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SANTOS EN CUARENTENA

            No quiero abandonar por el momento el tema de los santos, sin anotar un episodio que Aldous Huxley describe en su libro Más allá del Golfo de México. El célebre autor de Valiente mundo nuevo y Contrapunto, vivió una temporada en México y también visitó Guatemala en 1933. Me encontré con este libro, bastante desconocido, en mis incursiones a la Biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín en 1975, y como no he vuelto a tenerlo en mis manos, cito con mi recuerdo:

            En uno de los poblados indígenas que rodean el lago de Atitlán, las imágenes de la Virgen María y la de San Juan Evangelista eran sacadas de la iglesia el miércoles santo; la de la Virgen llevada a la casa de su mayordoma, donde permanecía bajo estricta vigilancia, y la de San Juan a la cárcel, donde era encerrada bajo llave en una celda. Las imágenes no eran devueltas a la iglesia, sino el sábado de Gloria, y aquella separación forzosa era una medida que los fieles católicos tomaban para impedir cualquier ayuntamiento carnal entre ambas pues, según la tradición, algo semejante habría ocurrido en otra remota semana santa.

            En otro de los poblados que rodean el lago, Santiago Atitlán, se venera a Maximón, entronizado en el santoral católico por obra de la cultura indígena, como muchas deidades híbridas en América, con la particularidad de que Maximón fuma puro, bebe licor, y viste de saco y corbata, como todo un potentado aldeano… y en Nagarote, Nicaragua, el apóstol Santiago, de quien ya hablamos antes, recibe a sus devotos en su altar, vestido en traje de general de cinco estrellas, con quepis y charreteras, como si fuera el mismo McArthur. O mejor, el mismo Generalísimo, don Francisco Franco Bahamonde.

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6 de febrero de 2007
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SEXO Y MUNDO

Si en Google se teclea la palabra God (Dios) aparecen 385 millones de entradas pero con Sex se rebasan los cuatrocientos millones. Tanto uno como otro asunto han experimentado una colosal expansión en la última década. El primero en la obstinada busca de lo que no se ve y el segundo en persecución de lo más vistoso, lo más obsceno, siendo el porno su mayor representación.

En 1995 se realizaban en España tan solo 5 películas pornográficas pero en 2005 se acercaban tendencialmente a las 100. Entre tanto, las compañías distribuidoras sirvieron al mercado español más de 1.200 títulos de diferentes procedencias extranjeras. Más de 700 millones de vídeos o DVD's se alquilaron el año pasado en Estados Unidos y los ingresos de la industria norteamericana porno en su conjunto, desde revistas a sex shops, desde páginas web a circuitos privados para hoteles, supera no sólo a la industria cinematográfica convencional sino a los mayores negocios del deporte profesional unidos, béisbol, fútbol americano y baloncesto.

A lo largo de los últimos festivales eróticos en Barcelona se han acreditado más de 1.000 periodistas pero muchos festivales más de esa naturaleza han proliferado desde los años noventa,  desde Cannes a Las Vegas.

En Oriente se sigue siendo más pudibundo pero ¿qué decir del turismo sexual masivo en Tailandia, Birmania, Indonesia, Filipinas? La censura china y la de sus entornos sigue controlando el espacio convencional pero el ciberespacio es más difícil de velar. De hecho, los niños, incluso antes de cumplir doce o trece años, se desvelan en todo el planeta para seguir las emisiones porno en red. Un ciberuniverso que ha democratizado el conocimiento general y la máxima visión del mundo. ¿El cuerpo desnudo? El mundo es un bulto abierto y explorado en todos sus intersticios y anfractuosidades, recorrido en sus valles y sus montes, fotografiado sin cesar, poro a poro, como lo hace la pornografía sobre la superficie de la piel y el sexo. Naked capitalism fue el título de un famoso artículo en The New York Times donde se mostraba el éxito general del texto en el último capitalismo. Consumo de placer en su significación originaria, siendo Freud el núcleo de la exégesis hedonista.

