Jean-François Fogel
Se me pide, como a muchos otros, proponer quiénes son los nuevos talentos entre los novelistas de América Latina. El proyecto “Bogotá 39” (REUNIR a 39 autores que tienen menos de 39 años para hablar del futuro de la literatura en Bogotá) me parece exquisito. Pero sólo si encontramos a aquellas 39 personas para llenar una lista. Treinta y nueve es mucho. O muy poco.
Es muy fácil hacer bromas, diciendo, por ejemplo, que Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en Sicilia, o John Kennedy Toole, en EE UU (ambos con una novela única, póstuma y genial) no sonaron ni remotamente entrar en una lista como ésta y entraron en la lista de los inmortales de la literatura. Pero la idea de “Bogotá 39” es eludir situaciones como la de Lampedusa o de Toole: no esperar a un milagro para después de la muerte de un genio.
La idea viene de lejos: se puso en camino hace 11 años con la extravagante provocación de la joven revista Granta celebrando una lista de 20 autores como el futuro para la literatura. Vale la pena releer la lista hoy. Jonathan Franzen consiguió fama y respeto entre los elegidos. Para los otros, aparecer en la lista fue más o menos un beso de la muerte. Como el acceso prematuro al equipo de Liga 1 para un joven futbolista. Creo que Granta ha entendido su error al repetir la operación hace poco. Su nueva lista, de 21 novelistas es un ejercicio de equilibrio. Hay autores que ya tienen una fama internacional y ventas de libros muy fuertes como Nicole Krauss y Jonathan Safran Foer. Y autores que ni publicaron una novela. Pero todos tienen ya un relativo éxito comercial, al vender sus creaciones o publicaciones. Es decir: esta vez los autores elegidos por Granta tienen un futuro pues muchos de ellos ya tienen un presente.
Haré mi trabajo, voy a mandar mis recomendaciones para Bogota39, pero creo que hay que aprovechar la lección de Granta: no dar el beso de la muerte a desconocidos y elegir para el viaje a Bogotá a autores que van caminando.
(Un detalle sobre la segunda lista de los autores de Granta: un tercio nacieron afuera y/o crecieron hablando un idioma distinto al inglés, incluyendo al peruano-americano Daniel Alarcón. La literatura norteamericana recibe inyecciones de sangre nueva).