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La era del pulgar

Nunca había gozado de tanto protagonismo el dedo más robusto de la mano, desplazando la hegemonía de nuestro índice derecho, profético, indicador y espeleólogo a partes iguales. En menos de un lustro, el pulgar se ha convertido en el miembro más hiperactivo de los cinco, la llave para acceder a nuestro propio te­léfono inteligente e incluso franquear la habitación de un hotel domótico. Su superficie, más ancha, regordeta y almohadillada, descansa sobre las pantallas, pasando páginas inmateriales – sweeping, dicen los anglosajones– en una secuencia infinita que a mí, no sé por qué, me recuerda a los canales televisivos de economía que proyectan en bucle los valores de las bolsas mundiales. Basta un suave desplazamiento, un rozar el cristal, para que se nos abran ventanas del mundo o, todo lo contrario, blindarnos tras la muralla digital. También para teclear con nervio de taquígrafo, alternando los dos pulgares, a fin de seguir conectados a algún tipo de red, sea real o ficticia, humana o robótica.
A la gente poco afortunada con el lenguaje verbal, como Cristiano Ronaldo, les basta con levantar el pulgar para transmitir su estado de ánimo en el paseíllo al juzgado, aunque difícilmente alguien pueda sentirse OK ante un interrogatorio. El pulgar enhiesto siempre ha sido un espejismo, una chulería optimista. En el circo romano significaba muerte, pero Hollywood traicionaría la factualidad histórica a fin de no liar a los espectadores estadounidenses, para quienes el gesto implicaba venirse arriba y no reunir sangre y arena.
Hoy, tanto el OK como el emoji del dedo gordo tienen gran tirón. Son alegres y eficaces, aunque se carguen cientos de matices, porque nadie se siente todo el día con el dedo levantado.
Pero, ay del pulgar de carne y hueso, que ha adquirido un papel protagonista gracias a la tecnología háptica –la ciencia del tacto– y que, de tanto articular, se nos va descoyuntado. Se llama rizartrosis, hasta ahora solían padecerla las mujeres de más de 65 años, y era habitual entre camareros, limpiadoras, albañiles, peluqueras, pianistas, dentistas, amas de casa o escritores. Todos hacen pinza con el dedo, sea por culpa de Mozart, por sostener una bandeja o planchar. A ellos son susceptibles de sumarse quienes mandan esos 38 millones de watsaps lanzados al minuto. Fantaseo con el ingeniero con férula, el pulgar machacado de tanto mensajito, que inventó los mensajes de voz a fin de no desgastar más la musculatura.
Pero aún y así, el trepidante ritmo del mensajeo ha provocado una doble realidad: los pulgares nunca habían estado tan abatidos en la vida cotidiana mientras que en la virtual se multiplican animosos y triunfantes, negando la evidencia de una sociedad, artrósica precoz, que ­olvida sus propios dedos con tanta euforia digital.
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23 de enero de 2019
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La libertad, causa común

Este año será el del cuarenta aniversario de la revolución que derrocó a la dictadura de la familia Somoza. Cuando se rompa ese ciclo que parece fatal en nuestra historia, donde las tiranías parecen repetirse sin fin, la piedra que Sísifo ciego debe empujar eternamente hasta la cima de la montaña no tendrá que rodar de nuevo al plan del abismo. Habremos cambiado dictadura por democracia.
 

La derrota definitiva del régimen del último Somoza se debió a tres factores fundamentales: el primero de ellos el alzamiento popular encabezado por el Frente Sandinista, con la participación de miles de jóvenes de ambos sexos y de todas las clases sociales, hasta llegar a convertirse en una verdadera insurrección nacional.

El siguiente factor fundamental fue el respaldo que los jóvenes en armas recibieron de todos los sectores ciudadanos, sin ningún distingo, muchos alentados por su compromiso cristiano. La aparición del grupo de los Doce, formado por empresarios, sacerdotes, profesionales, intelectuales, dio a la organización guerrillera peso político nacional e internacional.

