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El huevo de la serpiente (II)

La clase media de Buenos Aires es rara. Por lo pronto, ya no es lo que era. Algunos creen todavía que se trata de gente que, como los inmigrantes de quienes descienden, apuesta al Sueño Argentino del ascenso social y la prosperidad sin límites. Eso ya fue. La clase media de hoy es gente formada en otro tipo de sueño, uno que tiene mucho de pesadilla. Muchos han sido golpeados de forma inclemente por las crisis económicas, al punto de caerse de su clase original o quedar colgados de las uñas. El calor arrebatador de estas experiencias los ha traumatizado, al punto de hacerlos reaccionar de manera irracional ante cualquier hecho –o cualquier otra clase social, habría que puntualizar- que parezca amenazarlos con quitarles los bienes que rescataron de la catástrofe.

Familiares míos muy próximos, por ejemplo, pasaron en pocos meses del apoyo al presidente Kirchner a la oposición más cerril. Cuando traté de entender por qué, me explicaron que Kirchner estaba cediendo a los reclamos de los gremios. Cuando les pregunté qué había de malo en conceder beneficios a trabajadores que vienen perdiendo poder adquisitivo y calidad de vida desde la dictadura, entendí que lo que veían mal era lo mismo que yo consideraba natural, esto es, que el Presidente atendiese a las necesidades de esa gente que está en peores condiciones que ellos y que yo. Para mis familiares, gente de clase media profesional de Buenos Aires, concederle algo a los maestros o a los ferroviarios significaba de manera inexorable que iban a meterles a ellos la mano en el bolsillo, y esto es algo que no parecen dispuestos a tolerar. Como tanta otra gente de esta ciudad, piensan que la justicia social es maravillosa siempre y cuando no tengan que aportar nada para su causa: de dinero ni hablar, por cierto, pero tampoco les pidan esfuerzo o tiempo alguno en beneficio de alguien que no sean ellos mismos.

El hecho de que hayan sido golpeados por vendavales económicos podría despertar simpatías en su favor. Lo que sería preciso entender, en este caso, es que parte de esta gente ni siquiera participa ya de la cultura del trabajo que heredó de sus padres. Criados en la inflación y en los tipos de cambio artificiales, muchos prefieren especular a producir y son campeones de la evasión fiscal. Su prototipo, el modelo a imitar, es el mismo que encarnan tantos famosos locales, que hacen bandera del hecho de haberse forrado en dinero a pesar de que ni siquiera terminaron la escuela: son vivillos, que han sabido oler el perfume del tiempo y le ofrecen a la gente basura que envilece. Me hacen recordar al Harry Lime de El tercer hombre, que adulteraba penicilina para vender más en la Viena de posguerra, aunque eso significase la muerte para tantos enfermos. Lo cierto es que, por más que las crisis los hayan afectado, afectaron de forma mucho más cruel a las clases más humildes. Y en esta sociedad del sálvese quien pueda, parte de la clase media argentina se ha negado a practicar la más mínima solidaridad con aquellos que empezaron a sentir hambre de un día para el otro.

Fuera del país, muchos recuerdan todavía las manifestaciones del infame corralito, al despuntar el siglo. Fue una ocasión insólita. Mucha gente que ponía cara de asco antes las manifestaciones populares que reclamaban condiciones mínimas de supervivencia, ganó la calle enloquecida cuando les tocaron el bolsillo. (Hubo gente honesta y trabajadora que perdió ahorros en esa celada del gobierno de Fernando de la Rúa, pero junto a ellos salieron a golpear cacerolas muchos atorrantes que atesoraban ganancias malhabidas.) Fue la única vez en los últimos años que las clases medias jugaron en el mismo equipo que las clases más populares, la única vez que las clases medias asumieron un rol que no fuese el reaccionario de siempre. De entonces a esta parte, mucha de esa gente volvió a la calle tan sólo para reclamar más presencia policial y más represión, por ejemplo en las marchas convocadas por el señor Blumberg, que se vendía a sí mismo como la contracara de los políticos profesionales y terminó admitiendo, acorralado por las pruebas, que llevaba décadas diciéndose ingeniero –¡cuando no lo era!
Esa gente es la clientela más preciada del triunfador Macri. Los que abominan de los pobres que afean la ciudad, los que se han tragado el cuento de que los pobres son sus enemigos y quieren quitárselo todo. Un cuento que ha resultado efectivo, a todas luces, porque es obvio que con tal de sacarse a los pequeños delincuentes de encima, esta gente no dudó en votar a los grandes delincuentes.

