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II. Un súbdito molesto

Hughes fue transportado con gran secreto hasta el hotel en una ambulancia, y subido en una camilla al séptimo piso, que ocupó por entero. Nadie podía verlo, salvo sus asistentes, todos entrenados para estar cerca de sus negocios, y de sus secretos. Nadie podía tocarlo, tampoco, porque tenía horror a los virus. Todo el tiempo pasaba viendo sus propias viejas películas.

El dictador no pudo verlo una segunda vez. Llegaba a visitarlo al hotel, pero no pasaba de la antesala, y debía conformarse con hablar con los miembros de su guardia pretoriana, para tramitar los negocios que le proponía en Nicaragua: la construcción del canal interoceánico, el viejo sueño pervertido del país, y una cadena de casinos de juego que tendría su punto de arranque en la isla de Corn Island, en el Caribe de Nicaragua.

Nada de eso prosperó, porque lo que Hughes quería era un refugio provisional en Managua, a salvo de la persecución judicial, y un refugio que fuera en todo sentido tranquilo. Y no quería sentirse importunado, aunque se tratara del propio dictador. Veía a Somoza de menos, y seguramente no lo consideraba un socio confiable. Así que las visitas de antesala se acabaron. Aquel era su propio reino y Somoza, un súbdito molesto.

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7 de noviembre de 2007
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Para estos amigos

A las seis y cuarto llegó Pedro con su esposa, Nerea, creo que me dijo, una chica muy flaca y con los dientes sobresalidos como si estuviera ya adelantando su proceso de momificación. En realidad era más fácil describirla como una momia algo forrada de carne que como una persona delgada. Resultaba tan flaca que llevaba el vestido atado a los huesos, un vestido entre azul y blanco que se anudaba a la cintura como si se ciñera a un poste de la luz. Se trataba, sin embargo, de una chica fácil de alegrar si se le acertaba su punto de interés y entonces sonreía con los dientes de momia por delante con los pelos de momia cayéndole por el rostro muy marcado por la calavera y los ojos, sin embargo, aún vivos. Su interés primordial o con el que reía más fácilmente no eran las hijas ni tampoco su profesión de modista ni sus diversiones en los fines de semana sino su afición a chatear en Internet. Gracias a esa práctica que compartía con su marido, aunque cada uno por separado, había logrado amistades insólitas, interesantísimas y divertidísimas. El marido, establecía una diferencia capital entre los chateos de su mujer a la que consideraba una aficionada y los suyos que parecía demostrar el diferente escalafón en el que se encontraban o la profundidad de la dedicación electrónica la que se entregaban. Mientras él ligaba en Internet ella marujeaba en Internet. Pero no era fácil establecer si uno era por ello más feliz que el otro. Los dos a la vez parecían en el límite de su satisfacción. Porque gracias a esos contactos habían establecido, después, reuniones en ciudades como, Granada, o La Coruña y, en los encuentros, se habían reunido con un total de 40 o 50 personas, profesionales, empleados de oficina, funcionarios, con quienes habían bromeado a propósito de sus nick names. Internet parecía componer el lado más interesante y dichoso de sus existencias como un trasmundo donde se desenvolvían con la libertad que se supone correspondiente a un mundo nuevo. En las noches, entre el silencio, cada personalidad destilaba una secreción dulce o ácida, sabores ignorados hasta entonces que se paladeaban como un néctar al margen de las convenciones de la cotidianidad, las rutinas del vecindario y las  tonterías del cara a cara. En el enmascaramiento de Internet se formaba entre todos una alcoba mágica de sexualidad, de intimidades y de despropósitos por donde se accedía a una segunda experiencia, a un  segundo erotismo, a un segundo yo no sólo querido sino inexplorado... ¿Cómo puede haber todavía gente cuerda que no valoren los incontables provechos y aventuras de la vida en la pantalla?

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7 de noviembre de 2007
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Territorio de duendes

La ciudad es pequeña, pero lo suficientemente intrincada como para que pasen días y uno siga extraviándose en sus calles, sin jamás terminar de perderse porque cada retruécano parece al mismo tiempo un rincón familiar y un hallazgo pasmante. De ahí que andar sin rumbo por las calles de Praga sea en sí una forma de llevar derrotero. Hay, me atrevo a decir, una pentagrama implícito en este diseño, de forma que perderse y reencontrarse supone interpretar entre los adoquines una cierta sonata circular, que sin embargo nunca es la misma.

