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EL AGUA

El  agua es, sin duda, benéfica y salvífica, pero el agua que desborda un lavabo o un fregadero, que desborda un cubo o una balsa, delata su aspecto monstruoso. Recuerda a un niño que babea sin tregua o  que vomita una endulzada suma de alimentos pálidos. Esta manera desvertebrada de suceder el desbordamiento, boba, adormilada,  evoca también el modo en que se comporta la sangre que dobla los bordes en las heridas y se despliega  abandonada a su ciega querencia  de manar como un ser sin huesos sobre una superficie fácil, fácil a la indolencia, fácil a todo.

El agua busca la facilidad. Es noble cuando embalsa  en grandes cantidades geológicas pero fuera cuando se derrama o escapa descubre su talante pusilánime, su deseo de abandonar cobardemente el lugar y extenderse sin cuidado a la propiedad de las otras cosas solo pendiente del obsceno desmantelamiento de su cuerpo y deteniéndose sólo cuando su misma elasticidad se agota.  El agua es feliz pero ególatra, falaz y, a poco que se la deje. Presta aprecio a quien la contenga en su seno pero es temible  ensanchándose como la panza de un pez o como un mal transparente  dispuesto a contagiar su maldición. Ella misma se siente como una secreción total, la obvia y suprema  secreción del mundo.

No diría sin embargo lo mismo del mar aunque también alude a una sangre gigantesca.  El mar, con todo, es otra cosa, aunque también sus romances  ocultan su otra cara inclemente, el amargo salado de sus sorbos, el estómago salobre  de ese océano que, si  a la vista  trasluce nobleza y salud, en la profundidad despliega su obesa mano de angustia.

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24 de septiembre de 2007
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Arrímense, sirenas

Uno sabe que estuvo en el infierno cuando la sola idea de dar un paso atrás le provoca un horror a prueba de plegarias. Hay quien piensa que vale ser compasivo para con ciertos monstruos del pasado, pero lo cierto es que éstos desconocen la compasión. En su novela El vuelo de la ceniza, Alonso Cueto cita a un personaje que da cuenta de otro pensando en "corregir al mundo de su presencia". No sé si sea lo ideal apoyarme en las divagaciones siniestras del doctor Boris Gelman, a quien Cueto presenta como un psicópata cobarde, pacato y gazmoño; pero el hecho es que el loco me ha dado ideas, y no puedo por menos de implementarlas.

Cuando llamé a la puerta del nefando cazador de brujas Fray Severo Himmler-Hopkins, sabía que corría el riesgo de despertar engendros peligrosos y puede que invencibles, pero me dominaba un frenesí comparable al que lleva pendiente abajo a los personajes de Howard Phillips Lovecraft, sólo que ahora no pretendía hacerme con los secretos últimos del Necronomicon, sino apenas echar de mi vida a un monstruo pernicioso que en mala hora habíase vestido de musa y hasta fingía irse, para mejor quedarse. A pesar de que creo, con Camus, que en cualquier caso deben ser los medios los que justifiquen al fin, y jamás al contrario, esta vez me aquejaba una rara premura por recibir la bendición del diablo.

Para quien vive de contar historias, sólo hay lugar para una clase de culpa, proveniente de la esterilidad. No escribir a lo largo de un día completo lo deja a uno con la conciencia untada de cochambre; una calamidad contra la cual el blog presenta propiedades analgésicas y enervantes. A la larga, no obstante, la suciedad se va acumulando en el fondo de la marmita y ya no basta el blog para desprenderla. Cuando intenté volver a la novela en ciernes, de espaldas a la ausencia de la falsa musa, su fantasma se alzó, resuelto a interponerse entre el proyecto y mi espada: la queridísima Mont Blanc Nautilus que poco o nada entiende de piedad. Así, con ella en mano, acudí a Fray Severo.

  —Nada me gustaría más que ayudarte, hijo mío, pero antes debes entregarme tu Excalibur —ironizó de entrada el chozno de Matthew Hopkins, rodeado por ese halo de mentirosa devoción que hace tan peligrosos a ciertos clérigos.

