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La ciudad desnuda

¿Cómo son los personajes que más nos conmueven? Nunca antes había tratado de racionalizar este asunto hasta ayer, ante la visión del capítulo final de The Wire. Pensé: me conmueven los personajes que están en inequívoca situación de inferioridad ante fuerzas que los avasallan, los niños, los inocentes, aquellos a quienes se les deniega dignidad, pan, justicia. Pensé también: me conmueven los personajes que aun siendo conscientes de esta disparidad de fuerzas, hacen frente a su destino sin perder la dignidad. En cualquier caso, la cuarta temporada de The Wire, que HBO terminó de emitir en Latinoamérica –falta tan sólo una quinta parte, que será la última-, abundó en ese tipo de personajes. Habiendo arrancado como una serie policial, The Wire se apartó del género puro hace ya mucho tiempo. Cualquiera que en el futuro quiera entender cómo era vivir en Baltimore a comienzos del siglo XXI (y por extensión en cualquier gran ciudad del orbe), encontrará en The Wire un espejo ineludible.

La cuarta temporada se centró en las historias de cuatro adolescentes, compañeros de escuela. El capítulo final no dejó duda alguna respecto de sus destinos. De los cuatro tan sólo uno, Namond Brice, parece haber escapado a su destino inevitable, al ser virtualmente adoptado por un ex policía. Randy, acusado injustamente de ser un soplón, va a parar a un internado donde lo muelen a palos. Duquan, víctima de un sistema escolar que no tiene cabida para él, termina vendiendo drogas en una esquina. Y Michael se gradúa como asesino profesional, al servicio de un narco llamado Marlo Stansfield. En realidad ni siquiera Namond está a salvo. En la escena final ve desde el umbral de su nueva casa a otro de sus viejos amigos, Donut, que pasa al volante de una 4x4 carísima, obvio fruto de su desempeño como dealer callejero. La cámara sigue al vehículo hasta el cruce de calles, donde se queda para subrayar la encrucijada de Namond. ¿Tiene sentido estudiar y trabajar, en una sociedad que por las buenas no le permitirá nunca el acceso a semejantes disfrutes? ¿Qué puede enseñarles la escuela a jóvenes cuyo único horizonte de vida es la venta de drogas y la muerte temprana?

Pero el personaje que me hizo llorar sin freno fue el de Bubbles, interpretado por Andre Royo. Bubs es un yonqui que ya apareció en otras temporadas, ayudando ocasionalmente a los detectives a cambio de algo de dinero, o de protección en caso de ser necesaria. En la cuarta temporada Bubbles ha abandonado el hábito, y vende mercancía barata –ropa, gorras- que transporta de aquí para allá en un carrito de supermercado. En los últimos tiempos se ha convertido en víctima de otro yonqui, que le roba los magros dólares que consiguió con su mercadito ambulante y de paso le pega, por puro goce. Bubs pide ayuda a los detectives que conoce, que se la prometen pero nunca cumplen. Angustiado y temeroso, esconde veneno en una dosis en la esperanza de que el yonqui se la robe y que muera al consumirla. Pero quien se la roba primero es Sherrod, un jovencito a quien estaba ayudando a ganarse la vida limpiamente. Bubbles se entrega a la policía, acusándose a sí mismo de haber asesinado a Sherrod. Termina encerrado en un neuropsiquiátrico, llorando amargamente –como yo, ante tamaña injusticia.

Una sociedad es tan buena como el cuidado que prodiga a sus hijos más desvalidos. Todos estos personajes me conmueven por definición: aquellos a quienes dejamos caer por las grietas, a los que ignoramos deliberadamente, a los que consideramos prescindibles aunque sus vidas no sean menos vida que la mía.

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12 de julio de 2007
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NO SE MUERA VUESTRA MERCED, SEÑOR MÍO…

Se lee antes que nada por placer, luego devienen las filosofías y las pedagogías que se sacan como consecuencia de la lectura. No hay que tener miedo de identificarse entre los lectores que buscan libros recreativos, vuelvo a decirlo. Uno de los mejores elogios que Cervantes agradece, dentro del mismo texto de El Quijote, al comenzar con la segunda parte, es que aquellas aventuras eran leídas hasta por los pajes en las antesalas de los caballeros. Por tanto, es que se divertían con ellas. Fue hasta después que vinieron las lecturas didácticas que volvieron pesado al Quijote, al punto de infundir miedo a su grosor y majestad.