Hace frío, además. Un ingrediente poderosamente romántico que me remite a aquellos días de la infancia en los que felizmente no salía el sol (tan despiadado, a veces) y uno encontraba en ello las condiciones óptimas para nombrar uno a uno a sus duendes. Qué no habría dado entonces por ir solo de lado a lado del puente constelado de esculturas dolientes, lanzando vaho al aire y un poquito danzando, sin más explicación que la alegría de ser, estar y respirar. En otra circunstancia y latitud, me quejaría de los tumultos de turistas a los que hay que eludir sin cesar para no detenerse, mas los duendes también parecen legión, y hoy por hoy ellos siguen llevando la batuta. Puedo eludirlo todo, a excepción del contagio.

Praga es una ciudad tóxicamente viva. Voy de nuevo camino al Puente Carlos por las escalinatas que bajan del castillo y por puro capricho me desvío hacia los callejones de Malá Strana, olvidando de puro hipnotizado que hace pocos minutos me dolían los pies de tanto andar. Como si sólo así pudiera devolverle a la ciudad un poco de la dulce melancolía con que me premia esquina tras esquina. Quítenle, si es preciso, cada uno de los imanes turísticos que se han sumado en los últimos años y seguirá atrayendo incondicionales, puede que todavía con mayor magnetismo. No sé si es el encuentro de su negrura mística con los colores múltiples de sus fachadas, o el contraste entre los asombros forasteros con la mansa hermosura de las praguenses, ¿tanto que va uno por ahí resistiendo el deseo recurrente de proponerle matrimonio a la próxima?, pero es verdad que semejante humor despierta una impetuosa avidez de romance. Ay del pobre infeliz que ceda al guiño fácil del amor tarifado, aquí donde la intensidad es tanta y tan profunda que no faltan las ganas de echar al corazón por la ventana.

Flota una sensación de irrealidad en el ambiente, tal cual sucede siempre que los sentidos y el espíritu son alzados en vilo por los mismos vapores. Especialmente ahora que el invierno se acerca y la temperatura baja día con día: duele pensar que no estará uno aquí cuando llegue la nieve y el hechizo se meta hasta los huesos; arde tanta belleza cuando basta con verla y aspirarla para empezar de pronto a predecir la nostalgia inminente que llegará tras ella. Piensa uno en el tiempo y suplica que pase un poco más lento, pero la noche cae no bien suenan las cinco de la tarde, y no queda otra opción que abrazarse a las sombras como más tarde habrán de hacerlo las parejas de enamorados en el puente, recordando quizás que el amor nunca es menos terrible que la belleza, y que los dos son trágicos por vocación.

Habrá quien pida un poco de mesura, pero por más que busco en mi equipaje no encuentro un solo gramo. Trato de recordar las líneas de Kundera sobre la ternura en La vida está en otra parte, pero llegan de golpe y en tumulto, como haciéndose parte de un paisaje que la sensatez no puede abarcar. Que otros sean sensatos, mientras tanto. Yo, como Jaromil, voy entre brumas tras la huella tenaz de la ternura, que lo que es hoy está en todas partes.

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7 de noviembre de 2007
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Del piquete como bien exportable

"¿Viste la tapa del New York Times?"

Era Marcelo Piñeyro, por teléfono. Le dije que sí, le había echado un vistazo bien temprano: había una foto que mostraba a un señor con un chaleco que decía 'writer', entregando panfletos a la gente que pasaba. Pero Piñeyro me convenció de que la fotografía principal había cambiado, aun cuando el tema que ilustraba era el mismo. En efecto, la foto de entonces mostraba a un montón de guionistas esgrimiendo carteles que decían: 'On Strike!' Es así, señoras y señores, los guionistas de cine y TV de los Estados Unidos están en huelga. Y no protestan de cualquier manera. Protestan a la argentina.

"¡Ahora exportamos la técnica de los piqueteros!"

Piñeyro tiene razón. La semana pasada yo recordaba aquí otra invención argentina de la que algunos norteamericanos hacen uso intensivo en sitios como Guantánamo: la picana eléctrica, obra del ingenio de Leopoldo Lugones (h). Por suerte el invento de los piqueteros es positivo, y le permite a uno decirse que no todo lo que exportamos es terrible. Además de picanas y de jóvenes que no hacen nada en el metro mientras le pegan a una chica indefensa, también exportamos formatos de protesta popular.

