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DERECHOS DE AUTOR

La “Cour de cassation” (la entidad jurídica de más alto nivel en Francia) decidió el martes la duración de los derechos de autor: 70 años y ni un día más. Parece extraño escribir sobre esto, pues sabemos que la Unión Europea promulgó, hace años, una norma de 70 años para toda Europa, pero no se aplicaba en Francia. O mejor dicho, podía pasar cualquier cosa en Francia, con decisiones contradictorias de los tribunales. Nunca se sabía si había que pagar derechos de reproducción, por ejemplo, a los herederos del pintor Monet, para tomar un caso muy conocido.

Monet murió en 1926. Se puede pensar que su obra ya estaba disponible para todos en el año 1996. Pero los tribunales obligaron el pago de derechos a sus herederos hasta en el siglo XXI. La confusión se puede entender de manera muy fácil: Francia tenía pautada la duración de derechos de autor hasta 50 años, antes de la decisión europea. Pero, según la ley, se podía añadir “prórrogas de guerra”. Un artista que publicó algo durante la Primera Guerra Mundial tenía una prórroga automática de seis años. Durante la Segunda Guerra Mundial, la prórroga era de ocho años. Al final, eran 50, más seis, más ocho: 64 años, aunque ciertos tribunales se negaban a otorgar ambas prórrogas a la vez para no ampliar la confusión.

Desde el martes, con la decisión que niega a los herederos de Monet cobrar derechos sobre reproducciones de “Nympheas”, el tema de los derechos de autor es un caso cerrado. O casi-cerrado, pues no se sabe todavía si la decisión de la corte elimina una medida específica: 30 años más para los artistas que entregaron su vida a la patria. Por ejemplo, el poeta Guillaume Apollinaire, que murió en la Primera Guerra Mundial, tiene sus 70 años reglamentarios, más 30 por el sacrificio de su vida por Francia: sería un siglo ¿O no sería? La única manera de saberlo es publicar a Apollinaire y ver, primero, si hay demanda de sus herederos; y, segundo, lo que dice la justicia. Se espera un editor atrevido para tener la repuesta: ¿quién le pone el cascabel al poeta?

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1 de marzo de 2007
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III. GATOS QUE NO SON LIEBRES

Por las razones que existe un cine de autor, debería haber entonces una literatura de autor o, mejor dicho, darle esa categoría a la que ya hay abundantemente. El reino feroz del mercado, que lo ha convertido todo en mercancía, empezó desde los Estados Unidos a establecer la regla de que solo deben existir los libros que merezcan tiradas masivas, cuando antes, en tiempos de Faulkner, o de Joyce, los catálogos de las editoriales estaban compuestos por los autores que se vendían mucho, sin que sus nombres tuvieran mucha reputación frente a la crítica, y los nombres de los que se vendían poco, pero daban prestigio a la casa editorial. Era una regla distinta, una regla de equidad anterior a la era del sálvese quien pueda. Los best sellers sostenían a los que no se vendían, o se vendían muy poco. Los ganadores, echaban una mano a los perdedores.

No se trata, por supuesto, de simplificar las cosas a los extremos de lo absoluto. Sigue habiendo excelentes escritores con buen público, bendecidos por la gracia de que a la hora de ser juzgados, coincidan en su favor el público y la crítica, pero se trata de una minoría. Hoy, los libros malos y mediocres, construidos bajo un procedimiento de ingeniería de mercado, o bajo determinadas recetas, para que entren engrasados en la tubería del gran público, son legión, y se hacen pasar por buena literatura, o por buenos libros, con lo que se juega con la credibilidad de los lectores. Son gatos, que se venden como si fueran liebres.

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1 de marzo de 2007
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LA LUZ LOCAL

Bien, de acuerdo, “la patria es el lenguaje”, pero más desesperadamente “la patria es la luz local”.

Todo mundo se plasma como un cuadro y su dolor o su belleza penetra, incluso sin figuras ni aderezos, por el impulso de su luz.

Un cuadro, todos los cuadros, se componen de incontables colores que juntos, mezclados y superpuestos, amasados y potenciados, dan al cabo un efecto de multitud.