Una lógica perversa, por cierto. La seguimos mañana.

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26 de junio de 2007
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EL LIBRO INALCANZABLE

El semanal francés L’Express publica un artículo delicioso sobre un libro que no se puede comprar. O mejor dicho sobre la venta de 100 libros en la casa de subasta Sotheby’s que no incluye a un libro mítico e inalcanzable: el ejemplar de Una temporada en el infierno firmado por su autor, Arthur Rimbaud, para su entonces amante, Paul Verlaine. No hay nada más caro en la literatura moderna. El librito (54 páginas; formato: 18,3 centímetros por 12,4) fue vendido por última vez, en 2006, al precio de 511.424 euros.

Me explico: el 27 de junio de 2007, el coleccionista Pierre Leroy vende 100 libros a través de Sotheby’s. Dentro de esta venta hay puras maravillas: la única fotografía de Rimbaud, el ejemplar de Las flores del mal de Charles Baudelaire con una dedicatoria manuscrita para el pintor Delacroix o manuscritos de Marcel Proust. Pero lo que se espera no estará: Pierre Leroy no vende el libro más caro de la literatura moderna: su ejemplar de Una temporada en el infierno.

Tal como la cuenta el semanal, la historia del libro es fenomenal. Verlaine pierde el libro “tomado” por dos y prostitutas y amantes suyas que quieren consignarlo para conseguir plata. Verlaine recupera el libro con la ayuda del dibujante Frédéric-Auguste Cazals. Este último lo recibe en herencia y lo vende a Louis Barthou, un político y coleccionista. Barthou, entonces ministro francés de asuntos externos, muere en 1934, en Marsella, en el atentado contra el rey de Yugoslavia. Sus herederos venden el libro otra vez en 1935. Precio: el equivalente de 9.000 euros; comprador: Pierre Bérès, un coleccionista que lo vende más de 60 años después, en 2006, en una subasta. Último comprador: Pierre Leroy.

Al enterarse de la venta de parte de la colección de Pierre Leroy, se esperaba la reaparición del mítico librito. Pero Leroy dice que lo venderá solo en caso de absoluta necesidad. Por el momento es una temporada de invisibilidad.

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25 de junio de 2007
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El huevo de la serpiente

Me cuesta aceptar que la mayoría de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires haya elegido como alcalde a un impresentable. Mauricio Macri es un señor al que por más que busco y rebusco, no logro encontrarle un solo mérito. Durante buena parte de su vida fue apenas el hijo de Franco Macri, un empresario que se enriqueció como Creso durante la corrupción menemista; dado que Mauricio formó siempre parte del equipo de su padre, eso lo convierte en un cómplice más de lo ocurrido durante aquella devastación del Estado, y por ende de la Nación, que todavía estamos lejos de revertir.

Su viveza –porque viveza tiene, y en especial de esa a la que aquí se llama viveza criolla; yo no la considero un mérito, sino todo lo contrario- le indicó que si quería tener futuro en la política, debía sobreponerse al estigma del niño rico. Como sus razonamientos suelen ser lineales, se le ocurrió que podría salirse con la suya si llegaba a presidente de Boca Juniors, el club de fútbol más popular de la Argentina. Con dinero suficiente para pagar la más rica campaña y algunas otras cosas, lograr ese objetivo era sólo cuestión de tiempo. A la cabeza de Boca, Macri se dio lo que suele llamarse “un baño de masas”. Por supuesto, cada vez que Macri se codeaba con los jugadores o con los fanáticos de Boca se veía tan ridículo como Carlos de Inglaterra en plena corrida de San Fermín, pero eso al boquense furibundo no pareció importarle. Si yo fuese fanático de Boca habría exigido que, además del voto, uno hubiese debido meter dentro del sobre constancia de su preferencia futbolística, para que no se diese por sentado que los boquenses son un rebaño que rinde obediencia ciega al presidente del club. Pobres los boquenses progresistas, hoy deben sentirse tan culpables…

