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El efecto Guggenheim

Así se llama un ensayo del pensador y profesor que surgió de Deusto, Iñaki Esteban y que sabe muy bien de qué espacio habla. El lugar donde hoy está ese corazón de Bilbao ayer, hace diez años, era el lugar de la herrumbrosa decadencia de una  ciudad famosa por su orgullo -entre otras muchas cosas- pero que estaba conociendo tiempos de decadencia. Llegó el Guggenheim, y sobre todo, llegó el edificio de Frank Gehry y el basurero de esa zona se convirtió en emblema de modernidad. En ornamento de una ciudad que pretendía ser otra, quitarse boina, soltarse mitos y mirar al futuro sin complejos.

Eso no es fácil, no se hace solo con una arquitectura espectacular, con un museo llamativo, con esponsorizaciones globales y con otros arquitectos estrellas llenando con su  firma el metro, los puentes o los nuevos rascacielos de una ciudad tradicional, de una ciudad que conoció el cambio -no sin resistencia- de los verdes valles a las colinas rojas. No es solo el efecto Guggenheim el que permite el cambio en el espíritu de la ciudad.

Como dice Iñaki Esteban, “hablar del Guggenheim sólo como cultura es como hablar de fútbol de Primera División solo como deporte”. El Guggenheim y su efecto son mucho más que un hecho cultural. El efecto Guggenheim, si no se tuerce en proyecto solo ornamental o se banaliza en sus contenidos, es en diez años de vida el ejemplo de cómo se inventa un lugar simbólico del cambio de una ciudad. De la transformación de un pueblo y de sus relaciones con el exterior. El efecto de apertura al mundo y su complejidad, la ruptura con un nacionalismo cerrado y de taberna , el fin del orgullo de raza y el ser capaces de saber que en el mestizaje, en la llegada del otro, de los otros, está la mejor solución contra el muro de la intolerancia.

A pesar de los gustos de Gerhy también han limpiado el entorno. Lo han ajardinado, suavizado, dulcificado. Ya no tiene la personalidad herrumbrosa de antes, ese aspecto industrial, lleno de contenedores, de vías electrificadas o de pintadas pro-etarras. Han querido limpiar, despejar y hacer brillar lo que Esteban llama “un inmueble fotogénico, orgánico y orgásmico”.

Estuve en la inauguración, he vuelto después de diez años. Han pasado muchas cosas, muchos Armani, Hugo Boss y otras fáciles marcas del lujo “popularizado”, pero también han venido algunas exposiciones que merecieron la pena. Y sobre todo, ahora, en esta conmemoración, para los que quieran seguir el mejor arte del imperio americano, la innovación de lo que nos vino de USA -un arte imprescindible para entender nuestro tiempo- que se disponga a visitar esa exposición llamada “Art in the USA”. Un mundo lleno de hermosas paradojas.

Visita aparte los laberintos de Richard Serra. Como si paseáramos por Fez, por un cañón o por las estrechas calles de alguna ciudad silenciosa. Hermosas sus hierros que van cambiando el color con los años. También la herrumbre es hermosa. ¿Dónde estarán las toneladas perdidas en el Reina Sofía? ¿Estará la obra de Serra siendo vendida como chatarra? Que la chatarra no llegue al efecto Guggenheim.

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22 de octubre de 2007
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IV. EL REFULGENTE CIELO DE LOS VIVOS

El licenciado Madrazo no ganó, pero gracias a su viveza pudo haberlo hecho, y aquí hay que reconocerle alguna dosis de pudor para no haberse alzado con el primer lugar, si es posible el milagro del pudor entre los vivos de marca. O es que se trataba apenas de un intento de prueba, y ya lo veríamos campeón absoluto en el siguiente maratón. Si no es que lo descubren.

Los vivos piensan siempre que nunca serán descubiertos, pero ya ven que no siempre es así. El director del maratón,  Martin Wahl, ordenó anular el registro de tiempo del vivo corredor tramposo, y por tanto descalificarlo. Según las averiguaciones, el licenciado Madrazo Pintado tomó un atajo en un punto donde el circuito asignado a los corredores  se estrechaba para hacer una especie de ocho, y entonces atravesó tranquilamente unas cuantas calles, silbando, seguramente. Tiempo suficiente aún para tomarse tranquilamente una cerveza, antes de reemprender su camino a la efímera gloria.

