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Sexo en Zurich

-Buenas tardes, quisiera un látigo y un cinturón de castidad, por favor.

-Tenemos cuatro modelos de látigos, pero los cinturones son de la colección antigua. Si no le importa esperar, en una semana nos llegará la nueva colección desde Londres. Hay algunos rojos.

-¿En serio? Qué audaz. Yo siempre usé los negros.

-Los rojos le van a encantar. Y vienen con anillos para el pene a juego. Una monada.

Las dos señoras que sostienen esta conversación en el mostrador de la tienda parecerían dos venerables ancianas de no ser porque una de ellas es un señor. Se llama María, y es la dueña –o dueño, según su humor de cada día- de la tienda suiza de accesorios sadomasoquistas Extrem Design. La clienta en cambio sí es mujer las 24 horas del día, y lo ha sido toda su vida, desde hace unos sesenta años.

De hecho, la mayoría de la clientela que viene a comprar máscaras y cadenas está formada por parejas mayores con hambre de nuevas experiencias, aunque también hay algunas parejas jóvenes. Incluso hay familias que pasan por la tienda después de recoger a sus niños del colegio. Mientras ellos revisan las existencias, los niños juegan entre los juguetes sexuales, con cuidado de no romper nada.

Le digo a María:

-Tengo una relación satisfactoria con mi chico, pero a veces me gustaría que fuese un poco más… no sé… un poco más mujer. ¿Tienes algo que me pueda servir?

María sonríe y se desplaza hacia un rincón de la tienda haciendo sonar sus aretes y sus collares de joyas. Cuando regresa, lleva en la mano un par de pechos con lazos de seda negra.

-¿Qué te parece? –me dice radiante-. Prótesis de busto de silicona a sólo 498 francos. Si no eres mujer con esto, no lo serás nunca.

Toco la prótesis y la aprieto un poco. Es blandita y cálida. María la recomienda combinada con un uniforme militar (735 francos) o un corsé de látex con máscara incluida (1049 francos).

La tienda de al lado, Macho City Shop, es más especializada: sólo se ofrecen productos para hombres. Las bolas anales cuestan 79 francos, y por sólo 39, te dan un pene de medio metro con un glande en cada extremo. También hay una cosa llamada Anal Developer, pero no pregunto qué es para no quedar como un ignorante. Al salir, el vendedor me da un mapa con todos los bares de ambiente de la ciudad.

Zurich me parece una ciudad abierta, tolerante y liberal. En el periódico aparece la noticia de un cineasta amateur que recluta gente por la calle para improvisar películas porno en los baños de los bares. Según él, la mitad de los hombres aceptan el desafío. Entre las mujeres, el porcentaje desciende a un 20%.

Almuerzo con un amigo ecuatoriano que lleva un año viviendo acá. Me cuenta que se siente muy solo. Que lleva seis meses sin sexo, porque no termina de entenderse con las mujeres suizas. Dice que la única con que salió le resultó incomprensible, y él a ella.

-Qué extraño –le respondo, y le cuento todo lo que he visto durante la mañana. Las tiendas, las películas. Uno pensaría que los habitantes de esta ciudad viven en una orgía perpetua.

-Ya –me dice-, pero esas son tiendas para aficionados al tema. Los que van ahí se dedican a esto como otra gente juega fútbol o hace alpinismo. Tienen sus clubes, sus lugares de reunión, sus temas de conversación…

-Con más razón –le digo-, debe haber gente que quiera acostarse contigo, al menos por curiosidad. En todas las sociedades, los heterosexuales aburridos hemos sido mayoría. No debería ser tan difícil.

-¿Un polvo rutinario y hetero? –me pregunta, y después de meditar un rato, añade-. No. Creo que eso aquí está considerado como perversión. Quizá hasta sea delito.

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12 de febrero de 2007
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DICHOSO EL MALADRÓN

             No sé si el único lugar del mundo católico donde la imagen de un delincuente que no quiso arrepentirse se halla expuesta dentro de un templo, y recibe adoración de sus fieles, es la ciudad de Masaya, Nicaragua. Se trata de la imagen del Maladrón, terrible escultura que muestra el retorcido cuerpo de Gestas colgando contra su gusto de la cruz, obsequiada al templo del Calvario hace más de un siglo por la bisabuela de mi amigo el cantautor Hernaldo Zúñiga, originario de esa ciudad. Por supuesto, la piadosa señora también obsequió la imagen de Cristo Crucificado, y la del Buen Ladrón, Dimas, clavadas las tres cruces en la propia entrada del templo.

