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EL AZAR

Estamos pensando intensamente en alguien y esa persona, de repente, aparece entre la muchedumbre. Los racionalistas explican este prodigio a través de la ecuación contraria al virtual misterio de la aparición. No surge aquella persona porque nuestro pensamiento la evoca con mucha fuerza sino que la persona se halla previamente allí y sólo es nuestra extremada alerta quien la detecta.

De este modo, el mundo se desencanta y en su continuación mostrará una sucesión de secuencias con mediocre entusiasmo para los seres humanos. Como le sucede a los mismos animales, se come y se complace en los campos donde hay pasto, se ayuna y se pena en los territorios estériles o ralos.

El mundo y la vida que discurre en el interior de ese universo se comporta como un simple artilugio mecánico y en absoluto como un sortilegio. La casualidad, la serendipity, constituía en el ámbito de la fe el último y más socorrido reducto para creer en la intervención mágica. Pero si la casualidad, la coincidencia, lo fortuito pierden su naturaleza milagrosa ¿qué nos queda esperar? ¿Tan sólo el resultado de la concatenación entre la actuación y el resultado, el encadenamiento entre la siembra y la cosecha, la hoz y el grano, la esforzada carrera y la anticipada meta? Sin azar la vida pierde gran parte de su mejor interés. Negar, por tanto, las explicaciones lógicas, la concatenación causa-efecto, la ordinaria relación espacio-tiempo, se convierte así en un afán imprescindible para defender el superior valor de la vida y lo que es más decisivo: su irracionalidad y su sinsentido.

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25 de octubre de 2007
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POESÍA SIN METÁFORAS

En la letra de un bolero famoso del que tomé el título para mi novela Sombras nada más, el cantor enamorado ofrece a la amada “abrir lentamente sus venas” y su "sangre toda verterla a sus pies". Entregar de manera metafórica la sangre, el corazón, los ojos, viene desde los tiempos del más crudo romanticismo copiado luego en las canciones populares.

Pero en la ciudad de México vino a resultar un poeta más que generoso, no con su propia sangre, sino con la de la amada, y de manera nada metafórica. Y aquello de “voy a comerte a besos”, tan común en el lenguaje coloquial del amor, lo transformó en un verdadero banquete, pues terminó engulléndose a la mujer que había escogido como musa y amante.

La víctima se llama Soledad Garabito, y el poeta aficionado a la carne femenina, se llama José Luis Calvo Zepeda, quien vendía su producción poética en octavillas por las calles del barrio La Condesa, que está muy de moda entre los artistas; ya no tuvo oportunidad de editar su primer libro, a menos que lo haga desde la cárcel.

Según las cuentas de la policía, el poeta caníbal ya había asesinado a otras dos musas, e igualmente se las había comido. “La carne que tienta con sus frescos racimos/y la muerte que aguarda con sus fúnebres ramos” cantaba Rubén Darío. El poeta Calvo Zepeda, diestro más con el cuchillo que con la pluma, no dejó aguardar a la muerte, e hizo de la celeste carne su plato favorito.

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25 de octubre de 2007
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Exportaciones venezolanas

Lo más impresionante de lo que ocurre en Caracas es un detalle: los estudiantes que marcharon ayer en contra de la reforma constitucional provienen de la universidad central y de la universidad católica. Dentro de un panorama de suma polarización, la reunión de dos mundos tan distintos, que se veían sobre todo como distintos, es un rasgo tan nuevo que me parece necesario esperar antes de gritar la victoria del presidente Hugo Chávez en su intento de encerrarse en el poder para toda su vida.

A veces, lo que parece obvio puede fracasar y el poder bolivariano acaba de comprobarlo de manera repetida en pocos días al fracasar en un intento de exportaciones ideológicas.

Caso uno: el presidente Chávez hizo una exportación hacia Bolivia de misiones de médicos cubanos. Sólo los tontos o los ciegos pueden negar la buena acogida de estos médicos en los barrios de Venezuela. Tener un médico que presta un servicio gratuito cuando uno tiene casi nada es algo que cambia la vida. Ahora bien, parece que en Santa Cruz de la Sierra no es el caso. Los médicos cubanos viven acorralados en una casa y son el blanco de atentados.