¿Qué se hace en estos casos? Lovecraft, que era en el fondo un beato pusilánime, tal vez habría corrido por un crucifijo, pero yo dije que iba a vivir sin apelación. Por eso le encajé la espada en el vientre a Fray Severo, luego al fantasma terco, que había llegado intempestivamente a felicitarme, y acto seguido me moví de la escena, comprendiendo de pronto que en este oficio no hay bendición que sirva, por maldita que pueda parecer. Pues lo que más se quiere y se requiere no es salvarse, sino acceder a la condena plenaria. ¿Había para ello camino más seguro que liquidar tanto a la bruja como a su cazador?

Nada le hace mejor a la escritura como traer una patrulla detrás, de preferencia con la sirena prendida. Cuando los personajes de la novela en proceso me vieron llegar, espada en mano y con una hilera de patrullas en mi rauda procura, lo celebraron disparando misiles al aire; ninguno como ellos entiende el daño que hacen las bendiciones a quien ya se propuso corregir al destino espada en mano. Que corra, pues, la hemoglobina de monstruos y fantasmas. Es momento de acelerar a fondo y atropellar a todo cuanto se interponga. Nada le haría peor a la escritura como ser rebasada por las patrullas y verlas convertidas en escoltas.

Que me reviente un rayo a media tempestad si añoro los avernos de la falsa musa. Atrás, supersticiones agachonas. Vade retro, nostalgia chantajista. Detente, sombra de mi bien esquivo. Por estricta disposición del administrador, a partir de este punto se prohíbe la entrada a las musas, falsas o verdaderas, etéreas o concretas, repelentes o hermosas. Toda infracción será castigada con mínima piedad y extrema sevicia. Y ahora a correr, que ahí vienen las patrullas.

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24 de septiembre de 2007
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Tres títulos, una novela

La última novela de Mayra Montero cambia de título con cada idioma. En castellano es Son de Almendra; en inglés, Dancing to «Almendra»; en francés, La Havane, 1957. Acabo de leer la versión francesa y puedo entender la inestabilidad del título. El libro no es una novela sino varias novelas que uno escoge según su anhelo de vivir en un mundo específico.

La primera frase mezcla el asesinato del capo de la mafia Umberto Anastasia en Nueva York con otro asesinato, el de un hipopótamo en el zoológico de la Habana. Esta frase pone en marcha una novela policíaca, bien cocinada y que se apoya en figuras de la mafia de los años 50: Lansky, Anastasia, Lucky Luciano o Diconstanza. Es la novela que se merece el título francés, pues estamos en un momento de ruptura: Cuba pasa del mundo del dictador Batista al de otro dictador. Se nombra una vez a Guillermo Cabrera Infante, una vez también a Fidel Castro. Se adivina algo, un cambio mayor, pero no se sabe muy bien, tal como no se sabe con certeza quién mató a quién en este mundo del hampa.

El título norteamericano corresponde a una visión más amplia de la obra. Más allá de la novela policíaca existe un relato del amor y de la soledad en este libro. Hay dos voces que alternan según los capítulos. Por una parte un reportero obsesionado con el mundo de los mafiosos. Por otra parte una mujer extraña: fue criada por una chinata, le falta un brazo, espera a los magos y al final no entiende la diferencia entre un circo y la vida urbana. Esta novela se ganó la portada del suplemento de libros del New York Times, lo que es una verdadera hazaña para un escritor latino.

Pero por fin, hay la novela tal como es, con su título en castellano. Es una referencia a un danzón famoso del músico Abelardo Valdés. Para mí esta novela es la del baile, del calor y del cansancio amoroso de La Habana. Muchas páginas son retrato de la noche en la gran metrópolis del Caribe. Salir, comer, acostarse con los amados y los no tan amados, atravesar la ciudad que espera el amanecer. La destrucción de una familia, la muerte de mafiosos o de animales, el final de amores sin ilusión se mezclan en unas tinieblas que no tienen salida. En esta novela, un mundo se va y ya se adivina cómo el otro no va a cambiar nada a la condición humana.