El triunfo que obtuvo ayer Macri (que encuentra muy difícil sostener una conversación de un mínimo nivel, como demostró ya sobradamente; que suspendiese el debato público con su rival durante el tramo final de la campaña, pues, no sorprendió a nadie, dado que todos sabíamos que en ese trámite lo iban a hacer puré) es mucho más grave de lo que parece a simple vista. Porque significa la primera victoria electoral que obtiene en las urnas un representante del poder económico que desde hace décadas explota y esclaviza a las mayorías de este país. Hasta ayer, fecha fatídica para nuestra historia, los poderes fácticos de la Argentina sabían que las urnas les eran contrarias por definición: por eso se limitaban a apoyar los golpes militares, que siempre interpretaron la partitura económica que le ponían delante, o a sobornar a los gobiernos consagrados por votación. (El de Menem fue paradigmático, puesto que desde el primer día puso su investidura al servicio de los mejores postores: malvendió propiedades del Estado, comprometió los servicios al licitarlos en términos que todos los usuarios de trenes, luz, gas y demás padecemos a diario, otorgó licitaciones públicas al que ofrecía el soborno más alto –fue en esta época que los Macri y Menem se hicieron muy amigos- y destruyó la industria local para favorecer al capital internacional.) Cuando algún gobierno amenazaba retobarse a sus designios, se lo acosaba mediante maniobras arteras, como la resurrección de la amenaza militar o el desabastecimiento de mercaderías o servicios esenciales para la gente.

Pero esas trapisondas ya no parecen serles necesarias. Desde ayer, Macri es el caballo de Troya de nuestros verdugos en el interior del sistema democrático. Ya no precisan recurrir a los subterfugios de antaño, porque tienen a alguien que los representa en las urnas –y que por primera vez para uno de su calaña, gana a la hora del recuento de los votos. Nadie puede sostener que Macri venció por mérito propio, dado que no puede definirse como mérito el haber hecho campaña sin abrir la boca. En todo caso parte del desmérito se debe a errores del gobierno de Néstor Kirchner, que es el principal derrotado de la elección de ayer. Otra parte mínima se le puede atribuir a lo que Horacio Verbitsky suele llamar la Paleoizquierda argentina, que convocó a votar en blanco a sabiendas de que ese voto beneficiaría a Macri. (¿Cómo duerme por las noches alguien que se dice de izquierda después de haber sido funcional a un Macri?) 

Al menos hoy, en plena eclosión de bronca, estoy convencido de que la mayor parte de la culpa de esta victoria ignominiosa es de las clases medias de Buenos Aires, un sector de nuestra sociedad que a la hora de jugar a favor de los explotadores no se equivoca nunca. Pero en fin, con la clase media me la agarraré mañana.

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25 de junio de 2007
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DESCANSO

El descanso es como una cámara de absorción de la fatiga y del dolor, opera como una gamuza que va librando de las humedades que producen el malestar pegajoso e inaprensible a la vez, fino como un vaho y sin embargo atenazante como un acero. Gracias a Dios y no me importa decirlo porque creo que se trata de algo divino, el descanso renueva la identidad natural. Con la fatiga se acarrea una clase de velo que se superpone a la identidad natural, tal como un vestido gastado cubre e infecta una u otra proporción el cuerpo. Este vestido, como de organza, lleva encajes verdosos y plateados, sin mantener la fijeza de sus tonos. Se trata de un vestido de noche formado por varias sobrefaldas y un escote abierto rematado en puntillas que aflige el pecho y merodea la voz. No sabría explicar por qué imagino este vestido fatigado como un vestido de mujer pero posiblemente se trate de la dificultad para aceptar el travestismo del ser al que fuerza la torcedura de la imagen que se sufre y acaso también porque, en la pesadilla cansada, la beldad se trasmuta en figura siniestra, desmañadamente vestida y tachonada de manchas que reflejan distintas molestias, tal es la humedad del cansancio y el malestar integral que vienen a enjugar las temporadas de reposo.