Aunque se trate de otro tipo de carrera, ¿no se parece esto a un fraude electoral?

En el cielo de los vivos, ya ven, el licenciado Madrazo, curtido en  vivezas, es una estrella refulgente.

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19 de octubre de 2007
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Orson (nuevamente) en venta

Me entristeció la noticia de que Sotheby's subastará el Oscar que Orson Welles recibió por el guión de Citizen Kane. Ya sé que es probable que vaya a dar a manos de algún coleccionista que valora a Welles seriamente. (De hecho, si me sobrase un millón de dólares juro que participaría de la subasta.) Pero tiendo a creer que ese Oscar es de la clase de tesoros que debería estar en poder de alguien que, además de admirarlo, lo haya querido mucho.

La trayectoria de Welles es lo más parecido a la leyenda de Icaro que Hollywood haya conocido nunca. El fenomenal éxito que obtuvo aquella transmisión radial de La Guerra de los Mundos convirtió a Welles en el hombre mimado por la prensa, una suerte de moderno Da Vinci que todo lo hacía bien: actuar, escribir, dirigir. Ese minuto de gloria le valió un contrato con RKO que le otorgaba un poder hasta entonces impensado. Welles no sólo podía elegir sus propios proyectos como director, sino que además tenía corte final. En aquellos años no existía lo que hoy se conoce como 'Teoría del Autor'. El director era apenas un empleado bien pago de los estudios, sujeto a las órdenes estrictas de sus productores y sin poder para evitar cortes o modificaciones a su propia película. De algún modo Welles terminó inspirando a André Bazin aquella teoría que los franceses divulgarían y llevarían a la práctica. Pero pagó por ello muy caro precio.

Citizen Kane era y es una maravilla, pero además de irritar al establishment de su país -se inspiraba libremente en la vida del magnate William Randolph Hearst, que empleó todo su poder para hundir la película y también a Welles- cometió el único pecado que Hollywood no perdona: fracasó en la taquilla. De allí en más Welles no pudo nunca completar una película tal como la quería y soñaba. Vivió malgastando su talento como actor para financiar los filmes que quería dirigir. Algunos los terminó en condiciones precarias: su Macbeth, por ejemplo. Otros no terminaron de despegar nunca -su malograda versión del Quijote.

Hace muy poco Walter Murch reeditó A Touch of Evil, que Welles había dirigido y protagonizado para que el estudio la alterase por completo a su antojo. ¡Su legendario plano secuencia del comienzo resultó ensuciado por los títulos de presentación! Por fortuna hace algunos años Rick Schmidlin obtuvo permiso para reeditar el film de acuerdo a la visión original de Welles. Esta visión sobrevivió en un memo de 58 páginas que Welles elevó al estudio cuando vio lo que habían hecho con su película. Las indicaciones eran tan precisas -y tan atinadas- que Murch leyó las 58 páginas delante de Schmidlin y se comprometió a reeditar A Touch of Evil de inmediato. (Esta versión nueva se consigue en DVD.)

Mientras lo hacían se enteraron de que existía otra carta de 12 páginas en la que Welles daba precisiones sobre lo que quería en materia de sonido. Schmidlin dice que el momento en que el estudio les faxeó las páginas a la granja-taller de Murch lo conmovió de verdad: "Fue extraño... ¡Era como si Orson mismo nos estuviese enviando las notas!"

Ojalá aquel que se quede con el Oscar sepa el valor -no digo el precio, sino el valor- de lo que tiene entre manos.

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19 de octubre de 2007
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LA NATACIÓN

La fuerza expansiva de la natación es una metáfora de la disolución sin tasa en la espacialidad del mundo. Porque el agua dilata, expande, contribuye a llenar de vida las axilas, perfecciona la teneduría de la piel, contribuye a elongar las líneas del cuerpo hacia una distancia superior. El agua lava de las excrecencias, desprende el detritus, desintegra las viscosidades, abrillanta la osamenta y embellece el contorno del pecho. Gracias a ella se gana tiempo por afuera y por adentro.