Y el tercero, pero no el menos importante, la alianza latinoamericana que se logró forjar, sin que tuviera una identidad ideológica. Los presidentes se guiaban más bien por el repudio a un régimen que se basaba nada más en la represión brutal. Era la última de las viejas tiranías familiares de las "repúblicas bananeras", un término acuñado por O'Henry en su novela De coles y reyes.

En esta alianza fueron fundamentales Venezuela, Panamá, Costa Rica, México y Cuba; el solo apoyo de Cuba, con cuyo sistema los comandantes sandinistas se identificaban, no hubiera sido suficiente. Más bien es lo contrario. Este apoyo, con pertrechos de guerra, fue posible en términos políticos porque los otros países, con sistemas basados en la democracia representativa, estuvieron presentes en la coalición; y algunos de ellos prestaron también auxilio bélico, como Venezuela y Panamá, y recursos materiales, como México, para no hablar de Costa Rica, que se convirtió en retaguardia de la lucha armada.

La llegada de Jimmy Carter a la presidencia de Estados Unidos en 1977 abrió una puerta nueva en las relaciones de Washington con América Latina, como pudo verse con la firma ese mismo año de los tratados Torrijos-Carter que devolvieron a Panamá la soberanía del canal. Y la intimidad de medio siglo con la dinastía de los Somoza llegó a su fin con la nueva doctrina de derechos humanos proclamada por Carter.

El general Torrijos conocía bien la calaña de Somoza, cegado por su obscena voluntad de quedarse para siempre en el poder. Rodrigo Carazo era presidente de Costa Rica, un país democrático por convicción y tradición, que había soportado por el último medio siglo la vecindad de una dictadura de aquella calaña, y quería para Nicaragua un gobierno igualmente democrático. Y Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela, venía de la tradición socialdemócrata de Rómulo Betancourt, sabía cuánto se parecía la dictadura de Pérez Jiménez, bajo la que había salido al exilio, a la del viejo Somoza, fundador de la dinastía.

Y en aquel alineamiento de los astros, la figura del presidente José López Portillo de México, resultó crucial. Su respaldo fue constante, oportuno y generoso. Me recibió no pocas veces, y puso en sintonía a su gabinete para darnos apoyo, antes y después del triunfo de la revolución. Rompió relaciones diplomáticas con Somoza en mayo de 1979, y nos había pedido que le dijéramos cuál sería la mejor oportunidad para hacerlo. Cuando vino por primera vez a Managua en 1980 en visita oficial, alguno de sus secretarios le preguntó durante el vuelo qué tratamiento habría que dar a Nicaragua en cuanto a ayuda material, y el respondió que igual a cualquier estado de México.

Era el fruto de una larga y generosa tradición. El poeta nicaragüense Solón Argüello, secretario privado del presidente Francisco Madero, fue fusilado en 1913 tras el golpe de estado que culminó con la dictadura de Victoriano Huerta; combatientes mexicanos pelearon durante la revolución, y murieron en tierra nicaragüense.

El presidente Plutarco Elías Calles respaldó con armas a los insurrectos liberales que se alzaron en Nicaragua en defensa de la Constitución en 1925. El presidente Emilio Portes Gil acogió a Sandino en Yucatán en 1929. Y México fue clave en las gestiones del grupo de Contadora para lograr los acuerdos de paz de 1987 que llegaron a poner fin al conflicto armado con la Resistencia Nicaragüense.

En América Latina nada es nunca hacia adentro. La libertad ha sido siempre una causa común.

 

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22 de enero de 2019
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Wagnerianos

Lo trágico de nuestro tiempo es que carece de tragedias a pesar de ser un mundo en perpetua tragedia
 

Hay algo adictivo en la música de Wagner, es una droga. Conozco enganchados al músico que viajan de ciudad en ciudad para oír sus óperas gastando un dineral (a veces, sin tenerlo) hasta llegar a Bayreuth. El teatro de aquella población, levantado por el rey Ludwig de Baviera, un loco de atar que cayó en la adicción wagneriana, era y sigue siendo el teatro de ópera más incómodo, tórrido y duro de toda la especie. Y carísimo. Aun así, hay que esperar un turno de años para conseguir butaca. Eso no sucede con ningún otro músico. Baste decir que, si bien se arrepintió, el joven Nietzsche cayó preso en esa tupida red sonora. Luego pasó el resto de su vida escribiendo rabiosos panfletos contra Wagner que son un tesoro filosófico.