            Los adoradores del Maladrón, que le piden liberar prisioneros y dejar a buen recaudo a malhechores que huyen de la justicia, se arrodillan a rezarle cuando el sacristán no los ve -pues tiene este guardián de la fe órdenes estrictas de echarlos del templo-, encienden profusas velas a sus pies, enfloran su cruz y, como está prohibido que la imagen tenga a su lado alguna alcancía, descubrieron ellos mismos un hueco al costado de la imagen, causado por las polillas, y allí depositan sus óbolos. En el mismo hueco hizo nido alguna vez una familia de abejorros, que con el ruido de sus alas causaban el efecto de una voz humana. Se regó entonces la noticia de que el Maladrón quería hablar, fueron cura y sacristán a revisar la imagen, y encontraron los abejorros, y el dinero, que sirvió para restaurar la imagen amenazada por las polillas.

            No corrieron la misma suerte el Cristo Crucificado y Dimas, el Buen Ladrón, que un día de hace poco se desplomaron con todo y cruz, por causas del trabajo de las mismas polillas, mientras el Maladrón quedaba incólume, gracias al favor de sus fieles.

            He escrito a Hernaldo a México para contarle esta historia, y hacerle ver algo que me llenó primero de asombro, pero luego no hizo sino confirmar las certezas que tengo sobre este país tan desgraciado: son los ladrones sin redención,  los malandrines y corruptos, y los que lavan dinero, quienes siempre quedan indemnes, y gozosos.

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12 de febrero de 2007
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EL PODER DEL TONTO

¿Cómo tratar al tonto? El tonto no se deja tratar.

Mientras la inteligencia puede aliarse con el enemigo y no es raro que juntos consigan vencernos en el lance, el tonto se defiende con pleno rigor. Indemne.

Siendo la estupidez un estado compacto opera como un baluarte de imposible conquista. El tonto se expone a la descalificación pero se opone ferozmente al desmontaje. Compone una unidad entera y enteca, una entidad que ocupa espacio propio y, a causa de su indisolubilidad, raramente se mezcla con otras composiciones, sin importar incluso lo tontas que fueran estas.

El tonto establece una naturaleza que, a la fuerza, se hará temer porque incluso en el supuesto de que se le rechace, no se desarticula y ataca. Aunque en un examen se le suspenda nunca se corrige, aunque se le condene nunca se inculpa.

Lo tonto nos puede en toda su amplia acepción. Nos derrota mediante un poder que no permite flaquezas por lado alguno.

Mazacote, absoluto, poseído de sí, no hay quien logre arrancar alguna de sus placas. La muerte tan sólo logra partirlo en dos mitades iguales, una idéntica a la otra, enfrentadas como semicráneos de un todo fractal en cuyo diseño la tontería se afianza y eterniza.

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12 de febrero de 2007
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La elusiva naturaleza del amor

Mi hija más pequeña se enamoró de La ciencia del sueño, la nueva película de Michel Gondry. La vimos el sábado por la noche en los cines Renoir de Floridablanca, en Barcelona. El detalle me pareció apropiado; me refiero a que el espíritu benevolente de Renoir presidiese la velada, aún en esta época que parece haber condenado sus películas al olvido. Al oír el nombre Renoir, la mayor parte de la gente piensa en la cadena de cines antes que en el viejo maestro. Imagino que Gondry disfrutaría de la ironía: su película es tan encantadora como las del viejo cineasta de La gran ilusión, y corre el riesgo de pasar desapercibida por las mismas causas que hoy determinan el olvido de aquellos clásicos -un espíritu juguetón tan idiosincrático, que termina siendo propenso a los malos entendidos.

Durante un rato me pregunté cuál sería la causa del embeleso de mi hija. La película me había gustado, pero no tanto como a ella; supongo que de alguna manera envidiaba la frescura de su entusiasmo. Imaginé que Milena se había involucrado en la historia de amor: después de todo la timidez casi patológica de Stephane (Gael García Bernal, que está estupendo) se parece mucho al pudor de los adolescentes. Pero al fin entendí que la fascinación de mi hija iba mucho más hondo. La asombró que Gondry narrase el romance no desde la falsa objetividad que se ha convertido en el recurso narrativo más común en el cine, sino desde el interior de la cabeza de Stephane, sin que podamos distinguir del todo sueño de vigilia, ni hechos de delirios.

