesticada que traga con casi todo lo que la pantalla propaga. No tardarán, sin embargo, en morir o en desasirse de esta adicción.

Otras pantallas y otros recursos publicitarios están sustituyendo aceleradamente este vestigio de la primera publicidad en el hogar nacida con el milagroso invento del artefacto. 

Hoy, no obstante, el máximo propósito de la publicidad es dejar de ser tomada como un elemento superpuesto a la realidad.

El supremo ideal de la última publicidad es la invisibilidad, desaparecer en cuanto producto diferenciado y fundirse con el paisaje, el instrumento, el deseo, del deporte, el arte o el amor. No se está tan lejos de ello pero todavía podemos ser testigos de la metamorfosis que está convirtiendo el reclamo en simple clamor, el eslogan en consejo y el jingle en la música de moda, siendo la música de moda estuche donde el artículo anida.

En este momento absoluto no veremos ni escucharemos ya publicidad. Seremos sujetos y objetos del  discurso y la ideología publicitaria como elementos de una cultura integrada desde el contenido de la escuela al contenido del corazón.    

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29 de enero de 2007
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La familia como microcosmos

La caída de los dioses sigue siendo la película enorme que alguna vez fue. Más allá del abuso del zoom en algunas secuencias (cuesta entender cómo un artista tan elegante como Visconti cayó en la trampa de un recurso que envejecería tan rápido), el filme habla aún con la misma elocuencia que tenía en 1969; nuestra especie ha cambiado poco y nada desde entonces. La historia de una familia industrial alemana que coquetea con el nazismo surgente y se deja corromper hasta lo más hondo es tan intemporal como la Caída originaria; Visconti sabía lo que hacía cuando buscaba una forma de recrear Macbeth en tiempos modernos, la ambición desmedida engendra monstruos –siempre. Estoy convencido de que El Padrino no sería lo que es si Coppola no hubiese prestado la debida atención a La caída de los dioses. La obra maestra de Coppola también es la historia de una familia que se deja corromper por la ambición, sólo que en este caso la fuerza corruptora no es Hitler, sino el capitalismo.

En los documentales que acompañan el DVD que me compré, el guionista Nicola Badalucco subraya los puntos de contacto del filme con la tragedia shakesperiana (hay un contrabando casi completo de personajes, con la genial excepción de aquel interpretado por Helmut Berger: Martin von Essenbeck fue extraído de la verdadera familia de industriales alemanes que inspiró al guionista, los Krupp, cuyo heredero intimaba con el régimen nazi y adoraba vestirse de mujer), pero además pone el dedo en el corazón del drama al decir que funciona con esa efectividad porque “la familia es el microcosmos del universo”.

Uno puede contar cualquier época centrándose tan sólo en una familia. Todo lo que hay que hacer es mostrar de qué forma las presiones del mundo exterior van moldeando la relación entre los personajes; lo que va de la Roma imperial de Yo, Claudio a la Nueva York de El Padrino. Pero existe algo aún más profundo, y por eso más duradero, que se cuenta cada vez que la historia de una familia se desenvuelve ante nuestros ojos. En la historia de cada familia se repiten, como un eco, las turbulencias que han jalonado la historia del universo: desde el Big Bang (imagen sexual, si las hay) hasta la formación-parto del planeta Tierra, desde Pangaea hasta la división de los continentes, desde las glaciaciones hasta el calentamiento global. Nos unimos, nos multiplicamos, nos quebramos, nos dividimos y volvemos a atraernos. Así como los nueve meses en el interior del vientre narran la completa evolución de la especie –de célula a pez, de anfibio a mamífero-, cada familia narra a su manera la historia del universo.

Hamlet hacía bien cuando recomendaba a los actores que tratasen de ser un espejo de la naturaleza. Lo hacía porque era consciente de que no existe narrador más grande.

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29 de enero de 2007
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La universidad y el geriátrico

Comienzan a plantearse jubilaciones anticipadas en las universidades catalanas. Un plan que se aplica desde hace años en otras regiones españolas. No todas las universidades lo han aceptado. La mía, por ejemplo, se lo está pensando. Puede parecer un plan para privilegiados. Nada de eso. En la universidad clásica, el contacto entre alumnos y profesores no superaba la barrera de los quince años, la frontera generacional. Los viejos catedráticos se dedicaban a la investigación y supervisaban a los ayudantes. No porque un humano de 60 años carezca de vida intelectual, sino porque tiene demasiada. Es como usar un camión para transportar un paquete de tabaco.

