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Etérea remitente / I

Coleguita My Love,

Te extrañará el tuteo, tanto como toparte aquí con mis palabras. La verdad, no me atrevo a seguir tratándote de usted después de haberme dado esta libertad. Puedes, si te acomoda, entender la presente como otro de mis diarios abusos, pues en el colmo del protagonismo he violado quién sabe cuántas cláusulas del que hasta ayer fue nuestro contrato. Me he puesto en tu lugar, literalmente. Y aquí estoy, donde nadie me llama. Puedes también soltar, como lo hiciste ayer, otra de esas sentencias lapidarias que te permitirá negarme de un plumazo y atribuir cada una de mis palabras al estado febril de tu imaginación. Por eso, y porque cada día tienes la generosa iniciativa de incluir aquí unos cuantos entre mis comentarios —los menos memorables, en mi humilde opinión— te correspondo con una cita extraída directamente de los tuyos:

—Tú cállate, que ni existes —me demoliste la última vez, y lo curioso fue que te hice caso. Me callé, pero pensando sólo en no enturbiar el eco chocarrero que te acompañaría después, como una maldición gitana sembrada en territorio católico, apostólico y chilango. Perdóname, Cariño, pero como te he dicho soy muy profesional, y eso incluye saber cuándo y cómo cobrar el alto costo de una rotura contractual. Digo, no esperarás que yo la pague. ¿Me entiendes o te explico?

Perdona una vez más que me atreva a tanto. Ya sé que es raro y hasta desconcertante que de repente sean tus comentarios los que aparezcan solos, entre guiones, antecedidos por mis parrafadas. Un lector distraído podría figurarse cualquier cosa, y hasta contradecirte y sospechar que existo, más allá de tu autorizado parecer. ¿O será que aún no atinas a enterarte que, existencias aparte, soy infinitamente más verosímil que tú? Pobre de ti, Querido, si fuera de otra forma. Escribir es borrarse por principio. Nadie quiere ver al titiritero, se aterriza en la historia con la ilusión de que cada muñeco tiene voluntad propia y todo lo que pasa está pasando. Si yo no existo, Darling, te borras tú conmigo, porque estás apostando tu vida a la mía. No pretendo, por cierto, tener la razón. Soy una musa, no la necesito. Lo que busco, eso sí, es darte una pequeña muestra de mi arbitrariedad. Aquí la tienes, Baby, es toda tuya: igual que yo, insiste en existir.

Te decía, en fin, lo que ya nadie tiene que decirte: el vicio de escribir tiene que ver con el deleite propio de empequeñecerse igual que un titiritero. Ya lo canta Paquita la del Barrio, si te borras es mejor. Y como tú también existes con insistencia en mi reino, no podía hacer menos que ayudar a borrarte un rato de la escena, antes que abandonarte a tu inexistente suerte. No niego tu derecho a denunciar mis abusos en UNaMuNo; comprobarías entonces que la Unión Nacional de Musas Novelistas tiene la facultad de despedirme, pero tú no. Y eso lo arruina todo, Corazón. De manera que puedes, si te divierte, dejarme sin salario, aunque no sin misión, y convertirme así en tu enemiga entrañable; lo que no está en tus manos es que me vaya. Ni siquiera en las mías, vamos. Echamos a andar una maquinita cuyo funcionamiento comprendemos a medias y cuyo control no podemos ejercer. Sólo nos queda creerla, con la pasión que nunca merecerá la verdad. Ese es nuestro negocio, Queridito. Créeme que estoy bien lejos de Mary Poppins, y deja ya de confundirme con tu hada madrina, que yo con esas perras ni el saludo.

—Tenerte a ti es como vivir con Alf —alcanzaste a bromear, para acabar de hundirte. ¿Sabes qué habría sido de Alf, el programa, sin Alf, el personaje? ¿Creíste que apodarme Alfrodita me iba a minimizar como a las ventanitas del monitor? Pues mírame, Cosita, que me has puesto a escribir en tu lugar. ¿Quieres saber ahora cuáles fueron los trucos que me dejaron llegar hasta acá? Vale la pena, créeme: pura teoría literaria, como para ponerte guapo con un sesudo ensayo. Yo sé que te interesa, no te niegues negándome. Y como dijo Schere, mañana te lo cuento. Hasta entonces, Mi Vida.

Siempre tuya,

  Afrodita del Carmen M-G.