La sintaxis del cine se parece a la de los sueños. Comparten la fuerza de las imágenes, la suspensión de la incredulidad, la persuasión del sonido y la indómita imaginación que enhebra sucesos y asocia ocurrencias; el cine es la única clase de sueño que hemos conseguido plasmar sobre un soporte físico. Esto era evidente para los primeros cineastas, de Melies a los surrealistas. Sin embargo a poco de iniciado el siglo XX -y en especial ante el advenimiento del sonido, que potenció la asociación con lo real-, los intentos de profundizar los lazos entre el cine y lo onírico se vieron desplazados por los dictados de la industria. Había que narrar "objetivamente" y ceñirse a una lógica cartesiana, aún cuando la historia fuese tan delirante como las que enfrentaban a Flash Gordon con el villano Ming. Hubo algunos que siguieron agitando el estandarte pero fueron pocos y en general ya han pasado a mejor vida. La generación de Milena no conoce 8 y 1/2, por ejemplo. Lo más parecido al surrealismo que conocen lo vieron en algunos clips de MTV. (Donde Gondry se convirtió en un hechicero, dicho sea de paso.)

A Mile le encantó que Gondry inventase sus propias reglas para narrar la historia, por disparatadas que parezcan, y que se atuviese a ellas hasta el final. A mí me encantó además que su fantasía fuese puesta en escena con tanta simpleza, utilizando cartón corrugado, tiritas de celofán y técnicas primitivas de animación; quiero decir que cualquier latinoamericano podría haber filmado la película con dos pesos -siempre y cuando contase con la imaginación suficiente. Y en el fondo, creo que tanto Mile como yo le agradecimos a Gondry que contase una nueva historia de amor, después de haberlo intentado ya -y de manera maravillosa- en Eternal Sunshine of the Spotless Mind. Hay pocas cosas más difíciles en el mundo cínico que nos tocó en suerte que narrar una historia de amor de manera convincente (nadie dice que haya que ser realista para ser convincente), y Gondry lo logró otra vez.

A fin de cuentas, las dinámicas del amor y del sueño también tienen mucho en común. Son inapresables, lidian con nuestros sentimientos más profundos y tanto cuando salen bien como cuando salen mal, nos cambian la vida.

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12 de febrero de 2007
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EL CLUB DE LOS FALTOS DE CARIÑO

Es mi club, creo que es también el club de mucha gente, pero ante todo nada de quejas. No se admiten quejas, ni plañideros. En el club, aunque no haya muchos motivos, se tiene que estar dispuesto a espantar la melancolía con cualquier excusa. No me hago de ningún club, ya recuerdan aquello de Groucho Marx, pero me siento sentimentalmente vinculado a éste que creó Manu Legineche hace 40 años y un día. Y dice que él sigue en el club. Que sigue creciendo, los últimos en ingresar han sido una gata llamada Muki y un pato, llamado Toribio. Todos residentes en Brihuega, provincia de Guadalajara. Allí se refugió hace años el añorado Manu, entre las ruinas de su inteligencia, en un viejo palacio que llaman “la casa del gramático”. Muchas veces le recuerdo. No tuve un trato muy cercano con él pero siempre me gustó lo que escribía, lo que contaba, sus amigos y su manera feliz de disimular la soledad. Ahora acaba de publicar un libro, un diario o algo parecido, que está lleno de inteligencia y de sensibilidad nada sensiblera. Ha puesto nombre a sus árboles. Pio Baroja al nogal, Miguel Delibes al ciprés, a un laurel Unamuno, al pino Azorín, a la higuera Hemingway y a un ciruelo Joseph Pla. Algunos nombres están claros, a otros habría que verlos para entenderlo.

El libro, repito, es una delicia se abra por donde se abra. Por ejemplo yo les voy a copiar un poco de la voz dedicada al jardín.

“El jardín.

”Naces en la aldea y vuelves a ella. Como Homero, prefieres la pequeña isla de Aarón a las cien ciudades de Creta. En el fondo todos somos exiliados de nosotros mismos. En este jardín cabe entero el ‘Cántico’ de Jorge Guillén…

”No temas si vacías tu fragante copa, pues hay una taberna allende el claro del río. Lo que crece, el árbol -dice Yutang- es siempre más hermoso que lo que se construye”.

