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11-M: LA HORA DE LAS CULPAS

Por 5 de noviembre de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

La sentencia del megajuicio por los atentados de Atocha ha revelado el funcionamiento de la célula yihadista más letal de Europa. Sin embargo, España muestra más interés por la pelea entre sus partidos políticos

El 11 de marzo de 2004, poco antes de las siete de la mañana, Jamal Zougam descendió de una camioneta blanca Renault modelo Kangoo junto a otras dos personas. Llevaban sendas mochilas deportivas, y se dirigían a la estación de cercanías de Alcalá. Ahí tomaron distintos trenes con destino a la estación de Atocha en Madrid, a media hora de trayecto. Según la declaración de tres testigos, Zougam subió en el último, el de las 7.14.

A las 7.38, el vagón de Zougam hizo explosión en la estación de Santa Eugenia. Otras nueve cargas llegaron a Atocha, produciendo un total de 191 víctimas mortales y 1857 heridos. El atentado fue el mayor de estas características en territorio europeo.

Pero ese día, una mochila no estalló. Fue descubierta después del atentado en la comisaría de Puente de Vallecas. En el interior había cinco kilos de un explosivo de uso minero llamado Goma 2-Eco, temporizado y alimentado por un teléfono celular. La tarjeta del teléfono pertenecía a Jamal Zougam.

Zougam tenía antecedentes penales en varios países, pero no por terrorismo, sino por tráfico de drogas y homicidio. Había escapado de la justicia en Marruecos y durante años se había dedicado al tráfico de estupefacientes en España. Desde los años noventa, muchos magrebíes que llegaban a Madrid trabajaban para él vendiendo drogas al menudeo. Estaba bien situado cuando comenzó el boom del éxtasis. Un proveedor de Ámsterdam le ofrecía las pastillas a sesenta céntimos, y el consumidor final pagaba doce euros. Ganó mucho dinero. Compró un BMW.

También consumía. Su esposa dice que a veces cerraban una discoteca todo el fin de semana para él y sus amigos. Se enganchó sucesivamente con heroína y pastillas. Las pastillas lo ponían muy agresivo. Nadie quería tener problemas con él. Alguna vez, acuchilló a un drogadicto, que finalmente retiró los cargos a cambio de una dosis.

Pero Zougam estaba harto de esa vida. Europa no había sido lo que él esperaba. Quería cambiar. Buscaba una salida. Tras una de sus condenas penales, abandonó las drogas por sí mismo, y empezó a acudir más a la mezquita. También obligaba a asistir a los rezos a otros traficantes, a los que premiaba con dosis. Quería ser una mejor persona. Empezó a vestirse con ropa árabe tradicional. En su casa no corrieron más drogas, ni duras ni blandas.

No abandonó sus negocios, sin embargo. Sólo dejó de sentirse culpable por ellos. La religión le ofrecía un consuelo: tú no eres el malo, ellos te convirtieron en esto. Europa invade a los musulmanes en sus tierras y los desprecia en la suya. Lo que tú haces es sólo justicia. Y puedes hacer más.

El intelectual

En esta etapa, Zougam entró en contacto con el tunecino Sarhane Ben Abdelmajid Fakhet, ex estudiante del doctorado de Economía. Sarhane era un intelectual talentoso, pero al perder su beca, se había visto obligado a vender ropa y chucherías.

También encontró en la religión refugio para su frustración. Pero además, tenía una lectura política de la realidad. En la mezquita de la autopista M-30, su grupo de oración había sido públicamente regañado por el imam debido a su arrogancia. Uno de ellos, Amer Azizi, había estado en un campo de entrenamiento en Afganistán, y reunía a sus acólitos para mostrarles videos de Osama bin Laden y sus lugartenientes. Decía que las oraciones no bastaban, que el Islam demandaba acciones más contundentes. Sarhane lo admiraba.

En 2001, tras los atentados del 11-S en Nueva York, se desató la persecución a las células de Al Qaeda en Europa. Azizi desapareció, y muchos de su grupo fueron detenidos. Súbitamente, Sarhane se convirtió en el líder de la célula radical. Y cuando España intervino en la guerra de Irak, las órdenes que se propalaron por la red fueron terminantes: “hay que sacar al perro de Aznar”.

El atentado del 11-M contó con el cerebro político-religioso de Sarhane y el dinero y los contactos criminales de Zougam, entre una compleja red de responsabilidades. Pero la mochila los traicionó a todos. La policía rastreó no sólo el origen de la tarjeta telefónica, sino el resto de tarjetas vendidas en ese paquete y las comunicaciones realizadas con ellas, incluso el lugar físico donde habían sido realizadas. Con esa información, apenas dos días después de las explosiones, Zougam fue el primer detenido.