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14 de agosto de 2007
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CASA DE CITAS

“Lo extraordinario no es que recordemos, sino que olvidemos”… ¿Quién dijo eso? No sé no importa. Yo lo encontré en Banville, y él no recordaba o no quería dar la procedencia de la cita.

Yo me he encontrado en ese libro de Ortega, Notas del vago estío, reflexiones sobre el tiempo, las épocas, lo militar o lo civil que me hacen pararme en la lectura. Que me obligan al pensamiento. No es malo entre tantas lecturas para el olvido. Tenía estilo y clarividencia. También cercanía para lo profundo. Ayer, leyendo esas casi utópicas propuestas del borrador del PSOE para el mandato de la Corporación de RTVE, leyendo eso de querer participar en la “construcción de la identidad y la vertebración de España”, era lógico recordar a Ortega. Pero no pude evitar pensar en los responsables de construir esa identidad. Entonces no sé si me dio más pena o más risa.

Me gustaría equivocarme pero me parece, por decirlo de manera suave, un poco menos que imposible. Más o menos como en aquella canción de Moustaki en que se decretaba el estado de felicidad permanente. El mundo no es así, no obedece a los decretos. La felicidad no se consigue con leyes. Ni la vertebración de España con decretos.

Dice Ortega, “…las épocas de ágora, plazuela, academia y parlamento, en que vagamente se imagina el mundo como algo obediente a leyes municipales, donde la pequeña inteligencia del hombre lo decide todo, sin niebla ni misterio. Son, sin duda, épocas claras, pero pobres, sin jugo”

Cuando Ortega lo escribió no existía la televisión. Leído ahora el primer mandato para la nueva Corporación de RTVE, no se le hubiera ocurrido no ya al más optimista de los “orteguianos” sino al más utópico de los seguidores de Emilio Lledó. Ni siquiera al mismísimo inteligente, socrático y hombre sin televisión, a ese pensador feliz que es Emilio Lledó. En fin, veremos. Ojalá que se equivoque.

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13 de agosto de 2007
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El diablo me obligó

"¿Estamos negociando?", pregunta Keanu Reeves en papel de discípulo. "¡Siempre!", le responde Al Pacino con un brillo de azufre en la mirada. Y eso es lo que uno olvida con trágica frecuencia. Nos esmeramos en negociar las nuevas relaciones y damos a las otras por negociadas. Lo cual sin duda explica nuestra sorpresa al advertir un cambio súbito y radical en la relación, mismo que en realidad se vino gestando —debería decir gestionando— a lo largo de todo ese tiempo en el que negociamos sin saberlo, en condiciones consecuentemente desventajosas. Pues resulta que en ese transcurso la otra parte asumió una serie de hechos —probables primero, seguros después— a partir de su personal interpretación de nuestra actitud, no pocas veces hija del complejo y la paranoia, amasios que negocian en lo oscuro aquello que nosotros sólo sabremos cuando sea ya tarde para enmendarlo.

—Nosotros por aquí, nosotros por allá. ¿A qué nutrida turba se refiere, colega? Digo, para ponerle un podio a la altura. ¿No será que se está escondiendo detrás de la manada para no verse orillado a reconocer que, oops!, volvió a cagarla?

No sé cómo empezó, pero esta relación se ha ido envenenando de un modo que Afrodita calificaría de extremadamente productivo, si no estuviera tan entretenida pergeñando sarcasmos en mi contra. Nada como el conflicto, el fastidio, las jetas, los egos arrasados y los tensos silencios para pertrechar las probables narraciones futuras. Como si cada relación destruida fuese una ofrenda al vicio y un altar al oficio. Hay una voluntad oscura y destructiva que se solaza en ir derribando piedra a piedra el santuario que un día pensaste indispensable y hace tiempo que se alza como un obstáculo. A veces, ejercer la fidelidad a uno mismo implica traicionar al resto del mundo. Y lo peor es que sepa tan bien como perder por gusto el coche en el Black Jack. No hay lujo más extremo que arruinarse por el puro gustito de afirmarse.

—¿Negarme es afirmarse, colega? No sé si debería seguir llamando así a un miembro más del gremio de Judas Iscariote.