Está más en alza lo que se construye, como sea, donde sea, que lo que crece. El goce de los pinos para el sabio chino representa el silencio, la majestad y el desasimiento de la vida. El pino lo comprende todo, pero no habla y en ello radica su misterio y su grandeza. El ciruelo simboliza para los hijos del Imperio de Centro la pureza de carácter. Es la flor del poeta. El sauce hace sentimental al hombre e invita al chirrido de las cigarras. Las rosas invitan a las nubes, los pinos al viento, los bananeros llaman a la lluvia. Las flores hay que bañarlas cuando están dormidas….

La auténtica felicidad es barata, o tiene que serlo, si bien entiendo que haya quienes sigan la recomendación del arquitecto Frank LLoyd Wrhight: “Dadme el lujo y renuncio a la necesidad”

Hoy me había levantado más Leguineche, pero, sinceramente, me gustaría saborear eso que pide LLoyd Wrhight. No debe saber mal.

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9 de febrero de 2007
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Presentación de “Ciudad propia” (Editorial Artemisa), Francisco Ferrer Lerín

Ayer, 8 de febrero, por la noche, un grupo de lectores de Paco Ferrer Lerín presentamos en la librería La Central su volumen de poesía reunida recién editado. Como muchos seguidores del blog conocen al mítico escritor y estudioso de las carroñeras, he pensado que quizás les divierta leer la mía. A pesar de la lluvia que caía, al acto acudió tal cantidad de gente que la sala quedó pequeña y más de la mitad hubo de oír las intervenciones desde el exterior. No me extraña. La poesía de Paco es original, personalísima, sin relación con las distintas escuelas habituales, es sarcástica y narrativa, algo surrealista y muy elegante. Y está interesando cada vez más a los jóvenes, como subrayó otro presentador, Javier Ozón.

¿Qué se puede decir de la poesía, un arte en extinción si no ya extinguido totalmente? Nada. Ni falta que le hace. Pero sí podemos hablar de algunos especimenes supervivientes que, como el lince de Doñana, aún se mueven entre nosotros.

Para su desdicha, el poeta Ferrer Lerín (a partir de aquí “Paco”), no tiene biólogos, ecólogos y naturalistas que vigilen sus pasos para evitar que le aplaste un cuatro por cuatro, no está tutelado, ni protegido, ni recibe subvenciones. Tampoco le facilitan los apareamientos, lo que seguramente él agradece.

Sin embargo hay que pensar que el lince tiene otra clientela, como por ejemplo sus compañeros de vida salvaje. Algunos están ahí para ser devorados, como los conejos. Otros, para darle compañía. Hoy nos hemos reunido para darle compañía, aunque corramos el riesgo de acabar devorados.

Puede parecer extraño que alguien de la tribu silvestre, pero de especie más abundante, común, de menor categoría, un zorro, un gato montés, o incluso un meloncillo (Herpestes Ichneumon), haga el panegírico del lince, pero de eso se trata y allá voy. Este es el panegírico de un lince en boca de un meloncillo.

Creo haber dicho en varias ocasiones que los poetas, a diferencia de la restante gente de letras, tienen la obligación de llevar una vida ejemplar. No pueden contradecirse. O bien están perfecta y perpetuamente locos, como Panero, y no se convierten de la noche a la mañana en profesores de literatura. O bien son colosalmente cuerdos y, como Eliot o Stevens, se mantienen toda la vida petrificados en la figura egipcia de un burócrata bancario o un agente de seguros.

Habría sido lamentable que de repente Eliot se hubiera dejado crecer unas largas guedejas y vestido con apretados pantalones de tweed y se hubiera unido al alegre grupo de los chicos de Isherwood. La poesía de Eliot habría aparecido a una luz totalmente distinta y seguramente “Miércoles de ceniza” se habría interpretado como una reunión de fumadores de porros.

Muy escasos son los poetas verdaderos que pueden contradecirse biográficamente: se es lince de una vez por todas, o se produce una enorme confusión y aquello no era lince sino chihuahua. Vean el caso ejemplar de Rimbaud que cuando decidió cambiar de vida y dedicarse al contrabando abandonó para siempre la poesía.

