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SIN RISA

Los animales no ríen porque son del todo incapaces de tomarse a broma. Cuando se medita sobre esta  carencia es fácil comprender la tremenda limitación de la vida animal. Es decir, la extrema maldición de vivir sin  conocer el sentido del humor y sin humor alguno. La existencia completa, de principio a fin, se sume en la oscuridad de la gravedad. Todo es grave para un animal y simultáneamente falto de todo sentido porque la anulación del  humor se lo lleva todo consigo.

Por contraste el gozo de vivir reclama indefectiblemente el perfil de la ironía, la división que introduce el humor, la posibilidad de ver las fisuras del mundo y contemplarlo con una mirada superior. Una mirada superior a la mirada con que el mundo nos contempla.

El animal redunda con su mirada en la que le llega de la Naturaleza y sucumbe poseído por la tediosa opacidad de lo obvio.

La inteligencia del ser humano, en cambio, induce a la interrogación, la interpretación, la contradicción, la paradoja, el ridículo y la risa.

No hay ser más elemental que quien basa su vida en la gravedad, la suprema consistencia moral, el apelmazamiento del ser y el estar, el uno igual a sí mismo, tal como se manifiesta en la perfecta quietud de los animales.

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10 de julio de 2007
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BORGES, BIOY, BOSWELL

Se publican dos críticas, casi a la vez, sobre el Borges de Adolfo Bioy Casares. Una firmada por David Gallagher, en el Times Literary Supplement; otra de Juan Villoro en Letras Libres. Ambas son de altísimo nivel, con visión y numerosas referencias. Ambos autores hicieron lo que no hice todavía: leer por completo un monumento de más de 1.660 páginas. Ambos textos apuntan al paralelo entre la relación Borges/Bioy y la relación Samuel Johnson/James Boswell.

¿Podemos poner al Borges de Bioy al lado de Vida del doctor Samuel Johnson de Boswell? Ambas críticas contestan de manera afirmativa. “Borges encuentra su Boswell” es el título de la crítica de Gallagher. “Bioy does seem consciously to have cast himself in the role of Borges’s Boswell” (parece que Bioy se atribuyó de manera consciente el papel de Boswell de Borges), escribe el crítico inglés. Por su parte, Villoro cuenta cómo Bioy, durante una visita a México en 1991, se dedicó a explicar “una paradoja: Johnson le parecía un autor más importante, pero prefería leer a Boswell”. En este momento, Bioy soñaba con el papel de Boswell, pues ya había acumulado una montaña de notas sobre Borges sin revelar su actividad, tal como Boswell se dedicó a recopilar el más mínimo dato sobre Johnson sin decir nada de su trabajo de espía.

"Con la excepción de Lennon y McCartney o Laurel y Hardy es difícil pensar en asociaciones artísticas más fecundas en el siglo XX e imposible dar con otra más duradera" opina Villoro. La verdad es que los dos argentinos tienen una maldad insuperable cuando se trata de hablar de otros escritores, con clara ventaja para Borges en el arte del desprecio. Las muestras del arsénico borgesiano elegidas por Villoro son francamente para morir de la risa. En un momento de suma hostilidad hacia los españoles, Borges llegó a hablar de un encuentro con un “español antropomorfo”.

Tanto Bioy como Boswell arremetieron con entusiasmo en contra de sus respectivos maestros, hundiéndolos en sus detalles mezquinos, manías y rasgos insoportables, pero no se puede hablar del siglo XVIII en Inglaterra sin pensar en Johnson gracias al libro de Boswell. No estoy seguro de que Bioy ayudó a Borges de la misma manera con relación al siglo XX, aunque tenemos a su Borges para ratos. El “Borges come en casa”, que es la frase más común de Bioy, ubica a veces su obra en una especie de relato doméstico, pero no podemos negar que se trata de uno de los grandes testimonios literarios de los últimos tiempos.

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10 de julio de 2007
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Una musa es una musa es una musa

Octavio Paz contaba la anécdota del librepensador que, harto de discutir con un obispo y un marxista ortodoxos, abandonó la mesa sentenciando: "Los dejo con sus masas y sus misas, yo me voy con las mozas que son mis musas." No sé si sea del todo conveniente, y desde luego no es mentalmente sano, transformar a una moza en una musa, pero al menos se trata de un engorro evitable. Contra el proceso inverso no hay defensa. Por más que la interfecta se identifique como musa profesional, presente credenciales y enarbole una carta de El Boomeran(g) donde se le encomienda la misión respectiva, no puede uno evitar el grito de la carne detrás del resplandor.