Gozar con un libro, llenarse de felicidad a medida que la lectura progresa, y sentirse invadido de pesadumbre cuando termina, como si hubiéramos perdido algo de nosotros mismos al despedir a los personajes que tanto han calado en nosotros. “No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.”, exclama Sancho lleno de lágrimas frente a don Quijote que va a expirar, y es lo que nosotros repetimos con él. Alonso Quijano es ya real, tiene carne y sustancia perecedera, por eso va a dejar un hueco en nosotros.

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12 de julio de 2007
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¡Más, más, más, cuando menos!

Los vicios son celosos, cómo no. Empeñados en nunca parecerse a las virtudes, nos engañan fingiendo que están en nuestras manos sólo para ponernos entre las suyas. Sobre todo los de alta jerarquía, capaces de vencer a los demás y someterlos a su estricto antojo. Huelga decir que son antojadizos, y ello los hace comúnmente renuentes a dar explicaciones sobre su proceder. No hay tiranos más soberanos que los vicios, ay de aquél que pretenda mangonearlos.

Frente a mis propios vicios suelo asumir una actitud abierta y negociadora. Lejos de confrontarlos —nada más indeseable que ser presa de vicios balcanizados— trato de estimular la sana convivencia. Finalmente, ninguno quiere irse. Como diría la abuela, a dónde van que más valgan.

Los vicios se creen únicos, tal es su tara. A menudo también se piensan infinitos, apoyados en un sofisma de tufo clerical según el cual lo que no tiene inicio tampoco tendrá fin. No los vemos llegar, esa es otra de sus arteras ventajas. Pero insisto, hay de vicios a vicios; su jerarquía emana de su voracidad. Éste, el de la escritura, por ejemplo, acepta toda suerte de vicios subalternos, pero a ninguno por encima de él. Y eso sí que lo sabe y lo resiente quien tiene el desatino de dormir junto a uno.

  —Yo con usted no duermo, recuerde que según la cláusula 98, inciso F, soy mística de noche y fantasmal de día —en términos vaticanos, una musa equivale a un guardia suizo. Su trabajo es cuidar en todo momento la preeminencia del vicio mayor. Afrodita del Carmen no es celosa, pero igual cumple su alto cometido con celo de pantera bipolar.

Todo vicioso desarrolla alguna vocación de saqueador. Saquea la memoria, las horas hábiles, los instantes de sueño, conforme el vicio va pidiendo más y el interfecto encuentra que no sabe negarse. Para suerte de todos, los vicios son como animales corral, y así establecen normas de convivencia que nadie más entiende, aunque se esfuerce.

—El amor es un vicio vestido de servicio, coleguita —hay que ignorarla a ratos, por su bien.

Alimentar un blog con regularidad es un quehacer con propiedades anticonceptivas tan poderosas que llega a convertirse en causal de divorcio. Yo no digo que amar y escribir sean vicios opuestos y excluyentes, pero es verdad que a diario se arañan con navajas afiladas por un rencor tan viejo como el tiempo. El amor se cree real; la escritura, divina. Y no son más que vicios. Tiranos que se dicen de mi parte, mientras deciden qué van a hacer conmigo.

Supuestamente uno ama todo el tiempo. 24 horas diarias: qué patraña indecente. Lo único que puede hacerse a cada instante, amén de respirar y envejecer, es saquear compulsivamente la realidad. Uno escribe sólo para exhibir sus saqueos preferidos. Tal vez sea el amor el más grande de todos, pero ni eso le evita ser uno más.

  —Por eso digo que prefiero ser musa. Sé con quién amafiarme, coleguita. Qué quiere que le diga, no me hallo en los equipos perdedores.

  Los vicios son celosos y además egoístas, pero nadie como ellos sabe ser generoso a la hora en que el vacío cobra cuerpo y las debilidades ganan fuerza. "Peor es nada", decían las abuelas. "Peor es La Nada", corrigen los vicios.

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12 de julio de 2007
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LIBRO DE COCINA

Es lo peor que se puede hacer con un libro: cocinarlo. Hablo en serio: la revista New York (que tiene buenas reseñas sobre los libros) pidió a un chef cocinar Heat, el libro de Bill Buford. El método elegido es un paso rápido por un sartén con aceite, vino y salsa Tabasco. Las fotografías muestran un resultado definitivo: así se verifica que un libro no se puede comparar con chipirones. Es mejor comer el libro crudo, con los ojos, y pasar a los chipirones por el sartén, antes de comerlos con la boca.

