Vicente Verdú
El mercado de teléfonos móviles se encuentra prácticamente saturado en Occidente. ¿Cómo penetrar entre su compacta densidad?
Las grandes marcas como Motorola, Nokia, Samsung, Sony Ericsson y LG están asociándose a grandes diseñadores para deslizarse como sutiles objetos de seducción. La última pareja con este fin es la formada por Prada y LG de la que ha nacido un móvil, Prada Phone, de unos 700 euros.
La tecnología importa ya menos, tras haber alcanzado unos y otros modelos un semejante nivel de calidad. Ocurre igual que con los automóviles o los frigoríficos. Lo capital llega a ser más la estética que la técnica o, como dicen los profesionales del marketing, la llamada more to the heart than to the head, la apelación a las emociones como referente general de la economía sentimentalizada o “personalizada”.
En 2004 Motorola ofreció un móvil creado por Pininfarina –diseñador de los Ferrari y Maserati- dirigido a potenciales clientes masculinos. Su punto de conexión fue un tipo de madera que reproducía el interior de los automóviles pero que terminó fracasando en teléfonos a los que confería un aspecto de juguete.
Nokia, por su lado, rebuscó el corazón del consumidor uniéndose al estilo Versace en una campaña que colectaba fondos contra el SIDA. Más tarde, creó incluso la marca Virtu. Las llamadas a la virtud se juntaban con las llamadas de todo género.
Los móviles nos movilizan: políticamente, sexualmente, médicamente. Su diseño ha ganado la primacía a la utilidad y traspasa ya los confines de la significación. LG precisamente ha obtenido el mayor éxito en sus móviles no sólo mejorando la estética, o incluso la ética, sino la fantasía de su función. Chocolate Phone actúa en la práctica como un teléfono pero su atracción procede de la fantasía respecto al virtual sabor. A mayor sensualidad mayor comunicación, a mayor efectismo mayor beneficio, a mayor ficción mayor ventaja en el nuevo capitalismo de ficción.