—En primer lugar, todavía no me has dejado darte un beso. En segundo, el negador es Pedro, no Judas. En tercero, Afrodita, no me atrevo a negarte ni con el pétalo de una amapola. Y este es precisamente el problema, que entre musa y autor hay por lo menos uno desechable. ¿Sabes cómo vienen al mundo los alacranes? Crecen sobre la espalda de la madre, se alimentan de ella y poco a poco van devorándosela. Cuando no puede deshacerse de la crías, y esto lo sé porque de niño tuve a una encerrada en un bote, la madre acaba por exterminarlas. Mi duda es la siguiente: ¿Vas a comerme o voy a matarte?

—¿Estamos negociando?

—¿Y el amor, Afrodita?

—¿Le importa si en lugar de mí le contesta Al Pacino en la misma película? "Sobrevaluado. Bioquímicamente no es distinto a comer grandes grandes cantidades de chocolate."

—O sea que no estamos negociando, sino litigando.

—Ahora le va a responder Norman Mailer: "Una no conoce a un hombre hasta que conoce a diez."

—Norman Mailer no dijo eso.

—¿Le importa si lo dejo en manos de Borges? "Lo que te pasa con un hombre te pasa con todos."

—Estás haciendo trampa, Afrodita...

—...y ya lo decía Faulkner, "entre la pena y la nada, elijo nada de pena".

No es preciso ser musa para echar mano de esta vieja técnica. Se encadenan burradas con objeto de enfurecer al contrario, y esto equivale a echarle pimienta en los ojos. Con las entendederas propiamente cegadas, el pobre polemista no es más peligroso que un becerro astigmático. Se le torea fácil, entre risas, y esto lo hace meter aún más la pata. Entonces ya no es uno, sino él, quien dice las burradas. Todavía mejor: está gritando. Entre más fuerte lo haga, mejor abdicará de la razón que ahora ya no puede reclamar. Y acabará firmando el voucher por el karma completo, no sin antes guardar en sitio seguro la factura por todo el rencor que ahora mismo no puede cobrar y con seguridad causará réditos. El punto es que al final de esta discusión, cuyo destino los dos predecíamos y cuyo contenido he desechado atendiendo a mi honesta sed de revancha, Afrodita se ha ido con todo y equipaje, rompiendo en mil pedazos nuestro contrato.

Desde entonces camino entre cláusulas rotas. Ni para ir por la escoba tengo ánimos. Descubro en este punto que ya estoy negociando la compasión del personal y me levanto en pos de la aspiradora. Cuando Iggy Pop se encerró en un departamento neoyorkino a componer las canciones de su Blah Blah Blah, mataba a los demonios echando mano compulsivamente de esa máquina amiga. No sé qué tal funcione como terapia, pero al menos me encargaré de que no quede ni un inciso en el suelo. Y que me lleve el diablo si estoy negociando.

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13 de agosto de 2007
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I. ÁNGEL DE LA MUERTE CON BIGOTES

Habrán leído ustedes la historia del gato que anuncia la muerte de los ancianos en un asilo de Estados Unidos, propiamente en Providence, estado de Rhode Island. La doctora Joan Teno, geriatra de la Universidad de Brown, nos dice que el gato se las arregla para aparecer antes de que vaya a ocurrir un deceso, y generalmente lo hace durante las dos horas anteriores.

Es un gato al parecer sin nada de diabólico, y a lo mejor no tiene ni el color negro con que se suele identificar al demonio cuando se disfraza de gato en las historias de aquelarres de brujas, esos que vigilan al lado del caldero donde hierve la sopa de azufre. Ni se asemeja a los maliciosos gatos de ojos relampagueantes, encendidos como brasas, de las novelas de misterio.

Lo contrario de esos gatos satánicos son los gatos pacíficos y gordos, de los que, ahítos de leche y de caricias, bostezan tranquilos en las salas burguesas sentados sobre sus cuartos traseros en el mullido cojín de un sofá, y que cuando dejan su inercia lo hacen con movimientos perezosos aunque elásticos,  para arrimarse a sus dueños restregándose a sus piernas con un cálido ronroneo. Gatos que, a lo mejor, hasta un lazo rosa lucen en el pescuezo. Un gato, en fin, de antecedentes impecables, de esos gatos felices y prósperos que anuncian alimentos para gatos.