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25 de junio de 2007
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EL DEDO EN LA LLAGA

            Madrid. Me han dicho que en el Círculo de Bellas Artes se exhiben las fotografías de un artista hondureño de renombre, Andrés Serrano, y he ido a ver la exposición que se llama El dedo en la llaga. Las referencias de los vínculos de Serrano con Honduras no las he encontrado por ningún parte, y no he dado con ellas sino después. Nació en Nueva York en 1950, hijo de un marinero de la costa norte de Honduras y de una cubana a la que abandonó. La madre, sometida a crisis mentales, llevó al niño a Honduras, un viaje fracasado en mucho sentidos, pues el hombre tenía otras tres mujeres, y Serrano habría de regresar más tarde solo, otra vez en busca del padre, como si persiguiera un fantasma.

            He ido primero a ver su serie de La Morgue en un sótano del edificio, aterradoras fotografías de cadáveres que representan un homenaje a la sensualidad de la muerte, cuerpos desnudos que enseñan su belleza congelada, que es a la vez su última fealdad; y luego, he recorrido el piso de la biblioteca donde se exhiben sus retratos de personajes de la cultura pop de los Estados Unidos, desde artistas del vodeville y payasos célebres a miembros encapuchados del Ku Klux Klan, y monjas, frailes, boy scouts. Un formidable artista provocador cuyo Piss Christ, la fotografía de un crucifijo metido en una bolsa de su propia orina escandalizó al establecimiento conservador de los Estados Unidos, tele predicadores y pastores de sectas fundamentalistas, al grado de haber sido amenazado de muerte.

            Un outsider que registra la vida a través del lente descarnado, como lo haría un retratista de caballete, capaz de pintar santos y monstruos. Éste es el hijo del marinero hondureño, que pone el dedo en la llaga.

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25 de junio de 2007
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ILUSIONES DE LA EDAD MADURA

Cuando me siento atraído por una mujer muy joven, por una casi adolescente, recuerdo -más que la novela de Nabokov- un poema de Jaime Gil de Biedma donde se echaba la culpa a la conturbadora belleza de los cuerpos, los gestos y los movimientos de los jóvenes al renacer del deseo en los mayores, “estábamos tranquilos los mayores en esta playa…”. ¿Por qué deseamos a las jóvenes? ¿Por qué las nínfulas, las lolitas, tienen esa atracción fatal en los que ya nos paseamos por la edad madura, incluso en los viejos? No tengo respuestas. Será cosa del demonio. Seguramente es algo así, algún Samael, ese espíritu del mal que anda suelto -como en el excelente relato de Bashevis Singer, La destrucción de Kreshev, que ahora rescatan los de el “Acantilado”-será “Aquél”, como los judíos nombraban al maligno, el que hace que se emparejen los viejos decrépitos y las jóvenes.

También como fatalidad, esta vez sin intervenciones demoníacas, lo cuenta la extraña, sorprendente escritora, tan joven y tan madura, que es Elvira Navarro. En una de sus inquietantes historias, la adolescente Clara, protagonista de su libro Ciudad en invierno, se siente fatalmente conquistada, secuestrada o lo que fuera aquello, por un viejo y solitario mendigo. Eso nos repele. Nos molesta o es motivo de sorna, de burla y de crítica. Ese espectáculo ridículo de los viejos enamorados, o al menos deseantes, de las bellezas de Susana. Tema recurrente, también en la pintura. Hace poco volvimos a ver el inolvidable cuadro de Tintoretto sobre esa pasión imposible.