—¡Quietos, perros! —rugió casi Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels una vez que acabó de acreditar el ímpetu de la jauría que irremediablemente dejé escapar tras ella. Pero no parecía muy asustada. Al contrario, sus ojos daban miedo. De haberme hipnotizado en un parpadeo, Afrodita de súbito me contemplaba con la resolución de quien se basta sola para castrar un buey.

Lejos de interesarme en comprobar sus dotes carniceras, tampoco me acababa de creer su coartada, y de hecho tenía más de una razón para sospechar que la tal Afrodita era una impostora, o una estafadora, o en cualquier caso un peligro latente. "Estas cosas no pasan", me decía, con ese irresponsable paladeo vital implícito en las ganas de rebasar la frontera borrosa de lo verosímil. "Nadie me va a creer", piensa uno.

—Esa es otra razón para escribirlo, coleguita —disparó intempestivamente Afrodita, cual si hubiese leído mis reflexiones íntimas.

—¿Escribir qué? —intenté desafiarla, un tanto infantilmente.

—Escriba lo que sea, pero ya, que se nos va a hacer tarde.

—¿Y así es como pretende usted inspirarme, señorita Martínez-Goebbels? —no le tenía miedo a ella, sino a mí. O en fin, al zombi en que Afrodita podía convertirme en un tronar de dedos. Había que defenderse, por más que fuera inútil y quién sabría si contraproducente.

—La inspiración es pura transpiración, y yo con sus fluidos no me mezclo. Mi papel como musa es exclusivamente incrementar su productividad. Me encanta dar fuetazos, coleguita.

Es seguro que otro que no fuera yo habría sacado a empujones a otra que no fuera ella. De modo que no había nada qué hacer, de muy poco valía intentar resistirse a la fuerza centrípeta de sus solas pestañas, empeñadas en orillarme a encontrar una moza de carne, hueso y entraña en la figura etérea de una musa.

—Tampoco tan etérea, tenemos un contrato y hay que cumplirlo. Y antes de que me diga que ya le estoy leyendo el pensamiento, sépase de una vez, coleguita, que está tratando con una profesional. Todos piensan igual, y hasta en el mismo orden, apenas una llega y se presenta. No sé cómo hacen para no escribir todos la misma novela.

No debería ser motivo de alegría verse identificado con el capataz, pero es un hecho que ahora mismo prefiero someterme al látigo inclemente de su ironía y no al garrote vil de su silencio. No me importa si miente o si me estafa, y si llego a enterarme preferiría hacerme el disimulado. Repetiría cien veces que estas-cosas-no-pasan.

—¿Seguro que no pasan, coleguita? —una de dos: Afrodita del Carmen me está leyendo el pensamiento por telepatía simple o por tecnología bluetooth. En cualquier caso, es una mujer peligrosa. Y es aún más peligroso llamarla mujer. O llamarla siquiera con el pensamiento. Que es como comúnmente llamamos al diablo. Ahora que si las cosas siguen como van, no me parecería del todo extravagante comenzar cualquier noche a llamarlo suegro.

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10 de julio de 2007
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EL ESTADO CONTRA LAS MUJERES

Para que no sepamos hacia dónde nos dirigimos, la furgoneta que nos transporta lleva todas las ventanas cubiertas, como una carroza fúnebre, y sólo nos apeamos de ella después de que el portón del garaje se cierra a nuestras espaldas. Desde el interior de esta casa, es imposible deducir en qué barrio nos encontramos. Tras las ventanas esmeriladas sólo se adivina una reja metálica. Los muros de la azotea miden más de dos metros y están rematados por alambre de púas. Alrededor no se ven edificios ni se escucha el barullo de la ciudad. La única indicación geográfica es la bandera de Guatemala que emerge desde algún tejado vecino.

El dispositivo de seguridad –que incluye una guardia armada de tres ex guerrilleros y nueve cámaras de vigilancia- parece digno de un cuartel subversivo, o de la sala de torturas de algún inescrupuloso servicio secreto. Pero los decorados de la casa desbaratan esa posibilidad: las paredes pintadas de colores vivos, la cocina americana con sus manteles floreados, el salón de juegos con juguetes y muñecas, recuerdan a la casita de una familia feliz.          