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13 de agosto de 2007
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CALOR

Aparecen días muy ardorosos pero tal como son en Santa Pola estas jornadas indolentes de la  naturaleza. La bola del calor, la esfera ardorosa del mediodía aparece envuelta en una esponja de humedad, tan cálida como la totalidad de la esfera que nos cierra, pero a la vez chorreando como si fuera, vista desde la distancia, una emanación de alivio contra el bochorno. No se trata de esto, sin embargo. El mismo bochorno segrega a la vez aquellas exudaciones cálidas como si sustituyera la respiración neumática por la hidráulica y el mismo calor del aliento enfermo se trasmite a las secreciones líquidas que todos vamos emanando. La mágica ventaja de esta sudoración aparece cuando, al captar alguna brisa, el cuerpo resucita aquí y allá con una veta de frescor pero es sólo un instante, un matiz muy fugaz. De inmediato se recubre esa asadura fresca o ese omóplato enfriado de la misma capa de cera líquida en  que se convierte el efecto húmedo del sol. Nos hallamos pues como sumidos sin cesar en un caldo escurrido, una inmanente salsa invisible que a cada instante podemos como rebañar de nuestra piel sin hacer herida, del dorso de las manos o la espalda, desbordándose  como un reguero sobre los pliegues del estómago, derramándose  por las líneas de la frente y  permeando por las membranas de las axilas. No hace  propiamente calor como si se produjera afuera sino que ese calor se presenta tan asiduo y espeso, que se deposita en el interior de los cuerpos y los posee hasta el colmo.  De esa manera es como se realiza la traspiración. No acosados por el calor sino como poseídos por él, no rebozados por él, sino embuchados de su grasa meliflua y tremebunda. Transfigurados en albóndigas calorífugas.

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13 de agosto de 2007
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La ilusión del Proyecto Humano

Me compré el DVD de Children of Men y la volví a ver. Por tercera vez. Con cada nueva visión me parece más grande. Me da rabia que no haya obtenido el reconocimiento que merece, creo que se trata de una película antológica: por lo que cuenta y por la forma en que lo cuenta. Hay secuencias increíbles desde un punto de vista técnico, por ejemplo la que registra un viaje, la persecución y sus consecuencias sin salir nunca del interior de un auto, o el plano secuencia de la última parte, desde que Theo pierde a Kee y a la bebita hasta que las recupera dentro del edificio y se enfrenta a los soldados. En todo caso, lo más maravilloso de esas secuencias es que fluyen naturalmente, sin imponerle al espectador su prodigio narrativo.

Basada en la novela homónima de P. D. James y dirigida por mi admirado Alfonso Cuarón, Children of Men se permite interrogarse sobre el destino de la especie a partir de una anécdota con elementos de ciencia ficción: el año en curso es 2027, un punto de inflexión en la historia en la medida en que hace ya mucho que ninguna mujer puede concebir. Por esas vueltas del destino, el escéptico Theo Faron (Clive Owen) debe custodiar a la única mujer embarazada que ha conocido el mundo en más de veinte años. Esa mujer, Kee, es una inmigrante ilegal en una Inglaterra que persigue a la gente de su condición y la encierra en campos de concentración o en ghettos al estilo de Varsovia. Su misión es ponerla en manos de un grupo político llamado Proyecto Humano, cuya existencia real ni siquiera está del todo probada, en la asunción de que son los únicos que están en condiciones de protegerla –a ella y a la criatura por nacer.

En este contexto Children of Men engendra escenas que me seguirán acompañando mientras viva. La epifanía que se produce cuando la existencia de la bebita Dylan es develada y todas las facciones –los soldados del gobierno, las fuerzas de la resistencia entre los inmigrantes- detienen su fuego y dejan de matarse… tan sólo por un instante. O la secuencia del final, con Theo, Kee y la bebita boyando en el bote. Intuyo que el estudio presionó allí y Cuarón se vio obligado a agregar un plano que convirtiese ese final en uno que resultase feliz de manera inequívoca. Para mí el final verdadero tiene lugar con la imagen del bote y de la boya, cuando todavía no hay ni señales del barco salvador, cuando nos preguntamos si el Proyecto Humano –el grupo del que se habla en el filme, pero también el proyecto humano en sí mismo- existirá de verdad o será tan sólo una ilusión.

Siempre que la veo le descubro algo nuevo. Anoche me conmovió lo que podría parecer una escena menor. Theo visita a un pariente que tiene un cargo en el gobierno, con la idea de pedirle un favor. Cuando llega a verlo, descubre que este pariente ha estado rescatando obras de arte de su inminente destrucción, en gira por un mundo entregado a la anarquía. Cenan junto al Guernica de Picasso, la conversación aclara que han salvado algo de Velásquez y otro poco de Goya. De hecho, el David de Miguel Angel custodia la entrada. El pariente se lamenta entonces de que llegó demasiado tarde para salvar a La Piedad, que cuando arribó a Roma ya la habían destrozado de manera irreparable –a diferencia del destrozo real que le produjo un loco hace años, al golpearla con una maza.