Paco era lince ya a los 18, cuando le conocí, y creo que hoy, ya talludito, nadie lo confundiría con un chihuahua. No hay un momento de su vida que niegue al anterior. Dado lo difícil que es hoy juzgar la poesía, es su coherencia vital lo que la garantiza. De muy joven, ya el lince espiaba a los buitres desde su madriguera y así sigue en la actualidad. Ha pasado la vida entera mirando hacia arriba. En general, los poetas, como los niños, miran hacia arriba.

¿Quiere esto decir que ha dedicado todos estos años a escribir poemas? En absoluto. Estoy persuadido de que les habrá dedicado, haciendo la media, un cuarto de hora al año como mucho. Pero es suficiente porque él ha vivido poéticamente y sus escrito son tan sólo breves documentos de su experiencia. Eso es lo que suelen ser los poemas verdaderos, el testimonio de una experiencia que la mayoría de los humanos nunca tendremos. Otro poeta verdadero del género loco, Hölderlin, decía que los poetas son pararrayos. Creo que muy pocos de entre nosotros habrán tenido esa experiencia, recibir directamente el fuego del cielo sobre el occipucio es algo reservado a personas de mucho fuste.

Perdonen que insista en la comparación, pero los biólogos saben que hay linces y que gozan de buena salud porque van dejando deposiciones aquí y allá, a veces rellenas de huesecillos animales y otras veces de simiente frutal. Esto me lo enseñó el propio Paco en nuestras primitivas excursiones. También me enseñó palabras poéticas como “egagrópila”. Los poetas saben palabras que parecen pertenecer a una lengua ancestral.

Pues bien, mal que nos pese, los poemas vienen a ser esas señales orgánicas que dan fe de vida. No estoy siendo soez. Recuerden que la obra de arte que inaugura el arte contemporáneo, la Mona Lisa del arte actual, es un urinario.

Así que la vida del poeta Ferrer Lerín no tiene nada que ver con la vida habitual de los ciudadanos, aunque siendo Paco hombre de exquisita educación, lo disimule y lleve una vida aceptable para la guardia civil y para el Ministerio de Hacienda. Sin embargo, lo que él ha podido ver, lo que sabe de esta vida nuestra incomprensible, no tiene relación alguna con lo que nosotros hemos visto o sabemos. Pertenece a otro orden, a un saber que sólo se adquiere dedicando una vida completa a mirar hacia arriba y a soportar el fuego celeste.

Y como estamos entre amigos, voy a contarles la última vez que Paco tuvo la generosidad de compartir conmigo un poema. Fue hace pocos meses. Estábamos agazapados unos cuantos lectores de su poesía entre los árboles de un monte de la jacetania, que viene a ser el Macondo de Paco, a la espera de que bajaran los buitres para devorar unas piltrafas que antes habíamos extendido por una planicie a unos 50 metros de distancia.

Les ahorro la descripción de una nube de buitres cubriendo el sol hasta hacernos creer que había llegado el crepúsculo a mediodía, y cayendo luego en picado a pocos metros de nuestros ojos. Lo que en esa ocasión me descubrió Paco no fue la épica de las carroñeras, que la tiene, sino la lírica del vuelo y de la caída. Cuando los buitres estaban ya a punto de precipitarse, Paco susurró casi para sí mismo, “el ruido, el ruido”.

En efecto, lo sobrecogedor no es el acto mismo del ave precipitada sobre la carroña, sino el estruendo de cien alas de tres metros cada una cayendo sobre la tierra como los ángeles condenados por su soberbia. Es una música atronadora y fúnebre. Un redoble colosal que parece anunciar la decapitación de un monarca.

Ese fue el último poema que he compartido con Paco. Por fortuna, hay en este libro muchos otros poemas, esta vez escritos, que permiten al lector atento vivir experiencias inusitadas, capaces de transformar nuestras vidas terrestres en algo más próximo a la vida solar y de hacernos mirar hacia arriba aunque sólo sea durante unos minutos.

Porque los poemas de Paco imitan con gran exactitud la música de los buitres. El sonido de la caída. El himno de los condenados. Nuestro himno.

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9 de febrero de 2007
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RELATO DE UN NÁUFRAGO

Con todo respeto para el maestro Gabriel García Márquez, hoy le robo un título pues no hay otra manera de contar la historia del capitán del ejército colombiano, Leonardo Nur Rancel. Desapareció durante cuatro años. Ya no existía. Fue declarado muerto después de su secuestro por un grupo guerillero también desaparecido, el Ejército Revolucionario Guevarista.