Este bunker con interiores de muñeca Barbie es el albergue para mujeres de la Fundación Sobrevivientes de Guatemala, que trabaja con mujeres víctimas de la violencia. Las mujeres en situación de riesgo por maltrato doméstico son trasladadas aquí hasta que el juez tramite la orden de alejamiento que les permita volver a casa a fuera de peligro. Pero fuera de estos muros inexpugnables, pocas están realmente a salvo. Los casos que lleva la Fundación oscilan entre el acoso psicológico y la mutilación con machetes. Si no de sus esposos, las mujeres son víctimas de las maras, de los traficantes o incluso de los policías. Desde el año 2000, cuando se inició el registro de muertes, han sido asesinadas 3300.

Las señales de violencia están por todo el país. Verdaderos ejércitos de seguridad privada consumen un presupuesto de 300 millones de euros, lo mismo que el Ministerio de Salud. Los vigilantes de las tiendas no llevan garrotes sino fusiles. Los carteles de un candidato a las próximas elecciones rezan: “vote con mano dura”. Pero aunque todos los guatemaltecos sufren los altos índices de delincuencia, la dominación física, económica y cultural masculina deja a las mujeres en situación de especial debilidad. Más aún, Norma Cruz, directora de la Fundación, considera que están más indefensas hoy que durante el conflicto armado que desangró a su país durante 36 años. Según dice: “durante la guerra, al menos sabíamos quién era el enemigo. Pero ahora, el ataque puede venir de cualquier parte”.

Con frecuencia, el ataque llega del mismo Estado. En las oficinas de la Fundación se repiten siempre las mismas descripciones kafkianas de procesos administrativos. Las más indignantes son las referidas a homicidios: tras el hallazgo del cadáver de una mujer, la Policía lo examina. Si lleva barniz de uñas o minifalda, la investigación asume como hipótesis que se trataba de una prostituta y, por lo tanto, de algún ajuste de cuentas entre maras o delincuentes que no vale la pena investigar. Los médicos forenses de confesión religiosa –que abundan en un país tan conservador- argumentan objeción de conciencia y se niegan a revisar las partes íntimas de la mujer. Si nadie reclama el cuerpo en 36 horas, lo entierran en una fosa común. En cualquier caso, la ropa y objetos personales de la víctima se tiran a la basura, y así, toda la evidencia del proceso penal desaparece. Dadas las circunstancias, por los 665 casos de mujeres asesinadas en 2005 no existe ningún proceso abierto, ningún condenado. E incluso cuando se condena, se hace con indulgencia: recientemente, un policía que violó y asesinó brutalmente a una mujer fue condenado sólo a quince años. El juez consideró atenuante que el agresor estuviese de vacaciones.

Según Norma Cruz, la tradición feminicida del Estado guatemalteco data del conflicto armado. Por entonces, los soldados consideraban a las mujeres un blanco prioritario, porque parían y luego cuidaban a los futuros guerrilleros. Así que matarlas no bastaba. Creían necesario arrancar a los fetos de sus cuerpos.

Cuando no letales, las instituciones públicas son indiferentes. Con el fin de convencer a su grupo parlamentario de aprobar un presupuesto para la fundación, la diputada Myrna Ponce tuvo que recurrir a métodos poco ortodoxos: todas las mañanas, repartía en la bancada fotos de los cuerpos femeninos mutilados, y les repetía a sus colegas que esas víctimas podrían ser sus hijas. Myrna pertenece a la derecha política, pero la indiferencia ante este tema carece de sello ideológico. Norma –que es una guerrillera desmovilizada- tiene las mismas quejas respecto a la izquierda.

En el fondo, los políticos y funcionarios no consideran un deber ocuparse de esto. Para ellos, los casos de violencia criminal no son especiales, y los de maltrato doméstico corresponden a la vida privada de las involucradas, no a la esfera pública. Muchas mujeres que llegan a las comisarías ensangrentadas son devueltas a casa, para que se amisten con el marido. Muchos jueces, antes de un juicio por violación, recomiendan a la víctima buscar un arreglo económico con el agresor. La violación a secas se arregla con tres mil quetzales (trescientos euros). Cinco mil si hay embarazo de por medio. Otra solución recomendada es casar a la víctima con el agresor para reparar su “honra”.