Ese “efecto de multitud” opaca posee un foco, un corazón en dirección interior y un ojo orientado hacia fuera, alineados en un haz común que cala el conjunto en un dominante rojo, azul o naranja, croma donde se decide la especie de su aroma y de su luz.

Infinitas luces crean infinitas denominaciones principales.

Luces de distinción imperceptible para la instruida mirada orgánica son inconfundibles para la onda de luz con que se nace, para el aire espontáneo de la luz local. No se trata propiamente de una patria sino de un vapor o un suspiro tan frágil que no daña ni vindica, tan restaurador como un nido único donde la historia se pliega, se reduce y se depura hasta coincidir de nuevo con el soplo natal.

El lenguaje es anfractuoso y terminante como una patria geológica y pintoresca, un código pesado como los resortes de una bomba.

La luz local, en cambio, se comporta como un perfume sin olor, como una esencia sin bandera y se hace culminante, sólo a veces, como el indicio de la primera felicidad inscrita y cuya sustancia salpicará después, muy arbitrariamente, unos cuantos instantes de la vida. Instantes donde la memoria desaparece como fulgor de agua.

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1 de marzo de 2007
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Nacidos para correr

Una de las cosas que compré durante mi último viaje fue la caja que Columbia editó para conmemorar los 30 años de Born to Run, el disco que consagró a Bruce Springsteen en 1975. (Lo cual significa que Born ya tiene 32 años. Mierda. El tiempo está corriendo más rápido que mis piernas.) Compré la caja porque la única edición de Born to Run que tengo es la de vinilo, y porque me interesaban los materiales extra: tanto el documental Wings for Wheels como el DVD del concierto que Springsteen y la E Street Band ofrecieron en el Teatro Hammersmith de Londres, también en 1975. Creo que el Springsteen de Born to Run, esto es el Bruce pre-Born in the USA, lo cual también significa el Bruce flaquito y callejero pre-sobredosis de gimnasio, es aquel que prefiero. En aquel momento –yo era muy pequeñito, como las matemáticas indican-, Born to Run me iluminó el alma y contribuyó a marcarme el camino. Para empezar, era un disco bigger than life. Todo en él era desmesurado, tal como me gusta: desde el abigarrado sonido a la Phil Spector, pasando por la voz feral de Springsteen, hasta el scope de cada una de sus canciones, concebidas como films dignos de James Dean y de pantallas ni un milímetro por debajo de los 70.

El documental Wings for Wheels echa luz sobre el hecho fortuito que definió la esencia de Born to Run. Por aquel entonces Springsteen ya tenía dos discos promisorios, Greetings from Asbury Park, N.J., y The Wild, the Innocent and the E Street Shuffle. Esas obras, sumadas a sus incendiarias actuaciones en vivo, le valieron que el crítico Jon Landau escribiese una frase que ya tiene resonancias míticas: “He visto al futuro del rock and roll, y su nombre es Bruce Springsteen”. Cuando las sesiones de lo que debía convertirse en Born to Run se estancaron después de grabar el tema homónimo, Springsteen decidió consultar a Landau, que sin mayor experiencia previa en la cuestión terminó convertido en co-productor del disco –y en manager de Springsteen hasta el día de hoy. Creo que Landau fue fundamental durante las sesiones, porque impulsó a Springsteen a terminar de hallarse a sí mismo. A menudo los artistas son inseguros, y pendulan entre sus ambiciones y el temor de no lograr destacarse por encima de la mediocridad; creo, pues, que lo que Landau veía en él proporcionó a Springsteen la confianza que le faltaba para estar a la altura de sus deseos. Si ese crítico tan prestigioso no dejaba de decir que estaba destinado a la gloria, ¿por qué no creer, por qué no lanzarse al vacío con los brazos abiertos y un grito de júbilo en los labios?