El 3 de abril, la policía localizó un piso en Leganés donde sospechaban que podía esconderse un grupo de terroristas. Rodearon el local. Los del interior, alertados, comenzaron a disparar a las 16.00. A las 18.20, desde ese inmueble, Sarhane llamó a su madre a Túnez para despedirse de ella. Había tomado una decisión. A las 21.00, la policía decidió entrar, voló la puerta con una pequeña carga explosiva y lanzó gases lacrimógenos al interior de la vivienda. Como respuesta, los siete ocupantes detonaron 20 kilos de explosivos. Murieron en el acto.

Entre los escombros, la policía halló videos proselitistas de Al Qaeda, archivos con información militar y reivindicaciones de los atentados. El explosivo que acabó con el apartamento era el mismo que encontraron en los trenes. 

Ésta es parte de la reconstrucción de los hechos que ha efectuado el juez Javier Gómez Bermúdez. La sentencia encuentra culpables a 21 de los 28 acusados por los atentados. Zougam recibió la condena más larga: 42.922 años de cárcel. En total, las penas de prisión suman 120.755 años.

La instrucción pone de manifiesto el perfil de los terroristas: residentes europeos con alto grado de frustración de sus expectativas personales. También resalta la unión crucial entre cuadros religiosos y elementos provenientes del mundo criminal. Además, muestra el complejo funcionamiento de Al Qaeda, que opera tanto desde la Red como por medio de agentes móviles. Pero en España, el debate ha pasado por alto esos detalles. Para la opinión pública, el tema importante es otro. 

La otra guerra

“Ni ETA ni Irak”, “Ni ETA ni conspiración”, “La Audiencia establece la verdad de los atentados”, “La mentira, condenada”. Son los titulares de al prensa española tras la sentencia. Paradójicamente, hablan más de políticos que de terroristas. Y más de ETA que de la Yihad.

Durante los últimos tres años, el debate no se ha centrado en quiénes fueron los autores, qué medidas se están tomando para evitar que se repita o cómo apartar a los musulmanes del radicalismo. No. El tema de discusión ha sido: ¿quién miente? ¿la derecha o la izquierda?

En la esquina izquierda, el Partido Socialista, el diario El País y la cadena Ser de radio. Tras los atentados, estos medios acusaron al Partido Popular, por entonces en el gobierno, de querer endilgarle las bombas al terrorismo vasco contra toda evidencia. El 11-M, España estaba a tres días de las elecciones generales, y el presidente José María Aznar había apoyado con entusiasmo a EEUU en su invasión de Irak. Si el atentado era una venganza islamista, la población podría castigar al presidente en las urnas. En cambio, si era obra de ETA, los españoles lo respaldarían masivamente.    

En la esquina derecha, el diario El Partido Popular, el diario El Mundo y la cadena de radio Cope defendían que no se podía cerrar ninguna vía de investigación. El ministro del Interior Ángel Acebes insistió en esa afirmación aún cuando se había encontrado la camioneta Renault con grabaciones del Corán y detonadores de explosivos. Pero no convenció. Ese domingo, el PP perdió unas elecciones que todas las encuestas daban por ganadas una semana antes.

El PP no dejó de insistir desde entonces en la participación de ETA. José María Aznar declaró: “las pruebas indican la más que posible participación del grupo ETA en esta masacre”. El ex ministro Acebes: “es necesario saber el alcance real de la sombra de ETA”. Otro dirigente añadió: “los socialistas no han querido esclarecer si ETA tenía o no relación con la trama”.   

El abogado del acusado Jamal Zougam recogió esta versión en su escrito de defensa, que acusaba al grupo vasco de las bombas de Atocha. Las pruebas de la defensa se sometieron a contradicción en el plenario sin éxito. El tribunal citó a declarar a etarras presos, que negaron cualquier relación con estos atentados. Finalmente, la sentencia leída el miércoles considera que ninguna evidencia avala esa tesis. 

¿La sentencia da por zanjada la discusión? No. El titular de El Mundo resaltaba el jueves que el tribunal no había encontrado autores intelectuales más allá de los condenados, y titulaba: “Absueltos los cerebros del 11-M”. Sobre la misma base, el líder del PP, Mariano Rajoy, declaró: “seguiremos apoyando cualquier investigación, ya que los acusados como autores intelectuales no han sido condenados”. Después, el ministro del Interior y los portavoces populares no han dejado de intercambiar descalificaciones.

De hecho, lejos de haberse fijado un consenso, han entrado en escena más versiones. Ahora, la asociación de víctimas del atentado considera que las sentencias son demasiado blandas, y estudia una apelación. Un portavoz del Departamento de Estado de EEUU ha admitido que la sentencia “no nos gusta”. Algunos medios de prensa de ese país exigen que el tribunal encuentre un vínculo directo con la estructura de Al Qaeda.

La sentencia ha establecido una verdad jurídica indiscutible. En ella, cada sector encontrará la verdad política que le interese. Pero esta discusión dice más sobre la sociedad española que sobre lo que ocurrió esa mañana del 2004. Y a veces uno olvida de qué estábamos hablando.
               
Artículo pulblicado en: La Tercera, noviembre 2007.

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