Ayer, el diario El Tiempo de Bogotá, contaba su fenomenal historia. Es una historia descomunal, incluso en un país que no conoce límites ya no en el realismo mágico, sino en la política mágica, mezcla de violencia y de democracia formal. Hoy, el Nuevo Herald de Miami da más detalles. Leonardo Nur es un náufrago que sobrevivió. Náufrago entre los hombres. Náufrago en la naturaleza. Náufrago hundido en la historia de un continente.

Los soldados japoneses perdidos en la selva de las islas del Pacífico después de la Segunda Guerra Mundial son figuras remotamente parecidas a este colombiano atado a un árbol en el momento de su rescate y esperando un tiro en la cabeza. Su semblanza obvia es con Edmond Dantes, el héroe del Conde de Monte-Cristo, saliendo del mar vivo a pesar de su muerte reciente. Leemos la noticia como una promesa literaria. La de tener la historia de otro Luis Alejandro Velasco, el marinero hundido en el mar y rescatado por Gabriel García Márquez en una hazaña periodística de alto alcance literario. Leonardo Nur es una oportunidad para repetir la proeza. Con una historia más que rica, doble: náufrago de un rehén y náufrago de un ejército guerillero. Todos los lectores esperan. ¿Quién se atreve?    

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9 de febrero de 2007
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Abrazados para siempre

La foto es perfecta, en tanto dice todo lo que hay que decir. Apareció ayer, en la página 47 del diario español El País. Registra el descubrimiento de la arqueóloga Elena Menotti, aquello con que se encontró al hurgar en las entrañas de Mantua, Italia: los esqueletos de dos jóvenes, hombre y mujer, abrazados; la forma en que se entrelazan habla el lenguaje del más puro amor.

Como quizás no la hayan visto, trataré de describir lo que sugieren, aun cuando se trata de una batalla perdida. (Nadie puede describir lo inefable.) El hombre está acurrucado, su cabeza ligeramente volteada hacia el lado más profundo de la tierra, como si lo embargase una tristeza igualmente insondable. (Los hombres nos distraemos fácilmente con el mundo que está más allá de nuestra vista.) Ella, en cambio, lo mira de frente, como si subrayase que nada le importa más: sus piernas -reducidas tan sólo a los huesos- se entrelazan en torno a las de él, su mano derecha se alza en un gesto que perpetúa la caricia.

Durante estos días traté de explicar una y otra vez la intención que anima a mi novela La batalla del calentamiento. En entrevista tras entrevista -sigo aquí en España, en pleno trabajo de promoción-, dije que me asusta vivir en un mundo cuyos líderes tratan de llenarme de miedo de manera constante, presentándome al Otro como una amenaza: el Otro como potencial terrorista, el Otro inmigrante que amenaza con quedarse con mi puesto de trabajo o con asaltarme en la calle, el Otro de piel distinta a la mía que -sugieren los líderes y propalan los medios- codicia todo lo que tengo y lo que soy. Una y otra vez he remarcado que, para empeorar la situación de miedo en que vivimos, vivimos en un mundo cuya tecnología facilita el aislamiento. (¿Para qué salir de casa al exterior tan peligroso, cuando puedo resolverlo todo mediante el uso de internet o el recurso al teléfono?) Y he repetido que a pesar de este miedo cotidiano, y a pesar de que nos hacen tan fácil optar por el aislamiento, creo que todavía necesitamos -y necesitaremos siempre- la proximidad del Otro.

Al ser concebidos, pasamos nueve meses en el vientre materno, el sitio más tibio del mundo; y al nacer, nuestro primer registro del mundo exterior nos revela que se trata de un lugar frío, casi helado -percibimos ese frío como violencia. En ese instante (consideren que en los albores de la humanidad no existía nada parecido a una estufa), aquello que salvaba a los recién nacidos era la posibilidad de recuperar de inmediato la temperatura perdida, y ese calor que marcaba la diferencia -¡ese calentamiento!- no era otro que el que proporciona un abrazo.

Debemos recordarnos algo que en otras épocas fue tan evidente: necesitamos del Otro para sobrevivir porque no podemos salvarnos solos, puede que a veces el Otro constituya un peligro pero ante todo es una posibilidad, no existe felicidad en la soledad, en el aislamiento. Pero de aquí en más, es posible que hable menos en las entrevistas que me esperan y que me limite a enseñar la foto que lo dice todo, la de los jóvenes amantes de Mantua, la de aquellos que se abrazaron hasta el último instante, proporcionándose la tibieza del amor que ya habían conocido en el segundo inicial de sus vidas, al descansar sobre el pecho de sus madres y recibir el primer abrazo.

