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II. HISTORIETAS, PAQUINES, PENECAS, TEBEOS

En mis tiempos llamábamos paquines a las revistas de historietas, y también penecas. Paquín fue el nombre de una revista infantil mexicana, y Peneca el de otra de Buenos Aires, cuando muchos los libros y las revistas venían a Nicaragua desde Argentina: El Peneca, Patoruzito, Billiken.

Tebeos se dice en España. Nunca dijimos cómicos, ni revistas cómicas, en lo que sería una mala traducción del inglés comics, palabra que en español tiene una connotación diferente, ya se sabe. Lo cómico es lo que causa risa, por ridículo, divertido, o extraño, mientras que no todas las historietas de dibujos tienen comicidad.  Pero, extrañas disidencias, terminamos llamando tiras cómicas a los cuadros de dibujos en secuencia que se publican en los periódicos, en poco número en América Latina, menos aún en España, y numerosos en las ediciones de domingo en Estados Unidos, donde la cultura de los comic strips sigue viva. En aquellos tiempos de que hablo, decíamos simplemente muñequitos.

Hablaré entonces de mis preferidas, el Capitán Marvel, El Fantasma, aunque me memoria guarda muchas más de ellas.

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29 de marzo de 2007
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EL TEDIO DEL ZAPATERO

El señor Zapatero resulta tan pesado que aún tratando con 100 ciudadanos en la escena, en directo, en primicia, en máxima expectación, ha sido capaz de convertir el programa de la noche del martes en uno de los mayores turres de la temporada. Todos los análisis sobran si a propósito de una emisión el tedio se alza como soberano protagonista. Imposible concebir hoy a un buen político sin comunicación y, simultáneamente, parece imposible que sea elegido un candidato de este plúmbeo talante. Sólo la explicación de que los electores se encuentran secuestrados por los tópicos de la izquierda o la derecha ayuda a entender el desatino que significan personalmente los líderes actuales. Pero acaso cuanto más aburridos espectáculos como el del martes pasado se repitan, las gentes empezarán de nuevo a elegir con inteligencia y libertad. O a no elegir si las condiciones de representación continúan siendo invariadas.

En el programa del martes (“Tengo una pregunta para usted”) uno de los asistentes asoció la corrupción política al anacrónico procedimiento de representación, comunicación y control. Le preguntó a Zapatero si no consideraba que era el momento de revisar el funcionamiento del sistema pero fue patente que Zapatero no comprendió el alcance de la interrogación. Dijo que se sentía esperanzado con la incorporación de la mujer que él favorece con las paridades y discriminaciones positivas. Pero no se trata efectivamente de una cuestión de sexo sino de sentido. Se trata de sentido contemporáneo, se trata de empatía, de ironía, de innovación. Y sí, se trata de seso también. Del seso creativo que le falta a este Presidente procedente de las muy oscuras zonas del partido y de su acartonado y cansino modo de estar o de ser.

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29 de marzo de 2007
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El lector hecho hombre

Las noticias que llegan de América pasan por el tamiz de los medios de comunicación como si fueran otro acontecimiento mundano, pero a menudo son algo más. Detengámonos por un momento en los fastos dedicados en Cartagena de Indias a la Lengua Española y a Gabriel García Márquez. Los discursos de los académicos, de Carlos Fuentes y del Gabo se suceden celebrando la ocasión. Ya es notable que las instituciones de nuestro tiempo –la Corona, las Academias, los gobiernos- se pongan a conmemorar la aparición de un libro. Pero este excepcional propósito –dice algo sobre nosotros- nos remite a un telón de fondo en verdad extraordinario: el público fervoroso que vitorea al autor y lo escucha con tanto beneplácito como admiración. Los autores españoles que promocionan sus obras en América Latina regresan siempre complacidos de haberse encontrado con un público culto, comprometido con las obras que lee, dispuesto a mantener con el autor una relación de respeto, interés y, en ciertos casos, fascinación. Los autores regresan complacidos y, por qué no decirlo, confundidos, pues pocas veces sienten en la cansada España recompensado su talento con la fresca ternura de un entusiasmo tan original. Los que hemos visto de cerca las largas colas que se hacen para asistir a una conferencia, por ejemplo, nos fijamos en el aspecto de los lectores y en sus conversaciones. Y nos maravilla la seriedad. Nada frívolo hay en sus comentarios ni esa resabiada resaca de desconfianza que hemos aprendido a cultivar los españoles. El vínculo que los lectores de América Latina tienen con los autores es el más prometedor fermento que puede imaginar una cultura para prosperar.