Sin reservas, el masivo consumo de lo sexual, en todas sus versiones, caracteriza la actualidad del mundo. Hasta los libros –en franco declive energético- de fuerte contendido sexual han aumentado en cerca del 400% entre 1990 y el siglo XXI. El último fragmento del pasado siglo no ha dejado de dar coletazos difundiendo la oferta sexual en su amplio catálogo. El sexo nunca ha poseído menos valor de cambio que actualmente pero su valor de uso se ha incrementado incalculablemente. Tener sexo con alguien ha perdido en efecto, de acuerdo a su menor dificultad, la carga significativa de hace veinte años pero, como ocurre con las obras liberadas de los derechos de autor, su publicación ha crecido en todas direcciones. El sexo es más público que nunca. Tanto que si la publicidad desea llamar la atención no puede esperar su impacto de los reclamos eróticos. Con el menor pretexto el público se desnuda. Y no en los escenarios como en los tiempos del destape y todo aquello. Ni siquiera en los estadios con la moda de los espontáneos en pelotas, sino en cualquier calle o plaza del vecindario. Los cuerpos desnudos atestan las avenidas para ser objeto de arte. O para ser objeto de protesta, de colecta humanitaria o de colecta sin más. Los calendarios de Playboy han sido doblados por los calendarios de bomberos, enfermeras o basureros desnudos y desnudas.

El desnudo femenino sigue siendo de mayor interés pese a todo y pese a todas las feministas aunque, de hecho, la liberación sexual de las mujeres haya sido capital en el fenómeno del sexo ubicuo. El culto al cuerpo, la cultura del cuerpo, significa una deriva del culto al cuerpo de la mujer. Por el hombre y por la mujer. La mujer como objeto para ser contemplado, admirado, deseado y la mujer como elemento que ha administrado su sexualidad, en la sociedad patriarcal, para extraerle rendimientos de condición social y estatus. (Continuará).

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6 de febrero de 2007
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¿Dreamboys, o Chicos Pesadilla?

Tenía toda la intención de escribir sobre lo mala que me resultó la película Dreamgirls, cuando me encontré con la noticia de que Bush solicitó 700.000 millones de dólares más para gastos militares, dinero que saldría entre otros lados del (nuevo) recorte de programas educativos y de salud. La lógica es inapelable: ¿para qué queremos programas educativos cuando la única educación que cuenta es la militar, para qué invertir en salud cuando enviamos cada vez más soldados a una muerte si no cierta cuanto menos probable?

Yo quería decir que Dreamgirls es la prueba palpable de que los estadounidenses ya no saben filmar musicales. Ya sé que inventaron el género tal como lo conocemos -y aún disfrutamos, DVD mediante- en el cine. Pero en todo caso, esta sería tan sólo una entre tantas cosas que los amigos de USA desarrollaron pero ya no saben cómo hacer. ¿Se acuerdan cuando la gente consideraba la democracia estadounidense como un faro en el mundo? Ahora se parece más bien al Coliseo romano de la época imperial: el sitio en que los infieles no tienen más destino que el vientre de los leones.

Dreamgirls pretende contar la historia del ascenso y caída de The Supremes, el trío vocal femenino que el mundo aún recuerda gracias a Diana Ross. Lo hace de forma veladamente ficcional (Diana aquí se llama Deena, no sea cosa que se llame Duna y uno se confunda), pero ni siquiera el morbo que podría derivar del mostrar ciertos trapos sucios sirve a la hora de hacer funcionar la historia. La música es mediocre -las canciones de The Supremes tampoco eran especialmente memorables, si me preguntan-, las actuaciones nunca superan lo meramente adecuado (si le dan el Oscar a Eddie Murphy sería razón suficiente para tomar por asalto la ceremonia cual si fuese la Bastilla) y la puesta en escena, que resulta clave en cualquier musical, es más chata que el pecho de Twiggy. (O de Bebe, si esperan de mí un ejemplo más moderno.)

Para peor, tanta mediocridad envuelve con fastos y oropeles una historia que es, en esencia, la de un mercachifle que aguó la música negra para hacerla tolerable al paladar de los blancos. Sin los oficios de ese mismo mercachifle, que fue además quien lanzó a los Jackson 5, el posterior éxito de Michael Jackson habría sido impensable. No contento con lavar su música, Jackson blanqueó también su piel, convirtiéndose primero en un payaso y después en un trágico Pagliacci digno de la ópera. Aun cuando pueda ser verdad que de esa manera la música negra se convirtió en la música del mainstream, la pregunta sería: ¿a qué precio? No me extraña que Michael Jackson haya hecho una escena delante del cadáver de James Brown. Debe haber sentido que el fantasma de Brown lo acusaba del crimen.

La pregunta sobre el precio que uno paga para obtener determinados resultados tiene una respuesta muy concreta en lo que hace a Bush: (otros) 700.000 millones de dólares. Tanto en el caso del mercachifle del film como en el de este mercader de la muerte, la historia comienza contándonos cuán listos que fueron y termina mostrándonos el campo devastado que dejaron una vez que debieron retirarse de la escena.