Si uno miraba los informativos podía ver por ejemplo a Damon Lindelof y Carlton Cuse, escritores y productores de Lost. Y a Amy Sherman-Palladino, la creadora de Gilmore Girls. Y a Tina Fey, guionista y actriz de 30 Rock. Todos sumados a la huelga que comenzó ayer, y que reclama que a los guionistas no los dejen afuera de las ganancias que el sistema ya está produciendo -y producirá por billones, de aquí en más- en materia de explotación electrónica de los productos que idean y escriben. Como se imaginarán, mi corazón está con ellos. Me gustaría haber concebido yo la escena de los guionistas-piqueteros protestando en el Skate Rink del Rockefeller Center, pero en fin, me ganaron de mano como tantas otras veces. Ojalá triunfen.

"¡Te di tema para el blog!," dijo Piñeyro antes de cortar.

Tenía razón. Gracias, Piñeyro.

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6 de noviembre de 2007
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I. El loco de la pirámide

Howard Hughes, el personaje de la película El aviador de Martín Scorsese, llegó a Nicaragua en 1972, ya lejos de los esplendores de su gloria de magnate de la aviación, del cine, y de los negocios, un gran “tycoon”, como se dice en inglés. Perseguido por asuntos de impuestos en los Estados Unidos, huyó de Las Bahamas para recalar en Managua gracias a los favores de un antiguo empleado suyo en los casinos de Las Vegas, el embajador Tuner B. Shelton, que pertenecía a la intimidad del dictador Anastasio Somoza.

Para entonces, cuando el jet privado que lo trajo a Managua aterrizó en el aeropuerto Las Mercedes, era un anciano maniático, sino loco, su cerebro carcomido por la sífilis. Entre sus más visibles excentricidades estaba el no recortarse las uñas, que le crecían como garfios, ni cortarse el pelo ni la barba, de manera que, por su aspecto, imaginen a un náufrago de años en un isla desierta. Durante su segundo viaje, porque hizo dos, el primero breve, y el segundo para quedarse por varios meses, se entrevistó con Somoza a bordo de su propio avión. Luego fue a refugiarse en el séptimo piso de la pirámide del Hotel Intercontinental, para entonces del país.

Y aquí comienza la película.

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6 de noviembre de 2007
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Tánger

Hace muchos años conozco Tánger. En realidad la conocía antes de haberla visitado. La había leído, mitificado y visto en el cine, fotografías, textos, pinturas y otras maneras de reinventar ciudades. No tenía ya mucho que ver con la ciudad abierta, permisiva, “pecadora”, mundana, cosmopolita y otras muchas cualidades que acompañan al mito de esta ciudad que vive entre dos mares, entre dos continentes, entre dos mundos.

Fue una ciudad idealizada porque era abierta, no tenía un poder rígido, era permisiva en sus costumbres, buena para el refugio y el ocultamiento. Ciudad ideal para los buscadores de sexo. De toda clase de sexo, aunque se destacó como uno de los paraísos del mundo gay. Aunque muchos buscaron otros tipos de encuentros sexuales, el que allí hubieran vivido y disfrutado los Bowles, Truman Capote, Ginsberg y toda una tribu de excéntricos escritores, fotógrafos, diseñadores, músicos y ricos de toda condición, crearon la leyenda.

Tánger es mucho más. Los que no hemos ido buscando esa clase de encuentros lo sabemos. Es lo que fue y todo lo que se traiciona a sí mismo. No guarda fidelidades, se transforma, decae, renace, crece, se islamiza, se reinventa, se mantiene y es infiel como una vieja dama indigna. He conocido el Tánger narrado, el añorado, el nostálgico de los que vivieron su edad dorada, pero no me defrauda este otro que sabe mezclar lo hortera, la decadencia, lo medieval y lo indefinido de su actualidad. Unos días tangerinos, tan cerca de Ceuta, tan al margen de los conflictos de identidad, de banderitas, de monarcas de una y otra orilla. El mundo, la política, la patria y las exaltaciones de ese estilo se quedan para ciudades menos impuras. Tánger, no sé por cuánto tiempo, mantiene una excelente impureza.