A veces pienso que vivo en un mundo que está decidido a acabar con la piedad.

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13 de agosto de 2007
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APORREA

Es difícil entender lo que pasa en Venezuela, más allá de la retórica revolucionaria o de las denuncias de la oposición. Una solución es aprovechar la agenda libre del mes de agosto para visitar el sitio Aporrea  nombrado por la institución pro-chavista que está detrás: la Asamblea Popular Revolucionaria. No es un sitio, es un yacimiento de informaciones.

Aporrea se auto-define de la manera más aburrida del mundo como “un Sitio Web de divulgación de noticias y opinión socio-política y cultural, identificado con el proceso de transformación revolucionaria y democrática de nuestro país, Venezuela, con una visión que se extrapola al resto de la humanidad, en la perspectiva de la liquidación del sometimiento capitalista-imperialista y la construcción de sociedades libres, basadas en el poder de los trabajadores y el pueblo, sin explotación del hombre por el hombre.”

El sitio tiene la misma poesía que su definición. Es pésimo: su arquitectura es un tremendo desorden, sus páginas utilizan un código HTML combinados con una construcción tan mala que ni su motor de búsqueda (el norteamericano Google) sabe ubicarse. Cuando ocurre algo, hay que ahorrarse la dirección de la página. De lo contrario es un contenido perdido. Más si aparece en la portada hasta aburrir el visitante más dedicado como es el caso del título «Maximilien François Marie Isidore de Robespierre, revolucionario consecuente» que no se va de la home-page. Robespierre mandó a la guillotina centenares de franceses y es lo que gusta al autor del retrato. Pero me parece bien: Fidel Castro siempre ha dicho que su revolución necesita a muchos Robespierre. Los chavistas van por el mismo camino.

Si no se utiliza el motor de búsqueda hay una lista de secciones que dice mucho sobre la manera de presentar la revolución bolivariana. Aquí va la lista:

Venezuela en el Exterior
Tecnología y defensa del coco criollo
Frente Antifascista
Medios, comunicación alternativa, libre y comunitaria
Clase Trabajadora
Energía y Petróleo para el Pueblo
Anticorrupción y Contraloría Social
Poder Popular
Cooperativismo y Desarrollo Endógeno
¡Chávez los tiene locos! Oposición y Escualidismo
¡A desalambrar! Lucha campesina contra el latifundio
ENcontrARTE
Por los Derechos Humanos, contra la impunidad
Regionales
Contra el imperialismo
Mundo en revolución
Movimiento Estudiantil y Educación
Actualidad y notas sin clasificar
Ideología y Socialismo del Siglo XXI
Misiones Sociales

Uno se puede reír del “coco criollo” o de la denominación “Chávez los tiene locos” para hablar de manera neutral de la oposición o preguntarse sobre el verbo “desalambrar”, pero dentro de su desorden Aporrea refleja las dificultades internas del chavismo. De verdad, hay joyas. Como en una entrevista con un sindicalista del petróleo que pide una “constituyente petrolera” y denuncia los pocos resultados de Chávez. Otra joya es el testimonio de una chavista, Victoria E. Otero de Chacín, explicando que es imposible encontrar azúcar.

El último encanto, claro, es la manera de esconderse de ciertos internautas como éste que en el momento de denunciar al entorno del líder bolivariano, afirmando que “El comandante está solo” firma con un Melquiades Buendía que huele más a Macondo que al estado civil.

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13 de agosto de 2007
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En el mejor de los cinco sentidos

La noche comenzó con un joven polaco de aire desmañado, flequillo sobre los ojos al modo perruno y manos a la espalda en amable paseo ante el portal de Sant Genís de Torroella. A mi lado, un pianista profesional miraba atónito al polaco. "Vaya, ni ejercicios, ni calentamiento, ni concentración; ahí le tienes, mirando las estrellas. Qué fenómeno".