Yo puedo reconciliarme con el musical volviendo a ver Singin´in the Rain en el DVD de casa, tan pronto como regrese. Me pregunto qué hará falta para que vuelva a reconciliarme con la idea de los Estados Unidos.

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6 de febrero de 2007
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Cuando éramos jóvenes

La edición española de la revista Granta ofrece a sus lectores una selecta colección de piezas literarias y variados motivos para practicar de nuevo el arte de la lectura. Una pericia que suele atribuirse sin más a todo el que consigue abrir un libro y deletrear sus párrafos.

Si por azar uno se entretuviera en el cuento de Paul Theroux y sigue hasta el final la espeluznante historia del protagonista llegará a la conclusión de haber saboreado un inconfundible episodio autobiográfico. No porque conozca los disturbios padecidos por el autor de La costa de los mosquitos, sino por la inconfundible semejanza entre los terrores que atenazan la mocedad de los hombres de buena voluntad.

Un muchacho resignado a soportar los aburridos episodios de una predecible adolescencia, ve sacudida su modesta fantasía de estudiante por el minúsculo fruto de unas inexpertas actuaciones sexuales. Su novia se queda embarazada.

Con Theroux, el lector avispado recordará el intrincado berenjenal de complicaciones que debió atravesar hasta desembocar exhausto en la edad adulta.

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6 de febrero de 2007
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Elogio del manual de autoayuda

Acabo de ver en los telediarios las imágenes del lendakari Ibarretxe entrando en los juzgados arropado por el PNV en pleno y unos cientos de fieles risueños y aplausivos. Gente de edad avanzada, bien trajeados, en fin, burguesía vascongada. El mensaje era: "No hay más justicia que la que dicte el Jefe". Anima mucho. Porque la cuestión no es si debe o no debe ese señor reunirse con quién le dé la gana, sino que está de presidente gracias a un sistema legal que dice no admitir. A mi me alegra tanto como que Imma Mayol esté "contra el sistema", porque eso nos va arrimando al momento más brillante de la historia de España: el del anarquismo. Y yo, como todos los gandules, soy anarquista.

Es conocida aquella escena en la que un filósofo, preguntado sobre si creía en Dios, respondió que no, pero que ya no recordaba por qué. Los creyentes tienen graves problemas para creer que alguien no cree. Y los que no creemos ni en dioses ni en patrias, al final nos olvidamos de las razones por las que consideramos religión y nacionalismo unos sentimientos que jamás deben impregnar la vida pública y aún menos las leyes. Este olvido es, en parte, aburrimiento, porque tratar de razonar con los creyentes es un ejercicio extenuante. Puedes repetir mil veces el razonamiento. Da lo mismo: ante la ausencia de argumentos, el creyente se bunkeriza. Es como aquel falangista con quien dialogaba un progre de la universidad y que acabó aullando con rostro amenazador: "Mira, más vale que te calles porque me estás convenciendo y te voy a dar una hostia".

Como no es fácil recordar los argumentos irrebatibles por los que el nacionalismo es una ideología reaccionaria y nadie de izquierdas puede ser nacionalista, Félix Ovejero, que es rojo, acaba de publicar Contra Cromagnon (Montesinos), una guía que contiene los razonamientos imprescindibles, bien ordenados y a la mano. Hay que llevarlo en el bolsillo y cuando nos topemos con un creyente altivo y pendenciero decirle: "Espera un momento". Y desenfundar el Ovejero. A su sola vista, el creyente huirá espantado.

Artículo publicado en: El Periódico, 3 de febrero de 2007

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5 de febrero de 2007
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Gentuza

Hola. Me llamo Jorge Mata, y tenía un vecino que se llamaba Abdul. Pero la verdad, yo odiaba a ese canalla.

No siempre lo odié. De hecho, al principio nos llevábamos bien. Colaborábamos como buenos vecinos. Cuando alguien del barrio hablaba mal de mí, yo le compraba a Abdul bates de béisbol y hondas para que fuese y le partiera la crisma. Entre nosotros reinaba la armonía. El problema surgió cuando Abdul ya tenía suficientes bates y hondas, y empezó a hablar mal de mí él mismo. Habráse visto un desagradecido peor.