¿Qué tiene este artista para suscitar semejantes pasiones? El otro día, viendo El oro del Rin en el Teatro Real de Madrid, me lo preguntaba. La crítica no ha sido benévola con el evento. Yo creo que no es sensato perder la ocasión de conocer esta primera parte de la Tetralogía, la obra musical más extensa y notable de todos los tiempos, porque no es frecuente que se programe. El Rheingold es el prólogo al que siguen otras tres óperas, cada vez más largas y complejas. Aquí se presenta el mundo mítico del norte, tan opuesto al sureño, con sus dioses del trueno, sus gigantes, héroes, enanos, ondinas, montañas, grutas, un mundo que en los montajes actuales suele renegar de su magia. Es un error. Como bien vio Nietzsche, la droga de Wagner es justamente esa: el desesperado intento de crear una mitología y una tragedia modernas. Porque lo trágico de nuestro tiempo es que carece de tragedias a pesar de ser un mundo en perpetua tragedia. Wagner fue el último en intentarlo. Y, según Nietzsche, fracasó. Que cada cual lo juzgue.

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22 de enero de 2019
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Retorno

Amable ironía la de Pierre Assouline y al mismo tiempo demoledora para con las falsas verdades y los argumentos trucados y perversos, a los que tan proclives somos los ibéricos.

Recuerdo su novela Lutetia, memoria de París en sus épocas más dudosas y conflictivas a través del vigilante de uno de los hoteles más míticos de Paris. Después me acerqué a Golem, la trepidante historia de un fugitivo al que le han alterado trágicamente el alma: un viaje al fin de la noche, pero de otra manera, y siempre con esa ironía incesante, cervantina, que caracteriza toda la obra de Assouline, incluidos los artículos de su blog LA RÉPUBLIQUE (des livres).

Pero el libro que más puede interesar a los españoles es sin duda Retour à Séfarad, una novela familiar rigurosamente insólita, y que podría servir de modelo para plantearse novelas familiares que huyen de la convencionalidad y se atreven a abarcar, con agilidad y velocidad, grandes períodos de la historia, sin que la empresa adquiera el aire pesado, estúpido y grave que caracteriza tantas y tantas sagas familiares.

Se trata de un libro de lectura dolorosa y a la vez saludable por la imagen agridulce que proyecta de España. Mirarse en el espejo que propone Assouline es un ejercicio terapéutico y una inmersión en el mito, a la par traslúcido y sombrío, del eterno retorno.

De pronto lo familiar resulta desconcertante, gracias a la mirada, amable y a la vez desmitificadora, de Pierre Assouline. De pronto España se convierte en la morada de la extrañeza.

Assouline nos invita a apreciar la humildad del pasado, avasallado por la arrogante prepotencia del presente, a la vez que nos obliga a considerar la crueldad de la historia y el dolor sin límites que provocan los fanatismos, las exclusiones, las abominaciones.

Me he detenido especialmente en un párrafo donde Assouline dice: Au fond, ce qu'il a de bien avec les Espagnols, lorsque on est tout prêt à les aimer, s'est qu'on ne risque pas de cristalliser. À peine se prend-on de passion pour sa singularité, que le contre-modèle se manifeste et vient pondérer le jugement. Traducido al español: En el fondo, lo mejor de los españoles, cuando uno está dispuesto a quererlos, es que no corremos el riego de que ese amor cristalice. Apenas uno es consciente del afecto provocado por su singularidad, cuando surge el contramodelo que pondera nuestro juicio. Dicho con otras palabras: toda vez que sientes afección hacia España, ciertos detalles, ciertos comportamientos, ciertas ideologías, ciertas vilezas incalificables rebajan tu amor, lo ponderan, lo equilibran, lo dejan en su justa frontera entre la luz y la sombra. 

  

Coda lírica:

En tardes luminosas o en tardes grises

o en tardes que arrastraban las horas

como pesadas cargas,

he querido amar esta tierra terrible,

y ya estaba dispuesto a hacerlo

con la mejor disposición del alma

cuando de pronto los monstruos

de antes y de ahora

me prohibían abrir los brazos y cerrar los ojos.