Caso dos: un intento de exportación del culto de Che Guevara a Irán. El diario The Times de Londres  cuenta un episodio hilarante. En presencia de Aleida, hija del Che y de una ideología fanática, se habló del “guerrillero heroico” como de un hombre religioso. Después de comprobar que era una traducción correcta, la honesta Aleida provocó la consternación en la audiencia al decir que su padre nunca habló de Dios y tampoco lo había encontrado a lo largo de su vida.

Tal como lo que ocurre con los estudiantes en Caracas, en ambos casos, vemos que las viejas fronteras no corresponden a la época en que vivimos. Proclamarse de derecha o de izquierda no basta para actuar con aliados seguros. En Bolivia es más importante saber si uno pertenece al centro (La Paz) o a la periferia. En Irán, es más importante ubicarse al lado de Dios que tener una posición política correcta. Buena lección: en un mundo globalizado, se multiplican las opciones de fragmentación.

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24 de octubre de 2007
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Al Gore

Creo que si fuese ciudadano de USA votaría a Al Gore. Al menos lo hubiera votado contra ese que le arrebató con artes dudosas la presidencia. Ese de cuyo nombre no quiero acordarme. Ese que no me gusta ni para amigo de Aznar, bueno, aquí exagero. Sí creo que puede ser un buen amigo de Aznar, pero pocos méritos más.

Ahora bien, una vez entregado mi voto para Al Gore, no le daría ni un voto para su documental famoso, “Una verdad incómoda”. Me parece, para empezar, un rollo. Una lata personalista, un cine de agitación y propaganda- lo cual no quiere decir que sea malo, hay ejemplos extraordinarios en ese cine desde Eisenstein a Riefensthal pasando por varias guerras y posguerras- lleno de buenas razones y de pésimos resultados. Naturalmente hablo de resultados, de verdades artísticas. De los otros ya sabemos que es un éxito por más incomprensible que nos parezca. Premiado con dos Oscar. Después premiado el protagonista absoluto con el Príncipe de Asturias, con el Nóbel, con el Premio de honor por ser vecino modelo de su barrio y con la medalla de platino por ser el más guapo de los sesentones perdedores de la Casa Blanca. En fin, un gran tipo. Lo que pasa es que se lo ponen fácil. Por un lado ataca a su favor un tal Rajoy que tiene un primo en Sevilla. Y por otro, regalan su tocho documental los socialistas en los colegios públicos. Negocio con la izquierda impulsado por las torpezas de la derecha. Desde luego Gore es un tipo con suerte. El gran negocio de no haber ganado las elecciones.

Seguro que el mundo, no sólo USA, hubiera sido más razonable con un presidente como él. No hubiera existido la guerra de Irak- digo, es un decir y desear- , Nueva Orleáns quizá no hubiera sufrido lo que sufrió y posiblemente se conversaría más de las cosas importantes que del juicio a Michael Jackson, por ejemplo.

Dice Gore en su libro, “Ataque a la razón”  que:”la buena noticia es que ya sabemos que hacer. Que disponemos de todo para hacer frente al calentamiento global….Que tenemos de todo, menos la voluntad política”. Espero que llegue al poder- a pesar de su mal documental, de su negocio redondo con ese reportaje de culto a su personalidad, a su lado bueno y cargado de razones y sin embargo, romo y pesado desde el lado artístico- antes de que el deterioro de la autoridad moral de los mandatarios, de los dirigentes de USA pueda caer más bajo. Que además de triunfar en Europa, como si fuera un Woody Allen, un Bob Dylan-¡ya quisiera!- lo haga en su país para el bien de todos. Y para librarnos de la pesadez de documentales cómo ése. Y además repartido en los colegios. ¡Cómo aquella leche en polvo de los años de la guerra fría! 