El disco sigue siendo tan emocionante como en su momento. Su sonido es el de un hombre que aún sabiéndose limitado, se juega el todo por el todo. Creo que buena parte de su mérito pasa por allí, por la elección de personajes comunes, falibles hasta el filo de la indignidad, a los que convierte en protagonistas de historias más grandes que la vida misma: ¿o acaso no es cada uno el protagonista de su propia historia, de la novela y del film de su vida? ¿Dónde figura que nuestras existencias deben ser narradas desde el minimalismo o el realismo sucio, dónde dice que debemos contentarnos con la luz chata y el fuera de foco? Yo trato de vivir mi vida en technicolor y en cinemascope. Le debo ese impulso y esa pasión a mucha gente, por cierto, pero Springsteen sin duda está entre ellos –y su disco más trascendente, este Born to Run que te anima a creer que tu chica es la mejor del mundo a pesar de que ambos sean conscientes de que no son tan bellos ni son ya tan jóvenes, este Born to Run que te otorga la fe que te faltaba para encontrar una redención que quizás esté debajo de la sucia capota vinílica de tu auto, este Born to Run que te revela que tenés poco y nada que perder y que lo mejor que puedes hacer es dar el salto, porque este es un pueblo de perdedores, y yo me estoy yendo porque quiero ganar.

We got one last chance to make it real, dice Springsteen en Thunder Road.

Nos queda una última oportunidad para convertir nuestros deseos en realidad, una última oportunidad para correr más rápido que el tiempo.

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1 de marzo de 2007
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GIBRALTAR, THE ROCK

Hoy día de Andalucía he estado en Gibraltar. Ese lugar del sur andaluz que desde hace más de trescientos años es un encalve británico. Una de esas rarezas geográficas, históricas y políticas que han dado mucho que hablar y mucho que escribir.

Recuerdo mi primera vez frente a esa roca, frente a esa ciudad en la que ondeaba la bandera británica, en el lado español de la verja y en compañía de otro montón de adolescentes que gritábamos cosas absurdas contra aquella “afrenta”, contra aquellos perversos británicos que habían robado un trozo de España y no querían devolverlo. El mayor del grupo, el manipulador de nuestras ignorancias nos propuso una meada grupal para demostrar nuestro desprecio. Hoy, Día de Andalucía, con la verja abierta, el aeropuerto comunicado con España, con pocos trámites fronterizos, cruzaban esa peculiar frontera centenares, miles de andaluces del otro lado para pasar el día festivo en ese lugar andaluz que tiene una reina con una película con un Oscar.

Cuando yo era adolescente, también mucho después, incluso algunos ahora, aseguraban que el español que no sentía el problema de Gibraltar como una herida patriótica no era buen español. Pues vale, no lo seré. No lo seremos muchos que no encontramos un problema, al menos no un problema que nos preocupe especialmente, más bien poco tirando a nada, en que Gibraltar sea lo que desean que sea sus habitantes. Que no nos hablen de viejos tratados. Ni de orgullos patrios.

Hace tiempo que me di cuenta de que no era un buen español. Al menos no lo era a la manera de aquellos gritones patrioteros. Ni siquiera a la manera de los de mejores modales. Después de aquellas vergonzantes escenas ante la reja, muy poco después llegaron a  nuestras vidas “The Beatles”. Llegaron los otros, los Rolling. Y llegaron todas aquellas chicas con minifalda. Y también llegó aquella bandera que no parecía un icono pop. Uno más de algún lugar llamado “Carnaby Street”. Lo británico era algo mucho más cercano a nosotros que los himnos para recuperar Gibraltar. Todavía lo sigue siendo. Y eso a pesar de algunas fotos de las Azores, de algunos sombreros y de otras historias de esa excéntrica monarquía.