Escribió Castelao, seguramente enamorado, una obra de teatro Os vellos non deben de namorarse. Casi nadie le hace caso. He conocido, maduros, inmaduros, viejos y hasta muy viejos que se siguen enamorando. Incluso sabiendo que son amores imposibles

Es una pena, una dura realidad, darse cuenta que la edad nos impide hacer del deseo una realidad. Es una derrota más con la que vamos recorriendo éste camino entre largo y muy corto que es nuestra vida de animal deseado y deseante. No me extraña que muchos hayan vendido su alma al diablo. Y que a otros no nos importaría hacerlo.

Antes de llegar al final de esa tan hermosa película de la hija de Coppola, Lost in traslation, nos hicimos la ilusión de que aquél amor entre la joven y el maduro podría tener un final distinto a la obra de Nabokov. No pudo ser. Cada uno sigue su vida. ¿Se podría escribir otro final? ¿Se podría hacer una segunda parte para que Scarlett Johansson y Bill Murray se pudieran encontraran en algún bar del Village neoyorquino? ¿Nos los podemos imaginar como pareja feliz? ¿La diferencia de edad no tiene importancia? Lo podemos intentar no es fácil. Además, ¡qué poco prestigio tienen los finales felices!

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25 de junio de 2007
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La dictadura voluntaria

El paisaje de la estepa de Asia Central es imponente: una planicie sin límites, cubierta en el invierno por la sábana infinita de la nieve. La nueva capital del país, Astana, también es interesante: una ciudad aún en construcción que combina mezquitas, rascacielos ultramodernos y antiguos edificios de la era soviética. Pero sin duda, la principal atracción turística de Kazajistán es su presidente, Nursultan Nazarbayev. 

Nazarbayev, siempre impecablemente vestido, está en todas partes, como Dios. Fotografías suyas acompañado de niños de las diversas etnias kazajas cubren innumerables paredes de la ciudad. En el Baiterek, símbolo de Astana, el visitante puede posar su mano sobre el bajorrelieve en bronce de la mano del presidente. La silueta de esa mano aparece en los billetes de todas las denominaciones. En la facultad de relaciones internacionales de la universidad, la figura del presidente ocupa el centro de un óleo que resume la historia y los personajes notables de Kazajistán. Nazarbayev está montado épicamente en un caballo blanco, pero lleva el traje y la corbata de las fotos oficiales.

En 1989, Nazarbayev fue nombrado secretario general del partido comunista. Tras la caída de la Unión Soviética, sencillamente se quedó ahí. Proclamó la independencia de Kazajistán y convocó a unas elecciones que ganó con el 95% de los votos. Sin duda, la ausencia de contendientes fue una ventaja. Los siguientes comicios han transcurrido en similares condiciones. El pasado mes de mayo, tras los primeros diecinueve años del presidente en el poder, el parlamento kazajo aprobó la reelección indefinida.       

Mirado desde el exterior, el Primer Presidente de la Democracia, como se hace llamar Nazarbayev, cumple con todos los requisitos de un dictador. Existe una oposición pero es testimonial y prácticamente carece de acceso a los medios de comunicación, casi todos en manos de socios o familiares del presidente. Según informa la cadena Al Jazeera, uno de los líderes opositores, Altynbek Sarsenbaiuly, denunció un fraude en las elecciones de 2005. Posteriormente fue hallado muerto a tiros en su coche junto a su chofer y su guardaespaldas. El autor de un blog –peligrosa fuente de información libre– afirmó que Nazarbayev estaba “en cierto sentido” detrás del crimen. El bloguero fue condenado en enero a dos años de prisión por libelo.

Y sin embargo, si uno consulta a los ciudadanos de Astana, sólo encuentra expresiones de afecto a Nazarbayev. La población –o al menos todos los que conozco– agradece al presidente haberlos sacado del difícil periodo postsoviético. Además, al compararse con sus vecinos de Medio Oriente, aprecian especialmente la paz y tolerancia con que conviven las distintas etnias de su país, incluso judíos y musulmanes. Todos destacan que en Kazajistán no hay terrorismo.