La razón del insólito experimento es la estupidez de la publicidad para la edición de bolsillo de Heat: "Now stain-resistant!", "kitchen-friendly", "waterproof" (no se puede manchar, no tiene problemas en la cocina, resiste al agua) promete la casa editorial Vintage en un intento de desperrado de estimular la lectura de la obra en la cocina.

Buford, que fue el editor y mejor dicho el inventor de Granta tal como la conocemos y luego el editor de ficción del New Yorker, acaba de tener un gran éxito de crítica y comercial con este libro dedicado a un reportaje sobre la cocina de un chef, Mario Batali, en Toscana. Así consiguió su reconversión de la ficción a la no-ficción en términos norteamericanos. Pero su editor no inventó el libro que nos falta: el libro que lo aguanta todo. Lo que hizo para la edición de bolsillo fue poner una capa de plástico en la tapa, como para muchos otros libros. A lo mejor, si se pone el libro de Buford sobre unas gotas de agua en una mesa, no pasa nada. Mas allá, sabemos que entre los enemigos del libro, el agua permanece en la primera fila, al lado del fuego. La mala broma de la revista New York era combinar los dos enemigos que, por suerte, nunca actúan juntos.

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11 de julio de 2007
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OTRO CINE ESPAÑOL

El cine español goza de la desigual salud que tiene la misma realidad de España. Es una realidad desenfocada, como aquél personaje del Woody Allen - que desde hace tiempo ha puesto un foco que agradecemos mucho en esa chica rubia con labios llamada Escarlata -anterior a su etapa española. Yo no me fío mucho de los míos. No los reconozco. No sé quiénes son. No me creo, y tampoco tengo por qué creerles a ellos, aunque los vea, aunque existan, aunque nos congreguemos. Lo siento, no me creo y no me los creo.

Dos días de alegres, pedantes, divertidas, estériles y fructíferas charlas de/ sobre / por y para entender el otro cine español. Todo se mezcló. Aunque, la verdad, hablo de oídas, porque muchas veces me dormí, otras me despisté, algunas me fugué y el resto me auto dispersé. Así que todo lo que cuente, como casi todo lo que contaron mis compañeros del cine raro, minoritario, experimental, malo o desconocido cine español, tiene que ver con las manías, fijaciones, fobias o filias de esta extraña familia que hace otro tipo de cine. Casi nadie se entera. Pero si algunos de ellos es capaz de conseguir una reseña en alguna parcela, por pequeña que sea, de la prensa cinéfila francesa…ya es considerado uno de esos genios a seguir. Ya puede entrar en el circuito de esos raros a los que tenemos, sobre todo las instituciones, el Ministerio de Cultura o los correspondientes responsables del dinero cultural de las autonomías. Y así seguirá siendo si así nos parece. No veo otra solución.

No creo que haya otra fórmula que no sea la subvención -o el dinero de la familia o de algún compadre en una institución bancaria o así- para que sea posible la existencia de un cine español, raro, minoritario, vanguardista, de ensayo o de mucho morro, si no se paga desde algunas voluntades de subvencionar a los minoritarios. De todos esos creadores extravagantes, vanidosos, incomprendidos, atrevidos, azarosos o clásicos de la ruptura, suelen salir alguna vez una obra que merezca la pena. Ahora, si nos olvidamos de las clásicas de la vanguardia de Buñuel- y un poco de Dalí- no recuerdo ninguna obra maestra. Pero sí muchos intentos frustrados, algunos muy interesantes. Algunos arrebatos del cine español, sí merecieron ser y estar subvencionados. ¿Qué hubiera pasado si la familia de Buñuel no hubiera sido rica, si no hubiera encontrado a los Noailles, tan exquisitos mecenas o si a su amigo Ramón Acín no le hubiera tocado la lotería?... Pues que no tendríamos en nuestra historia cinéfila ni El perro andaluz, ni La Edad de Oro ni Tierra sin pan. Tres piezas claves del mejor cine de vanguardia. Del mejor cine. Nunca se hubieran defendido por la taquilla. Ni por los críticos, aunque eso son un caso aparte. Subvenciones, sí por favor. El problema es cómo, quién y por qué se dan las subvenciones. Otro trabajito para el poeta y cinéfilo César Antonio Molina… Le espera un largo camino. Vengo de su tierra, de su ciudad, de esa que tanto cambió desde su infancia. Allí hablamos mucho del cine y sus subvenciones. Y todos queríamos más, más cine, más subvenciones. Menos mal que ninguno éramos ministros, ni mecenas. El cine experimental será subvencionado o no será.