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28 de febrero de 2007
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Por culpa de Quirón y de Neptuno

Hace pocos días, a colación de algo que dije respecto de la ineptitud social de la mayoría de los escritores –limitación que también padezco, por supuesto-, Román me preguntaba si la cuestión no había hecho nunca mella en mi vida romántica. Siento la tentación de evadir el asunto recurriendo a una broma: ¿de qué vida romántica me hablas, Román? Pero en fin, no sería justo que me quejase. Aun a pesar de la condición de escritor mi vida amorosa se las ha arreglado para ser variadísima, con lo cual no pretendo referirme a cantidades (sería poco elegante, y además me dejaría mal parado: lo mío es más bien modesto), sino más bien al arco variopinto de las emociones que me deparó: he pasado por los dolores más desgarradores pero también por las alegrías más intensas. Para ponerlo de forma más clara y categórica: todo el conocimiento que tengo de la felicidad se lo debo al amor, al romántico, claro, pero también al otro, ese amor que uno prodiga y recibe de padres e hijos, de amigos –y hasta de desconocidos, que representan a los verdaderos otros de nuestra vida. Es verdad que la enajenación que nos es común no juega del todo a favor: a menudo las relaciones que tenemos con nuestras criaturas de ficción resultan más reales –y por cierto, la mayor parte del tiempo suelen ser más gratificantes- que las relaciones que sostenemos con gente de carne y hueso; por lo pronto, nuestros personajes suelen tener la ventaja de hacer lo que nosotros queremos que hagan, en tiempo y en forma, mientras que nuestras enamoradas insisten en esta extraña manía de la voluntad propia. Pero a esta altura del partido, Román, puedo asegurar que existen personas a las cuales nuestra ensoñación casi permanente no les resulta inconveniente: por el contrario, forma parte esencial del atractivo que tenemos para ellas. El refranero popular lo expresa de muchas maneras. Se dice que siempre hay un roto para un descosido, por ejemplo. O que a cada chancho le llega su San Martín.

El problema se empeora si además de ser escritor, uno es del signo de Acuario.

Yo no creo en los horóscopos, o quizás debería decir que los miro por encima del hombro con un escepticismo que pretendo saludable. Pero como ya confesé alguna vez, guardo el mayor de los respetos por el señor que hace el horóscopo de la revista Vanity Fair, Michael Lutin. (Que además tiene su propio sitio en internet, por supuesto: www.michaellutin.com.) Mi respeto deriva de la experiencia: este hombre lleva algunos años anticipándolo casi todo en mi vida. Incluso en épocas como la presente, en que no las tengo todas conmigo por culpa de Quirón y de Neptuno, que han tenido el mal gusto de transitar Acuario por estas fechas. Para que veas a qué me refiero, Román: en el texto dedicado a los acuarianos en febrero, Lutin dice que “parte tuya está presente, mientras un gran segmento de tu atención está ausente. Está en otra parte. Periódicamente te vas a sitios donde otra gente no puede seguirte. Eso te convierte en alguien todavía más deseable, tan sólo porque existe un aspecto solitario de tu personalidad que demanda que permanezcas a solas en tu celda de meditación, o en tu propio cuarto. Eso no significa que quieras cortar con tus relaciones. Lejos de ello. Se trata tan sólo de que ahora no puedes entregarte por completo, o aceptar ser controlado. Ocurre que por mucho que ames la idea de fundirte a otra persona, estás atendiendo a una herida que nadie puede curar más que tú mismo. Y además estás convencido de que existe una misión urgente que demanda tu dedicación indivisa. Tonto”.

Así es Lutin: si te tiene que zarandear, te zarandea.

Ya ves, Román. Existe algo peor para la vida romántica que ser escritor. Deberías darte por satisfecho si a pesar de ser escritor, tienes la fortuna de no ser un Acuario.

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28 de febrero de 2007
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Mi despedida de soltero

El fin de semana fue mi despedida de soltero. Organizó la fiesta un viejo conocido de los habitués de este blog: David Barba, el autor de la biografía del actor porno más famoso de España. Durante los meses anteriores, Barba me había contado de otra despedida de soltero que organizó: la gente se había desnudado y rociado los cuerpos con nata, y después habían comenzado a lamerse unos a otros. Pocos días antes de mi despedida, me habló de su taller de sexo tántrico, en el que se palpó el cuerpo enteramente con una brasileña seductora.

Por supuesto, el día de mi despedida tenía miedo de no estar a la altura. Me preguntaba qué locura se le ocurriría a Barba. Imaginaba a hordas de mujeres arrancándome la ropa, transexuales armados con vibradores, escenas de lucha en el barro y zoofilia. Pues bien, la noche llegó, y Barba apareció con cuatro amigos más. Llevaban sendos disfraces de mujeres. La idea era pasear por el centro de Barcelona vestidos de señora.