Ya no es aquella ciudad que dio el argumento para una película que se llamó Casablanca, pero sabe mantener su impureza. Y esa belleza autóctona que supieron captar, pintar Matisse, Delacroix o el gran Antonio Fuentes. Ciudad de pintores, de esos o de otros tan vivos como Pepe Hernández. De modernos tan clásicos como Emilio Sanz de Soto. De escritores tan apreciados como Ramón Buenaventura. Y de gentes tan abiertas como sus vientos. No quedan muchas ciudades así. No durarán mucho tiempo. Las están vendiendo. Hay que darse prisa. Incluso es posible que ya sea tarde. Aunque si se sabe mirar, algo queda. Que no es poco.

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6 de noviembre de 2007
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Confianza en la publicidad

Los consumidores confían más en la publicidad de los diarios, que en la de la radio y más en la de las revistas que en la televisión. Pero la publicidad que más recelo les suscita es aquella que llega a través de los móviles. El móvil, acaso por el sólo hecho de serlo, tiende a parecer menos consistente y cabal.

De hecho, los demás medios despiertan, al parecer, un mayor o menor grado de fe, por la misma razón de peso. Un diario parece más respetable, de acuerdo a su asidua regularidad, que un semanario y un semanario más digno de consideración que la televisión.

El móvil significaría el punto más endeble y voladizo de la cadena y el soporte en donde el mensaje se vería más expuesto a los vaivenes  y, como consecuencia, variaría, se volatizaría y favorecería la veleidad al compás de los vientos que soplan de aquí y de allá.

Establecido este principio que parece menos vinculado con la fiabilidad moral que con la física de los vehículos, el procedimiento publicitario que más crédito merece al individuo actual, sea de donde sea, es aquel que llega a través el boca-oreja. El mensaje que nace de una boca humana y se deposita en un oído humano goza de garantía superior. Lo humano actúa, pues, como una cadena de transmisión relativamente segura y siempre más honesta que las otras cadenas compuestas por los medios de difusión. La voz es superior al micrófono, el oído al auricular, la narración personal a la narración impresa, grabada o filmada.

Los grandes medios de comunicación de masas, contra lo que se dio en creer, no han logrado imponer su hegemonía y su facultad supuestamente omnímodo. Cuentan además en proporción inversa al desarrollo económico de una determinada nación. Los daneses, por ejemplo, son quienes menos creen en la publicidad: sólo un 28% creen que dice la verdad. Por contraste, tanto en Brasil como en Filipinas el porcentaje de los crédulos aumenta hasta un 67%.

En general, los europeos se declaran los más escépticos y los latinoamericanos los más confiados. En cuanto a la importancia del boca-oreja, Asia (Hong Kong, Taiwán, India, Corea del Sur, Indonesia)  destaca sobre los demás continentes. En Europa, quienes menos creen en lo que les aconsejan sus semejantes son tanto los italianos como los daneses, especialmente cargados de resquemor.

Todos, en casi todo el mundo, no se fian gran cosa de los anuncios que aparecen en la red. La única excepción a esta regla se registra notablemente entre los norteamericanos que también son los primeros en hacer caso o atender confiadamente a las opiniones y recomendaciones de los blogs.

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6 de noviembre de 2007
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Fuguet en el camino

Estoy en Chile. En todas las mesas de todas las librerías de Santiago (Ulises, Feria Chilena del Libro, Antártica, etc.) el libro más visible es Road Story. Autor: Alberto Fuguet, aunque la portada dice también, con gran honestidad: “una novela gráfica de Gonzalo Martínez”.

Se lee de un tirón. Las 127 páginas me costaron 38 minutos, aunque guardaba un ojo neutral para ver como David Nalbandian machacaba a Rafael Nadal en la final del Open de Tenis de Paris-Bercy. Así se debe leer Road Story: en un hotel, en la luz de un televisor que no importa, con la sensación de encontrarse fuera de su mundo. Road Story cuenta cómo se vive en un lugar del sur de los EE. UU. elegido por no tener historia ni vínculos con el pasado del héroe.

