Sergio Ramírez
Me entusiasma pasar de las telenovelas a las historietas cómicas y a sus héroes y heroínas, como se me ha sugerido, pues son parte de ese bagaje de cultura popular cotidiana que cargamos desde la infancia. En este sentido no hay cultura de primera y segunda categoría, ni cultura deleznable opuesta a cultura válida. Desde los boleros dulzones que un día escuchamos embelesados y siempre recordamos con ardorosa fidelidad de la memoria, a las radionovelas de voces plañideras que antecedieron a las telenovelas, a los dramones lacrimógenos de las películas mexicanas, a las poesías de irresistible cursilería del Tesoro del Declamador, todo es parte de la vida vivida, y forma una mezcla indisoluble de la que es inútil renegar. Nadie nos quita lo vivido.
Hay quienes se ríen del sentimentalismo rimado de los boleros, y ponen cara de serio deleite frente a las óperas, en una arbitraria división de lo popular frente a lo clásico, como si lo uno excluyera a lo otro. Me fascina La Traviata, pero nunca puedo olvidar que una tísica que agoniza en su lecho difícilmente podría tener el empaque de las divas de peso pesado que interpretan el papel de Violeta la cortesana, y menos que alguien con los pulmones desechos pueda entonar un aria con tanto brío, al borde mismo de la muerte. ¿Por qué temer entonces a Julio Jaramillo cuando canta Si tú mueres primero yo te prometo que escribiré la historia de nuestro amor con toda el alma llena de sentimientos, la escribiré con sangre, con tinta sangre del corazón…