Dani y Juan Antonio –mis amigos decentes- se negaron a ponerse esa ropa. Aguantaron cuanto pudieron sintiéndose tan incómodos como era posible y, cumplido el mínimo reglamentario, los pobres huyeron. Pero resistieron hasta el final Toño –mallas apretadas, top negro, collar de colores-, Jaime –peluca negra, medias a rayitas de colores-, Pedro –túnica marroquí y peluca azul, sí, azul- y el propio David, que era la rubia. A mí me vistieron como de vieja gitana: collar de perlas, pañuelo en la cabeza, pendientes de señora. Pero me aplicaron un sutil toque de sensualidad con una blusa de leopardo y unas orejas de conejita de Playboy que, debo confesar, no combinaban para nada con mi atuendo de señora de edad.   

No es fácil ser mujer. En el barrio del Raval, la gente te silba, y no falta alguno que hace ademán de meterte mano. Parte de la despedida implicó atravesar una calle de prostitutas donde yo estaba seguro de que terminaríamos acuchilladas. Se acercó algún proxeneta celoso, pero David le pegó con su bolso. Y por cierto, lo mismo le hizo a un par de policías que venían a ver si teníamos los papeles en regla.

David sin duda fue la estrella de la noche. A un ego como el mío le cuesta admitirlo, pero afrontémoslo: él tiene un glamour que nunca conseguiré. Tratar de competir sólo conseguirá acomplejarme. Con su peluca rubia, su barba y sus piernas velludas, David no paró de conocer chicas en toda la noche. Todas celebraban sus collares, todas le preguntaban de dónde sacaba la ropa. En algún momento, pensé que se debía a que él era la rubia, y le cambié su peluca por mis orejas de conejita. De inmediato, se le acercaron todas las chicas a preguntarle por sus orejas de conejita, fascinadas. Nunca conseguiré desentrañar cómo lo hace. 

Abandonados por las miradas femeninas, los demás nos replegamos. Intentamos hablar de libros o política. Aunque era difícil con las pintas que llevábamos, lo conseguimos un rato, pero David nos prohibió hablar de nada que no fuese sexo:

-Esto es una despedida de soltero, cojones –nos amenazó. Luego continuó con sus chicas.

Por mi parte, tuve dos acercamientos al sexo opuesto a lo largo de la noche: el primero fue con una chica que me pegó en el pecho una pegatina que decía “orejuda”. Es lo más lindo que alguien me dijo en toda la noche. El segundo, fue en la cola del baño. Estaba frente a dos chicas muy guapas, vestido de señora, y se me ocurrió una aproximación humorística. Les dije:

-Chicas, yo puedo entrar con ustedes.

En respuesta, sólo recibí el desprecio de sus miradas.

Creo que era el collar de perlas. Se morían de la envidia.

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28 de febrero de 2007
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II. LA BOLSA O LA VIDA

            Tiene razón Miriam cuando dice que estamos rodeados de estereotipos de ganadores, y de eso no se salvan los escritores, desde luego, que deben jugar con las reglas del implacable mercado, pues producen una mercancía que debe ir a las manos de los consumidores. Vender. Ése es el nombre que la gloria tiene hoy día. Un ganador es el que escribe best sellers.  Un perdedor a medias, el que al fin publica, y pasa desapercibido. Un perdedor, el que trabajó tanto y sufrió desvelos por consumar su libro, y va en medio de la selva con sus manuscritos debajo del brazo, buscando la sombra de un árbol protector, el editor que lo catapulte a la gloria, y a la fama, que son ambas hermanas gemelas. Pablo Coello es un ganador. Kafka es un perdedor.

