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Blogs de autor

¡Más, más, más, cuando menos!

Por 12 de julio de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Los vicios son celosos, cómo no. Empeñados en nunca parecerse a las virtudes, nos engañan fingiendo que están en nuestras manos sólo para ponernos entre las suyas. Sobre todo los de alta jerarquía, capaces de vencer a los demás y someterlos a su estricto antojo. Huelga decir que son antojadizos, y ello los hace comúnmente renuentes a dar explicaciones sobre su proceder. No hay tiranos más soberanos que los vicios, ay de aquél que pretenda mangonearlos.

Frente a mis propios vicios suelo asumir una actitud abierta y negociadora. Lejos de confrontarlos —nada más indeseable que ser presa de vicios balcanizados— trato de estimular la sana convivencia. Finalmente, ninguno quiere irse. Como diría la abuela, a dónde van que más valgan.

Los vicios se creen únicos, tal es su tara. A menudo también se piensan infinitos, apoyados en un sofisma de tufo clerical según el cual lo que no tiene inicio tampoco tendrá fin. No los vemos llegar, esa es otra de sus arteras ventajas. Pero insisto, hay de vicios a vicios; su jerarquía emana de su voracidad. Éste, el de la escritura, por ejemplo, acepta toda suerte de vicios subalternos, pero a ninguno por encima de él. Y eso sí que lo sabe y lo resiente quien tiene el desatino de dormir junto a uno.

  —Yo con usted no duermo, recuerde que según la cláusula 98, inciso F, soy mística de noche y fantasmal de día —en términos vaticanos, una musa equivale a un guardia suizo. Su trabajo es cuidar en todo momento la preeminencia del vicio mayor. Afrodita del Carmen no es celosa, pero igual cumple su alto cometido con celo de pantera bipolar.

Todo vicioso desarrolla alguna vocación de saqueador. Saquea la memoria, las horas hábiles, los instantes de sueño, conforme el vicio va pidiendo más y el interfecto encuentra que no sabe negarse. Para suerte de todos, los vicios son como animales corral, y así establecen normas de convivencia que nadie más entiende, aunque se esfuerce.

—El amor es un vicio vestido de servicio, coleguita —hay que ignorarla a ratos, por su bien.

Alimentar un blog con regularidad es un quehacer con propiedades anticonceptivas tan poderosas que llega a convertirse en causal de divorcio. Yo no digo que amar y escribir sean vicios opuestos y excluyentes, pero es verdad que a diario se arañan con navajas afiladas por un rencor tan viejo como el tiempo. El amor se cree real; la escritura, divina. Y no son más que vicios. Tiranos que se dicen de mi parte, mientras deciden qué van a hacer conmigo.

Supuestamente uno ama todo el tiempo. 24 horas diarias: qué patraña indecente. Lo único que puede hacerse a cada instante, amén de respirar y envejecer, es saquear compulsivamente la realidad. Uno escribe sólo para exhibir sus saqueos preferidos. Tal vez sea el amor el más grande de todos, pero ni eso le evita ser uno más.

  —Por eso digo que prefiero ser musa. Sé con quién amafiarme, coleguita. Qué quiere que le diga, no me hallo en los equipos perdedores.

  Los vicios son celosos y además egoístas, pero nadie como ellos sabe ser generoso a la hora en que el vacío cobra cuerpo y las debilidades ganan fuerza. "Peor es nada", decían las abuelas. "Peor es La Nada", corrigen los vicios.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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