El agua es prolongación de las bendiciones aleadas en este bálsamo diáfano que  blanquea las escayolas del espíritu y confiere al cuerpo una disposición más allá de las metálicas heridas de la vida. Así el agua traduce la juventud y se  derrama sobre el anciano como un aceite sin pesantez o una caricia que incluye a cualquiera en su espacio fulgente y primitivo. Democrática, magnánima, sana como un aro de trasparencia que comunica lo vivido con el punto cero de la vida, el agua libra salva al cuerpo de sus escorias y retoma, aun en pequeños fragmentos, las primeras y únicas promesas de plata. 

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19 de octubre de 2007
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NO ESTÁN

Tomé la fotografía que acompaña a este post hoy jueves, a las 8h40 de la mañana, hora de París. Es la estación «Gare de Lyon» de la línea 14 del metro parisiense. La única línea automatizada que funciona sin conductor ni vigilante. En tiempos normales, la fotografía a aquellas horas tendría que ofrecer una tormenta de seres humanos corriendo hacia su trabajo. Hoy, con una huelga gigantesca en contra de la reforma de los regímenes especiales de jubilación, los parisienses no se atrevieron a pisar las calles de su ciudad. La Línea 14, la única que ofrece un servicio normal está vacía. Los viajeros no están.

Tampoco están el presidente Nicolas Sarkozy y, su esposa, Cecilia. En un comunicado de quince palabras anuncian el fin de su matrimonio, eludiendo a la palabra divorcio: "Cécilia et Nicolas Sarkozy annoncent leur séparation par consentement mutuel. Ils ne feront aucun commentaire"(Cecilia y Nicolas Sarkozy anuncian su separación por consenso mutuo. No harán comentarios.)

Lo más impresionante del comunicado, es la calidad de la comunicación previa. A través de filtraciones fuertes y desmentidos débiles, poco a poco, se creó el interés por la noticia del divorcio presidencial. La prensa y las tertulias audiovisuales eran un caldo de cultivo sobre la vida amorosa de los Sarkozy en el momento del inicio de la huelga. El rumor escondía en gran parte la protesta de los sindicatos en el sector público. Una lucha matrimonial por encima de una lucha social: información moderna y equilibrada.

El colmo fue el momento de la publicación del comunicado sobre la separación: a la hora del almuerzo. Unos minutos después salía el artículo en el vespertino Le Monde explicando los pormenores del divorcio y sobre todo develando la mentira: Sarkozy, candidato a la elección presidencial, fingía vivir con su esposa, tal como la candidata socialista, Ségolène Royal, fingía por su parte vivir con su compañero.

Francia no está. Sus jugadores de rugby no están en la final de la Copa del Mundo este sábado en París, los trabajadores no están en la calle pero lo más importante es que la pareja presidencial llega a actuar como estos indígenas del altiplano en los Andes fingiendo de existir frente a instituciones: están y no están, como se dice en Bolivia.

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18 de octubre de 2007
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III. LA NECEDAD DEL CORREDOR DE FONDO

El licenciado Madrazo perdió la carrera presidencial, situado en un lejano tercer lugar, pero si entonces no tuvo la posibilidad de aplicar sus consagradas dotes de viveza, un experto en la materia según su amplio récord político en México, sí lo hizo en el recién celebrado Maratón de Berlín. Otra clase de carrera.

A sus 55 años el licenciado Madrazo es maratonista, y en Berlín fue parte de los 40.000 atletas que se inscribieron para correr la distancia de 42 kilómetros, llegando en el puesto 146, con un tiempo admirable de 2 horas, 40 minutos y 57 segundos, en franca competencia con el mítico corredor etíope Haile Gebreselassie, quien entró de primero.

Lo que hizo el licenciado Madrazo, paradigma de los vivos, fue desaparecer prudentemente de entre los pelotones de corredores al llegar al kilómetro 25 de la ruta asignada, y reaparecer, fresco y lozano, 10 kilómetros después, para unirse de nuevo a la carrera en el último tramo.

Una proeza de imaginación, sangre fría y cara dura, cualidades esenciales e imprescindibles de los vivos, necesarias lo mismo para firmar un vale de duración eterna a un cantinero, que para meterle votos falsos a una urna electoral.