La cultura de la violencia que genera estos crímenes no distingue sexo. De hecho, mueren muchos más hombres que mujeres en Guatemala. Pero la violencia de género responde a motivaciones penales específicas. La mayoría de los delitos se cometen con fines de lucro. La violencia política responde a ciertas imágenes de lo que la sociedad es y debe ser. En cambio, el maltrato doméstico, las violaciones y los crímenes pasionales parten de la noción de que el hombre puede disponer de las mujeres como una propiedad. Para garantizar un desarrollo igualitario y justo, el Estado necesita combatir esa cultura. La paradoja en buena parte de América Latina es que el Estado forma parte de ella.

Hasta ahora, Norma y Myrna han conseguido grandes avances, han redactado un proyecto de ley, han propuesto la creación de juzgados específicos. Pero para que una democracia funcione, no le bastan convocatorias electorales y garantías escritas. Es esencial el principio de igualdad ante la ley, que existe dentro de la cabeza de las personas, como un reconocimiento a la humanidad ajena. Por eso, la labor más ardua de estas dos mujeres es la educativa: enseñarles a los guatemaltecos –tanto a las mujeres como a los funcionarios- cuáles son sus derechos y cómo se defienden. Crucialmente, la Fundación ha ido creando conciencia de que existe un problema. Pero la condición trágica de su misión es que la sangre siempre corre más rápido que las ideas.      

Artículo publicado en: El País, 7 de julio de 2007.    

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9 de julio de 2007
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III. EL MISMO LADRILLO

Uno puede conformarse con la tolerancia, pero más allá de la tolerancia se hallan la convivencia y el entendimiento. Hay gente que concurre a los mismos espacios sociales, compra en los mismos supermercados, va a los mismos cines. Se tolera, pero no intenta comprenderse. Al negarse a ceder su asiento a un blanco en el autobús segregado de Montgomery, Alabama, en 1955, Rosa Parks logró que los negros pudieran sentarse al lado de los blancos. Logró tolerancia, pero desde allí a que los blancos se imaginen como negros, o viceversa, todavía queda un largo trecho largo por recorrer. O que un ladino de la ciudad de Guatemala se imagine como un indio maya mame de los Cuchumatanes, o un mestizo de Santa Cruz de la Sierra se imagine como un indio aymara del altiplano boliviano. O un costarricense como un nicaragüense. O un español como un marroquí, o un francés como un argelino. O un cristiano como un musulmán, o viceversa.

No basta tolerarse. Hay que hacer el viaje de nuestra mente hacia la mente ajena, y vivir dentro de ella lo suficiente para que, al salir, ya no seamos otra vez los mismos. De ninguna otra manera podría resolverse el conflicto recurrente, odioso y tan sangriento entre israelitas y palestinos, que deberán vivir un día en paz, compartiendo el mismo ladrillo en que los han confinado la geografía y la historia. Y en América Latina, vivimos en ladrillos de diferentes tamaños.

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9 de julio de 2007
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OTRO SOL

La tristeza nace, en general, de un desajuste entre nuestras expectativas y la realidad. Es posible decir otras cosas más pero basta para entenderse. Algo ha salido mal y la tristeza es la secreción inexorable que nos vuelve contritos. Contritos y concentrados en una espontánea tarea personal dedicada a revisar la situación, merodear entre los restos de la destrucción y analizar la composición del explosivo. En esta fase poco importante puede hacerse en la vida exterior porque la investigación se dirige intensamente a la revisión y la reflexión. Toda la luz posible se orienta hacia el doloroso suceso del inmediato pasado y el futuro inmediato se ensombrece.

Entre penumbras y con las fuerzas destinadas a la auscultación profunda del siniestro, el cuerpo se siente también debilitado y se inclina hacia la inmovilidad y la depresión. Este estado parece a primera vista improductivo o estéril, pero ¿cómo edificar nada nuevo y consistente sin construir otros cimientos sobre una tierra firme? Tierra firme o aplastada, suelos que tras reabsorber el llanto o la inundación recobran la prestancia para sostener otra vez la vida. La tristeza despide amargos aromas y entinta negativamente la relación con el mundo y los demás, pero se trata de un periodo necesario al modo de una purgación biliar. Más allá, el mismo aparato digestivo buscará la provisión solar y, gradualmente, una espontánea fluidez de la alegría. 

