Skip to main content
Blogs de autor

El diablo me obligó

Por 13 de agosto de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

"¿Estamos negociando?", pregunta Keanu Reeves en papel de discípulo. "¡Siempre!", le responde Al Pacino con un brillo de azufre en la mirada. Y eso es lo que uno olvida con trágica frecuencia. Nos esmeramos en negociar las nuevas relaciones y damos a las otras por negociadas. Lo cual sin duda explica nuestra sorpresa al advertir un cambio súbito y radical en la relación, mismo que en realidad se vino gestando —debería decir gestionando— a lo largo de todo ese tiempo en el que negociamos sin saberlo, en condiciones consecuentemente desventajosas. Pues resulta que en ese transcurso la otra parte asumió una serie de hechos —probables primero, seguros después— a partir de su personal interpretación de nuestra actitud, no pocas veces hija del complejo y la paranoia, amasios que negocian en lo oscuro aquello que nosotros sólo sabremos cuando sea ya tarde para enmendarlo.

—Nosotros por aquí, nosotros por allá. ¿A qué nutrida turba se refiere, colega? Digo, para ponerle un podio a la altura. ¿No será que se está escondiendo detrás de la manada para no verse orillado a reconocer que, oops!, volvió a cagarla?

No sé cómo empezó, pero esta relación se ha ido envenenando de un modo que Afrodita calificaría de extremadamente productivo, si no estuviera tan entretenida pergeñando sarcasmos en mi contra. Nada como el conflicto, el fastidio, las jetas, los egos arrasados y los tensos silencios para pertrechar las probables narraciones futuras. Como si cada relación destruida fuese una ofrenda al vicio y un altar al oficio. Hay una voluntad oscura y destructiva que se solaza en ir derribando piedra a piedra el santuario que un día pensaste indispensable y hace tiempo que se alza como un obstáculo. A veces, ejercer la fidelidad a uno mismo implica traicionar al resto del mundo. Y lo peor es que sepa tan bien como perder por gusto el coche en el Black Jack. No hay lujo más extremo que arruinarse por el puro gustito de afirmarse.

—¿Negarme es afirmarse, colega? No sé si debería seguir llamando así a un miembro más del gremio de Judas Iscariote.

—En primer lugar, todavía no me has dejado darte un beso. En segundo, el negador es Pedro, no Judas. En tercero, Afrodita, no me atrevo a negarte ni con el pétalo de una amapola. Y este es precisamente el problema, que entre musa y autor hay por lo menos uno desechable. ¿Sabes cómo vienen al mundo los alacranes? Crecen sobre la espalda de la madre, se alimentan de ella y poco a poco van devorándosela. Cuando no puede deshacerse de la crías, y esto lo sé porque de niño tuve a una encerrada en un bote, la madre acaba por exterminarlas. Mi duda es la siguiente: ¿Vas a comerme o voy a matarte?

—¿Estamos negociando?

—¿Y el amor, Afrodita?

—¿Le importa si en lugar de mí le contesta Al Pacino en la misma película? "Sobrevaluado. Bioquímicamente no es distinto a comer grandes grandes cantidades de chocolate."

—O sea que no estamos negociando, sino litigando.

—Ahora le va a responder Norman Mailer: "Una no conoce a un hombre hasta que conoce a diez."

—Norman Mailer no dijo eso.

—¿Le importa si lo dejo en manos de Borges? "Lo que te pasa con un hombre te pasa con todos."

—Estás haciendo trampa, Afrodita…

—…y ya lo decía Faulkner, "entre la pena y la nada, elijo nada de pena".

No es preciso ser musa para echar mano de esta vieja técnica. Se encadenan burradas con objeto de enfurecer al contrario, y esto equivale a echarle pimienta en los ojos. Con las entendederas propiamente cegadas, el pobre polemista no es más peligroso que un becerro astigmático. Se le torea fácil, entre risas, y esto lo hace meter aún más la pata. Entonces ya no es uno, sino él, quien dice las burradas. Todavía mejor: está gritando. Entre más fuerte lo haga, mejor abdicará de la razón que ahora ya no puede reclamar. Y acabará firmando el voucher por el karma completo, no sin antes guardar en sitio seguro la factura por todo el rencor que ahora mismo no puede cobrar y con seguridad causará réditos. El punto es que al final de esta discusión, cuyo destino los dos predecíamos y cuyo contenido he desechado atendiendo a mi honesta sed de revancha, Afrodita se ha ido con todo y equipaje, rompiendo en mil pedazos nuestro contrato.

Desde entonces camino entre cláusulas rotas. Ni para ir por la escoba tengo ánimos. Descubro en este punto que ya estoy negociando la compasión del personal y me levanto en pos de la aspiradora. Cuando Iggy Pop se encerró en un departamento neoyorkino a componer las canciones de su Blah Blah Blah, mataba a los demonios echando mano compulsivamente de esa máquina amiga. No sé qué tal funcione como terapia, pero al menos me encargaré de que no quede ni un inciso en el suelo. Y que me lleve el diablo si estoy negociando.

profile avatar

Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

Obras asociadas
Close Menu