 

Mas a veces, en medio del desasosiego

y el deseo de encerrarme

en mis cuarteles de invierno,

el abrazo de los amigos, sus palabras,

y hasta sus gritos

me indicaban que la noche está llena de estrellas.

Bajo su amparo se rozan las copas y los cuerpos,

los deseos y los sueños,

y uno se entrega sin miedo al furor de vivir.

Assouline lo sabe y lo acepta y lo padece,

y de nuevo vuelve a donde tiene que volver.

 

Ya lo decía Gil de Biedma:

Siempre se obstina en ser dulce,

en merecer ser vivida

de alguna manera mínima

la vida en nuestro país.”


 

 

 

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22 de enero de 2019
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La mitad de la vida

Qué fácil parecía poder regresar a las ciudades que pisábamos por primera vez! Nos decíamos: “Volveré”, extrañándolas antes de tiempo, maquinando completar los itinerarios que nos habían quedado a medias. El tiempo era entonces una larga goma extensible, y se nos antojaba que cabían muchas vidas dentro de la nuestra, recién pintada, aún con olor a aguarrás. No queríamos perdernos nada. De aquel tiempo sólo recordamos lo bueno, pero también padecíamos, estremecidos por la soledad que implicaba tener mucho futuro por delante y poco pasado que nos apuntalara.
Ahora que ya no somos los más jóvenes en las reuniones añoramos el sudor de manos antes de intervenir, sospechando que los veteranos nos consideraban unos perfectos idiotas. Cuán equivocados estábamos, pero no lo supimos hasta mucho después, cuando conseguimos las contraseñas contra la inseguridad o el arrepentimiento.
Vida come vida, hay que seguir adelante con más fantasías que realidades. Por ello, los jóvenes llenan las horas de acti­vidades mientras piensan quiénes van a ser o, mejor dicho, qué van a hacer. No les duelen los huesos, ni apenas tienen muertos, quieren acaparar la atención del mundo como sea. En mi caso, recuerdo que me compré en Nueva York una cazadora de cuero negro con el aplique cosido de un esqueleto blanco que refulgía en la oscuridad; hasta este extremo llegué, la mar de feliz dentro del avión.
En la mitad de la vida, ya sabemos lo que no podremos ser y debería dejar de importarnos. Los días se acortan, pero aun así es posible hallar un sentimiento confortable a pesar de que todo se repita, de que sea más difícil el sobresalto. Hemos remendado un hatillo con nuestra insatisfacción, que calmamos extendiendo nuevos deseos. En En la mitad de la vida (Libros del Asteroide), de Kieran Setiya –un curioso ensayo sobre la irreversibilidad del tiempo con toques de autoayuda–, se analiza la mirada hacia lo no conseguido, las aspiraciones malogradas. “La mezcla de nostalgia, arrepentimiento, claustrofobia, vacío y miedo” de la mediana edad, que Setiya, profesor de Filosofía en el MIT, trata de desentrañar. Asegura que: 1) en la madurez hay que saber disfrutar de no hacer nada; 2) no hay que medirlo todo en forma de proyecto o ingreso, y 3) hay que llenar la vacuidad cotidiana y librarse de planes utópicos. Él mismo se inclina por una orientación más atélicade vida. Busqué el significado en la red y lo hallé en un diccionario informal de portugués: “Atélico: dícese de verbos o nombres que expresan acciones que no tienen un explícito (andar, pensar, respirar, suspirar) o estados psicológicos o emocionales (gustar, sufrir, optimismo, desesperanza)”.
Hoy es blue monday, el día más triste del año según una medición de parámetros sociales –como la motivación o la necesidad de encontrar nuevas metas–, meteorológicos y económicos. En caso de que sea cierto y les invada ese spleen que dicen que se derramará por todo el mundo, les deseo un feliz y atélico suspirar. Al menos hasta el martes.
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21 de enero de 2019
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La desigualdad según la ciencia

 

La redacción de la revista Investigación y ciencia dice en su último informe especial:

Una acusada desigualdad económica repercute negativamente en todos los aspectos del bienestar humano y en la salud de la biosfera.