Y hay un segundo problema. Dada la velocidad de cambio de las sociedades mediáticas, el sistema de referencias y valores se transforma de modo inexorable cada quinquenio. Los estudiantes de 20 años son ya viejos para los de 15. Los profesores, en cuyas clases es decisiva la capacidad de hacerse entender y el riesgo de parecer marcianos, tienen serias dificultades para averiguar cuáles son los referentes (familiares, formativos, mediáticos, culturales, lúdicos o religiosos) de los recién llegados. Este conflicto es menor en una clase de química o de estadística, pero es letal en aquello que suelen llamarse "humanidades". Aunque hay matices.

Un amigo mío, profesor de la Politécnica y en una clase técnica, puso una analogía para explicar la ironía de algunas arquitecturas minimalistas: dijo que eran "como películas de Buster Keaton". Notó una inquietud entre los estudiantes. Se miraban unos a otros y trataban de ver cómo había escrito ese raro nombre el compañero. Averiguó, no sin sorpresa, que ni un solo alumno había visto jamás una película de Buster Keaton. Mi amigo tiene 40 años.

Me dirán que es un detalle trivial. No lo es. El conjunto de símbolos que forman nuestra imaginación es nuestra identidad. No hay otra. Eso es lo que somos. El diálogo entre dos memorias sin contacto es un diálogo de sordos. La universidad española se está convirtiendo en un geriátrico para sordos.

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de enero de 2007

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29 de enero de 2007
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HITCHENS

Arcadia, el mensual cultural creado por la revista Semana en Colombia, no dudó en hacer su portada con la fotografía de Christopher Hitchens y dos palabras: «El contradictor». El escritor, crítico y pensador inglés radicado en Washington vino al Hay Festival de Cartagena para asumir el papel de enfant terrible de las Américas. Gran defensor de la intervención americana en Irak, traidor de muchos amigos que escribieron con él en The New Statesman, en el Reino Unido, Hitchens se estableció en la derecha conservadora a través de un itinerario intelectual lleno de polémicas. Un retrato suyo, publicado hace poco por el semanal The New Yorker acabó de establecerle en una posición de aislamiento creciente y productivo (basta ver un sitio que propone una mera muestra de su producción, para comprobarlo). Hitchens es una persona que se ve, se dice, se quiere aparte de los otros. Y denuncia a todos los otros.

Sentado en un sofá, bajo los almendros del Claustro de Santo Domingo, con un vaso de whisky, cigarrillos y el calor del trópico ampliado por la luz del escenario, ha dado una entrevista pública sorprendente y de buena calidad. Habló muy poco de política y mucho de Dios, de los creyentes, de las religiones. En la política, machacó a Hillary Clinton, para no perder sus buenas maneras, antes de hablar -para cambiar- de «personas moralmente normales». Esas personas parecen ser la derecha republicana donde Hitchens se mueve mucho. Descripción de aquella población en tres palabras: «colapso moral completo». Los republicanos, dijo, no saben qué hacer. Y, como tantas personas están de acuerdo, lo mejor que habría podido hacer Bush era mandar (como commissioner) en el baseball norteamericano.

Sobre Dios, los creyentes y la religión: Hitchens está en contra de todos, claro, pero con una voluntad de definir de manera racional las bases del agnosticismo. Todo su discurso fue muy conforme con el título de su último libro, God is not great (Dios no es grande), dedicado a denunciar el efecto negativo de la fe sobre la convivencia entre los hombres. «Nuestra civilización, dijo, tiene que ser defendida frente a los fundamentalismos».

No voy a negarlo: Hitchens me decepcionó, pues esperaba a un payaso político y vi a un filósofo de la fe citando a Spinoza, desafiando a Nietzsche a demostrar la vida de Dios previa a su muerte y sudando en la noche caribeña.

Cinco muestras de mi libreta de apuntes:

Aspiración en la juventud: «Ser escritor era lo único que quería hacer; entonces leer era una pérdida de tiempo».

Su mudanza a EE. UU.: «Era ineludible, por mi deseo de ser escritor. EE. UU. es el tema que ofrece la máxima riqueza al generar mucha Historia. En realidad, allí producen más Historia de lo que pueden consumir a nivel local».

Lo que escribe: «Es ficción por una parte y periodismo por otra, ya que es a la vez polémica e investigación».

Los creyentes en la génesis: «Hay que tener mucha arrogancia para decir que el hombre fue creado a imagen de Dios cuando la evolución nos dice que se trata de un primo del mono».

La denuncia de una presencia divina en nuestro mundo: «el cosmos no está arreglado para implementar las profecías de seres humanos».

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26 de enero de 2007
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