Fuguet hizo a su manera, que me parece digna, la promoción de este libro en su blog y Alfaguara llegó a producir un vídeo con el mismo propósito. Pero no creo que remataron el tema. Unos apuntes:

1. Fuguet es un artista en la frontera de los géneros. Al leer Cortos, un libro construido con una serie de fragmentos de ficción, me pregunté por qué se hace literatura con lo que está designado para el cine. La portada blanca, parecida a la pantalla del cine, ayudaba a entender la equivocación entre escrito y audiovisual. Ahora, al leer una nueva versión, gráfica, de un cuento que descubrí en Cortos vuelve la pregunta: ¿Por qué hacer una novela gráfica cuando se tiene el pictures book de una película de Wim Wenders (como Alice in den Städten –Alicia en las ciudades) o de Bagdad Café?

2. En este caso, la novela gráfica empieza con un texto continuo, una introducción de Fuguet que hace todo por decir que no es una novela gráfica sino una adaptación dentro de algo que sería literatura escrita o cine. El autor aparece despistado entre los géneros, lo que me parece bien: la historia es la de un hombre que ha perdido el camino hacia sí mismo.

3. Fuguet explica en su introducción que Road Story “fue locacionado, con fotos propias y fotos googleadas”. Más allá de las dos palabras que ignoran muchos diccionarios es una manera de decir: se hizo un trabajo de construcción de la realidad, como en el cine. El Congress Hotel de Tucson, Arizona, sale como ganador (a pesar del error: a veces es Congress Hotel, a veces es Hotel Congress) en este trabajo que supone la producción de bocetos (como la imagen que viene con este post grabada en el blog de Fuguet).

4. Existe el pueblo llamado “Truth or consequence” (Verdad o consecuencia, lo que hace decir: la mentira se paga caro) que aparece en el libro. Es una locura llamarse así pero fue la decisión libre de una población blanca y no latina de Nuevo México.

5. No sé quién es el mejor Fuguet: el novelista, el guionista, el cuentista pero me gusta cómo los tres corren riesgos.

6. El héroe plantea muchas preguntas y nunca tiene la respuesta. Se siente que viene de Chile (poco humor, talento para ser “fome”). Me molesta no conocer la respuesta a una de sus preguntas: ¿Por qué en Chile cuando a alguien le va mal, se dice que le fue como el ajo?

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6 de noviembre de 2007
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11-M: LA HORA DE LAS CULPAS

La sentencia del megajuicio por los atentados de Atocha ha revelado el funcionamiento de la célula yihadista más letal de Europa. Sin embargo, España muestra más interés por la pelea entre sus partidos políticos

El 11 de marzo de 2004, poco antes de las siete de la mañana, Jamal Zougam descendió de una camioneta blanca Renault modelo Kangoo junto a otras dos personas. Llevaban sendas mochilas deportivas, y se dirigían a la estación de cercanías de Alcalá. Ahí tomaron distintos trenes con destino a la estación de Atocha en Madrid, a media hora de trayecto. Según la declaración de tres testigos, Zougam subió en el último, el de las 7.14.

A las 7.38, el vagón de Zougam hizo explosión en la estación de Santa Eugenia. Otras nueve cargas llegaron a Atocha, produciendo un total de 191 víctimas mortales y 1857 heridos. El atentado fue el mayor de estas características en territorio europeo.

Pero ese día, una mochila no estalló. Fue descubierta después del atentado en la comisaría de Puente de Vallecas. En el interior había cinco kilos de un explosivo de uso minero llamado Goma 2-Eco, temporizado y alimentado por un teléfono celular. La tarjeta del teléfono pertenecía a Jamal Zougam.

Zougam tenía antecedentes penales en varios países, pero no por terrorismo, sino por tráfico de drogas y homicidio. Había escapado de la justicia en Marruecos y durante años se había dedicado al tráfico de estupefacientes en España. Desde los años noventa, muchos magrebíes que llegaban a Madrid trabajaban para él vendiendo drogas al menudeo. Estaba bien situado cuando comenzó el boom del éxtasis. Un proveedor de Ámsterdam le ofrecía las pastillas a sesenta céntimos, y el consumidor final pagaba doce euros. Ganó mucho dinero. Compró un BMW.

También consumía. Su esposa dice que a veces cerraban una discoteca todo el fin de semana para él y sus amigos. Se enganchó sucesivamente con heroína y pastillas. Las pastillas lo ponían muy agresivo. Nadie quería tener problemas con él. Alguna vez, acuchilló a un drogadicto, que finalmente retiró los cargos a cambio de una dosis.