Nazarbayev también ha creado grandes expectativas. Los ciudadanos perciben la progresiva prosperidad de la mano de sus enormes reservas de petróleo, gas y uranio. Y Kazajistán usa con habilidad su posición geopolítica. Le ha ganado a Europa varios contratos energéticos con Rusia, y provee también a China. Por su parte, Occidente necesita a Kazajistán para su estrategia en Medio Oriente, desde la logística militar para Afganistán hasta la presión política a Irán. Esa ubicación estratégica le ha valido a Nazarbayev una entrevista personal con Bush. Y es el único líder que proclama su herencia musulmana y mantiene excelentes –y muy rentables– relaciones con Israel.

Los líderes internacionales no están preocupados por las sospechas de dictadura que recaen sobre su amigo, ya que Kazajistán está completamente fuera de la opinión pública. Carece de corresponsales extranjeros, y lo poco que se sabe de él tiene que ver con la película del personaje Borat, que por cierto, nunca visitó Kazajistán.

Ese muro aislante también proyecta su sombra sobre la cultura política de los kazajos que conozco durante mi viaje. Una estudiante a la que el estado le ha expropiado su casa considera que eso es natural, que no tiene derecho a exigir nada de las políticas públicas. Incluso un joven ingeniero que es crítico con la situación evita dirigir sus quejas al presidente. Al contrario, él está indignado con la oposición, a la que considera “demasiado débil y pusilánime”. Según afirma, él nunca ha tenido miedo de expresar sus opiniones en público, ni cree que los opositores sean maltratados en su país.   

La gente con que hablo no es ciega ni incondicional. Sospechan que el presidente deriva recursos del estado a cuentas personales, y muchos afirman que incluso los opositores forman parte del sistema, y sólo fingen oponerse para legitimar al presidente. Pero consideran que es un precio razonable a pagar por el bienestar del que disfrutan. Muchos de ellos están de acuerdo en que es imposible que Nazarbayev gane las elecciones con más de un noventa por ciento de los votos, pero no dudan que le respalde el setenta u ochenta por ciento de los kazajos. La mayoría de ellos me recuerdan a muchos votantes latinoamericanos de Fujimori, Uribe o Chávez: básicamente, ciudadanos que no creen que una democracia formal sirva para resolver sus problemas, y votan democráticamente por gobernantes autoritarios.
El peculiar sistema político de Kazajistán encarna una situación que se ha globalizado después de la Guerra Fría. Hoy en día, los países con grandes problemas de pobreza o inseguridad ya no expresan su descontento situándose en un lado o el otro del espectro ideológico. Las reglas del juego han cambiado, y los límites del campo están trazados con la delgada línea roja que separa la dictadura de la democracia.

Artículo publicado en: El País el 19 de junio. 

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25 de junio de 2007
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Cuando ya todo es historia

Hasta hace pocos años los labriegos, terminada la jornada, regresaban al hogar y pasaban horas ensimismados ante el fuego viendo saltar las chispas de algún recuerdo. Era su televisión. Hasta bien entrado el siglo XX la población campesina era mucho más numerosa que la urbana, así que para la mayoría de los humanos no había otra diversión. Se le podía añadir el rosario y entonces la televisión conectaba directamente con Dios jugando solitarios. En aquellos hogares el tiempo era eterno y carecía de historia.

Nosotros, sin embargo, hemos nacido con un horizonte que nos cruza los ojos y al que llamamos “historia”, modo disimulado de admitir que ya ningún tiempo es eterno y somos personajes de una tragedia o comedia cuyas sucesivas escenas son tan efímeras como nosotros mismos. Paradójicamente, la historia nos ha permitido perder la memoria.

En la monumental pero de todo punto imprescindible Postguerra de Tony Judt (Taurus, 2006), se expone la historia de Europa a partir de 1945. Mientras uno lo va leyendo, ve convertirse en cuadros históricos sus recuerdos, las experiencias íntimas, incluso los olvidos: la sintonía de la BBC en tiempos de Franco, el inverosímil tañido de la guitarra eléctrica, el vuelo de las faldas acampanadas, la desaparición de los caballos por las calles de la ciudad, el aroma de las motocicletas. Los adultos nacidos después de 1950 ven su retrato colgado del museo y deben renunciar a muchas fantasías. No éramos como suponíamos, sino como la historia nos ha congelado para siempre. Los nacidos después de 1960 hallan aquí la explicación de su herencia: cómo se hizo obscenamente rico el tío Manuel y por qué nadie habla de tía Celia, aquella belleza frágil y perfumada.