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11 de julio de 2007
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Mi visión del Paraíso

Al hacer la broma ayer sobre mi Paraíso personal, que imaginé con proyecciones de mis series favoritas a toda hora, me quedé pensando en las restantes características que debería tener el lugar para ser un Cielo en toda la regla. La primera pregunta que surgió era fundamental: ¿está bien pensar en un Paraíso privado, o lo más sensato sería pensar en un Cielo comunal? Después de todo hemos sido en vida seres sociales, más allá de las ocasionales quejas por la existencia de tanta compañía indeseable; no creo que nadie imagine un Paraíso en el que se desee solo por toda la eternidad. Por lo demás, supongo que sólo se nos concedería un Paraíso en caso de que hubiésemos resuelto nuestras cuestiones de convivencia: con los amores, con la familia, con los amigos y en el trabajo, y también con la gente que nos cruzábamos en la calle y con tantos conocidos y desconocidos que en un momento u otro necesitaron de nuestra buena voluntad. Pero en fin, aunque más no sea para seguir con la corriente del juego, imaginemos que nuestros Paraísos privados sólo estarán poblados por aquellos a los que quisimos bien. Esa lista es personal en cada caso, y por eso huelga consignarla. Vayamos, entonces, a los rasgos que sí podrían sernos comunes.

Lo primero que pensé es que mi Paraíso debería tener rasgos caribeños. Nada me gusta más que el mar, así que la posibilidad de bucear y de navegar en aguas cálidas me sería insoslayable. Pero enseguida empecé a lamentar todas las cosas que ya no vería en caso de esa elección: nevadas como las del lunes sobre Buenos Aires, montañas como las del sur, ciudades como Londres, Barcelona y París. Por lo que concluí que mi Paraíso debería serme bastante parecido a la Tierra misma en toda su amplitud y variedad, eso sí, en la medida de ser posible con pasajes gratuitos en primera clase.

Después pensé que mi paraíso debería proporcionarme acceso inmediato a las cosas que más me gustan. Esto es libros, en cantidad digna de la Biblioteca de Babel. Y películas en igual proporción. Y series, como ya mencioné: desde las viejas que tanto me gustaban –por ejemplo Los Vengadores- hasta las nuevas que me fascinan, como Lost y Héroes. (Tratándose de una Paraíso, lo ideal sería poder ver la segunda temporada de Héroes antes de que sea filmada, incluso.) No es que actualmente padezca muchas limitaciones al respecto: todavía tengo muchos libros por leer (y releer) en mi biblioteca, y DVDs apilados, y lo que todavía no tengo o no leí o aún no vi puedo conseguirlo con casi total certeza por internet. Dado lo cual volví a concluir que mi Paraíso se parecería bastante a este mundo, eso sí, con un poco más de tiempo (ah, las ventajas de la eternidad) y algo más de cash para satisfacer caprichos.

También me gustaría poder disfrutar de algunos vicios. Dentro de los legales, mencionaría comidas (jamón español, guacamole, tacos picantitos, mariscos; mi Paraíso tendría dentro una sucursal del Kiosko Universal de Barcelona) y bebidas: con buen vino tinto, tequila y el ocasional brandy me daría por feliz. En lo que hace a los vicios prácticamente ilegales, debería tener suministro constante de Gitanes sin filtro y habanos para cuando la ocasión lo amerite. (Le tengo cariño a los Partagás, porque eran los que fumaba mi abuelo.) Esta certeza me hizo pensar que mi versión del Paraíso tampoco estaba tan alejada de la vida real, que me depara con bastante frecuencia semejantes placeres.