Poco después Piotr Anderszewski seguía paseando entre las estrellas, pero ahora sobre el teclado de un Steinway. El primer concierto de Beethoven sonó más leve, brioso y aéreo que nunca. Yo le tenía bien encarado y veía aquellos dedos volar sobre las teclas sin esfuerzo ninguno, como si solo las rozara con las yemas, y cavilaba yo acerca del ingenio de los humanos para forzar sonidos inauditos, arrancados al silencio de la tierra por nuestro arte, sonidos que solo nosotros entendemos, sonidos inteligentes.

Me pareció entonces que el oído era el sentido que mejor nos diferencia de otros animales y que el ámbito sonoro es todavía más insondable que el visual o el táctil. Una sutil membrana separa el mundo externo del interior de nuestros cráneos. La música viene a ser como un habla espontánea del cerebro que no pasa por la lengua.

Con estas elevadas disposiciones me fui a dormir, pero en la mitad de la noche los rayos y truenos cayeron sobre nosotros como ángeles condenados. Era la tan temida tempestad de agosto, desaforada, histérica. Los relámpagos iluminaban la habitación con fulgores de cadáver. Los truenos llegaban de seguido con su cavernosa voz ampliada en la caja del firmamento. Al día siguiente supe que habían caído catenarias, se detuvieron trenes y camiones, el mar se tiñó de otoño. En el horizonte mañanero permanecían los lejanos redobles del trueno.

Aquel era el sonido del pedregal cósmico. La potencia inmisericorde de la tempestad, el concierto para rayos y truenos, parecía arrasar el espíritu y la gracia del concierto para piano. Pero no: era tan solo ruido y furia, idiotez destructiva, el aullido del vacío por su dolorosa esterilidad. Aunque también hay una ternura en el caos.

Artículo publicado en: El Periódico, 11 de agosto de 2007.

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13 de agosto de 2007
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Mi blog cumple 20 años / y VI

El retorno del dragón.

Uno sabe que tiene huesos de novelista cuando un párrafo no le alcanza para nada; y luego, ya por ahí del séptimo, se da cuenta que no puede parar; y al final no le queda más que aceptar que para terminar de contar cualquier cosa precisa de una larga hilera de capítulos. Llevar esa visión al hipertexto no es mucho más imprudente que presentar a dos esquizofrénicos y esperar que por eso se entiendan de maravilla.

—¿O sea usted y yo, colega?

Una vez más, ya en un nuevo siglo, sentí que algo no estaba listo aún. Algo en mí, o quizás en la máquina, o en lo que los ingleses llaman timing. Escéptico hacia las casualidades y un poquito devoto de las coincidencias, descubrí que entre todos mis experimentos virtuales había uno que me satisfacía: mi novela Cecilia en versión shockwave, que es como se conocen las aplicaciones de Director adaptadas para la www. Con no más de cincuenta páginas de longitud, Cecilia sólo había sido publicada por una editorial subterránea —Doble A, se llamaba— propiedad de mi amigo Sergio Monsalvo, cuyas ediciones de 100 ejemplares volaban raudo hacia una lista preestablecida de destinatarios. Mas la historia de marras no era un hipertexto, sino una narración lineal en siete capítulos, y si al final la publicaba allí, en mi sitio, era porque no había dónde más conseguirlo. No quería más ni menos que construir una suerte de libro virtual. Tiempo después, cuando vi por primera vez un e-book, entendí que no había hecho más que inventar a solas el hilo negro.

—¿Y entonces cómo explica su satisfacción?

—De la misma manera que se explica la dicha embriagadora que alza en brazos al ego cuando se mira caer al último villano del videojuego.

—El puro gusto de vencerse a sí mismo...

—...y a los cobardes que se esconden adentro, que ojalá fueran pocos.

—Pobrecito de usted. Deben de ser un gentío espantoso.

Y aquí estoy, en El Boomerang, haciendo justamente lo que había planeado con los faxes, sólo que sin pasarme el día entero enviándolos. Me muerde, en cambio, una preocupación carnívora. Si antes traía el coco sumergido hasta el fondo de una novela en proceso, ahora debo nadar entre dos aguas. Motivo suficiente para pasar el día y la noche alunado, pues ambos animales —la novela, el weblog— son voraces y exigen alimento a cualquier hora. Todavía hace un año me divertía intentando sonsacar a Santiago Roncagliolo justo a la hora en que él, padre amantísimo, tenía que darle de comer al blog; recién ahora cumplo cinco semanas de haber perdido tanto la noción del tiempo como la esperanza de alcanzar la cama antes de que los pájaros comiencen a trinar. Y lo peor es saber que de eso se trata.

