Vicente Verdú
Así como el carácter se deja influir por el clima o por el mes de nacimiento, aparte de por los hados y por la historia, tiene también que ver, incluso en el mismo país, por la ciudad donde se viva.
Las ciudades son como hogares grandes y de la misma manera que el ambiente familiar, sus tufos, sus voces, sus costumbres, modelan la personalidad y hasta la idea del mundo, el medio urbano decide más de lo que, a menudo, se tiene en cuenta. Las localidades pequeñas o medianas invitan a la repetición y el agradable consuelo del control del tiempo. Las grandes urbes, por el contrario, son un constante estímulo de la novedad, junto a la sevicia de la ansiedad y la desazonante persecución del tiempo.
En una ciudad de 15.000 habitantes parece que ya se sabe todo, mientras, en las megalópolis, el mundo se percibe resueltamente como inabarcable.
En la gran ciudad es permanente la sensación de que no conocemos algo más y que, por más que intentemos, siempre nos perdemos una situación, un espacio o una experiencia que merecería la pena.
Quienes mueren en los pueblos podrían alcanzar la satisfacción de haber habitado el orbe pero quienes se despiden en los grandes cementerios metropolitanos desaparecen con la viva impresión de que apenas han podido vivir una mínima porción del mundo.