Por supuesto, también me gustaría tener la oportunidad de hacer lo que más me gusta. Esto es seguir escribiendo y produciendo cine, en lo que hace al puro trabajo (¿cuál sería la gracia de leer y de ver tantas películas y series, sino uno no puede jugar también?), y seguir relacionándome con las personas que amo, en el terreno del puro corazón. Lo cual tornó inevitable entender que mi Paraíso personal se parece mucho pero mucho a este planeta tal como es, con algunas diferencias menores (la cuenta bancaria que se haría necesaria, el tiempo disponible) y algunas sinceramente mayores. Para mí esta Tierra no será nunca el paraíso que podría ser mientras haya gente –¡mientras hayan niños!- que se cagan de hambre y sufren las demás variantes de la violencia, esto es marginación, persecución, analtabetismo, desocupación… ya saben. La parte buena del asunto es que este planeta produce riquezas suficientes para que a nadie le falte nada, lo cual vuelve al problema en un simple asunto de redistribución, o sea político. No digo que realizar el cambio sea fácil, pero no dejó de satisfacerme el descubrimiento de que esta vida y este lugar se parecen bastante al mejor de los mundos posibles. Lo que falta para que lo sea, en todo caso, es precisamente lo que determinaría que nos ganásemos el Paraíso en la contingencia de que este asunto siga siendo cuestión de meritocracia.

(Para ser honesto, tampoco me disgustaría que mi Paraíso se pareciese a una isla a compartir con Evangeline Lily, la chica de Lost. O a un bar donde encontrarme con Sienna Miller a beber un dry martini. En fin: ¿cómo serían sus propios Paraísos?)

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11 de julio de 2007
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V. LA AVENTURA DE SER COMO LOS OTROS

El otro, el que no somos nosotros. El próximo, el prójimo. Sólo podemos alcanzarlo con el pensamiento que salta barreras, anula las distancias, crea civilizaciones. Averroes y Avicena fueron dos sabios islámicos que en las oscuridades de la edad media preservaron y desarrollaron la filosofía de Aristóteles, que llegaría a ser por siglos la base inamovible del pensamiento de occidente. Un acto de sabiduría, y un acto de imaginación. Pero también fue un acto de valentía.

            Diderot, en su Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, construye una gran metáfora acerca de la concepción del mundo que tienen los ciegos de nacimiento. “Es que yo presumo que los otros no imaginan de manera diferente que yo”, dice el ciego de Diderot. El mundo es lo que el ciego piensa, y como lo piensa. La ceguera congénita, o adquirida, que conduce a la imaginación única, al pensamiento único, y de allí a toda suerte de fundamentalismos destructivos. Por causa de ese libro, juzgado subversivo, Diderot fue llevado a las cárceles de Vincennes en Francia, igual que Amos Oz, más de dos siglos después, fue acusado ante los tribunales de Israel por causa del suyo, La pantera en el sótano.

            Más allá de la simple tolerancia es que empieza la verdadera aventura, la de ser como los otros.

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11 de julio de 2007
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EL LLANTO

Los animales tampoco lloran. Para llorar tendrían que compadecerse de sí mismos y lo característico de su condición es que carecen de reflexión y en consecuencia de cualquier recreación voluptuosa desde las propias desdichas.

Todo ello en el improbable caso de que los animales estuvieran capacitados para elaborar alguna idea de desdicha.

La contrariedad en la vida animal forma parte de la vida natural mientras entre los seres humanos el anhelo de estar bien, la ambición de ser felices, comporta que casi cualquier contrariedad sea pesadumbre.

No habrá sentimiento de tristeza donde no es posible la autocontemplación porque lo que nos impulsa fundamentalmente a entristecernos procede de lo mal que somos capaces de vernos. No lloramos por los demás y ni siquiera por el desastre del mundo que nos rodea sino, como tantas veces se dice, por la piedad que nos inspiramos.

La muerte del ser querido rebota en su cuerpo inerte para llegar a nosotros en forma de dolorosa metralla, lágrimas que indican la lamentación por nuestro estado de desconsuelo.

El muerto viaja hacia un destino desconocido y nos abandona. El que muere nos deja, se va, y de esa abrupta desafección que sufrimos nos autocompadecemos. Los animales son tales animales porque no les aflige ningún daño mental propiamente dicho y porque, además, nunca en su formación originaria han pasado por el psicoanálisis de su identificación, su desarraigo y su autocastigo.