***

La revista analiza la desigualdad en USA, “país que representa el caso extremo de una tendencia global”, así como “el modo en que los sistemas digitales perjudican a los miembros más vulnerables de la sociedad”. También detalla “los mecanismos por los que la desigualdad deteriora la salud mental y física de los individuos, y la manera en que el desequilibrio económico y político está dañando el entorno natural”.

***

Se agradece que la ciencia se ocupe de la desigualdad. No es un tema que tienda a frecuentar demasiado, dejando ese ámbito para las humanidades y la filosofía. Hace años, el sociólogo Bourdieu hizo diferentes radiografías de la desigualdad, analizó su origen y sus causas, detalló sus mecanismos y los efectos que provoca en la salud, sin olvidarse nunca de la desigualdad de género, madre de todas las desigualdades.

   

Ciertamente, la desigualdad es un fenómeno devastador. Nos basta con mirar hacia atrás y examinar la historia. Podemos remontarnos hasta los egipcios. Sus tumbas nos informan muy bien de los efectos de la desigualdad. Los esqueletos encontrados en las necrópolis de los humildes indican que a veces se interrumpía en ellos la línea del crecimiento. ¿Debido a qué? Fundamentalmente a las hambrunas provocadas por las sequías. En cambio los esqueletos de los aristócratas demuestran que sus dolencias se debían sobre todo a los males generados por la política matrimonial cerrada y endogámica. La desigualdad ha sido siempre fuente de toda clase de diferencias y de desniveles. La arqueología y la historia ya conocían ese infierno del que finalmente ha decidido ocuparse la ciencia con mayúscula. Celebrémoslo.

 

Coda lírica:

 

Mi madre me contaba que cuando era niña

 

a los pobres los enterraban envueltos en una manta,

 

en cambio los caciques reposaban en ataúdes de cristal y plomo.

 

Los primeros se disolvían enseguida en la tierra,

 

nutriéndola con sus restos y convirtiéndose

 

en un arbusto o en una higuera.

 

Los otros todavía se están pudriendo.

 

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20 de enero de 2019
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Efectos secundarios

El mundo exterior era duro, implacable con los débiles, no cumplía nunca sus promesas, y el amor seguía siendo lo único en lo que todavía se podía, quizá, tener fe”. Lo afirma Michel Houellebecq a través del protagonista de su última novela, porque sus voces a menudo se solapan. Bien se ha cuidado el escritor de alimentar la ambigüedad de sus identidades literarias; incluso aparecía con su nombre de pila en el centro de la trama de El mapa y el territorio. Sus libros, a pesar de la derrota, son adictivos y siempre polémicos, escritos con un poderoso embrague. Amoral, cínico, deslavazado, neurótico, machista, alcohólico, guarro, fumador compulsivo, reaccionario, poseído por un desencanto que tumba todas las fichas del tablero de la vida. Un jaque mate existencial. En el caso de Serotonina (Anagrama), incide en los efectos secundarios de los antidepresivos que barren la testosterona e inhiben la libido, y aunque al ingeniero agrónomo Florent-Claude le permitan ducharse cada día, comprar la comida y tenerse en pie, entierran su vida sexual.
Acostumbramos a medir mal los efectos secundarios. De las relaciones tóxicas y de las medicaciones prolongadas. De las ingestas de comida y alcohol o de las salidas equivocadas en las rotondas, de los viajes exóticos y de los tacones de diez centímetros. Del bótox o la viagra. Vivimos enmarañados en un cableado invisible de efectos secundarios que ensombrecen el placer. Se esconden en la letra pequeña de los prospectos, esos que el propio médico te dice que mejor no ­leas si eres aprensiva. Pero también se escoran bajo las zapatillas deportivas de los runners cuarentones, desgastando sus fémures; o en los colchones demasiado blandos de los hoteles con encanto. Los vecinos demasiado simpáticos, los hombres misteriosos, los compañeros aduladores y las mujeres con mucho colorete –alertaba Wilde– implican un ramillete de efectos secundarios que puedes lamentar toda tu vida.
Houellebecq invoca el amor como salvación frente a la derrota, un amor romántico, que para mantenerse en el tiempo debe calibrar las consecuencias de la palabra misma. “La vocación de la palabra no es crear el amor, sino la división y el odio. La palabra separa a medida que se formula, mientras que un informe parloteo amoroso, semilingüístico, hablar a tu mujer o a tu hombre como se hablaría a un perro, genera las condiciones de un amor incondicional y duradero”, escribe. Y una, que siempre ha sobrevalorado la palabra y se ha esforzado en mantenerla, piensa en aquellas parejas que se hablan sin despegar los labios, gordis o peques que se fiestean igual que niños y no necesitan grandes relatos para seguir tomando juntos el café de la tarde acompañando su soledad sin efectos secundarios.
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16 de enero de 2019
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Salve, amigo