Leyendo este libro admirable, el pasado se convierte en destino. Lo que creímos una vida libre y caótica se muestra como algo fatal y ordenado. Nuestras exaltadas decisiones eran mera obediencia. Las pasiones, hilos de marioneta. Creíamos vivir una vida irrepetible, pero lo cierto es que ya estaba escrita en las chispas del hogar, en los solitarios de Dios.

Artículo publicado en: El Periódico, 23 de junio de 2007.

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25 de junio de 2007
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‘MAKING TIME’: EL TIEMPO QUE PASAMOS JUNTOS

            Madrid. He recorrido las salas  aún vacías de la ampliación del Museo del Prado realizada por Moneo, donde en el futuro próximo se colgarán los cuadros de las exhibiciones especiales, y lo he hecho en una doble compañía: la de las fotografías del artista alemán Thomas Struth (1954) de su serie Making time, y las del proceloso público del que formo parte, que recorre las nuevas galerías con ruido de tropel, y que su vez está retratado en las fotos de Struth. Porque las fotos son de visitantes del antiguo edificio del museo, gente que ve viéndose, que mira los cuadros desde las fotografías, y de esta parte nosotros podemos verlos a ellos viendo, es decir, podemos vernos en el acto de ver.

             La multitud congelada, que al quedar estática frente a la cámara nos da la oportunidad de admirarla, rostro por rostro, actitud por actitud, congregada frente a las pinturas, y fotografiada de manera que el ojo de la cámara parece ser, a veces, el de cualquiera de los personajes de los cuadros. Nos ven desde la pared las Meninas, nos ven los enanos de Velásquez. Nos devuelven la mirada.

             Es el todo desarticulado en sus partes, el todo de los individuos que miran, se asombran, enseñan deleite, o indiferencia, o cansancio o confusión, y que al aparecer en las fotos de Struth son transferidos a los cuadros, y nos miran a nosotros desde las fotografías como imágenes de otros cuadros, porque son ya parte del museo que han llegado a visitar, y parte de los cuadros que han llegado a ver.

             Eso es lo que se llama ver y ser visto desde las paredes.

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22 de junio de 2007
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LA IDENTIDAD DEL ESCRITOR

Algunos tuvimos siempre como divisa la inseguridad. Pero se debe ganar seguridad a la fuerza como la única forma de mantenerse más tarde en pie. La inseguridad en la juventud se hace bailable pero, siendo mayor, es una fuente de depresiones, miserias y despeñamientos. La seguridad, ahora, no procederá de la confianza en los valores de uno mismo sino de la constatación del inseguro sentido del valor. Los lectores -cuando se han tenido- enseñaron la polivalencia de sus juicios, y los críticos tres cuartos de lo mismo. Ahora debe de ser uno quien decida sobre el grado de acierto de sus realizaciones, lo que no es igual a cerrar los ojos y los oídos a los pronunciamientos de los demás. Poco a poco con el tiempo uno va guisándose su propio estofado y eso es el estilo, la identidad como escritor, la marca de la escritura. Habiéndose formado esa huella con fuerza suficiente uno se siente más seguro. Puede expresarse a partir de ese lenguaje, describir mediante esa gama de colores, cantar o llorar dentro de unos registros afinados de acuerdo a la propia personalidad, adjetivar de acuerdo a una inspiración que se ha instalado como una caja sonora, cromática, surtida en nuestro interior de determinados materiales. Todo esto son instrumentos singulares que rechazan la comparación y son, a su vez, en cuanto herramientas activas, coproductores del mundo particular desde el que el autor se expresa y donde el autor habita con más conocimientos y seguridad que cualquier otro ser mortal. De ahí la gran verdad de tú no eres mejor que nadie y nadie es mejor que tú. Y viceversa.

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22 de junio de 2007
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