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11 de julio de 2007
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Avaros y sin embargo suicidas

Una vez superado el pueblo mundialmente conocido como La Pera, dejarás a tu izquierda el viejo lupanar amarillo tan chulo como un fotograma de Wim Wenders; entonces tomas a la izquierda por el desvío de Serra de Daró procurando que no te aplaste un tráiler polaco. En el momento de superar la cresta previa al cruce de Foixá, verás que se abre un panorama excelente, sobre todo cuando sopla la tramuntanita y todo luce como en un Memling. Hasta ese momento, el turista ha cruzado poblachones crecidos a velocidad vertiginosa en los últimos diez años, enterrados por naves industriales, almacenes ruinosos, alpendres de Uralita, basura industrial, camionetas oxidadas y chalets de infame construcción para munícipes. Es un tramo abrumador con una vía nacional, la que cruza Celrá y Bordils, siempre atestada gracias a los camiones y a los semáforos impuestos por ayuntamientos que se negaron a permitir circunvalaciones. Son vías de línea continua ideales para el conductor local montado en una moto o en un cochecito con tuning. Te parece estar viendo la publicidad de la tele.

Por el contrario, desde la carretera de Serra, tras el desvío y el descrestar, divisarás un panorama casi intacto, respetable. Los campos ordenados y fértiles se extienden hasta el mar en dameros que sugieren trabajo y riqueza. La línea del horizonte la forman el femenino perfil del Mongrí y las peladas islas corsarias del Estartit. Es un paisaje que da idea de cómo pudo ser el Ampurdán de la invasión napoleónica y de cómo ha sido sistemáticamente machacado por todos los gobiernos (fascistas, nacionalistas, socialistas, conservadores o secesionistas) y por todos los ayuntamientos en sus complicados apareamientos, hasta hacerlo desaparecer. La causa de tan portentosa unanimidad en la destrucción es sencilla y rotunda: el dinero, el parné, la pasta. Aquí no hay ideología que valga, sólo codicia.

Un país raquítico, con una incultura secular, sediento de todo lo que se atribuía a "los europeos", desde las gabardinas hasta el bidet, y con una clase dirigente que no haría mal papel en Liberia, no ha dado más de sí en los dos últimos siglos. Las costas valencianas, gallegas, catalanas o andaluzas han sido laminadas sin misericordia. Cierto que hay también una cierta matización en el desastre, según sea la región; sin embargo, ese cromatismo lírico es un considerable misterio. De momento, ningún historiador o sociólogo ha sido asaltado por la curiosidad de investigar la España plural de la codicia. Un asunto tan interesante...

¿Ha sido el mayor grado de barbarie lo que ha creado en Murcia esos monstruos que sólo encuentran pareja en los secarrales de La Mancha? ¿El gen morisco? ¿Será la venganza del arroz lo que ataca con flatulencias dolorosas todo el Levante y su urbanismo excremencial? ¿Es el metódico destrozo catalán más sensato que el que asuela la costa asturiana, gracias a la herencia noucentista? ¿A la protección de la Moreneta sobre tanto varón célibe y ahorrativo? ¿Y qué decir del espanto de las rías cocainómanas? ¿Ataques de la gaita paranoica? ¿De la empanada alucinógena? Algún día alguien estudiará el episodio de salvajismo más interesante de la Europa de posguerra, sólo igualado por la Sicilia del cemento y la heroína (inyectable). ¿Cómo fue posible que el franquismo se prolongara tantos decenios hasta dejar el país convertido en una sartén donde hierven de sed los rascacielos vacíos? ¿Quién lo sustentó, a quién enriqueció el caos y el expolio?

Que los ciudadanos apenas cuentan en la política española es bien sabido y explicable dada la peculiar herencia eclesiástico-castrense del país, así como la no menos curiosa biografía de sus dirigentes jamás editada. A pesar de todo, que no se haya producido alguna corrección democrática en nuestro tradicional despotismo, sino quizás todo lo contrario, desconcierta. El equipo que gobierna en el Ayuntamiento de Barcelona, por poner un ejemplo, ha sido elegido por un veintitantos por ciento de la ciudadanía, pero, viendo actuar a los ediles, se diría que lo respalda el ochenta por ciento, como a Sarkozy. Una mayoría de ayuntamientos que han logrado componerse son el hijo putativo de negocios y pactos perfectamente opacos y por completo ajenos a los programas de los partidos. La ciudadanía sabe que tales bastardías son consecuencia de la más cruda codicia, pero no puede oponerse a ella, no tiene medios y sabe que en las próximas elecciones volverán a las andadas. Por eso va dejando de votar. También es cierto que, aunque pudiera oponerse, quizás tampoco lo haría, como han demostrado los protectores de la mafia del ladrillo en las últimas municipales. En España, la ideología política, como la fe religiosa de hace unos años, es el disfraz que dignifica la más cruda explotación económica y el exterminio del insumiso. En este punto, la España plural es una.

