Jean-François Fogel
Es lo peor que se puede hacer con un libro: cocinarlo. Hablo en serio: la revista New York (que tiene buenas reseñas sobre los libros) pidió a un chef cocinar Heat, el libro de Bill Buford. El método elegido es un paso rápido por un sartén con aceite, vino y salsa Tabasco. Las fotografías muestran un resultado definitivo: así se verifica que un libro no se puede comparar con chipirones. Es mejor comer el libro crudo, con los ojos, y pasar a los chipirones por el sartén, antes de comerlos con la boca.
La razón del insólito experimento es la estupidez de la publicidad para la edición de bolsillo de Heat: "Now stain-resistant!", "kitchen-friendly", "waterproof" (no se puede manchar, no tiene problemas en la cocina, resiste al agua) promete la casa editorial Vintage en un intento de desperrado de estimular la lectura de la obra en la cocina.
Buford, que fue el editor y mejor dicho el inventor de Granta tal como la conocemos y luego el editor de ficción del New Yorker, acaba de tener un gran éxito de crítica y comercial con este libro dedicado a un reportaje sobre la cocina de un chef, Mario Batali, en Toscana. Así consiguió su reconversión de la ficción a la no-ficción en términos norteamericanos. Pero su editor no inventó el libro que nos falta: el libro que lo aguanta todo. Lo que hizo para la edición de bolsillo fue poner una capa de plástico en la tapa, como para muchos otros libros. A lo mejor, si se pone el libro de Buford sobre unas gotas de agua en una mesa, no pasa nada. Mas allá, sabemos que entre los enemigos del libro, el agua permanece en la primera fila, al lado del fuego. La mala broma de la revista New York era combinar los dos enemigos que, por suerte, nunca actúan juntos.