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9 de julio de 2007
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El gigante animado

El futuro del cine tiene nombre y se llama Brad Bird. Como nunca me enganché del todo con The Simpsons (mea culpa), tardé en descubrir que era uno de los responsables del fenómeno, en carácter de aliado creativo de Matt Groening; pero terminé rindiéndome ante la evidencia con su película El gigante de hierro. (The Iron Giant, 1999.) En ese largometraje de animación ya estaban presentes las características de su cine, que podrían ser sintetizadas en tres palabras: historia, historia, historia. Está claro que el cine de Bird tiene otras marcas, como el refinado buen gusto de los diseños que elige para cada filme y la calidad sublime de su animación: esto quedó claro con The Incredibles, que escribió y dirigió –creando, de paso, la inconfundible voz de uno de sus mejores personajes, la diseñadora de trajes Edna Mode-, y acaba de ser reafirmado con Ratatouille, la nueva película de esa factoría de maravillas llamada Pixar. Pero antes de alabar sus dotes para las áreas más técnicas del proceso sería preciso, creo, subrayar su talento de narrador.

Bird tiene ese toque de los verdaderamente grandes, que le permite hilar historias que conmueven tanto a los niños como a los adultos. Como Dickens y Hans Christian Andersen en su momento, como Spielberg durante el siglo pasado (y tal vez en el XXI, si el nuevo filme de Indiana Jones le sale bien), Bird sabe que una buena historia contada con inteligencia puede llegar a todo el público, sin excepciones. Y en sí mismos, sus relatos sirven como perfecta cápsula del tiempo en que fueron concebidos. El gigante de hierro era la historia de un niño a quien le caía del cielo el mejor juguete del mundo, pero también una fábula sobre los desastres a los que conduce una política paranoica. (El filme se refería a los miedos engendrados durante la Guerra Fría, que en buena medida han sido revividos por la administración Bush.) The Incredibles era la historia de una familia con superpoderes, al mismo tiempo que una fábula sobre una sociedad (otra vez) paranoica, que sospecha de los diferentes y está dispuesta a pagar cualquier precio para meterlos en caja –aunque esto implique además desdeñar la excelencia y nivelar hacia abajo.

Se trata de filmes que resisten múltiples visiones, y que en consecuencia serán revisitados por generaciones enteras en su tránsito hacia la adultez… y por los adultos en tránsito a la niñez, como decía Marechal. Con el paso del tiempo, uno encuentra en ellos nuevas lecturas y sutilezas interminables. La flamante Ratatouille no hace más que confirmar su desarrollo como narrador. Por una parte, nos anima a ponernos en el lugar de un ‘otro’ al que solemos despreciar: las secciones del relato dedicadas a mostrar cuán terrorífico es ser una rata en un mundo de humanos quitan el aliento. El hecho de que la rata Remy sea un chef excelente no hace que su socio entre los hombres, el tan torpe como encantador Linguini, se sienta desplazado de un rol que otros, por ejemplo el cocinero Skinner (en inglés, skinner sifnigica despellejador), defenderían como exclusivo de los humanos. En las películas de Brad Bird, el villano es siempre un envidioso. Por lo demás, sus personajes principales suelen ser complejos, tridimensionales, esto es más ‘humanos’ que muchas de sus contrapartes de carne y hueso: hay más personalidad en Remy que en todos los personajes que Tom Cruise interpretó en los últimos diez años.

Cuando tenía 13 años, su primer corto lo convirtió en discípulo de Milt Kahl, uno de los célebres Nueve Hombres Viejos del departamento de animación de los Walt Disney Studios. Varias décadas más tarde, Brad Bird es simplemente uno de los mejores cineastas del mundo. La gente suele subestimar a los que trabajan en el territorio de la animación, del mismo modo en que, dicho sea de paso, suele subestimarse a los que escriben relatos para niños; para mí Roald Dahl no es un gran escritor para chicos, sino un gran escritor a secas. Quizás ahora que ha prometido dirigir un largometraje con actores reales revalide sus títulos en la arena de las convenciones. Pero si no le sale bien, que vuelva al cine de animación: todos los que lo admiramos estaremos muy agradecidos.

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9 de julio de 2007
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ESTRAVAGARIO

Esta es una palabra que no elegí. Me persigue desde hace tiempo, quizá demasiado tiempo. Me encuentro cómodo en ella. Soy un poco raro y nunca me encuentro bien definido en grupos definidos. Como estravagario no está en ningún lugar, me gusta el sitio que ocupa.

