Javier Rioyo
Seguramente fue la bandera de mis padres. Estoy convencido que sigue siendo la bandera de mi madre. Mi padre conoció -también mi madre pero sin afecto- otra bandera, la tricolor con la que no se encontraría incómodo. Lo sé aunque se pasara una vida disimulándolo, por miedo, por defenderse, por defendernos.
Yo no tengo claro mi eso de mi bandera. Ni la bandera de nuestros padres. Me encantaría tener las certezas, o las dudas, en ese asunto tan simbólico como las puede tener Clint Eastwod. Creo que mi bandera, si fuera de la patria del director de esa película de las banderas paternas, sería esa bandera que ayudó a la democracia en Europa, aunque pusiera bombas que espantan, aunque tuviera un futuro que muchas veces detesto. Desde luego tendría esa bandera antes de la bandera sudista, de la bandera de un mundo con esclavos. Eso creo. Pero soy de éste raro lugar del mundo y no tengo muy claro cuál sería la verdadera bandera de mis padres. Ni tan claro cuál es la mía. Desde luego no es la que llevaban ayer muchos airados a una manifestación, llena de rabia, de insultos, de pasado y de clara intención de asaltar el poder sea por las vías que sea.
No tengo nada contra la bandera constitucional, ni aunque sea muy monárquica. Con el tiempo, con la democracia y los años constitucionales, nos acostumbramos a esa bandera. Le quitamos el franquismo, hacemos ejercicio de adaptación a la realidad y con esa bandera, por ejemplo, aplaudimos a los deportistas cuando ganan en el extranjero. Es decir, esa bandera no me molesta…pero según dónde y con quién.
Algunos hace ya tiempo, por nostalgia de tiempos que no conocimos pero que nos emocionan más, nos sentimos más cercanos a otra bandera nacional. Por amor a una idea, unas gentes y una manera concreta de organizar la convivencia de este país de todos los demonios, estamos más cerca de la bandera de la República. Yo no la rechazo por monárquica, o no principalmente por eso, la rechazo porque en muchas manos me parece la agresiva bandera del franquismo, aunque disimule con otro escudo. Lo mismo me pasa con el himno. No me lo trago. No me lo creo. No puedo y, además, me pone nervioso. Creo que tengo que levantar el brazo. También me gusta más el himno de Riego.
No creía mucho en banderas. Sigo sin creer demasiado. Alguna vez nos emocionamos con la roja. Otras veces con la negra. Incluso con aquella especie de antibandera de “la comuna antinacionalista zamorana”. Éramos tan jóvenes. Ahora, con la edad y todo lo que ha llovido, nos gusta más la republicana. Una bandera progresista- y también conservadora- laica, educada y democrática. Ahí estamos más cómodos.
El otro día no sólo las banderas me disgustaron de aquellos gritones y agresivos manifestantes. No me podía creer que en Madrid todavía hubiera tanta estética “lóden”. Me importa poco cómo se vistan. Agredían con sus gritos. Con sus deseos de venganza. No reproduciré lo que le decían a Zapatero. Sí contaré, para dar una muestra de la catadura mental y de la capacidad mental de algunos que allí se dirigían lo que escuché a unas airadas señoras, con pinta de lo mismo: “¡Apagar la luz, apagar la luz… qué se habrán creído estos socialistas… El jueves a las ocho encendía todas las luces de casa, como en navidad…Que se jodan los rojos!”… Ese disparate me dio una imagen de con quiénes estamos compartiendo bandera, himno… Qué ignorancia, qué pena, qué miedo….Ya sé que apagar la luz no sirve de nada- incluso hay quién dice que se gasta más- pero no apagarla por española auténtica, me da asco y pena.