Los que nos hemos quedado solos y hechos polvo somos nosotros, los casi vivos
 

Quienes trataron a Carmen Balcells, la agente literaria más eficaz de Europa, sabían que era una madre con sus autores, pero un verdadero lobo feroz con los editores. Tenía un carácter y una fuerza descomunales y nadie, ni los más poderosos, osaban ponerle la proa. Todos la temían, menos uno. Había un editor a quien Carmen mimaba y cuidaba como a un hijo que le hubiera salido mejor horneado que sus autores. En las añoradas comidas y cenas de la agencia estaba siempre alerta e inquieta, con las antenas puestas en Claudio López de Lamadrid. "Un poquito más de lubina, Claudio, que es muy saludable y ni se te ocurra dejar el puré de nueces, que me las traen de la Columbia Británica", y así sucesivamente. Se le caía la baba. ¿Celos? Pues sí, qué pasa, pero muy atemperados porque a todos y a todas, perdón por el socialismo, se nos caía la baba con Claudio. Él, con aquella sonrisa de niño grande (porque era grande, alto, robusto, úrsido) se dejaba querer. Pues con razón todos le querían porque fue generoso, amable, gozoso, agudo, gruñón, cordial, un ciudadano magnífico.

También, al parecer, la Parca debía de quererle porque se lo ha llevado en cuanto ha podido, mucho antes de lo que habría sido respetable. Y el único consuelo es que, precisamente por favoritismo, se lo ha llevado en un chispazo, un infarto fulminante del que no se enteró ni él. Es el gran privilegio de algunos elegidos: no se verá menguar, decaer, buscar las gafas cuando las lleva puestas, ni poderse atar los cordones de los zapatos. Seguirá ya para siempre con su aspecto de senador romano de sonrisa olímpica. Tiene Bécquer aquel verso famoso: "¡Qué solos se quedan los muertos!". Sucia mentira. Los que nos hemos quedado solos y hechos polvo somos nosotros, los casi vivos.

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15 de enero de 2019
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Los ancianos japoneses roban para ir a la cárcel y así escapar de la pobreza y la soledad

Leo en el periódico Clarín de Buenos Aires (14/1/19): Los ancianos de Japón cometen delitos para tener con quien hablar en la cárcel, o van a prisión porque las jubilaciones no les alcanzan para sobrevivir.

 

Japón es el país más envejecido del mundo. Casi el 30% de su población supera los 65 años y cada vez son más los ancianos, pues las parejas jóvenes no quieren tener hijos. La soledad de los ancianos está haciendo estragos y adquiriendo las dimensiones  de una epidemia. Un problema que sobrepasa con creces los límites del archipiélado del Sol Naciente. Según un informe de la Comisión Jo Cox sobre la Soledad, el Reino Unido tiene más de nueve millones de personas que se sienten solas y unas  200.000 confiesan no haber hablado con nadie desde hace más de un año.

***

 El problema ya lo conocí en Francia en mi época de estudiante. En París, miles de viejos morían solos en sus tristes habitaciones. Una desolación secreta que nunca llegaba a los periódicos. Para mí representaba la cara más negra de Francia.