Aunque, para decir algunas cosas concretas, habrá que recordar que es una palabra que tiene su autor. Algunos abogados y defensores de los derechos de autor dirán que también tiene sus derechos, no quiero decir su copy, ni esas cosas que dicen ellos. Yo sé que vino de ese grandote poeta, tan irregular, tan excelente, tan contradictorio -siempre eso, siempre así los que me gustan, mis semejantes, mis hermanos- que se llama Pablo Neruda. Alguna vez hablé de Pablo Neruda con ese poeta que ahora es Ministro, ¡qué raro!... Bueno, también Pablo, estravagario, fue diplomático. Qué risa. O mejor, ¡qué suerte!, al menos qué suerte para sus amigos. Un diplomático, bebedor, enamoradizo, serio y poco serio. Estoy un poco confuso, a punto de llegar a la ciudad tan querida, tan atlántica, tan extrema y tan contenida de Coruña. Ya veremos, al menos miraré al atardecer el humo de los barcos. Nunca coleccionaré mascarones de proa, pero me gusta ver partir, incluso llegar a los barcos.

Ahora que nuestro mundo cultural estará tan poético, antes de los naufragios y al lado de la tripulación, al menos de algunos que canten bien de esa tripulación, abro el libro del amigo Pablo. En Estravagario, ese libro menor según tantos listos, profundos, sentenciosos, me encuentro muchas veces. Me paro en una que define bien mi voluntad involuntaria que habla sobre mi mala educación…. "…Así para salir de dudas/ me decidí a una vida honrada/ de la más activa pereza, / purifiqué mis intenciones, / salí a comer conmigo solo/ y así me fui quedando mudo. / A veces me saqué a bailar, / pero sin gran entusiasmo, / y me acuesto solo, sin ganas, / por no equivocarme de cuarto. / Adiós, porque vengo llegando. / Buenos días, me voy de prisa. / Cuando quieran verme ya saben: / búsquenme dónde no estoy / y si les sobra tiempo y boca / pueden hablar con mi retrato."

Otro día hablaremos del gobierno. ¿O era: “mañana hablaremos del gobierno”? Sea lo que sea, algún día hablaremos del gobierno…o no.

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9 de julio de 2007
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¿Qué tal, comandante Chávez?

Este es un buen momento para mirar a Venezuela. No tanto por la Copa de América de Fútbol -que interesa a los venezolanos, aunque no va a sacarlos de su fascinación por la pelota (base-ball)-, sino por la caminata desde ahora muy difícil del líder de la revolución bolivariana, el comandante Hugo Chávez Frías. Desde hace unos días, cuando fue recibido por Vladimir Putin en la misma víspera de un encuentro del presidente ruso con George W. Bush, se ve que la apuesta de Chávez para acercarse a Rusia, Bielorrusia o Irán no le abre ningún camino real. Sus sueños del Este chocan contra la realidad geográfica.

En América Latina, a Chávez tampoco le va bien. Se apartó de la Comunidad Andina (Can) para priorizar un acercamiento al Mercosur que ahora tampoco va a salir. Cuando Andrés Oppenheimer titula una columna “La pelea de Chávez con el Sur” está más cerca de una noticia que de un comentario: Chávez no encuentra su camino fuera de Venezuela.

Si revisamos el itinerario de Chávez desde su llegada en el escenario político, utilizando por ejemplo la animación del Council on Foreign Relations vemos que por primera vez el hombre que tiene todos los poderes llega a un punto muy delicado en su construcción del “socialismo del siglo XXI”. Se mantienen sus peleas con los viejos adversarios como la iglesia. Son peleas que nunca van a tener un desenlace; sería mejor tener enemigos políticos en el parlamento.

Es interesante, visitar el sitio del New York Times para encontrar sobre Venezuela un vídeo de un cuarto de hora, Land wars in Venezuela, que pinta la dificultad de promover la reforma agraria; un artículo, “Media mogul learns to live with Chávez”, que describe la presiones del poder sobre el empresario y hombre más rico del país, Gustavo Cisneros; y por fin otro artículo donde el embajador de EE UU en Caracas cuenta la manera de aguantar las acciones del líder revolucionario. Chávez ya es previsible y toca los límites de la mezcla de provocaciones y hechos simbólicos que le permitían mantenerse en una postura revolucionaria. ¿De qué se trata a fin de cuentas? Venezuela vive el momento muy sencillo y obvio donde hay que entregar algo más allá del reparto de recursos y de las misiones de doctores cubanos en los barrios.

