Xavier Velasco
Coleguita My Love,
Te extrañará el tuteo, tanto como toparte aquí con mis palabras. La verdad, no me atrevo a seguir tratándote de usted después de haberme dado esta libertad. Puedes, si te acomoda, entender la presente como otro de mis diarios abusos, pues en el colmo del protagonismo he violado quién sabe cuántas cláusulas del que hasta ayer fue nuestro contrato. Me he puesto en tu lugar, literalmente. Y aquí estoy, donde nadie me llama. Puedes también soltar, como lo hiciste ayer, otra de esas sentencias lapidarias que te permitirá negarme de un plumazo y atribuir cada una de mis palabras al estado febril de tu imaginación. Por eso, y porque cada día tienes la generosa iniciativa de incluir aquí unos cuantos entre mis comentarios —los menos memorables, en mi humilde opinión— te correspondo con una cita extraída directamente de los tuyos:
—Tú cállate, que ni existes —me demoliste la última vez, y lo curioso fue que te hice caso. Me callé, pero pensando sólo en no enturbiar el eco chocarrero que te acompañaría después, como una maldición gitana sembrada en territorio católico, apostólico y chilango. Perdóname, Cariño, pero como te he dicho soy muy profesional, y eso incluye saber cuándo y cómo cobrar el alto costo de una rotura contractual. Digo, no esperarás que yo la pague. ¿Me entiendes o te explico?
Perdona una vez más que me atreva a tanto. Ya sé que es raro y hasta desconcertante que de repente sean tus comentarios los que aparezcan solos, entre guiones, antecedidos por mis parrafadas. Un lector distraído podría figurarse cualquier cosa, y hasta contradecirte y sospechar que existo, más allá de tu autorizado parecer. ¿O será que aún no atinas a enterarte que, existencias aparte, soy infinitamente más verosímil que tú? Pobre de ti, Querido, si fuera de otra forma. Escribir es borrarse por principio. Nadie quiere ver al titiritero, se aterriza en la historia con la ilusión de que cada muñeco tiene voluntad propia y todo lo que pasa está pasando. Si yo no existo, Darling, te borras tú conmigo, porque estás apostando tu vida a la mía. No pretendo, por cierto, tener la razón. Soy una musa, no la necesito. Lo que busco, eso sí, es darte una pequeña muestra de mi arbitrariedad. Aquí la tienes, Baby, es toda tuya: igual que yo, insiste en existir.
Te decía, en fin, lo que ya nadie tiene que decirte: el vicio de escribir tiene que ver con el deleite propio de empequeñecerse igual que un titiritero. Ya lo canta Paquita la del Barrio, si te borras es mejor. Y como tú también existes con insistencia en mi reino, no podía hacer menos que ayudar a borrarte un rato de la escena, antes que abandonarte a tu inexistente suerte. No niego tu derecho a denunciar mis abusos en UNaMuNo; comprobarías entonces que la Unión Nacional de Musas Novelistas tiene la facultad de despedirme, pero tú no. Y eso lo arruina todo, Corazón. De manera que puedes, si te divierte, dejarme sin salario, aunque no sin misión, y convertirme así en tu enemiga entrañable; lo que no está en tus manos es que me vaya. Ni siquiera en las mías, vamos. Echamos a andar una maquinita cuyo funcionamiento comprendemos a medias y cuyo control no podemos ejercer. Sólo nos queda creerla, con la pasión que nunca merecerá la verdad. Ese es nuestro negocio, Queridito. Créeme que estoy bien lejos de Mary Poppins, y deja ya de confundirme con tu hada madrina, que yo con esas perras ni el saludo.
—Tenerte a ti es como vivir con Alf —alcanzaste a bromear, para acabar de hundirte. ¿Sabes qué habría sido de Alf, el programa, sin Alf, el personaje? ¿Creíste que apodarme Alfrodita me iba a minimizar como a las ventanitas del monitor? Pues mírame, Cosita, que me has puesto a escribir en tu lugar. ¿Quieres saber ahora cuáles fueron los trucos que me dejaron llegar hasta acá? Vale la pena, créeme: pura teoría literaria, como para ponerte guapo con un sesudo ensayo. Yo sé que te interesa, no te niegues negándome. Y como dijo Schere, mañana te lo cuento. Hasta entonces, Mi Vida.
Siempre tuya,
Afrodita del Carmen M-G.