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24 de septiembre de 2007
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Al cielo irán los de siempre

Publicaba el jueves en este periódico el notario López Burniol un artículo en el que comentaba la creciente atracción por el separatismo que va seduciendo a las clases pudientes catalanas con las que él trata habitualmente. Como es lógico, aquí todos hablamos a ojo porque nadie está dispuesto a realizar estudios serios sobre el asunto. De modo que el notario aseguraba, de oídas, que "se ha producido ya una ruptura sentimental con España". Tiene razón, sin duda, pero es una ruptura muy rancia. La burguesía catalana siempre fue antiespañola. Franquista y antiespañola, aunque parezca raro. Todos aquellos catalanes que tenían cuentas corrientes, menos los directamente implicados en el Gobierno de la República (y no todos), se unieron a Franco. Lo que no impidió que luego se pasaran cuarenta años abominando de Franco e incrementando el patrimonio. Los 30 años que llevamos de nacionalismo democrático no han hecho sino seguir la senda tradicional de las clases dirigentes catalanas cambiando "Franco" por "España" o "el PP".

Dice también que "bastantes catalanes --ignoro cuántos-- han emprendido un camino sin retorno hacia la independencia de Catalunya". Cierto: lo ignoramos y seguramente lo ignoraremos siempre porque nadie está dispuesto a averiguar de verdad cuántos son. De hecho, no importa. Lo esencial para dar ese paso es la creación de un núcleo potente de negocios. Si la clase dirigente lo aprueba, se producirá la independencia, la sigan 12.000 o siete millones de ciudadanos catalanes.

Su conclusión es: "¿Para qué esperar al 2014?". No puedo estar más de acuerdo. Cuanto antes acabemos con ese mito, mejor. Pero ya verá el señor notario que en cuanto lo plantee seriamente se le va a escapar por la ventana casi todo el que tenga algo que perder. Como antes. Como siempre. ¡Ojalá pudiéramos montar un referendo con garantías que acabara con tanta pérdida de tiempo y el inmenso despilfarro de talento y dinero que han supuesto 30 años de nacionalismo oficial! A lo mejor entonces Catalunya avanzaba un poco hacia el siglo XXI.

Artículo publicado en: El Periódico, 22 de septiembre de 2007.

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24 de septiembre de 2007
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Actuar para vivir

Por segunda semana consecutiva me encuentro aplaudiendo un artículo de Mario Vargas Llosa. Ayer domingo me encantó Dickens en escena, el texto que publicó en el diario El País. Vargas Llosa comenta un libro que ha caído en sus manos (ah, qué envidia): Charles Dickens and His Performing Selves, subtitulado Dickens and The Public Readings (Oxford University Press, 2007), cuyo autor es Malcolm Andrews. Lo que Andrews hace es recrear el periodo final de la vida de Dickens, desde que en diciembre de 1853 se animó por primera vez a leer textos suyos en público hasta que lo hizo por última vez en 1870, tres meses antes de su muerte, disuadido de volver a intentarlo tan sólo por su mala salud y la prohibición de sus médicos.

Según Andrews dice, y Vargas Llosa, Dickens justificó ante su familia la realización de esas presentaciones debido a que le reportaban dinero en un momento en que le venía más que bien. (Andrews calcula que las presentaciones en público lo hicieron más rico de lo que lo habían hechos los libros en sí mismos.) Vargas Llosa añade que más allá de la excusa, había en Dickens una vocación histriónica "o por lo menos, de contador ambulante de cuentos. Lo cierto es que el teatro debe haber sido el primer amor de Dickens. En Great Expectations, Pip revive una excursión a una feria de esas que abundaban en espectáculos callejeros, debiendo bajar al fin su cabeza porque lo que había presenciado era "demasiado para mis jóvenes sentidos". Cuando era pequeño, y más aún: en los momentos más crueles de su infancia, construyó un teatro de juguete que incluía un escenario y personajes de cartón pegados a palillos o cables que facilitaban su movimiento. Ya de adulto, no pasaba una semana sin que viese alguna obra. Y el hecho de haber fracasado como autor teatral, con títulos como The Strange Gentleman y The Village Coquettes, se contaba sin duda entre las más grandes frustraciones de su vida.

