Javier Rioyo
Hay casualidades, azares, que marcan nuestras vidas. Algo que está muy presente en la obra de Paul Auster. También fue, por no salir de NY, tema recurrente en una de las últimas películas de Woody Allen, Macht Point. Y es el tema de obras teatrales, libretos de ópera y argumento novelesco desde los orígenes. Un tema recurrente, un cuento de nunca acabar.
Estros días entre Brooklyn y Manhattan he recordado al escritor, también al director de curiosas películas. Anoche tuve la oportunidad de hablar por la radio sobre él, y con él, unos momentos. Está encantado en San Sebastián. Y yo sigo enganchado en su ciudad. No hablamos, al menos no con él escuchando, de las malas críticas de su última película. Tampoco se debe hablar, creo, por boca de crítico cuando no has visto una obra.
Recordé que su vida, y seguro que su obra, pudo ser muy distinta si hubiera sido atendido por una compañera de clase a la que estuvo pretendiendo sin éxito un tiempo. Es una amiga mía. Neoyorquina, guapa, culta y con un apellido que también es una marca de por vida. Se llama Isabel García Lorca. No me extraña que enamorara a Auster. Ella en aquellos años no hizo caso al chico guapo de Brooklyn que le “tiraba los tejos”. Tenía otro amor que le gustaba más que aquél afrancesado compañero de las clases de literatura. ¿Qué hubiera pasado si Auster se casa con una española? ¿Haber pasado a ser sobrino de Lorca no condiciona también tu manera de escribir, de vivir? Nunca lo sabremos, nunca pasó, nunca pasará. El azar es así de caprichoso y ordena muy bien su caos.
¿Qué hubiera escrito Kafka si su tío “madrileño” hubiera dicho sí a las pretensiones del joven de Praga de venirse a vivir a Madrid? Seguro que no hubiera escrito igual. No existiría el Kafka. Un Kafka sin el padre, sin Praga es un Kafka inimaginable. El azar otra vez decide que la literatura mantenga sus argumentos.