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24 de octubre de 2007
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De transilvanos dominios

La escritura nocturna y la diurna son bichos diferentes, y con frecuencia hostiles entre sí. En mi caso, los tengo en diferentes jaulas, aunque al final sean ellos quienes se dividen mi tiempo sin preguntar. Algunos entre mis seres queridos piensan que debería encontrar una manera de repartir el día entre ambas fieras y consagrar la noche a otros empeños, como sería el caso de conseguir dormir a horas decentes, pero siempre que intento no solamente no logro conciliarlas, sino que hasta las enemisto más. La novela se aferra a sus horas de sol, mientras el blog espera hasta la media noche para enseñar las garras y pelar los colmillos. No hay que tomarlo mal; así nos entendemos.

Cualquiera sabe que pasar noches leyendo o escribiendo difícilmente es una costumbre sana, como no sea para la bestia nocturna que se alimenta de este desvarío. Especialmente si la consigna es tóxica como la canción: Mucho para mí es tan poco… y poco no quiero más. Alguna vez oí a Chavela Vargas excomulgar a los que duermen de noche, pero justo es decir que lo hago menos por virtud que por vicio. Aunque eso sí, detesto hacerlo a solas. Hay en la noche demasiados cómplices para rondarla solo como cualquier coyote malcomido. Hoy mismo, por ejemplo, me he valido de cómplices como Astrud Gilberto y Elis Regina para ayudarme a creer que su noche es la nuestra y es preciso pasarla en intensa vigilia.

Hay una deliciosa sensación de derroche en la escritura nocturna. Sobra el tiempo, los límites se olvidan pasada cierta hora en la que uno se torna clínicamente inútil para apagar la luz. Porque incluso parando de escribir lo que menos se tiene son ganas de dormir. Es como si la fiera nocturna se regocijara robándole las horas a la diurna. O como si una y otra se las arreglaran para encerrarme entre ambas obsesiones, como lo harían dos amantes paranoides y además coordinadas. ¿Quién, no obstante, que viva entre los arrumacos de una amante nocturna y otra diurna puede sensatamente considerarse menos que privilegiado?

Escribir noche y día es también habituarse a vivir bajo una sensación de insuficiencia tardía. Nunca parece demasiado tarde, pero siempre podría ser más temprano. Pasa uno el tiempo en deuda consigo mismo, y todavía más con el juego de locos al que pomposamente llama trabajo. Todo lo cual no impide, por decir algo, hacer crecer la deuda invocando a Bebel Gilberto o Paula Lima y jugando un ratito a que es de día. Si de noche no hay reglas y todo se vale, ¿cómo no va uno a querer escribir a esas horas? ¿Es justo, inteligente, sano, beneficioso padecer de insomnio, cuando hay tantos caminos para disfrutarlo?

No tengo claro si debería seguir con el final de un concierto de Tony Bennett o el principio de uno de Hedwig and The Angry Inch. Afortunadamente la noche es lo bastante hospitalaria para que todo pueda caber en sus recovecos, y esa es otra ventaja para las palabras, que por algún motivo parecen más creíbles durante la parranda: ese tiempo que toma uno prestado sabiendo de antemano que no habrá de pagarlo. Lo bueno es que de noche cobra sentido lo que nunca lo tuvo; por eso no queremos que termine, tanto que hasta acudimos a quien sea con tal de estirarla. Y aquí estoy, estirándola, en compañía de Tom y Paula, que tampoco parecen tener sueño. Si ven a la novela, díganle que hace horas me fui a dormir.

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24 de octubre de 2007
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EL YO

La curación de mis males de estómago, me decía -hace tiempo- el doctor Lang, no vendrá de una operación quirúrgica con o sin laparoscopia, sino de una operación que se dirija directamente al núcleo de la vida. Allí donde se anida el yo y maneja los resortes por los que sufre el individuo, se pervierte o se droga  de errores repetidos. Si alguien se operara del estómago y sólo del estómago, la enfermedad reaparecería. Volvería a presentarse como una escalofriante reaparición del rostro extirpado. Porque el yo no se encuentra físicamente en el estómago. Sólo se proyecta como una idea allí y, por ejemplo, en la intangible figuración del píloro.

