Sergio Ramírez
Este gato agorero, que ha merecido artículos científicos en el New England Journal od Medicine, se llama Oscar. Para empezar, ya se ve que tiene un nombre familiar, desprovisto de toda malicia. Se le podría llamar con toda confianza Oscarito, y seguramente no tiene aspecto de asustar a nadie. Son especulaciones mías esto de que tiene aspecto inocente, porque deseo de verle la cara no tengo ninguno.
Se sabe a lo que llega, pero no de dónde viene, ni donde vive. Así de sorpresivas son sus apariciones frente a los pacientes del asilo, todos ellos dementes, dato que creo había olvidado en consignar. Es un gato ajeno, por tanto, que si tiene hogar pacífico será en algún otro lado, o a lo mejor sobrevive en la calle, y robará su comida en los tachos de basura, en las cocinas de los restaurantes, o en la misma cocina del asilo de ancianos que ha elegido para hacer sus anuncios.
Aparece, entrando por la ventana, o colándose por algún pasadizo que sólo él conoce. Va directo a una cama, salta sobre ella, extiende la pata en señal de elección, dilata sus pupilas de cara al elegido, y se lame los bigotes de manera golosa. Y por donde vino se va.
Quién quiere a su lado a un gato semejante por meloso que sea. ¡Zape!