En fin, que decidí contratar a mis propios matones para que le peguen. Era lo justo. Los demás vecinos me preguntaron por qué iba a atacarlo: yo les expliqué que Abdul era muy peligroso para el barrio porque tenía un montón de bates y hondas. Los vecinos no estaban seguros de eso, pero yo lo sé bien porque yo se los regalé. Respondí:

-Créanme. Tiene bates y hondas. 

Una noche, mis matones entraron a su casa, lo zurraron, y lo metieron en el sótano. Luego se quedaron a vivir ahí para asegurar que todo estuviese en orden. La esposa y los hijos de Abdul se quejaron, pero mis chicos les han explicado que es por su bien.

Nunca se encontraron los bates y las hondas. ¿Pueden creer qué tipo tan ruin ese Abdul? ¡Ni siquiera los usó para defenderse! Eso se llama ganas de hacerme quedar mal. De todos modos, como le he explicado al resto de vecinos, el barrio es un lugar más seguro sin esa mala bestia rondando por aquí.    

Lo que no es seguro, por lo visto, es la casa de Abdul. Esa familia es francamente insoportable. Ahora que no está él, los hijos se pelean por cualquier cosa. Y sus hermanas se pasan el día gritándose. Y cuando se enojan, lo primero que hacen es arrojarles los platos a mis chicos, como si ellos tuviesen la culpa de su espantoso comportamiento. A veces, para calmarlos, mis chicos los amarran, los abofetean y los encierran en el baño. Y los otros tienen la desfachatez de quejarse ¡Vaya gracia! Si quieren que mis chicos no los sacudan, que se porten bien ¿No creen?

Mi propia familia está empezando a cansarse. Dicen que gasto demasiado a los matones. La vez pasada, mi hija menor se enfermó, justo cuando yo había dejado de pagar su seguro médico para dedicar ese dinero a comprar un par de bates de acero. En consecuencia, yo he hecho lo que haría todo buen padre y vecino responsable: he enviado más matones a la casa  de Abdul para arreglar la situación de una maldita vez.

Inexplicablemente, el comportamiento de la familia de Abdul no ha mejorado. Peor aún, sus vecinos directos se están contagiando de su actitud. Están empezando a comprar bates y hondas. Y la vez pasada vi a otro recogiendo piedras en el parque. Se dice que uno de ellos tiene un cuchillo de cocina muy muy grande. Ellos dicen que quieren los bates para jugar béisbol, las hondas para cazar palomas y el cuchillo de cocina para la cocina. Pero yo no me chupo el dedo.

Me preocupa especialmente la familia de Abdul. Aunque sean unos salvajes incivilizados, no puedo dejarlos a merced de estos vecinos. Es mi responsabilidad imponer un poco de paz en este barrio. Así que he llamado a más matones, he comprado un par de manoplas de acero y un aparatito muy mono que suelta descargas eléctricas. También he advertido a los vecinos seriamente que se están buscando un problema muy gordo. La próxima vez que los vea con un bate, dizque jugando béisbol, me veré obligado a tomar acciones más drásticas. Realmente, creo que hasta ahora he sido demasiado blando con ellos. No es fácil hacer el Bien en un barrio lleno de gentuza.    

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5 de febrero de 2007
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Banderas de nuestros padres

Seguramente fue la bandera de mis padres. Estoy convencido que sigue siendo la bandera de mi madre. Mi padre conoció -también mi madre pero sin afecto- otra bandera, la tricolor con la que no se encontraría incómodo. Lo sé aunque se pasara una vida disimulándolo, por miedo, por defenderse, por defendernos.

Yo no tengo claro mi eso de mi bandera. Ni la bandera de nuestros padres. Me encantaría tener las certezas, o las dudas, en ese asunto tan simbólico como las puede tener Clint Eastwod. Creo que mi bandera, si fuera de la patria del director de esa película de las banderas paternas, sería esa bandera que ayudó a la democracia en Europa, aunque pusiera bombas que espantan, aunque tuviera un futuro que muchas veces detesto. Desde luego tendría esa bandera antes de la bandera sudista, de la bandera de un mundo con esclavos. Eso creo. Pero soy de éste raro lugar del mundo y no tengo muy claro cuál sería la verdadera bandera de mis padres. Ni tan claro cuál es la mía. Desde luego no es la que llevaban ayer muchos airados a una manifestación, llena de rabia, de insultos, de pasado y de clara intención de asaltar el poder sea por las vías que sea.

No  tengo nada contra la bandera constitucional, ni aunque sea muy monárquica. Con el tiempo, con la democracia y los años constitucionales, nos acostumbramos a esa bandera. Le quitamos el franquismo, hacemos ejercicio de adaptación a la realidad y con esa bandera, por  ejemplo, aplaudimos a los deportistas cuando ganan en el extranjero. Es decir, esa bandera no me molesta…pero según dónde y con quién.