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24 de octubre de 2007
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Holden Caulfield ahora es un cráter

La noticia es simple. El vocero de la NASA Jack Schmitt anunció que se acaba de bautizar a uno de los cráteres de la luna con el nombre de uno de los personajes más célebres de la literatura universal. El cráter Holden homenajea al narrador de The Catcher in the Rye, la novela de J. D. Salinger. En algún sentido, que ese agujero enorme de un astro remoto tenga hoy el nombre de Holden Caulfield tiene algo de justicia poética. A fin de cuentas en la rebeldía de Holden, eterno adolescente, existe un toque de misantropía. "La gente siempre aplaude por los motivos equivocados. Si yo fuese pianista, tocaría adentro del maldito armario", dice Holden en un pasaje de la justamente célebre novela. Ahora podría agregar: "O tocaría en la luna". Donde nadie lo importunaría ya -ni a él ni a su ermitaño autor.

Según la declaración de Schmitt que reprodujo el diario Página 12, el criterio con que se eligen los nombres de los cráteres es el de "hacer honor a aquellos hombres y mujeres que han llegado muy lejos en su afán de explorar los límites del esfuerzo humano". No me parece mal, aunque tampoco me disgustaban esos nombres poéticos al estilo Mar de la Tranquilidad. ¿Existirá ya un cráter Hamlet del que nunca me he enterado?

Seguramente a Holden le disgustaría la distinción. Pero yo no soy Holden y puedo darme el lujo de aplaudir.

Por todos los motivos equivocados, por supuesto.

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24 de octubre de 2007
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Sobre las ruinas del siglo pasado

La ideología que se apoya solo en sentimientos se convierte en religión política, vieja condena española

Quienes hacia 1970 teníamos una fe berroqueña en la revolución comunista no hacíamos otra cosa que seguir a nuestros padres y abuelos en la vieja tradición española de sustituir la decepción religiosa por una ideología política asumida como fe teológica. En aquellos años, sitiados por la unanimidad franquista y el entramado de intereses que mantenía vivo a un régimen canallesco, ni siquiera nos planteábamos qué posibilidades reales, qué sacrificios, qué sufrimientos podía traer consigo la imposición de nuestra fe. Jamás consideramos el elevado riesgo de que emergiera un terror superior al de Franco. Solo importaba que el comunismo triunfara lo antes posible. Cuando alguien sensato nos acorralaba, acabábamos por gritar: "Primero hay que hacer la revolución, luego ya se verá".
No de otro modo se comportan quienes dicen luchar por la independencia de esta o aquella región española. Su deseo de una escisión blanca, como la de Chequia y Eslovaquia, oculta la peculiaridad de cada caso y evita nombrar a Serbia y Croacia, para cuya escisión fue necesaria un matanza. Ahora tienen puestos los ojos en Bélgica, por si hay un milagro. Una fe típicamente hispánica en la explosiva felicidad que invadirá a la población escindida permite escamotear las dudas sobre el día siguiente. Nadie sabe cuál será la suerte de la mitad de los vascos y los dos tercios de catalanes que se sienten "igualmente españoles". Ni si las nuevas fronteras exigirán pasaportes y acuñación de sellos. O qué pasará con las relaciones de los nuevos nacionales en el resto de España y viceversa. La respuesta es: ya se verá.

¿Tan pacífico imaginan el proceso? ¿Tan súbita la admisión en la UE? ¿Cruzar el Ebro será como pasar de Alemania a Austria? No creo que estas preguntas tengan respuesta. Aun estando persuadido de que hay militantes redactando informes optimistas sobre tales asuntos, todo es humo. Lo que suceda en un proceso semejante (la escisión de dos poblaciones unidas desde hace cuatro siglos) es imprevisible. Los buenos propósitos son arrasados por la energía de la escisión, por su fuerza caótica. Nadie sabe si nos encontraremos en Eslovaquia o en Chechenia, ni puede saberlo. Tengo la seguridad de que por lo menos una de las partes, la que llaman España, no iba a facilitar las cosas, entre otros motivos porque la mitad de la población vasca y dos tercios de la catalana no quieren dejar de ser españolas. Ni a tiros, según se ha comprobado.