—Si el proyecto no cumple con desquiciarle la vida, ni siquiera merece nombrarse proyecto.

Lo que no duele no cura, y uno escribe pensando en curarse. Aunque sea para volverse a contagiar. Llevo cinco semanas enfermo de esto, corriendo el día entero detrás de mi sombra y con cierta frecuencia derrapando en los charcos de adrenalina. Nada de lo que pueda quejarme, si tomamos en cuenta desde cuándo y por cuántos atajos he buscado llegar hasta aquí. La idea, finalmente, es no saber. Avanzar por los párrafos mientras suceden, subir el texto a media madrugada e irse a la cama dándolo todo por acontecido; levantarse pasado el mediodía, tratando a trompicones de ganarle centímetros al caos.

—¿Y todo eso por darle de comer a un par de animalitos?

¿Animalitos? ¡Dragones hambreados! Tengo que alimentar, además, a un rebaño de vicios y monomanías, sin los cuales jamás termina uno de ser uno.

—O dos, que es lo común.

O tres, o cuatro, o siete. Hacerse uno y los otros, como quien juega a ser uno y trino con cuernos. ¿Quién querría tirarse a escribir o leer una historia si no pudiera emplearla en multiplicarse? Dejar que las palabras fluyan a partir de su propia maquinaria, ser testigo y al propio tiempo instigador, lanzar la piedra y esconder la mano sólo para sacar una nueva piedra. Ser leído, entendido, apreciado, insultado, corregido, aumentado, querido o lamentado por cualquiera, y también por cualquier motivo, o por ninguno. La ficción sucediendo aquí delante, borradores que encarnan en sucesos y un secreto guardado entre una tribu heterogénea y multinacional cuyo único vínculo es quizás una suerte de lujuria por las palabras. Lascivia por la vida, que cantaba Iggy Pop sangrando sobre el escenario.

—Here comes Johnny Yen again, with the liquor and drugs, and the flesh machine, he's gonna do another strip tease...

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10 de agosto de 2007
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UN MAGO

Es un mero suceso: un adolescente de 16 años detenido durante 24 horas por la policía francesa. No por un crimen, sino un delito, pero un delito muy serio, pues la justicia lo amenaza con cinco años de cárcel y una multa de medio millón.

No se puede decir su nombre y apellido por su edad, pero sí se puede hablar del acto terrible que cometió: una traducción del séptimo volumen de Harry Potter al francés. Una traducción completa de las 759 páginas. La puso en su sitio web unos días después de la publicación de la obra. Es un acto de piratería que provocó una demanda en justicia de la casa editorial Gallimard y el cierre inmediato del sitio.

Hay varias versiones de la noticia en el sitio de la BBC como en los sitios franceses de Le Monde y Liberation. Vemos que el traductor “oficial” sigue trabajando: los lectores franceses no van a sacar la obra antes de fin de año. Lo que me hace pensar que este jovencito hizo una hazaña.

Para la policía es imposible que haya trabajado solo. Francamente no lo sé. Los programas de reconocimiento de la voz son tan buenos que quizás una traducción oral es el secreto de la operación. Pero lo que más me llama la atención es la calidad de la traducción según sus lectores. Tenemos un joven traductor con talento. No hay que mandarle a la cárcel. Sería mejor favorecer el florecimiento de su orientación literaria con un premio -no vale la pena ofrecerle un año de estudio en la escuela Poudlard, ya no la necesita, es un mago por producir una obra tan amplia con la velocidad del relámpago).

Además, veo una especie de homenaje en el hecho de traducir toda la obra. El escritor francés Francois Bon publicó la traducción de las siete últimas páginas de la novela en su blog, supuestamente para romper la tensión comercial del evento. A mi juicio era una manera de dañar el libro. Lo que no es el caso del traductor totalitario.

Hace años, se le quitó el premio Pulitzer de reportaje a una periodista del Washington Post, Janet Cooke, al descubrir que había inventado la historia de un chico de ocho años con adición a la heroína. En este caso García Márquez pidió para ella un premio de literatura. “Hizo lo más difícil, dijo, hacer creer algo a su lector”. Tengo el mismo sentimiento ahora con este joven traductor: hizo lo más difícil, recrear toda la obra en otro idioma. Un premio sería mejor que la cárcel.

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10 de agosto de 2007
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El Boomeran(g)
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