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28 de marzo de 2007
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El día en que fui García Márquez

-Hola, soy el premio Alfaguara.

-Ah. ¿Eres Luis Leante?

-No, Santiago. Santiago Roncagliolo.

El periodista me observa con perplejidad, tratando de recordar quién soy, aunque me entrevistó hace seis meses. Recuerdo que hablamos durante horas. Tomamos un café. Nos hicimos amigos.

-¿Eres el premio Alfaguara del 2005? –pregunta.

-¡Soy Santi, el de toda la vida! –noto la duda en su mirada-. El peruano ¿Te acuerdas que una vez ganó un peruano?

-Ah, ya sé ¡Tú eres Jaime Bayly!

Abandono el hotel deprimido, sabiendo que moriré en la pobreza y el olvido como los próceres. Busco a mi editora para que me suba la moral:

-Pilar, nadie me recuerda…

-No te lo tomes demasiado en serio, Fernando.

-Me llamo Santiago.

-Sí, eso…

-Pero, Pilar, yo soy el premio Alfaguara.

-No, ya no lo eres. Por cierto, la organización sólo te paga el hotel hasta mañana, cuando termina tu reinado oficialmente. -Siento que el corazón se me cuartea. Y la billetera también. Pero aún falta la estocada final-. Ah, y te regresas a España en clase turista.

-¿Quéeeeee? Pilar, no me puedes hacer esto. ¿En clase turista? Eso está lleno de pobres.

-Sí, bueno, bienvenido a la realidad.

-Pero es que es un tema existencial ¡Yo pertenezco a la business class! ¡Yo quiero vivir en business class! Dime una cosa, al menos tú ¿me quieres?

-Crece de una vez, hijo.

Conforme mi editora se aleja, mi mundo se derrumba. Comprendo que hay que tomar decisiones rápido, y decido comenzar por recuperar mi popularidad. Pienso en García Márquez. Todo el mundo lo adora. Y ni siquiera se ha ganado el Alfaguara. Pero Cartagena está llena de homenajes en su nombre. El rey de España se reúne con él. Por toda la ciudad corren rumores sobre su paradero. Se dice que bebió hasta las tres de la mañana en un bar de la calle Estrella. Que lo vieron persiguiendo chicas en el centro de la ciudad. Que salió volando mientras tendía la ropa en un patio. Eso me inspira una idea. Regreso al hotel, donde el periodista continúa bebiendo su café. Lo saludo como quien no quiere la cosa, y le pregunto.

-¿Has entrevistado a García Márquez?

-García Márquez no ha concedido una entrevista en más de diez años. Es el sueño de todo periodista.

-Pues yo lo tengo en mi cuarto.

-¿Cómo va a estar en tu cuarto?

-Porque sabe que ahí no lo buscaría nadie.

El periodista considera mi respuesta y mi credibilidad. Finalmente, admite.

-Bueno, tiene sentido.

-Me ha contado la verdadera razón de la pelea con Vargas Llosa ¿Quieres saberla? –el periodista abre los ojos como dos platos. Lo tengo en mis manos-. Poker.

-¿Poker?

-Jugaron una mano toda la noche. Habían bebido. García Márquez se negó a pagar. Discutieron. El resto es historia.

-Poker –asiente lentamente. Pero un ramalazo de desconfianza cruza por sus ojos- ¿Cómo es que te ha contado todo eso?

-Creo que lo hace para que yo lo difunda sin tener que comprometerse. Por ejemplo, me ha dicho que odia a Fidel, pero finge respaldarlo porque le gusta llevar la contraria. Por supuesto, no puede estar diciendo eso en público.

-Por supuesto.

-Y me ha contado que una noche se fue de farra con Clinton y Mónica Lewinsky. A la Lewinsky se la tenía que quitar de encima. Dice que es una levantisca.   

-¡No!