            En el cine, al menos, se utiliza hoy en día el término “cine de autor”, lo que quiere decir cine de calidad artística, que no llena las salas ni rompe los récords de taquilla pero representa una búsqueda estética y, antes que con la taquilla, se compromete con la calidad. Ustedes sabrán que la gran película de todos los tiempos, Citizen Kane, fue un rotundo fracaso comercial, y pasó embodegada mucho tiempo porque los productores no le daban la más mínima oportunidad frente al público. Y hasta su muerte, Orson Welles siguió siendo una especie de admirado perdedor. Un cineasta para cineastas, así como Jorge Luis Borges fue mucho tiempo sólo un escritor para escritores.

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28 de febrero de 2007
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TIEMPO ARTIFICIAL

Estos nuevos fenómenos del cambio climático, la primavera en febrero, las lluvias en junio, el viento que cambia de un momento a otro, hacen pensar en que también el tiempo puede ser producido. No hará un tiempo u otro de acuerdo a la voluntad del Creador sino que comprobando su plasticidad, su sensibilidad y su arbitrariedad, el tiempo llegará a acomodarse a nuestro designio. 

Nada más consecuente con el estilo del actual capitalismo de ficción.

Si toda composición se dobla hoy con la copia, toda realidad se replica mediante la realidad virtual, toda experiencia se recicla en reality show o toda emoción se recrea con el efecto especial, ¿por qué el tiempo natural no hallará su edición siguiente en el tiempo producido? De hecho, todo el acondicionamiento del espacio mediante el aire acondicionado fue el primer paso de control termoespacial. Pero ya, sucesivamente, irán comercializándose ejemplares perfeccionados de tiempo construido.

En Alemania se haya en construcción la instalación vacacional bajo una burbuja donde se ofrece a los clientes un medio que mimetiza, en geología, flora y temperatura, los deseados paraísos tropicales.

Con este modelo difundido al extremo se obtendría una copiosa constelación de parajes fabricados que sembraría el mundo de microclimas producidos hasta el punto, acaso, en que los no producidos serían excepción. Es decir, más o menos como sucede ya en casi todos los ámbitos.

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28 de febrero de 2007
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Iluminaciones

El comandante en jefe de Guantánamo carraspea y comprobando por el rabillo del ojo si acaso alguien lo está vigilando, se acerca al periodista para decirle algo en voz baja, con un gesto muy inhabitual en un militar de alto rango. El periodista deja de escribir en su Moleskine y se presta a poner toda su atención.

En casos parecidos el manual recomienda a los practicantes de nuestro oficio disimular cualquier mueca de curiosidad y dar al rostro una expresión de grave compañerismo. Mejor si uno puede inclinarse levemente y sostener con la mano derecha el codo de la mano en que apoyará la barbilla.

En este lugar hay gente que no debería estar aquí”.

El comandante arquea las cejas y mirando al periodista desde su imponente corpulencia deja que la brisa del Caribe airee sus palabras. Al fondo, sobre el azulete marino de la costa, se extiende la rejilla de la prisión, moteada con inmóviles manchas color naranja. Un murmullo se acerca y se aleja acompañando al flujo de las olas. Parece el cántico matutino de los rezos pero el periodista no está muy seguro.

Fíjese –prosigue el comandante- en esta cochambre. Estos calabozos son la ignominia de mi país, un desplante para el mundo. Una ofensa a la Humanidad. ¿No le parece?

El periodista, temeroso de interrumpir la inesperada confidencia, no se atreve a decir lo que piensa.

Cuando me ordenaron hacerme cargo del campamento no tuve tiempo de averiguar si convenía a mi carrera celebrar este destino. El ejército no te consulta qué misión prefieres desempeñar.

El comandante se cansa de estar inclinado sobre el periodista bajito y se yergue para mirar con altivez el horizonte. Un pensamiento nebuloso le ronda la cabeza y da algunas vueltas a su coronilla hasta que consigue penetrar de golpe en su interior:

Si Dios hubiera querido que la corazonada de los policías bastara para hacer justicia, no habría creado a los jueces.

¡! –afirma entonces con un grito, asustando al periodista.
Se saca un billete de dólar del bolsillo y lo golpea con el dedo una y otra vez.
¡Véalo usted mismo! ¡Aquí lo pone!

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27 de febrero de 2007
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El Boomeran(g)
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