La zona geográfica que nos sirvió de entrada y sobre la que Pla escribió algunas de sus mejores páginas ha sido para mí como el hijo de un matrimonio amigo al que has ido viendo crecer sin participar seriamente en su vida. Le has visto pasar del potito de zanahoria al cochinillo asado como en una secuencia de diapositivas. Así que, aunque sus padres lo tengan por un cráneo privilegiado y la flor de Olmedo, uno sabe la verdad y no le ciega ni el sentimiento, ni el interés, ni el orgullo. Cuando lo conocí de niño aún guardaba un aire de criatura rústica, algo bruto, pero de buena madera, un muchacho con ilusión por no morir tan idiota como sus padres y abuelos. En la actualidad es un anciano que no sabe despojarse de la ropa infantil y simula bailar el twist, como en los viejos tiempos, cuando ya le conviene la danza macabra de Saint-Saëns. Dio el primer estirón con la masificación del turismo y las segundas residencias que brotaron como hongos venenosos en los años setenta. Los servicios y la pequeña industria consecuentes lo pusieron en la edad adulta, pero luego ya no hizo nada más y se dispuso a gozar de lo conquistado con aire de galán verbenero, se acomodó a la haraganería nacional. En la actualidad, unas carreteras que construyó Primo de Rivera para las diligencias soportan el paso de millones de vehículos entre los que se cuentan miles de camiones de hasta ocho ejes, pero también ciclistas y tractores, una belleza argelina. Al nene del Ampurdán todo se le ha quedado pequeño, pero persiste en el gesto de estar esperando a que las suecas se sienten a comer una ensalada por ver si liga y les saca unos duros para Varón Dandy.

El viajero que ha constatado cómo las zonas turísticas de Francia, de Inglaterra, ¡incluso de Italia!, mejoraban con el tiempo, eliminaban los restos de barbarie, añadían silencio y verdura a las zonas residenciales, se civilizaban y organizaban racionalmente separando lo industrial de lo turístico, lo agrícola de lo urbano, aunque se perdiera la pátina arcaica y romántica, se pregunta por qué en España el desarrollo y la riqueza han de dar siempre como resultado la hecatombe, el triunfo de lo cafre y de lo cutre. ¿Será por un atávico temor a la miseria acumulada durante siglos de bocio y malaria? ¿Por la inexistencia de una educación sensata, la cual, por cierto, ha ido empeorando de legislatura en legislatura? ¿Será el catolicismo, su desprecio de la vida terrena y su respeto por los depósitos bancarios? ¿O el nacionalismo y el hábito de esconder los billetes de quinientos bajo la bandera? ¿Qué componente de todas las regiones españolas es el que nos condena a vivir peor cuanto más ricos somos?

No todos, por supuesto, no estoy loco. Quienes vivieron en la más completa desesperación durante generaciones ahora gozan de una situación confortable. Las aldeanas ya no visten sayas y tocas negras como en los chistes de Forges, sino que exhiben estupendos piercings ombiliculares y se depilan los artejos pedestres. Los aldeanos ya no arrean la mula, sino que ponen a doscientos por hora el Golf. No obstante, eso también sucedió en la Francia, la Alemania y la Italia de posguerra, el paso de la miseria a la comodidad, pero con resultados opuestos a los nuestros. También allí se produjo un rápido enriquecimiento, pero no dio lugar al desbarajuste del territorio y al desierto de cemento.

El lugar infernal de la carne de cañón lo ocupan en España, ahora, los inmigrantes llegados por millones en los últimos diez años, justo en el momento de la explosión cementera. ¿Será esa la explicación? ¿La mano invisible del Zeitgeist está diseñando nuestro país para acercarlo a Quito, Turquía, el Magreb o Rumania, porque estamos creando un hábitat digamos que "mediterráneo" de igualados caracteres físicos y espirituales? ¿Está la Providencia diseñando un bloque urbano del sur, con un paisaje homogéneo, sin sobresaltos ni transiciones bruscas, desde Ankara hasta Algeciras, lo que explicaría, de paso, las quejas identitarias de los vascongados? ¿Sube Oriente y baja Occidente? En todo caso, me parece que nos ha tocado la china.

¡Qué extravagante, qué inexplicada condena la de los nacidos en el Mediterráneo, y que me perdone Serrat, que es un santo y no tiene la culpa de nada de todo esto!