Y así comienza a extenderse el rumor. A partir de ese momento, los periodistas vienen a transmitirme preguntas para García Márquez: ¿Cuándo saldrá el segundo volumen de sus memorias? ¿Cuál es su lugar favorito del mundo? ¿Habrá otra novela? A todas respondo con gracia y coherencia, tratando de usar palabras que he aprendido en sus libros como “historiado” o “cuca”. Lo he logrado. La prensa se me acerca. La gente me quiere. Me invitan a las fiestas. Se ríen de mis chistes. Y al fin he comprendo por qué se homenajea tanto a este hombre: porque es generoso con su nombre y su leyenda. Por eso y mucho más, gracias, Gabo.      

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28 de marzo de 2007
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UN GENIO INÉDITO

Siempre existe la esperanza de encontrar una obra maestra olvidada en algún chamarilero. Rara vez pasa, y siempre les pasa a otros. Hoy he tenido esa sensación. La de encontrar un tesoro cuando no lo esperas. Tenía referencia del tesoro, había leído algo sobre su existencia; incluso, había  disfrutado de algunas de esas perlas que de manera dispersa había enseñado su peculiar belleza. El tesoro es un libro, uno de esos libros que por razones incomprensibles seguían sin traducción en nuestro idioma. El tesoro es un libro y un escritor al que muchos quieren, siguen, admiran, leyeron y seguirán leyendo. Se trata de Nathaniel Hawthorne, uno de los mayores del siglo XIX norteamericano, uno de los grandes de lengua inglesa, uno de los grandes sin más. El haber escrito La letra escarlata, Wakefield y otros cuentos y novelas ya le hacen tener un lugar de privilegio en la literatura universal. Muchos escritores son deudores de ese escritor americano que fue un hombre sobrio, puritano, aburrido, encerrado, y un tanto misántropo, pero que nos  dejó libros inolvidables. Entre sus más destacados admiradores habrá que recordar a Henry James, Kafka, Borges o Paul Auster, por citar sólo a unos pocos. Otros muchos son deudores de sus escritos y de sus propuestas de historias nunca desarrolladas.

Ciertamente este escéptico, soñador y lo contrario de un hombre de acción, este hombre que se recluyó voluntariamente para vivir entre su familia, lejos de lo exterior, al margen de los otros, dejó un libro peculiar que nunca se publicó entre nosotros. Una gran noticia, al fin una edición -aunque sea no completa- de su mítico libro de apuntes, de esas historias para desarrollar que el escritor fue anotando toda su vida, se han llamado los Cuadernos norteamericanos. Una gran noticia. Un libro tesoro que ha  sido publicado por la editorial Belacqva, que no para de darnos alegrías literarias. Algunas de las últimas son tan importantes como Barnaby Rudge de Charles Dickens, que sólo se había publicado parcialmente. Y también haberse atrevido a publicar la minuciosa biografía de una de las vidas más simbólicas de los excesos del pasado siglo, Primo Levi.

Hay  que impedir que la sombra de la estatua de Poe siga dejando demasiado oculto a Hawthorne, así lo deseó uno de sus traductores, Valery Larbaud. Otro de sus seguidores que habría que sumar a los anteriores, aunque se podrían continuar con Julien Green o John Updike.

Algunos ejemplos de las propuestas que el escritor nunca desarrolló:

“La penosa situación de unas personas muy atadas a sus bienes cuando son admitidas en el Paraíso”

“Los placeres,  pensamientos y tareas de un holgazán durante un día transcurrido a orillas del mar: por ejemplo, sentarse en lo más alto de un acantilado y arrojarle piedras a su sombra, allá abajo”

Y para terminar una optimista: “Envenenar a alguien o a un grupo de personas con vino sacramental”

Si quieren un tesoro. Compren ese libro. Imprescindible para escritores bloqueados o para los que se creen muy sobrados. También para escritores anónimos.   