Pero Zougam estaba harto de esa vida. Europa no había sido lo que él esperaba. Quería cambiar. Buscaba una salida. Tras una de sus condenas penales, abandonó las drogas por sí mismo, y empezó a acudir más a la mezquita. También obligaba a asistir a los rezos a otros traficantes, a los que premiaba con dosis. Quería ser una mejor persona. Empezó a vestirse con ropa árabe tradicional. En su casa no corrieron más drogas, ni duras ni blandas.

No abandonó sus negocios, sin embargo. Sólo dejó de sentirse culpable por ellos. La religión le ofrecía un consuelo: tú no eres el malo, ellos te convirtieron en esto. Europa invade a los musulmanes en sus tierras y los desprecia en la suya. Lo que tú haces es sólo justicia. Y puedes hacer más.

El intelectual

En esta etapa, Zougam entró en contacto con el tunecino Sarhane Ben Abdelmajid Fakhet, ex estudiante del doctorado de Economía. Sarhane era un intelectual talentoso, pero al perder su beca, se había visto obligado a vender ropa y chucherías.

También encontró en la religión refugio para su frustración. Pero además, tenía una lectura política de la realidad. En la mezquita de la autopista M-30, su grupo de oración había sido públicamente regañado por el imam debido a su arrogancia. Uno de ellos, Amer Azizi, había estado en un campo de entrenamiento en Afganistán, y reunía a sus acólitos para mostrarles videos de Osama bin Laden y sus lugartenientes. Decía que las oraciones no bastaban, que el Islam demandaba acciones más contundentes. Sarhane lo admiraba.

En 2001, tras los atentados del 11-S en Nueva York, se desató la persecución a las células de Al Qaeda en Europa. Azizi desapareció, y muchos de su grupo fueron detenidos. Súbitamente, Sarhane se convirtió en el líder de la célula radical. Y cuando España intervino en la guerra de Irak, las órdenes que se propalaron por la red fueron terminantes: “hay que sacar al perro de Aznar”.

El atentado del 11-M contó con el cerebro político-religioso de Sarhane y el dinero y los contactos criminales de Zougam, entre una compleja red de responsabilidades. Pero la mochila los traicionó a todos. La policía rastreó no sólo el origen de la tarjeta telefónica, sino el resto de tarjetas vendidas en ese paquete y las comunicaciones realizadas con ellas, incluso el lugar físico donde habían sido realizadas. Con esa información, apenas dos días después de las explosiones, Zougam fue el primer detenido.

El 3 de abril, la policía localizó un piso en Leganés donde sospechaban que podía esconderse un grupo de terroristas. Rodearon el local. Los del interior, alertados, comenzaron a disparar a las 16.00. A las 18.20, desde ese inmueble, Sarhane llamó a su madre a Túnez para despedirse de ella. Había tomado una decisión. A las 21.00, la policía decidió entrar, voló la puerta con una pequeña carga explosiva y lanzó gases lacrimógenos al interior de la vivienda. Como respuesta, los siete ocupantes detonaron 20 kilos de explosivos. Murieron en el acto.

Entre los escombros, la policía halló videos proselitistas de Al Qaeda, archivos con información militar y reivindicaciones de los atentados. El explosivo que acabó con el apartamento era el mismo que encontraron en los trenes. 

Ésta es parte de la reconstrucción de los hechos que ha efectuado el juez Javier Gómez Bermúdez. La sentencia encuentra culpables a 21 de los 28 acusados por los atentados. Zougam recibió la condena más larga: 42.922 años de cárcel. En total, las penas de prisión suman 120.755 años.

La instrucción pone de manifiesto el perfil de los terroristas: residentes europeos con alto grado de frustración de sus expectativas personales. También resalta la unión crucial entre cuadros religiosos y elementos provenientes del mundo criminal. Además, muestra el complejo funcionamiento de Al Qaeda, que opera tanto desde la Red como por medio de agentes móviles. Pero en España, el debate ha pasado por alto esos detalles. Para la opinión pública, el tema importante es otro. 

La otra guerra

“Ni ETA ni Irak”, “Ni ETA ni conspiración”, “La Audiencia establece la verdad de los atentados”, “La mentira, condenada”. Son los titulares de al prensa española tras la sentencia. Paradójicamente, hablan más de políticos que de terroristas. Y más de ETA que de la Yihad.