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18 de octubre de 2007
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Un Gen polémico

El lunes concluyó El Gen Argentino, el programa de Telefé conducido por Mario Pergolini que buscaba al más grande entre los grandes de este país. Más de dos millones de personas enviaron sus votos, consagrando por escaso margen -cincuenta y pico por ciento contra cuarenta y pico- a José de San Martín por sobre el neurocirujano René Favaloro. El resultado me alivió, aunque la módica diferencia entre uno y otro dejó un regusto amargo en mi boca.

Es verdad que soy fanático de San Martín, a quien aquí se suele llamar El Libertador, desde que era muy pequeño. Era lo más parecido a un héroe que pude encontrar en aquella etapa de la vida tan ávida de ejemplos. Si bien la vida me enseñaría pronto a desconfiar de los militares, San Martín era un paradigma de forma inequívoca: austero, ético, consagrado a la causa latinoamericana -aunque eclipsado, en el panorama general, por Simón Bolívar-, rechazó honores, prebendas y la tentación del poder supremo. Se negó sistemáticamente a intervenir en las luchas intestinas de este país, y aunque criticaba la política interna de Juan Manuel de Rosas, le obsequió su sable en reconocimiento a la defensa que el Restaurador hizo de la Argentina contra el invasor europeo.

La defensa que Rodolfo Terragno hizo de su figura en el transcurso del programa fue tan apasionada como elocuente. Por eso me sorprendió que San Martín se impusiese por tan poco. Sin duda alguna es el hombre que más y mejor influyó en la historia de este país, y también de algunos países vecinos. Vaya a saber qué seríamos hoy -qué serían Chile y Perú, también- si San Martín no hubiese existido. Y quién sabe qué será de nosotros de aquí en adelante si su visión y su ejemplo no se vuelven más presentes, más actuantes en este país. Claro, ninguno de nosotros puede decir que lo conoció, como sí ocurre con Favaloro. A diferencia del neurocirujano, no estamos acostumbrados a ver a San Martín por la televisión, haciendo declaraciones a los periodistas o almorzando con Mirtha Legrand. ¿Me equivoco al pensar que mucha gente valora más la proximidad y la telegenia que la sensatez?

Puede que Favaloro sea en efecto un ejemplo como médico y como filántropo, no estoy en condiciones de discutirlo. Lo que sí es inquietante es que tanta gente haya elegido como el argentino más grande a un hombre que se mató de un tiro.

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18 de octubre de 2007
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EL DEPORTE

Hacer deporte es mucho más que hacer algo por la salud. En el deporte se experimenta la inmortalidad o la ingravidez, el desasimiento y el estreno de otra naturaleza, a la vez propia y compartida. Pudiendo correr, por ejemplo, sintiendo la respuesta de los músculos, el cuerpo se crea a sí mismo como anónimo y atemporal, liberado de la identidad y ampliado en una escena sin apenas límites. Gracias a esta experiencia tan gratis el cuerpo se deshace de incontables e indebidas deudas. Sudar en el deporte es no morir dentro de sí y no desecarse sorbido por los efectos físicos y psicológicos del ego quieto.

El deporte vale, además, no sólo para lubricar las articulaciones y tonificar los tejidos sino para tratar de mantener cada elemento distinguible de los demás. Porque el ejercicio se introduce en el cuerpo al modo de un dios del discernimiento, actúa fisioterapeúticamente deslizando clarividencia en las conjunciones, abriendo las madejas musculares, desatando las vértebras y sus estribaciones. La finalidad de hacer que el cuerpo se mueva, flexione, se estire, se configure otra vez es igual a aplazar la amenaza de la amalgama.

El cuerpo, por sí solo, elige naturalmente el apegamiento de sus facciones y órganos hasta crear una masa cada vez más apelmazada donde va apilándose un elemento sobre otro, encastrado uno en su vecino como un paquete crecientemente dispuesto para una última central de reciclaje.