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28 de marzo de 2007
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El diccionario más frecuentado

No poseo un ejemplar de The Devil’s Dictionary, la miscelánea escrita por Ambrose Bierce, pero sí tengo infinidad de libros que citan sus inefables definiciones. Ayer, sin ir más lejos, consulté Opium: A History, de Martin Booth, en busca de datos para una ficción en la que trabajo, y me topé en su primera página con una perfecta definición debida a la pluma de Bierce. “Opio: una puerta sin llave en la prisión de la identidad. Conduce al patio de la cárcel”. Bierce también es uno de los más grandes contribuyentes a un libro de citas cínicas que frecuento, The Portable Curmudgeon. Allí figuran, por ejemplo, las definiciones de “diplomacia” (“El arte patriótico de mentir por el país de uno”), “santo”  (“Un pecador muerto, revisado y editado”) y “amor”: “Una locura temporaria, que se cura mediante el matrimonio”.

Cualquiera que se meta en internet encontrará más citas memorables. Por ejemplo: “Idiota: miembro de una enorme y poderosa tribu cuya influencia sobre los asuntos humanos ha sido siempre dominante y controladora”. O también: “Cañón: instrumento que se utiliza en la rectificación de fronteras nacionales”. Y la genial: “Corporación: mecanismo ingenioso para obtener beneficio individual sin responsabilidad individual”.

Algunos de los dardos de Bierce cortan dolorosamente cerca del hueso. Por ejemplo en su definición de “voto”: “Instrumento y también símbolo del poder del hombre libre para actuar como un tonto y devastar a su país”. O todavía más, cuando se mete con la noción de justicia: “Una mercancía en estado más o menos adulterado que el Estado le vende al ciudadano como recompensa por su fidelidad, por los impuestos que paga y por sus servicios personales”.

Lo que sí resulta inusual es encontrarse con una definición de un autor contemporáneo que le recuerde a uno la genialidad de Bierce. Yo me topé con una el domingo, leyendo un artículo de Rodrigo Fresán en el diario Página 12. Allí Rodrigo, hablando de los años 60, escribió: “Esos años en que los niños de mi generación aprendían a caminar, mientras sus progenitores tomaban las primeras lecciones para salir corriendo”. Me pareció brillante. Para los norteamericanos y para muchos europeos, los 60 despiertan memorias de rebeldía juvenil, Beatles versus Rolling y flower power. Para los latinoamericanos, en cambio, esa década es más memorable por los palos recibidos que por las rebeliones intentadas; y qué decir de los 70, entonces. Poco antes de desaparecer (literalmente hablando) al sur del río Grande, Bierce escribió que ser gringo en México era “una forma perfecta de eutanasia”. Los que sobrevivimos a los años 70 en este subcontinente nos atreveríamos hoy a reescribir la frase: en buena medida, ser latinoamericano en la Latinoamérica de los 70 era también una forma de eutanasia.

Si Bierce viviese, debería dedicarle a aquellos años un volumen llamado The Devil’s Decade.

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28 de marzo de 2007
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“CAMBIO RADICAL”

Algo nos dice que el programa televisivo Cambio radical (Extreme Makeover) comete un crimen. ¿Se trata sólo del asesinato de la fisonomía anterior? ¿Se refiere precisamente a la muerte de la personalidad acomplejada a través de una  cirugía especializada en el crimen perfecto? Todo lo que posee de milagroso el cambio radical lo tiene de siniestro. Lo bello y lo siniestro apenas se hallan separados por un finísimo perfil, el perfil precisamente que se junta en la transformación instantánea que presenta el programa. El proceso no interesa si no es inmediato, el cambio radical sólo es efectivo y efectista si se confunde con el prodigio.

Pero hay algo más y muy decisivo: el paso de lo feo a lo bello como un hecho productivo que convierte la materia prima, tosca e informe, en un artículo precioso o diseñado. El cuerpo del obrero que entregaba la plusvalía de su esfuerzo físico en la escena industrial sigue ofreciendo en la época postindustrial un plus relacionado también con el físico pero en la escena del espectáculo. Se trataba antes de la fuerza de trabajo bruto; se trata ahora de la energía obtenida del aspecto bruto. “Crimen u ornamento”, titulaba su manifiesto sececionista el arquitecto vienés Adolf Loos. El ornamento es crimen. Y al revés: el crimen se viste de ornamento.