Artículo publicado en: El País, 10 de julio de 2007

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11 de julio de 2007
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La cláusula de Unamuno

No es lo mismo creerle a una mujer que creer en una mujer. En el primer caso se requiere que su argumentación parezca verosímil, en el segundo basta con que sus ojos no lo sean. Se cree en una mujer por excepción divina y razones paganas, con fanatismo y ánimo de cruzado, aun y sobre todo si miente con descaro. Se cree en una mujer igual que en el costal de Santa Claus, la canasta del conejo de Pascua, la cuenta bancaria del ratón de los dientes de leche y el vuelo bajo de la mariposa nocturna. Se cree en una mujer como quien organiza un motín en la cárcel odiosa del sentido común, pues contra él solemos pelear los fanáticos. Que otros rindan tributo a bautismos, circuncisiones, reencarnaciones y transfiguraciones, yo creo en las mujeres imposibles. 

—Ya le dije que para usted no soy mujer. Si insiste en verme así, coleguita, voy a verme obligada a solicitar mi transferencia y a ver entonces qué esperpento le mandan —Afrodita del Carmen tiene la facultad sobrenatural de cargar las ensoñaciones más ingrávidas con comentarios tétricamente sólidos. —Además, yo no soy imposible. Tenemos un contrato pro-fe-sio-nal que automáticamente me excluye de su horizonte galante. Cláusula 195, inciso C.

  En fin, que me he tragado todo con obediencia supersticiosa. Qué voy a hacer, si soy de esos ingenuos que creen en Santa Claus sólo porque lo vieron caer de la chimenea. Aunque, ya en la práctica, incluso los fanáticos sabemos ser escépticos, por eso es que a Afrodita le creo solamente lo que me conviene. Descreo profundamente, por ejemplo, de la cláusula 195 de nuestro contrato, especialmente de su inciso C. Eso de que ella pueda ser mujer para cualquiera menos para mí me parece una exclusión insensible, inhumana e intolerable. Es decir, tolerable sólo para quien gusta de cortejar mujeres imposibles.

  —La profesión de musa, coleguita, es bastante menos etérea y mucho más sacrificada de lo que deja ver el estereotipo.

  —¿No tendrías que hablar con acento madrileño? —súbitamente me urge que me ayude a creerle.

  —No, colega. Yo pertenezco a Unamuno.

  —¿A don Miguel?

  —A la Unión Nacional de Musas Novelistas. Las únicas autorizadas para operar en territorio nacional. Las demás son piratas, yo sé lo que le digo.

  —Querrás decir musas de novelistas.

  —Cuidado, coleguita, no se equivoque. Nos costó muchos años conquistar esa reivindicación que ahora usted pretende regatearnos. ¿Ya se puso a pensar que un día no muy lejano acabaremos dividiendo las regalías? Por lo pronto, y en unos cuantos días, cuando ya haya podido apreciar la calidad de mi trabajo, se va dar cuenta de que el novelista viene a ser algo así como un ejecutivo de la musa. Un secretario, incluso.

  Cuando se cree en una mujer imposible, poco importa que sea una legalista sin corazón, una impostora sistemática, una sindicalista mesiánica o una extorsionadora espiritual. Se cree en ella no tanto a pesar de una o más de esas cosas, como precisamente por su causa. Se cree en ella hasta el fin porque al final puede uno vivir sin ella, pero no sin contarla fervientemente a ella. Y cree uno en las cosas que cuenta porque es la única forma de que algún día sucedan.

  —Debe de haber millones de hechos verdaderos que hasta hoy todavía siguen sin pasar... —no sé si un día voy a acostumbrarme a apuntar sin complejos los comentarios de Afrodita del Carmen. Por un lado, me sigue intimidando que aborde así mi tren de pensamiento, por el otro me niego a darle gasolina para esos extremismos de índole golpista según los cuales yo tendría que ser su mayordomo —...anótelo, no se haga el occiso, si no luego qué va a escribir en El Boomeran(g).

  —Llena eres de gracia, Afrodita del Carmen —comento de repente, mientras voy anotando en el cuaderno.

  —Amén, coleguita —en términos concretos, uno cree en las mujeres imposibles porque sólo ellas llenan los altares. Lo demás ya es superstición y fanatismo.

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11 de julio de 2007
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El Boomeran(g)
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