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Se traspasa musaraña

Por 21 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Creí que al regresar ya no la encontraría, tal vez porque tomé la decisión de creerlo. Javier Marías —cuya aguardada tercera parte de la novela Tu rostro mañana se anuncia ya en El Boomeran(g) y me hace salivar de envidia porque a México no sé cuándo llegará— cuenta que no acostumbra arrepentirse al narrar, y es así que una vez que escribe una página la da por sucedida y no usa la reversa ni para acomodarse. Admirable actitud, que ya en los hechos nos ha dado prodigios del tamaño de Mañana en la batalla piensa en mí. ¿Quién quisiera leer a un narrador indeciso que de entrada se hace trampa a sí mismo? Por eso decidí creer lo que quería, entendiendo con ello que si la realidad osaba contradecirme yo le respondería con el poder de convencimiento que sólo tiene la extrema violencia.

—¿Crees que puedes echarme como si cualquier cosa, canalla infecto? —me mira con los ojos llorosos a propósito, cargada de un amor estrictamente propio y un odio a todas luces calculado.

—Fuera de aquí, Afrodita. Ya te dije bien claro que he resuelto vivir sin apelación.

—¿Vas a cambiar el panorama negro de tu vida patética colgándote de la primera desconocida que te cae en la playa, seguro que por lástima? —ahora es ella quien echa mano de la violencia extrema, lástima que le falte información…

—Mire usted, musa de no sé quién: la persona a la que ha intentado referirse no “me cayó en la playa”, menos aún es una desconocida. Llevo más de tres años de viajar al Brasil con feroz reincidencia no sólo para hincharme los sentidos de ritmo y llenar la maleta de cds, sino antes que eso para cumplir con un papel de súbdito romántico que no estoy obligado a explicarle. Usted, que se ha metido a rincones de mi vida adonde no recuerdo haberla invitado, tendría que entender que las princesas amazónicas no se dan en maceta, cuantimenos salen a cazar hombres en la playa, y si hasta ahora nunca consiguió verla no encuentro explicación más que en su vanidad de dominatrix descontinuada.

—¿Sabes que si me da la gana puedo secarte el alma y evitar para siempre que vuelvas a escribir una línea, cucaracha maloliente? —mientras habla, Afrodita salpica sus palabras de una cierta saliva espumosa que causa escoriaciones leves en mi piel, y al hacerlo su rostro se va desfigurando. Nada hace ver tan fea a una musa como el escepticismo de quien la contempla. Si seguimos así, va a salir de mi vida con la cara invadida de verrugas, montada en una escoba y soltando conjuros anacrónicos.

—Salga usted de mi vida, musaraña mañosa, antes de que me dé por llamar a un exorcista o a un inquisidor. Tengo los números de varios en mi agenda. ¿Ha oído hablar, por ejemplo, del implacable Fray Severo Himmler-Hopkins? —apenas oye el nombre, palidece, y en un descuido empieza a sollozar.

—Nunca creí que fueras capaz de lanzarme de esa manera al limbo, como a cualquier fantasma segundón.

—En realidad pensaba enviarte al infierno, pero si aceptas entrar en razón puede que te consiga otro trabajo…

—Ya te he dicho que sólo puedo trabajar con los que cumplen años el mismo día que tú.

—¿Has leído a David Toscana, Afrodita?

—¿El autor de Santa María del Circo?

—También de El último lector y El ejército iluminado. A estas horas debe de estar volando de Río de Janeiro a Monterrey; hace unos pocos días descubrimos que nuestros cumpleaños coinciden. Justamente me dijo que llegando de vuelta a Monterrey iba a lanzarse a buscar una musa.

—¿Tú me vas a recomendar con él? —una lenta sonrisa de lectora voraz va desplazando al rictus de amargura con el cual hace pocas líneas Afrodita del Carmen pretendía chantajearme como a un politicastro abaratado.

—¿Tú crees que necesitas de recomendaciones? ¿Y si mejor te pones el negligé de encaje con el que tantas veces me encajaste uñas, pupilas y colmillos? —súbitamente pufff: el hechizo se rompe. Queda en su sitio una nube de humo color de rosa.

Respiro de repente una brisa fresquísima, como pasa al principio de un romance hondo. En portugués, por cierto, a la novela se le llama “romance”, y a las telenovelas les dicen “novelas”, aunque ya en español cueste tanto trabajo distinguir la escritura de la novela del ejercicio largo del romance. No sé si he hecho bien: Toscana va a acabar por saber que le he enviado una dominatrix a domicilio. Lástima, porque soy su lector y hasta su amigo. Temo que no me va a volver a hablar.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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