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28 de marzo de 2007
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I. CON TINTA SANGRE DEL CORAZÓN

            Me entusiasma pasar de las telenovelas a las historietas cómicas y a sus héroes y heroínas, como se me ha sugerido, pues son parte de ese bagaje de cultura popular cotidiana que cargamos desde la infancia. En este sentido no hay cultura de primera y segunda categoría, ni cultura deleznable opuesta a cultura válida. Desde los boleros dulzones que un día escuchamos embelesados y siempre recordamos con ardorosa fidelidad de la memoria, a las radionovelas de voces plañideras que antecedieron a las telenovelas, a los dramones lacrimógenos de las películas mexicanas, a las poesías de irresistible cursilería del Tesoro del Declamador, todo es parte de la vida vivida, y forma una mezcla indisoluble de la que es inútil renegar. Nadie nos quita lo vivido.

            Hay quienes se ríen del sentimentalismo rimado de los boleros, y ponen cara de serio deleite frente a las óperas, en una arbitraria división de lo popular frente a lo clásico, como si lo uno excluyera a lo otro. Me fascina La Traviata, pero nunca puedo olvidar que una tísica que agoniza en su lecho difícilmente podría tener el empaque de las divas de peso pesado que interpretan el papel de Violeta la cortesana, y menos que alguien con los pulmones desechos pueda entonar un aria con tanto brío, al borde mismo de la muerte. ¿Por qué temer entonces a Julio Jaramillo cuando canta Si tú mueres primero yo te prometo que escribiré la historia de nuestro amor con toda el alma llena de sentimientos, la escribiré con sangre, con tinta sangre del corazón…

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28 de marzo de 2007
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EL PRINCIPIO DEL SIGLO

Encuentro en el blog de Arcadi Espada un enlace hacia un sitio extremeño. En este sitio hay un texto de Antonio Tinoco. ¿Quién es Antonio Tinoco? El autor de un testimonio sobre su lectura de la novela Cien años de soledad. Su testimonio se publicó hace una década en la revista Gazetilla de la Unión de bibliófilos extremeños y supongo que “muchos años después” fue recopilado para su publicación en el sitio. Claro que sin leer a Arcadi Espada es imposible descubrir el texto de Antonio Tinoco. Para mí, habría sido una lástima, su manera subjetiva de hablar de literatura es la única que vale.

En realidad no escribe sobre Cien años de soledad sino sobre la primera frase: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Lo que fascina al autor del texto es la utilización del infinitivo de la palabra “conocer”. “Nunca había leído nada igual,  escribe Antonio Tinoco. Nunca se me podía haber ocurrido pensar que era posible escribir nada igual.”

La verdad es que me ocurrió lo mismo. Para mí aquella primera frase es uno de los monumentos mágicos de la literatura, como el “Longtemps, je me suis couché de bonne heure” de Proust o el “Call me Ishmael” de Melville. Pero no me parece deslumbrante el infinitivo “conocer”. Lo que me parece más bien fenomenal es la manera de despistar al lector en una sola frase. Basta leer esta frase para saber que uno está perdido en el tiempo.

Me explico. Hay tres referencias al tiempo:

1. “Muchos años después”: el relato empieza situándose después de un evento desconocido. Vamos hacia el presente.

2. “Recordar aquella tarde remota”: se trata de un momento en el pasado. Vamos hacia atrás.

3. “Frente al pelotón de fusilamiento”: la conciencia humana que cuenta el narrador es la de una persona ya muerta. Fue fusilada.

Había algo flojo, poéticamente flojo en la manera de no definir el momento en que ocurrieron los hechos contados. Muchos años después, leí las teorías sobre la meta-ficción y fue capaz de encontrar la frase clave de la novela; la dice Úrsula: “el tiempo no pasa, sino que da vueltas en redondo”. Pero me acuerdo, tal como Antonio Tinoco, del momento insuperable de confusión y de delicia: acababa de encontrar a un autor capaz de llevarme a conocer un relato fuera del tiempo.