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9 de febrero de 2007
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Un yo de oro

¿Se puede amar y odiar a la vez? Nada más fácil, más corriente, ¿más vulgar?

Nuestro narcisismo despierta malestar en los demás pero también en uno mismo apenas se comporta como una membrana porosa al exacerbado deseo y a la máxima insatisfacción.

En la pantalla vertical del narcisismo se aúnan el amor y el odio. Amor y odio hacia quien desdeña nuestra valiosa entrega y cotiza a la baja nuestra autocotización.

Pero también amor y odio hacia uno mismo que por la intervención narcisista sufre el desconcertante cruce de la defensa y el ataque, la presunción y la destitución.

Cuando los orientalismos y los trascendentalismos han aconsejado la minuciosa extirpación del yo, sabían bien a qué clase de veneno aludían. Con el yo todo se enfoca obcecadamente y en el abuso de su grueso cristal la emoción se aberra.

La juntura entre el rechazo y la atracción, el amor y la aversión, son ejemplos del perturbador efecto provocado por la obscena lente del ego. Sin ego, por el contrario,  el espíritu vuela más alto y hasta el cuerpo pierde algunos kilos de más. ¿Cómo llegar a esta liposucción esencial?

Un ejercicio rápido y a mano, hasta cursar las lecciones de los maestros, se encuentra en el  humor. Basta un paso atrás, el mínimo necesario para lograr perspectiva y el yo se achica. Un yo absorbente, amo y ogro, vive bien tan sólo en la distancia cero. Cuanto más nos apegamos al yo más engorda y desborda su masa. Basta, en cambio, un pequeño alejamiento, el indispensable para poder transformar nuestro pesar en un relato, nuestra angustia en un ejemplo y nuestro complejo sufrimiento en un sudoku para que la carga se alivie y brote el beneficio de dejar eventualmente de ser más. Vivir es un contento, pero tanto más cuanto menos acarreo se haga de un Yo de oro, tan obeso como enfermo de sí, tan exageradamente amado que con extrema facilidad se fractura en decepción.   

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9 de febrero de 2007
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QUIERAS O NO QUIERAS

Seguramente les pasa también a ustedes, pero esas noches tranquilas de quedarse en casa cuando a mí me cortan la película en la tele para meter diez minutos de anuncios comerciales cada diez minutos, yo me cambio de canal, o apago y me voy a la cama. Eso, para quienes gustamos de las viejas películas, que al menos tenemos el recurso de alquilar una copia en la tienda de videos, y librarnos de los cortes. Pero las cosas parecen ponerse peor para quienes gustan de las series fabricadas en los estudios de televisión, y de las telenovelas.

Digo por qué. En las películas viejitas, cuando aún se usaba que los médicos aparecieran fumando un cigarrillo mientras daban a su paciente la noticia fatal de un cáncer en los pulmones, no se enseñaba la marca del cigarrillo. Ahora, no pocas series y telenovelas dejan guiar sus guiones, valga bien aquí la redundancia, según lo que quieren las agencias de publicidad y meten en las escenas no sólo tomas donde las marcas de los productos que se quiere promocionar son más que visibles, sino que los mismos acontecimientos narrados vienen a ser dominados por la intromisión de esos productos, desde automóviles todo terreno, a hamburguesas y cosméticos.

Hay una escena, me dicen, en una serie que se pasa en España, Aquí no hay quien viva, donde unos novios deciden celebrar su cena de bodas a bordo de un todo terreno, frente a la ventanilla de un restaurante de famosas hamburguesas. Y en la telenovela Betty la fea, que ha tenido ya más versiones filmadas que Los Miserables, el guión está prácticamente tomado por la gama entera de una marca de cosméticos.

¿Se acuerdan del anuncio de carretera de una óptica, con aquellas gafas gigantes, que aparece en todas las versiones de cine que se han hecho de El gran Gatsby? Pues hoy en día alguna marca de lentes de diseño hubiera pagado una fortuna por dejar ver su logotipo en ese viejo tablón, ya no medio borrado por las inclemencias del tiempo, sino con toda la gala de ese brillo en que es sabia la publicidad.

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9 de febrero de 2007
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