 

Y en España? Nos hallamos ante el mismo problema, con una población muy envejecida y unas pensiones paupérrimas. Mucho me temo que la invención japonesa corre el peligro de universalizarse. Después de todo, a los ancianos se les suele respetar en las cárceles más que en las calles (según me han dicho). Todo un signo de nuestro tiempo.

He visitado geriátricos donde los ancianos vivían peor que en un penal. La opción japonesa tiene su lógica: mejor vivir entre delincuentes que en la más indigna soledad. La desesperación es pródiga en invenciones asombrosas.

 

¡En qué sociedades más degradadas nos movemos! Apartamos la mirada de la muerte aún sabiendo que tarde o temprano jugaremos al ajedrez con ella. Despreciamos la vejez ignorando que a todos nos espera. Ahora mismo es una desgracia ser joven, y una desgracia ser viejo. Extraño panorama el que se despliega ante nuestra mirada: la negación explícita de las verdades fundamentales de la vida.

 

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14 de enero de 2019
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Mujeres que sí pueden

La política sí va con nosotras. El feminismo sí es político”, dijo Irene Montero, y las quinientas mujeres que abarrotaban la Nave de Terneras de Matadero de Madrid –hasta el nombre del espacio cuenta– levantaron el brazo, partisanas en lila conscientes de su ahora o nunca. Pensionistas, raperas, gafapastas, abuelas con falsos moutones, madres con abanicos, hijas con botines Chelsea, todas reunidas bajo el leitmotiv “La vida al centro”, celebraban su comeback tras seis meses de baja maternal después de un parto prematuro de mellizos. Seis meses en silencio, cuidando de sus hijos con responsabilidad y exclusividad.
Apenas ha cumplido los treinta, y ­tiene un pasado de escudo para evitar desahucios, cientos de asambleas, trending topics infernales y dos mociones de censura a sus espaldas (la segunda victoriosa, algo inédito en nuestra democracia). Lumbrera en Psicología que fue invitada a Harvard para terminar su tesis, aplazó el viaje tras aquel 15-M que acabó con el bipartidismo y alumbró una nueva manera de hacer política ventilando el hemiciclo. Irene Montero no lleva piercings, es pulcra, sobria, expresiva. “Tiene algo de Cecilia”, escuché decir en el acto del pasado miércoles. De amarillo y blanco, animó a las andaluzas: “Las que sufren hoy el pacto de los trillizos reaccionarios”. Allí donde otros tiemblan, ella se encoge ligera y compasivamente de hombros. “Los poderosos son los que contaminan más, los que incendian la política”.
Pero no sólo habló ella. Intervinieron mujeres de distintas profesiones y militancias que cartografiaron el mapa actual. Brecha salarial, cotizaciones y pensiones, desahucios, la amenaza de un paso atrás. Isabel, aparadora en Elche, condenada a la precariedad: “Detrás de todos los zapatos que lleváis hay una mujer esclavizada. Ser aparadora es ser un mueble”. Rosa, profesora, la educación como arma contra la desigualdad: “Educar personas que sean libres, que sean críticas, que sean cultas”. Concha, una de las 756 mujeres taxista de Madrid –apenas un 3,8%–: “Mi prima fue degollada hace dos años por su marido delante de sus hijos. Nadie se preocupa de sus huérfanos. Nos hemos gastado una millonada en psicólogos”. Miembros de los comités de H&M o Coca-Cola recordaron que aún no ha habido ninguna líder sindical en España. Y Ana, del Círculo Feminista de Alcalá de Henares, resumió el hashtag #LaVida­EnElCentro: “Significa actuar con la coherencia de ser humana”.
Según los datos del CIS, tres partidos –PP, Ciudadanos y Podemos– tienen poco más del 10% en intención directa de voto, y el PSOE no llega al 20%. Las lealtades tradicionales –clase, partido, edad– no suman ni en combinaciones de lo más audaz. Sólo el feminismo, que ha ganado la batalla de la opinión (a pesar de las resistencias de los ultras), puede cerrar la ecuación, colocando la vida –y no el poder– en el centro. “La esperanza es una decisión colectiva”, afirma Montero. No lo tachen de buenismo si todavía creen que la vida es un río.
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14 de enero de 2019
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El Boomeran(g)
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