Durante los últimos tres años, el debate no se ha centrado en quiénes fueron los autores, qué medidas se están tomando para evitar que se repita o cómo apartar a los musulmanes del radicalismo. No. El tema de discusión ha sido: ¿quién miente? ¿la derecha o la izquierda?

En la esquina izquierda, el Partido Socialista, el diario El País y la cadena Ser de radio. Tras los atentados, estos medios acusaron al Partido Popular, por entonces en el gobierno, de querer endilgarle las bombas al terrorismo vasco contra toda evidencia. El 11-M, España estaba a tres días de las elecciones generales, y el presidente José María Aznar había apoyado con entusiasmo a EEUU en su invasión de Irak. Si el atentado era una venganza islamista, la población podría castigar al presidente en las urnas. En cambio, si era obra de ETA, los españoles lo respaldarían masivamente.    

En la esquina derecha, el diario El Partido Popular, el diario El Mundo y la cadena de radio Cope defendían que no se podía cerrar ninguna vía de investigación. El ministro del Interior Ángel Acebes insistió en esa afirmación aún cuando se había encontrado la camioneta Renault con grabaciones del Corán y detonadores de explosivos. Pero no convenció. Ese domingo, el PP perdió unas elecciones que todas las encuestas daban por ganadas una semana antes.

El PP no dejó de insistir desde entonces en la participación de ETA. José María Aznar declaró: “las pruebas indican la más que posible participación del grupo ETA en esta masacre”. El ex ministro Acebes: “es necesario saber el alcance real de la sombra de ETA”. Otro dirigente añadió: “los socialistas no han querido esclarecer si ETA tenía o no relación con la trama”.   

El abogado del acusado Jamal Zougam recogió esta versión en su escrito de defensa, que acusaba al grupo vasco de las bombas de Atocha. Las pruebas de la defensa se sometieron a contradicción en el plenario sin éxito. El tribunal citó a declarar a etarras presos, que negaron cualquier relación con estos atentados. Finalmente, la sentencia leída el miércoles considera que ninguna evidencia avala esa tesis. 

¿La sentencia da por zanjada la discusión? No. El titular de El Mundo resaltaba el jueves que el tribunal no había encontrado autores intelectuales más allá de los condenados, y titulaba: “Absueltos los cerebros del 11-M”. Sobre la misma base, el líder del PP, Mariano Rajoy, declaró: “seguiremos apoyando cualquier investigación, ya que los acusados como autores intelectuales no han sido condenados”. Después, el ministro del Interior y los portavoces populares no han dejado de intercambiar descalificaciones.

De hecho, lejos de haberse fijado un consenso, han entrado en escena más versiones. Ahora, la asociación de víctimas del atentado considera que las sentencias son demasiado blandas, y estudia una apelación. Un portavoz del Departamento de Estado de EEUU ha admitido que la sentencia “no nos gusta”. Algunos medios de prensa de ese país exigen que el tribunal encuentre un vínculo directo con la estructura de Al Qaeda.

La sentencia ha establecido una verdad jurídica indiscutible. En ella, cada sector encontrará la verdad política que le interese. Pero esta discusión dice más sobre la sociedad española que sobre lo que ocurrió esa mañana del 2004. Y a veces uno olvida de qué estábamos hablando.
               
Artículo pulblicado en: La Tercera, noviembre 2007.

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5 de noviembre de 2007
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Interludio praguense

Creo solemnemente —y la solemnidad es la coartada ideal— que una vida intensa es el mejor antídoto contra el síndrome de la página en blanco, igual que una ración de besos apasionados protege al organismo de los tumores fruto de la amargura. Luego de cuatro años de haber puesto pie en ella por primera vez, he vuelto a la ciudad hechicera que el primer día me hizo literalmente saltar de alegría, rodeado de belleza melancólica: Praga. Podría describir ahora experiencias, imágenes e incluso algunos sueños vividos a partir de aquel contacto, pero temo que así daría al traste con parte del segundo, que está pasando aquí y ahora, y eso me temo que es pecado capital. Dejo, pues, sitio amplio para la vida intensa que en estas calles se antoja inevitable. Y que mañana El Boomeran(g) vuele de nuevo.

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5 de noviembre de 2007
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