Pero interpretar la energía que dedicó a las lecturas en público como su forma de paliar esa frustración sería empobrecedor. Es verdad que era histriónico, aunque no lo suficiente como para ganarse el pan como actor. (Cosa que también intentó.) Dickens no se limitaba a leer sus textos, sino que los recreaba con su voz y con sus movimientos, interpretando el timbre y las modalidades de cada personaje. Si se me permite el atrevimiento de la interpretación, creo que no intentaba tanto poner a prueba una modalidad degradada del teatro, como disfrutar de una conexión con sus lectores que no podía experimentar de ninguna otra manera. Es verdad que vendía miles y miles de ejemplares de sus libros a ambas orillas del Atlántico, y que gozaba en sus días de la popularidad de una estrella de cine o de rock. Pero una cosa son los números de las ventas y las palmadas por la calle, y otra muy distinta la experiencia de registrar qué le ocurre a la gente mientras lee... o mientras oye. No hace falta más que considerar la característica de sus ficciones para entender que Dickens debe haber ansiado la respuesta emocional del público. ¿Cuál es la gracia de conmover, horrorizar y divertir a la gente si uno no puede verla cuando eso le ocurre?

Si hubiese tenido éxito en el teatro habría estado allí cada función, para dejarse empapar por las risas y los sollozos. Si hubiese existido el cine, se habría sentado en la última fila para sentir qué le pasaba a la gente ante la proyección de sus historias. La reacción del público -del público de carne y hueso, que saltaba en sus asientos, se dejaba oír y no escatimaba sus reacciones más viscerales ante una escena- debió haber sido la mejor paga de su vida. Quizás sea Dickens el último de los grandes narradores que haya escrito con la idea de crear comunidad. Aunque todavía seamos muchos los que seguimos creyendo en las ficciones en las que "cada persona(je) se demuestra por encima de los accidentes de la vida, aun cuando no pueda dejar de encontrárselos a la vuelta de cada esquina".

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24 de septiembre de 2007
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PAUL AUSTER Y EL AZAR

Hay casualidades, azares, que marcan nuestras vidas. Algo que está muy presente en la obra de Paul Auster. También fue, por no salir de NY, tema recurrente en una de las últimas películas de Woody Allen, Macht Point. Y es el tema de obras teatrales, libretos de ópera y argumento novelesco desde los orígenes. Un tema recurrente, un cuento de nunca acabar.

Estros días entre Brooklyn y Manhattan he recordado al escritor, también al director de curiosas películas. Anoche tuve la oportunidad de hablar por la radio sobre él, y con él, unos momentos. Está encantado en San Sebastián. Y yo sigo enganchado en su ciudad. No hablamos, al menos no con él escuchando, de las malas críticas de su última película. Tampoco se debe hablar, creo, por boca de crítico cuando no has visto una obra.

Recordé que su vida, y seguro que su obra, pudo ser muy distinta si hubiera sido atendido por una compañera de clase a la que estuvo pretendiendo sin éxito un tiempo. Es una amiga mía. Neoyorquina, guapa, culta y con un apellido que también es una marca de por vida. Se llama Isabel García Lorca. No me extraña que enamorara a Auster. Ella en aquellos años no hizo caso al chico guapo de Brooklyn que le “tiraba los tejos”. Tenía otro amor que le gustaba más que aquél afrancesado compañero de las clases de literatura. ¿Qué hubiera pasado si Auster se casa con una española? ¿Haber pasado a ser sobrino de Lorca no condiciona también tu manera de escribir, de vivir? Nunca lo sabremos, nunca pasó, nunca pasará. El azar es así de caprichoso y ordena muy bien su caos.

¿Qué hubiera escrito Kafka si su tío “madrileño” hubiera dicho sí a las pretensiones del joven de Praga de venirse a vivir a Madrid? Seguro que no hubiera escrito igual. No existiría el Kafka. Un Kafka sin el padre, sin Praga es un Kafka inimaginable. El azar otra vez decide que la literatura mantenga sus argumentos.

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24 de septiembre de 2007
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EL LUGAR, LA VIDA Y LA MUERTE

Así como el carácter se deja influir por el clima o por el mes de nacimiento, aparte de por los hados y por la historia, tiene también que ver, incluso en el mismo país, por la ciudad donde se viva.