De no actuar pronto se hace difícil despegar el párpado de sus pliegues, los labios de sus rictus, los dedos de sus enredos, los tendones de sus guías, las articulaciones de su engranaje. El cuerpo se desengrasa y el escaso fluido que resta tiende a perderse por los tejidos desgajados hasta ir invadiendo, gota a gota, zonas nuevas, diferentes a las reseñadas en la anatomía original. De esta manera, en fin, el organismo se adentra en la oxidación final y en su entropía. Cada vez posee una forma menos diferenciada, se hace bulto y desarrolla menos funciones singulares o las cumple con escasa distinción o habilidad. La formación viviente, alerta, dinámica, pluriforme y plurifuncional, rebaja su figura inconfundible hasta aproximarse a la tipología de su destino mostrenco.

El ejercicio sofrena la velocidad de ser estatua y su tesis inmóvil. El deporte, y sus recetas de flexiones, caminatas, natación o estiramiento, pone en marcha una fuerza expansiva de anti-adherencias y anti-maclados.

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18 de octubre de 2007
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Úsese antes de la expresión “je-je”

Si los diminutivos pudieran venderse, una buena campaña publicitaria tendría que poner énfasis en su exclusivo efecto suavizante. Y eso en México todos lo sabemos: sin el auxilio de los diminutivos, hasta una conversación amigable nos suena áspera, mandona, desafiante. “¿Qué le pasa a este güey?”, se interroga uno, dudando ya en cambiar las interrogaciones por interjecciones sólo porque al sujeto no acaban de salirle los diminutivos. “¡Nada más no me grite!”, lo provoca uno, sobre todo si no estaba gritando. Cuando por fin lo haga, tendrá uno los elementos suficientes para enviarlo al carajo, por majadero. Si los diminutivos fueran en realidad objetos de compra-venta, este país sería uno de sus mercados más generosos. Ya imagino el eslogan: Más que un suavizante verbal, una contraseña a la gentileza.

Todavía mejor: una contraseñita. Siempre que un mexicano debe justificarse y no encuentra cómo, echa mano de los diminutivos. “Estoy en una reunioncita”, murmura en el teléfono el estudiante, cuidándose de no delatar la clase de bacanal en que se mira inmerso, y así de paso se disculpa tácitamente, impostando ese falso delirio de pequeñez que dará un leve toque de humildad a su ligereza. Vamos, un toquecito. No se gozan los privilegios de vivir en uno de los países más tolerantes del mundo si no se aprende antes a manejar el sutil abretesésamo de los diminutivos.

A ninguno nos gusta hacer favores, pero es preciso ser un infame para negarle al prójimo un favorcito. A nadie le sobran los momentos, aunque los momentitos están siempre a la mano. El que llega después peca de impuntual, no así quien sólo llega despuesito. Es decir que nuestros diminutivos no están allí para empequeñecer al sustantivo, sino para absolver al verbo. ¿Cómo iba uno a atropellar sucesivamente los derechos del prójimo y salirse una y otra vez con la suya sin el porfavorcito, el compermisito y el nomás un ratito? Uno queda completamente desarmado cuando le anuncian que algo estará listo en un-ra-ti-ti-to, cuya medida equivale a un ratito —esto es, un rato quizás largo y de seguro impune— de dimensiones incomparablemente más inciertas. ¿Para qué entonces agregamos uno o dos nuevos “ti” al diminutivo ratito? Para pedir perdón por anticipado. Cualquiera sabe que un ratitititito es más largo que un rato, y hasta que un ratote. Pero nadie te va a pedir que esperes un ratote. Sería un cinismo, una descortesía y una ordinariez.

Sólo la humildad propia del diminutivo reivindica la impunidad del abusivo. Si un policía nos detiene en un estado etílico lindante con el coma, reconocemos que nos tomamos unas copitas. En una fiestecita. Con unas amiguitas. Luego, cuando el uniformado nos haya recitado la cadena de multas y castigos a los que nos hicimos acreedores, procederemos a suplicarle que nos eche una manita. Porfavorcito, pues. Claro que no trae uno el dinero bastante para salir del trance frente al juez, pero seguro carga una lanita. Y eso lo arregla todo, porque antes que de la cartera del infractor, los policías locales se alimentan de la humildad ajena. Les reconforta ver al ciudadano totalmente rendido a los diminutivos. Es decir, puestecito para negociar.