Algunos hace ya tiempo, por nostalgia de tiempos que no conocimos pero que nos emocionan más, nos sentimos más cercanos a otra bandera nacional. Por amor a una idea, unas gentes y una manera concreta de organizar la convivencia de este país de todos los demonios, estamos más cerca de la bandera de la República. Yo no la rechazo por monárquica, o no principalmente por eso, la rechazo porque en muchas manos me parece la agresiva bandera del franquismo, aunque disimule con otro escudo. Lo mismo me pasa con el himno. No me lo trago. No me lo creo. No puedo y, además, me pone nervioso. Creo que tengo que levantar el brazo. También me gusta más el himno de Riego.

No creía mucho en banderas. Sigo sin creer demasiado. Alguna vez nos emocionamos con la roja. Otras veces con la negra. Incluso con aquella especie de antibandera de “la comuna antinacionalista zamorana”. Éramos tan jóvenes. Ahora, con la edad y todo lo que ha llovido, nos gusta más la republicana. Una bandera progresista- y también conservadora- laica, educada y democrática. Ahí estamos más cómodos.

El otro día no sólo las banderas me disgustaron de aquellos gritones y agresivos manifestantes. No me podía creer que en Madrid todavía hubiera tanta estética “lóden”. Me importa poco cómo se vistan. Agredían con sus gritos. Con sus deseos de venganza. No reproduciré lo que le decían a Zapatero. Sí contaré, para dar una muestra de la catadura mental y de la capacidad mental de algunos que allí se dirigían lo que escuché a unas airadas señoras, con pinta de lo mismo: “¡Apagar la luz, apagar la luz… qué se habrán creído estos socialistas… El jueves a las ocho encendía todas las luces de casa, como en navidad…Que se jodan los rojos!”… Ese disparate me dio una imagen de con quiénes estamos compartiendo bandera, himno… Qué ignorancia, qué pena, qué miedo….Ya sé que apagar la luz no sirve de nada- incluso hay quién dice que se gasta más- pero no apagarla por española auténtica, me da asco y pena.

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5 de febrero de 2007
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ILÍCITO

Ilícito es el título del último libro de Moisés Naím. Un libro bueno, a veces excelente pero también frustrante. Leí la edición colombiana (Debate) que tiene ya unos meses. Se va a publicar en España en marzo. Supongo que el libro ya salió o va a salir en todos los países de América Latina, pues Moisés Naím es una figura de primer orden por ocupar la posición de director de la revista Foreign Policy.

¿Cómo un libro bueno genera frustración en su lectura? La respuesta tiene que ver con el tema imposible de este largo ensayo/encuesta sobre traficantes, contrabandistas y piratas. Hay análisis, hay información, pero no siempre se puede cerrar de manera perfecta el círculo del pensamiento y de los hechos al tratarse de un mundo criminal. Naím, que fue ministro en Venezuela y director ejecutivo del Banco Mundial, no se extravió al dedicar un trabajo de economista y politólogo al hampa internacional. Al revés: explica muy bien cómo en un mundo globalizado por empresas transnacionales, existe un espacio nuevo para las actividades ilícitas. Son estas últimas, dice, las que cambian el mundo. Aunque Naím estudia sobre todo cinco áreas, narcotráfico, armas, personas, falsificaciones y dinero, se entiende muy bien que se trata de un tema único mirado desde un punto de vista nuevo: la derrota económica y tecnológica del estado-nación.

Una buena entrevista en línea del autor permite entender cuanto cambio la política. Lo que Naím llama “agujeros negros geopolíticos” son territorios de nuestro mundo, territorios amplios en América Latina o en la Costa del Sol en España. Afirmar que los traficantes están cambiando el mundo es una tesis nueva por su tamaño. Naím habla de una influencia política de los traficantes que va “más allá  de la tradicional ‘compra’ de políticos o burócratas”. Existen, dice, capturas de gobiernos estatales o locales. Al final “los intereses de un país pueden estar completamente en sintonía con el fomento y la protección de actividades  comerciales ilícitas a escala internacional”.