Las ciudades son como hogares grandes y de la misma manera que el ambiente familiar, sus tufos, sus voces, sus costumbres, modelan la personalidad y hasta la idea del mundo, el medio urbano decide más de lo que, a menudo, se tiene en cuenta. Las localidades pequeñas o medianas invitan a la repetición y el agradable consuelo del control del tiempo. Las grandes urbes, por el contrario, son un constante estímulo de la novedad, junto a la sevicia de la ansiedad y la desazonante persecución del tiempo.

En una ciudad de 15.000 habitantes parece que ya se sabe todo, mientras, en las megalópolis, el mundo se percibe resueltamente como inabarcable.

En la gran ciudad es permanente la sensación de que no conocemos algo más y que, por más que  intentemos, siempre nos perdemos una situación, un espacio o una experiencia que merecería la pena.

Quienes mueren en los pueblos podrían alcanzar la satisfacción de haber habitado el orbe pero quienes se despiden en los grandes cementerios metropolitanos desaparecen con la viva impresión de que apenas han podido vivir una mínima porción del mundo.

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21 de septiembre de 2007
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CONFESIÓN SENTIMENTAL

El cantante venezolano José Luis Rodríguez, cuyo nombre artístico es El Puma, tiene mi misma edad pero ha pasado seguramente por laboriosas cirugías plásticas, y mucha gimnasia para mantener la agilidad con que salta por el escenario mientras canta.

Ha llegado a Nicaragua por primera vez en toda su larga carrera, y, por supuesto, los periodistas lo buscan para entrevistarlo y quieren preguntarle antes de nada, sobre política, cuándo no, si es venezolano. Pero él los para en seco: “no hablo de política, hermano”, con lo que debe pasarse a otros temas. Éste, por ejemplo:

“—¿Cuál  es el mayor éxito de El Puma?

   —Mi salto internacional.”

(Se entiende, tratándose de un puma).

Y éste otro:

  “—¿Su mayor tristeza?

   —Cuando perdí a mi madre y cuando perdí a mi perro fiel.”

Se trata, como se ve, de una sincera confesión sentimental que enlista dos dolores en la misma categoría. Y luego dicen que madre sólo hay una.

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21 de septiembre de 2007
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Se traspasa musaraña

Creí que al regresar ya no la encontraría, tal vez porque tomé la decisión de creerlo. Javier Marías —cuya aguardada tercera parte de la novela Tu rostro mañana se anuncia ya en El Boomeran(g) y me hace salivar de envidia porque a México no sé cuándo llegará— cuenta que no acostumbra arrepentirse al narrar, y es así que una vez que escribe una página la da por sucedida y no usa la reversa ni para acomodarse. Admirable actitud, que ya en los hechos nos ha dado prodigios del tamaño de Mañana en la batalla piensa en mí. ¿Quién quisiera leer a un narrador indeciso que de entrada se hace trampa a sí mismo? Por eso decidí creer lo que quería, entendiendo con ello que si la realidad osaba contradecirme yo le respondería con el poder de convencimiento que sólo tiene la extrema violencia.

—¿Crees que puedes echarme como si cualquier cosa, canalla infecto? —me mira con los ojos llorosos a propósito, cargada de un amor estrictamente propio y un odio a todas luces calculado.

—Fuera de aquí, Afrodita. Ya te dije bien claro que he resuelto vivir sin apelación.

—¿Vas a cambiar el panorama negro de tu vida patética colgándote de la primera desconocida que te cae en la playa, seguro que por lástima? —ahora es ella quien echa mano de la violencia extrema, lástima que le falte información…

—Mire usted, musa de no sé quién: la persona a la que ha intentado referirse no “me cayó en la playa”, menos aún es una desconocida. Llevo más de tres años de viajar al Brasil con feroz reincidencia no sólo para hincharme los sentidos de ritmo y llenar la maleta de cds, sino antes que eso para cumplir con un papel de súbdito romántico que no estoy obligado a explicarle. Usted, que se ha metido a rincones de mi vida adonde no recuerdo haberla invitado, tendría que entender que las princesas amazónicas no se dan en maceta, cuantimenos salen a cazar hombres en la playa, y si hasta ahora nunca consiguió verla no encuentro explicación más que en su vanidad de dominatrix descontinuada.

