Marcelo Figueras
Fui a ver Más extraño que la ficción (Stranger than Fiction), a pesar de que detesto a Will Ferrell y de que las películas de Marc Forster no me han gustado nunca –ni Monster’s Ball, ni Finding Neverland-, porque me interesaba la premisa del guión de Zach Helm: ¿qué ocurriría si un hombre descubriese que en realidad es un personaje de ficción, el producto de la imaginación de un escritor? ¿Y qué haría en ese caso cuando entendiese que el escritor en cuestión (una escritora, en este caso, interpretada por Emma Thompson) se dispone a matarlo, para cerrar el capítulo final de su novela más ambiciosa? Algo de ese trasfondo hay en la novela que comencé a escribir en estos días, pero confieso que no fui a ver Stranger than Fiction por trabajo, sino porque la cuestión me fascina: las difusas fronteras entre realidad y ficción, y la convicción de que nuestras vidas están organizadas como un relato que a veces nos rehusamos a escribir, suponiendo que quien nos “escribe”, esto es quien va determinando a diario nuestro destino, es otro.
La película es agradable y funciona bien. ¡Hasta Will Ferrell resulta tolerable! Me gustó que el asunto de la ficción y de la realidad fuese empleado para dirimir la cuestión del libre albedrío, que es la misma manera en que yo lo uso; entiendo la ficción no como escape de la realidad, sino como una vía alternativa para asumirla –y transformarla. ¡No existe ninguna cuestión fundamental de nuestra existencia que no pueda, y en muchos casos deba, ser resuelta mediante la imaginación! Me conmovió asimismo que la escritora Kay Eiffel (Thompson) tomase una decisión crucial respecto de su propia narrativa, aun corriendo el riesgo de arruinarla. A su manera, Eiffel como deidad de su propio universo creativo reacciona del mismo modo que el Dios de las antiguas Escrituras: asumiendo que su criatura tiene vida propia, aceptando los límites que esa creación le pone (así como lo hizo Job, al avergonzar a Dios por la impunidad con la que manejaba su poder), y asumiendo al fin que su poder termina allí donde comienza la libertad del otro. En manos de un actor más profundo que Will Ferrell, el personaje de Harold Crick, esta criatura que se rebela contra el destino que su creadora le tiene preparado, habría alcanzado dimensiones de humanidad incomparables. En manos de un director más inspirado que Marc Forster, Stranger than Fiction se habría convertido en una película tan inolvidable como Qué bello es vivir y The Truman Show, en la medida en que dramatiza una cuestión esencial: nuestro derecho a elevarnos por encima de las circunstancias que nos tocaron en suerte, reclamando una mínima parcela de felicidad. Aunque para ello debamos rebelarnos contra la vida misma, porque aun cuando resulte derrotada esa rebelión expresa el aspecto más sublime de la existencia humana, la voluntad de escribir nuestros destinos, de ser los autores de la novela de nuestras vidas.