Alguien habrá entre los separatistas y soberanistas que haya cavilado sobre esto -no están tan locos-. Sin embargo, también creo que las cautelas prácticas no les arredran. Tanto a ellos, como a nosotros cuando éramos comunistas, no les incumbe lo que venga después: primero la independencia, luego ya veremos. Para muchos ciudadanos, ese "ya veremos" es fácil de prever si la fuerza dominante del día siguiente es el PNV y su brazo chulesco, o ERC con Laporta de líder. Da escalofríos. Pero no hay remedio. La ideología que se apoya tan solo en sentimientos se convierte en religión política, vieja condena española. Sus dirigentes no sirven a la ciudadanía: son cruzados que sirven a una causa. El cálculo de víctimas, sufrimientos, destrozos irreparables, ruina probable o dolor inútil queda para los tibios, los que "tienen michelines", como dijo con colosal zafiedad un caudillo vasco. Primero, la revolución; luego ya veremos.

En un espléndido estudio, Pasado imperfecto (Taurus), Tony Judt ha analizado el envilecimiento moral de los intelectuales franceses durante los años 1944 y 1956, cuando fueron incapaces de atacar las atrocidades de Stalin y distanciarse del Partido Comunista. Para aquellos acomodados burgueses, los asesinatos debían entenderse en su contexto histórico y dentro de la heroica lucha de los rusos por imponer una sociedad más justa. Argumento compartido por la cúpula del PNV y buena parte del soberanismo catalán cuando se aplica al nacionalismo totalitario vasco. Las figuras francesas tardaron más de una década en reconocer que el comunismo ruso era una satrapía criminal dominada por un reducido grupo de explotadores. Y tardaron tanto porque, si lo hubieran reconocido, se habrían quedado sin religión. Aceptar el fracaso bolchevique significaba renunciar a la fe en que la historia tiene sentido y se la puede tutelar hacia el progreso. Sin esa fe, aquellos hijos de Hegel pasado por Kojève no podían soportar su confortable existencia. Para soportarla, debían morir varios millones más.

No de otro modo, si los independentistas tuvieran que calcular los posibles sufrimientos de una independencia vasca o catalana, podrían ver su fe amenazada. ¿Y qué demonios puede hacer en este mundo un nacionalista sin fe? El dolor y la angustia que provoca la crisis religiosa en los adolescentes es casi insoportable para un adulto. Por esta razón es agotador dialogar o argumentar con ellos: en cuanto ven amenazada su fe reaccionan negando la evidencia.

¿Cómo acabará este nuevo capítulo de la mística hispana? Pues o bien en el caos imprevisible de una ruptura unilateral, o bien en el tedio que toda religión acaba produciendo en los creyentes cuando se hace evidente la esterilidad de sus quimeras. Es lento: los secesionistas viven mejor sin secesión. Y lo saben.

Artículo publicado en: El Periódico, 21 de octubre de 2007.

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24 de octubre de 2007
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Galdós, ¿”El garbancero”?

No recuerdo quién fue el que con la peor intención, no sin cierta gracia y con alguna envidia, despachó la literatura de Galdós, diciendo que su forma de escribir era propia de “Don Benito “el garbancero”. Ese mote, “el garbancero”, hizo fortuna en algunos que consideraban a Galdós un escritor casi costumbrista. Un escritor pasado, dominador y cabeza visible de un realismo de pucheros populares madrileños. Algo así como un naturalismo de corralas y zarzuelas y con agua, azucarillos y aguardientes. Así, esos lugares comunes, esas mentiras hicieron mecha en unos cuántos modernos. Y provocaron que algunos listillos que pedíamos la ruptura narrativa con el pasado tuviéramos a Galdós en menos consideración que algún latazo del “nuveau roman”.

Confieso que hasta las recomendaciones de Buñuel en sus memorias -y a pesar de la fascinación por “Viridiana” y “Tristana”- no me decidí a leer con normalidad a Galdós. Han pasado décadas y olvidos, han pasado novelas, han pasado escritores de los que apenas recordamos un título. Y el mismo tiempo, en algunos casos mucho más, ha pasado por Galdós y sigue siendo un placer renovado.