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27 de marzo de 2007
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Lloyd Dobler para presidente

El sábado fui a ver Letra y música, esa comedia romántica con Hugh Grant y Drew Barrymore. Por favor, traten de comprender: las comedias románticas me pueden, y por otro lado no tengo nada contra la idea del cine como puro divertimento. Pero en fin, aunque iba con expectativa cero (los trailers ya habían insinuado que parte del asunto pasaba por la capacidad de Hugh Grant para hacer el ridículo, asunto en que se destaca desde que lo pescaron en la calle con una prostituta, en plena fellatio), el resultado llevó la medición al área de las cifras negativas. Letra y música es pésima. No hay un sóla idea original en todo su trayecto. La chica que interpreta al símil Britney Spears es tan inerte, que convierte a la original en alguien intenso como Bette Davis. Durante la proyección imaginaba que tanto Grant como Barrymore se despertaban por las mañanas, recordaban que debían acudir al set y se decían: “Oh, no. Otro día perdido en esta basura…”

La compensación llegó por la noche, cuando mi mujer, seguramente deseosa de revancha, hurgó en la pila de DVDs y se dejó llevar por el título ambicioso: Un gran amor…, así con puntos suspensivos. En realidad Un gran amor… es el título con se conoció en España a Say Anything, una de las primeras películas de Cameron Crowe, de merecida fama gracias a Jerry Maguire y aun más merecida infamia por la versión americana de Abre los ojos y el reciente despropósito llamado Elizabethtown. Digamos que hasta Casi famosos, Crowe era uno de los pocos cineastas de hoy que sabía cómo hacer una comedia romántica. Lástima que después se olvidó, como dirían Les Luthiers.

En todo caso su racha ganadora comenzó con Say anything, que data de 1989 y está protagonizada por un jovencísimo John Cusack. En muchos sentidos, Say anything es una comedia romántica típica: Lloyd Dobler (Cusack) es un joven que acaba de egresar de la secundaria y se enfrenta al vértigo del futuro. Todo lo que sabe es lo que no quiere hacer (lo explica en una secuencia memorable, en la cual expresa las infinitas maneras en las que no quiere vender ni procesar nada), y aunque diga por ahí que le gustaría probar suerte con el kickboxing, en el fondo entiende que las patadas no van a llevarlo muy lejos. Su único objetivo cierto es claro: invitar a salir a Diane Court (Ione Skye) antes de que se vaya de Seattle rumbo a la universidad. Pero claro, Diane Court está totalmente en otra liga: no porque sea una rubia pechugona, popular y con vocación de cheerleader, que no lo es, sino porque es seria y tímida y alumna aplicadísima allí donde Lloyd resulta demasiado adulto para sus años, y por ende un marginal; la clase de muchachos que ante todo tiene amigas mujeres, porque los chicos de su edad le parecen entre predecibles y lamentables.

Pronto lo que podría parecer otra simple vuelta de tuerca al tema de la pareja despareja se convierte en una historia sensible, en la que no hay arquetipos sino gente de carne y hueso. Diane vive con su padre, a quien eligió cuando un juez la obligó a elegir con quién irse en plena audiencia de divorcio. Su padre (el brillante y nunca del todo reconocido John Mahoney) es dueño de un asilo de ancianos y resiste una acusación de estafa por parte de la autoridad impositiva de su país. Lloyd, por su parte, vive con su hermana, a quien su marido abandonó, y con su pequeño sobrino. Lo conmovedor es que Lloyd Dobler logra su cometido tal como se debe, limitándose a ser un tipo decente que se interesa por el bienestar de la persona que ama. Aun en el momento del dolor (que lo hay, porque si no lo hubiese no se trataría de una comedia romántica), Lloyd se mantiene apegado a su decencia innata y apela a los mejores sentimientos de Diane. (Otra escena antológica: cuando se aproxima a su ventana y la obliga a oír la canción que los unió, esa joya de Peter Gabriel llamada In Your Eyes.)

Lo que termina de convertir a Lloyd Dobler en un paladín para todos los románticos es el hecho de que, en este mundo utilitarista, encuentre toda la definición de futuro en el hecho de hacer feliz a su chica. “Soy bueno haciéndolo,” confiesa en una escena al padre de Diane, con la esperanza de que comprenda cuán importante es lo que está diciéndole. ¿Cuántos tenemos el coraje de definirnos a nosotros mismos a partir de la felicidad que producimos a aquellos que amamos?

Cuando sea grande, yo quiero ser Lloyd Dobler.

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27 de marzo de 2007
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El Boomeran(g)
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