En un país que tiene una fuerte inflación, inestabilidad en el suministro de comida y tremenda inseguridad, Chávez pensaba huir lejos de la realidad al priorizar en su revolución la lucha contra una cadena de televisión, Radio Caracas Televisión (RCTV). Era lo más fácil: no hacer sino deshacer. Entonces no renovó la licencia de la cadena y de manera lógica –pues vivimos en un mundo más virtual que real– consiguió así llenar las calles de estudiantes. Frente a ellos, su desconcierto fue obvio. Y el combate para defender la libertad de la televisión no se detiene. Otra cadena, Globovisión, denuncia presiones, José María Insulza, director general de la OEA mantiene el caso RCTV abierto, y por fin, los propios seguidores de Chávez reconocen en el portal Aporrea que no hay manera en un mundo interconectado de callar a la cadena RCTV que ahora entra por satélite.

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9 de julio de 2007
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Sorpresas te dan las diosas

No se trata de armar un diario en estas páginas, pero hallo indispensable consignar lo siguiente: me he levantado con los pelos de punta. No exactamente por el roce constante con la almohada, como por la promesa que me han colgado en la publicidad del blog en curso: "Sorprender a medio mundo cada día". ¿Tengo yo que hacer eso? Mierda, y ahora qué hago, me acosé mientras abatía el yogurt a cucharazos...   

Ahora bien, "medio mundo" es un término elástico. En primera, reduce el universo aludido al cincuenta por ciento de su dimensión; en segunda, la idea se deja combinar con aquella expresión afortunada: "¡Qué pequeño es el mundo!", y de paso con otra, que a su manera dice más o menos lo mismo, y lo mismo nos sirve para celebrar un encuentro azaroso: "Somos catorce, a lo sumo dieciséis". Aún así, la idea de sorprender a ocho fulanos cada nuevo día (dieciséis entre dos: medio mundo) se antoja complicada, por no decir quimérica.   

"Siempre que pasa lo mismo, sucede igual", sentencia una verdad de Perogrullo que bien podría ser la Cuarta Ley de Newton. Pero es que así es la cosa, uno se sienta cada día a escribir y atrás de las palabras vienen las dudas. Se está al principio de una brecha incierta, cada paso adelante va eliminando posibilidades, y uno de pronto trota y se pregunta si por casualidad habrá un abismo súbito diez pasos más allá. Todo, no obstante, entra en la diversión de ir desflorando espacios en blanco, y luego constelarlos de enmiendas y tachones.   

—Tendría que empezar por sorprenderme solo —atino a mascullar, como queriendo poner punto final a las divagaciones de rigor en torno a la esterilidad matinal, cuando para acabarla de joder suena el timbre. O mejor dicho comienza a sonar. Intermitentemente. Progresivamente. Intolerablemente.

  —¡Quién! —vocifero desde la escalera, ya corriendo y deseando bañar al visitante en hostilidad extrema. "Está pa' mearlo", que decimos aquí. Pero al abrir la puerta me deslumbra la imagen de una diosa en potencia y en persona. Me contempla, sonriente y deslumbrante, sin dejar todavía de oprimir el botón del timbre.   

—Con alguna frecuencia —me guiña el ojo izquierdo, y es como si en un golpe de pestañas me diera el banderazo de llegada a la gloria celestial—, la crispación se alcanza y se sostiene mediante la continuación indefinida del estímulo —dicho esto quita el dedo del timbre, adelanta una mano, apergolla la mía, se presenta: —Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels, para servir a usted de aquí en adelante.   

—¿De aquí a dónde? —trato de comprar tiempo, sin atreverme aún a perder detalle del resplandor ardiente de sus pupilas.   

—De aquí a la eternidad, se dice en estos casos —cuando menos lo pienso, ya está dentro. Cierro la puerta mecánicamente, voy tres pasos detrás de sus caderas, imantados los pies por aquel magnetismo incandescente.   

Siempre que una mujer así nos llega de la nada, decimos que ha caído del cielo, igual que los relámpagos y las tormentas. ¿Quién es esta Afrodita del Carmen? ¿Qué diablos hace encerrada en mi casa, ligeramente contra mi voluntad? ¿Porque me hace esto frente a medio mundo? Insisto en comprar tiempo: veinticuatro horas me caerían del cielo. Necesito peinarme, por lo pronto...

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9 de julio de 2007
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El Boomeran(g)
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