Ahora recuerdo aquello del “garbancero” por los datos que nos aporta un pequeño libro, casi un opúsculo, que escribió Galdós con motivo de su viaje a la casa de su admirado Shakespeare. Hablamos del año 1889, y no era el primer viaje a Inglaterra del nuestro escritor. Hablaba inglés, había traducido los papeles del Club Pickwick, era un español cosmopolita que admiraba la literatura inglesa y su sistema político. Además de un gran viajero, planeó ese mismo año un viaje a Polo Norte, aunque nunca lo llegó a realizar. Fue el primer español, al menos que se tenga constancia, que visitó la casa de Shakespeare en Stratford. Era muy amigo del cónsul español en Newcastle, Pepe Alcalá-Galiano, y se movía perfectamente por las ciudades, pueblos y ferrocarriles de media Europa. ¿Tenemos que seguir llamando “garbancero” a este español tan mundano? ¿Y al escritor, quién quiere negar su universalidad porque escriba de barrios y gentes que conoció en sus paseos por la realidad geográfica y la realidad del ser humano?

¿Es mucho más escritor el comedor de setas, de comida japonesa o de la reconstrucción de Adriá que el comedor de garbanzos?

Habrá que imaginar a Juan Sebastián Bach comiendo codillo y después componiendo sus elevaciones para perdonar que los personajes de Galdós tuvieran el mal gusto de comer cocido. Y encima madrileño

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23 de octubre de 2007
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LOS CINCO DE UPDIKE

Critical mass es el blog colectivo de una asociación de críticos literarios norteamericanos. Lo leo a menudo. Es un blog que me parece corporativo y hundido en la industria de los libros o, peor, los chismes sobre los escritores. Faltan grandes visiones sobre la literatura aunque ofrece un contenido que me encanta: la lista, entregada cada semana por un crítico distinto, de los cinco libros imprescindibles en la biblioteca del escritor de reseñas. Esta semana, le toca su turno a John Updike y su lista merece ser analizada.

1. Mimesis de Erich Auerbach
2. Aspectos de la novela de E.M. Forster
3. Criticar al crítico y otros ensayos de T.S. Eliott
4. El Castillo de Axel de Edmund Wilson
5. Sade, Fourier, Loyola de Roland Barthes

Esta lista me encanta y creo que Updike (el crítico Updidke vale más que el novelista) da en el blanco en 80% de sus intentos. Hay cuatro libros indiscutibles y una equivocación.

1. El libro de Auerbach corresponde a su subtítulo, «la representación de la realidad en la literatura occidental». Pero es mucho más, es una historia de las formas literarias. Siempre se cita como una hazaña el hecho que fue escrito sin el recurso de una biblioteca. Para mí la hazaña es la capacidad de ver tan claro al modernismo aunque falta por vivir a la literatura la mitad del siglo XX.

2. El librito de Forster no tiene competencia en el momento de escuchar a un novelista hablando de la manera de cocinar una novela. El autor dice que no sabe mucho sobre su arte pero lo sabe todo. Entrega dos conceptos clave y muy transparentes nunca expresados de manera tan sencilla: la diferencia entre la historia y el argumento y el papel (limitado y a veces peligroso) de la inteligencia en el trabajo del novelista.

3. Hay que notar la incapacidad de Updike en el momento de citar el título de un libro de T.S. Eliott (y el error del autor del blog en escribir To Criticism the Critic). Siempre pasa así con Eliot: es un crítico que gusta sin dejar nunca una satisfacción completa. Pero su visión queda necesaria, es el patriarca que ha creado nuestra finca.

4. El libro de Edmund Wilson queda como la mejor introducción al modernismo. Hay que notar cómo Wilson es citado en la lista de muchos críticos. (Mi favorito es Classics and commercials sobre los años 40, no sé si hay una traducción al castellano disponible).

5. Por fin, una equivocación: Updike cita a Barthes como al autor que le hizo creer que había una respuesta universal en el estructuralismo. Pero a mismo tiempo mata también a Barthes diciendo que estuvo convencido del método «at least during the reading» de su ensayo sobre tres autores, es decir, durante el mero tiempo de la lectura. Me parece excelente recordar la diferencia entre ser seducido y creer de verdad. La crítica no puede ser un flirteo.

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23 de octubre de 2007
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