Miente, no obstante, quien atribuye sólo hipocresía al pago de indulgencias con diminutivos, ya que éstos también sirven para expresar con toda honestidad cierto deseo carnal y al propio tiempo disculparse por cuanto pueda ocurrir a resultas. Ma-ma-ci-ta, rumia y babea el fogoso callejero, con la mandíbula cerrada y la mirada torva, rechinando las muelas de antojo visceral, y aun si la homenajeada tiembla de miedo por el solo talante del troglodita, ambos saben que al fondo de ese diminutivo pringoso late el signo fatal de lo irrefrenable. “¿Qué tanto es un tantito?”, insinúa el agresor, estirando los límites de la tolerancia mediante uno más de esos diminutivos lúbricos que con alguna galanura adicional le ayudarían tal vez a hacerse perdonar. Aunque fuera un tantito.

¡Cinco minutitos!, le imploraba a mi madre mañana con mañana (cuando era chiquito), esperando una gracia de cuando menos quince minutos de verdad. Reloj en mano, me despertaba al cuarto para las siete y me hacía levantarme a las siete en punto, con suerte siete y cinco. Desde entonces entiendo que un minutito vale por un promedio de tres minutos con treinta segundos. Es decir que con la sola aplicación del diminutivo puedo comprar un margen de tolerancia del 250 %. Un tantito, por tanto, es igual a un (1) tanto multiplicado por 3.5. Según los otros, eso es demasiado. Según nosotros, solamente un poquito.

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17 de octubre de 2007
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GROSSMAN

La lectura -imprescindible, imborrable, ineludible– de Vida y destino de Vasili Semenovih Grossman incluye un sentimiento extraño, casi único. Se trata de una novela que fue detenida. No su autor, lo que solía ocurrir en la Unión Soviética, sino la novela misma. Es imposible olvidar la historia del libro al descubrir la potencia fenomenal de su carga crítica. Sobrevivió por milagro. Tenía que recordarlo, la semana pasada, al escribir una pequeña celebración de esta obra maestra.

Se discute todavía hasta qué punto Vasili Grossman actuó de manera ingenua al someter su libro, en 1960, a los editores de la revista Znamia y al editor en jefe del periódico Novi Mir. Estrella del periodismo soviético, héroe nacional de su país, Grossman no podía ignorar los límites de la apertura iniciada a duras penas por Krutschov. Oficiales del KGB (la policía secreta) entregaron la respuesta en febrero de 1961 con una revisión completa de la vivienda del autor. Se llevaron el manuscrito, los borradores, las notas y hasta las cintas de la máquina de escribir del autor. Visitaron también las casas de los dactilógrafos y, por supuesto, confiscaron los manuscritos tanto de Znamia como de Novi Mir.

Caso único de un libro “detenido” por completo, con además una decisión casi definitiva: el Estado soviético “prohibía su lectura durante al menos los próximos 200 años”. No sirvió de nada una carta al propio Krutschov. “Tienen que soltar mi libro”, explicaba Grossman, denunciando así las limitaciones de su visión carcelaria y política.

En realidad, Grossman era un zorro. Había preparado otras dos copias para sus amigos Semion Lipkin e Yekaterina Zabolotskaya, sin informar a los oficiales del KGB. Lipkin, un poeta que murió en 2003, no se equivocó al leer la obra: le parecía imposible la publicación de la novela y además, según el, tenía mala puntuación, pero era de primer orden, era un monumento de la historia literaria. La guardó a pesar de pelearse con Grossman, esperando otros tiempos.

Años después, en la plena potencia del movimiento de los disidentes, fue Andrei Sakharov, el físico, que se dedicó a fotografiar el manuscrito. La extrema vigilancia que le dedicaba el KGB le obligó a utilizar a otro escritor, Vladimir Voinovich, para sacar en 1970 dos rollos de microfilmes a Ginebra, a la casa editorial “L’age d’Homme”. El libro se publicó por fin en 1980. Al descubrir la traducción al castellano hay que recordarlo: la existencia del libro es un milagro.

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17 de octubre de 2007
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El Boomeran(g)
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