Marcelo Figueras
El pasado lunes 5, de manera casi por completo inadvertida, se cumplieron 25 años de la muerte de John Belushi. Es verdad que el público hispanoamericano no tuvo gran oportunidad de apreciar su talento, en la medida que no vio otra cosa suya que no fuesen películas. (Las mejores del lote siguen siendo Animal House, The Blues Brothers y la inquietante Neighbors.) Al igual que ocurrió con el comediante argentino Alberto Olmedo, el cine era un medio que no le hacía justicia: como se trataba de criaturas explosivas e impredecibles, el mejor vehículo para su locura fue la televisión. Por fortuna ahora se han editado en la Argentina una serie de DVDs que recogen algunos de los programas de TV de Olmedo, donde se lo aprecia en su mejor forma. Y en lo que hace a Belushi, sólo entendí hasta qué punto era inmenso cuando cayeron en mis manos los videos recopilatorios de su paso por Saturday Night Live, el programa que lo lanzó a la fama.
De origen albanés, Belushi era una dínamo, una fuerza vital a la que nadie pudo controlar –empezando por Belushi mismo. Sus personajes recurrentes en Saturday Night Live estaban completamente desatados, o fingían una calma que iba acumulando tensión hasta que llegaba el estallido liberador: tanto como Joliet Jake Blues, o el samurai Futaba que atendía al público del delicatessen, o Pete el griego del Olympia Café, o el Beethoven que esnifaba cocaína y se convertía en Ray Charles, Belushi interpretaba a un accidente a punto de ocurrir. Paradójicamente, el personaje con el que el gran público terminaría asimilándolo fue el Bluto de la película Animal House. Bluto era gordo, sucio, maleducado e impresentable, pero ninguna de esas características le preocupaba en lo más mínimo siempre y cuando hubiese a mano algo para comer y una fiesta en ciernes. La broma la cerraba el filme en una serie de carteles finales, cuando aclaraba que con el tiempo Bluto llegó a senador de los Estados Unidos. No resulta difícil asimilar a Bluto con determinadas características de su país: lleno de energía y siempre avasallante, Bluto no podía dejar de llenarse la boca con cualquier alimento que le saliese a su paso, hasta llegar al punto de estallar; era la voracidad encarnada.
Supongo que Belushi debe haber entrevisto que iba a pasarse la vida cruzándose con gente que le gritaría Hey, Bluto! por la calle, y pidiéndole que se llenase los carrilos de comida para escupirla después. Entre los proyectos que tenía entre manos cuando murió había varios que pretendían ampliar su espectro, pero los tibios resultados que había logrado cuando quiso apartarse de su registro habitual –en Neighbors, por ejemplo, y en la comedia romántica Continental Divide– le habrán insinuado lo absurdo de la empresa. Además para ese entonces la voracidad de Belushi incluía a las drogas, con las que se atiborró hasta que su corazón dijo basta. Después de una noche de juerga con Robin Williams y Robert De Niro, murió en su suite del Chateau Marmont de Los Angeles a causa de una inyección de speedball, una mezcla potencialmente letal de cocaína y heroína. Todavía recuerdo ese cortometraje en blanco y negro que había hecho para SNL, en el que se lo veía viejo, visitando en un cementerio a todos sus ex compañeros del programa de TV y lamentando que todos hubiesen fallecido antes que él. Sobre el final, el “anciano” Belushi revelaba la causa de su larga existencia: bajaba sus gafas, arqueaba esa ceja que era su marca de fábrica y decía que había sobrevivido a todos los demás “because I’m a dancer”, porque era un bailarín; y a continuación se ponía a danzar encima de las tumbas. Algunos de sus compañeros murieron en efecto –por ejemplo Gilda Radner- y otros desaparecieron casi por completo del mapa, como Chevy Chase y el mismo Dan Aykroyd. De alguna manera el cortometraje fue presciente: Belushi los ha sobrevivido a todos, es aquel cuya sombra sigue siendo la más larga.
Belushi ya no está, pero en su ausencia Bluto no ha dejado de comer, un verdadero Pac Man humano. Algunos sugieren que lo de senador fue sólo un escalón, y que de hecho ha llegado a presidente.