—¿Sabes que si me da la gana puedo secarte el alma y evitar para siempre que vuelvas a escribir una línea, cucaracha maloliente? —mientras habla, Afrodita salpica sus palabras de una cierta saliva espumosa que causa escoriaciones leves en mi piel, y al hacerlo su rostro se va desfigurando. Nada hace ver tan fea a una musa como el escepticismo de quien la contempla. Si seguimos así, va a salir de mi vida con la cara invadida de verrugas, montada en una escoba y soltando conjuros anacrónicos.

—Salga usted de mi vida, musaraña mañosa, antes de que me dé por llamar a un exorcista o a un inquisidor. Tengo los números de varios en mi agenda. ¿Ha oído hablar, por ejemplo, del implacable Fray Severo Himmler-Hopkins? —apenas oye el nombre, palidece, y en un descuido empieza a sollozar.

—Nunca creí que fueras capaz de lanzarme de esa manera al limbo, como a cualquier fantasma segundón.

—En realidad pensaba enviarte al infierno, pero si aceptas entrar en razón puede que te consiga otro trabajo...

—Ya te he dicho que sólo puedo trabajar con los que cumplen años el mismo día que tú.

—¿Has leído a David Toscana, Afrodita?

—¿El autor de Santa María del Circo?

—También de El último lector y El ejército iluminado. A estas horas debe de estar volando de Río de Janeiro a Monterrey; hace unos pocos días descubrimos que nuestros cumpleaños coinciden. Justamente me dijo que llegando de vuelta a Monterrey iba a lanzarse a buscar una musa.

—¿Tú me vas a recomendar con él? —una lenta sonrisa de lectora voraz va desplazando al rictus de amargura con el cual hace pocas líneas Afrodita del Carmen pretendía chantajearme como a un politicastro abaratado.

—¿Tú crees que necesitas de recomendaciones? ¿Y si mejor te pones el negligé de encaje con el que tantas veces me encajaste uñas, pupilas y colmillos? —súbitamente pufff: el hechizo se rompe. Queda en su sitio una nube de humo color de rosa.

Respiro de repente una brisa fresquísima, como pasa al principio de un romance hondo. En portugués, por cierto, a la novela se le llama “romance”, y a las telenovelas les dicen “novelas”, aunque ya en español cueste tanto trabajo distinguir la escritura de la novela del ejercicio largo del romance. No sé si he hecho bien: Toscana va a acabar por saber que le he enviado una dominatrix a domicilio. Lástima, porque soy su lector y hasta su amigo. Temo que no me va a volver a hablar.

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21 de septiembre de 2007
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NOTICIAS DE AMÉRICA LATINA

Una entrevista a Michael Shifter, el vice-presidente de Inter-american dialogue, en El Colombiano es una excelente oportunidad de escanear todo el continente en pocas palabras.

Lo interesante en un ejercicio como éste, es decir, una síntesis que lo abarca absolutamente todo, es comprobar cómo todos los problemas se pueden resumir en tres temas: ambición de poder de personas que ya mandan en su país pero buscan mantenerse como presidente a largo plazo o ampliar su poder, corrupción y, claro, desigualdad.

Kirchner, Morales, Oviedo, Chávez, Uribe, etc. cuentan una misma historia: un poder presidencial frente a un país que vive en gran parte apartado de sus instituciones (políticas, económicas, judiciales…). En el caso de Uribe y Chávez existe un cara a cara específico cuyo desenlace es el tema más caliente del continente.

Shifter, hombre prudente –lo que explica la influencia de su ONG en ambas Américas- entrega su visión con relación a los nuevos socialismos del continente en una frase clave: “No hay casos exitosos de refundar un país por medio de una constituyente, porque las cosas cambian para bien cuando hay buenas políticas de gobierno y no cuando se reescriben las constituciones". Lo que nos permite pensar en las próximas novelas de los caudillos que va a producir la literatura latinoamericana: la historia de un presidente que llega al poder, no se siente cómodo con la constitución, consigue reescribirla y al final descubre enfrentándose con el mismo país, una república sin soluciones.

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20 de septiembre de 2007
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El Boomeran(g)
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