Al empezar su libro Naím enuncia tres ideas “falsas” sobre el comercio ilícito. Uno: no hay nada nuevo; dos: no es más que delincuencia; tres: es un fenómeno sumergido. Su demostración implacable convence después que sí, estas ideas son falsas. Nuestro mundo cambia y no sabemos cambiar nuestra manera de ver al mundo. Vemos gobiernos, bancos, empresas cuando hay una red nueva que ya socava las bases mismas de nuestra vida y convivencia en sociedades democráticas. Ilícito es un libro que abre ventanas. Lo que se ve es escalofriante.

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5 de febrero de 2007
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El segundo previo al accidente

De todas las ediciones internacionales de la novela Kamchatka, ninguna portada me gusta más que la holandesa. Es simple, desde que se limita a reproducir una fotografía: se trata de un niño al que vemos de espaldas, de pie en una calle, asomándose en una esquina para espiar la oscuridad que asoma más allá. La imagen es en sí misma apropiada, dado que Kamchatka cuenta en esencia la historia de un niño que espía desde cerca -desde tan cerca, que no puede menos que pagar las consecuencias- la oscuridad que se apoderó de la Argentina entre 1976 y 1983, durante la dictadura militar. Pero lo que me produjo escalofríos cuando me enviaron la foto para ver si me gustaba fue el hecho de que ese niño, aun de espaldas, se pareciese tanto a mí a la misma edad: el mismo corte de pelo -no se ve el flequillo, pero puedo adivinarlo-, la forma de la cabeza y del cuerpo y hasta las zapatillas blancas que calza en la foto, similares a unas de marca Flecha que recuerdo haber gastado durante mi infancia.

La semana pasada, durante una cena en Utrecht, me enteré de algo que volvió a producirme escalofríos. Todo lo que yo sabía hasta entonces era que la foto pertenecía a la célebre agencia Magnum, lo cual significa que se trataba de una foto de archivo. Pero aquella noche mi editora, Nelleke Geel, develó aquello que yo ignoraba: que además de ser apropiada por su misma imagen, la foto era apropiadísima como tapa de Kamchatka porque había sido tomada en la Argentina, y en 1976. Esto es, en pleno golpe de Estado.

No voy a pretender que el de la foto soy verdaderamente yo, aun cuando ya es obvio que las zapatillas que se parecían a las Flecha deben ser Flecha sin lugar a dudas. (El par que más recuerdo de los que tuve terminó con la zapatilla roja bañada en sangre. Estaba en Neuquén jugando al fútbol en la vereda y al ir a buscar la pelota me corté en el tobillo con un vidrio de Coca Cola. Me dieron cinco puntos sin anestesia. Imagino que ese fue el momento en que empecé a odiar al fútbol.) Pero el hecho de que el niño -insisto: el niño igual a mí- haya sido capturado por la cámara en el acto de espiar la oscuridad del 76, lo cual equivale a decir que el gesto ha quedado perpetuado en imagen, significa que siempre tendré un espejo en el que verme a la edad de Harry, el protagonista de Kamchatka; siempre veré en esa imagen a aquel que era, segundos antes de que ocurriese el accidente y la vida cambiase de una vez y para siempre.

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5 de febrero de 2007
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SOCIEDAD DE CONSUMIDORES

En la muy compleja sociedad actual trufada por el superpoder de las grandes corporaciones, la democracia se vuelve un espantajo sin dotarla de fuertes organizaciones ciudadanas. Pero no son ya los partidos ni los sindicatos quienes alzándose bamboleantes de su sueño realizarán esta misión de importante contrapeso. Serán las asociaciones de consumidores. Frente a la arbitrariedad de las grandes compañías, frente al engaño en el contenido y valor de las cosas, frente a la explotación de las ilusiones y las vidas, el consumidor organizado opondrá su constante reivindicación de calidad. De calidad de esto o de aquello, de la política, de la cultura, del aire o del pan. En general, de la calidad de la vida.

Ni derechas ni izquierdas conservan potencia y sentido para transformar la sociedad actual. Toda la fuerza ha de nacer de una múltiple y firme coalición ciudadana instruida en la dinámica del consumo y aleccionada directamente sobre el bien y el mal, sobre la justicia y el placer, la equidad, la solidaridad y la placidez.

Contra la demonización del consumismo se presenta la imperiosa insumisión del consumidor. La gran explotación de nuestro tiempo se basa  en la indefensión de los ciudadanos/consumidores como efecto del exiguo desarrollo de sus organizaciones críticas y vindicativas. Consumidores todos y de cualquier elemento, desde el consumo de hortalizas al consumo de ocio, desde el consumo de medicinas al consumo de música, desde el consumo de amores al consumo de paz. 

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5 de febrero de 2007
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