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La autopsia de San Simón

Una de las grandes ventajas de los muertos es que puede matárseles tantas veces como convenga. En años escolares, cuando aún mi familia tenía la costumbre de visitar semanalmente el camposanto, me gustaba adentrarme entre sepulcros, primero para leer epitafios, más tarde en busca de huesos tirados, que llevaba a mi casa de contrabando y a la escuela como un souvenir exótico. Fémures, húmeros, mandíbulas, clavículas, sabría el diablo de quiénes y de cuándo. Cuando menos pensaba, ya jugaba con otro compañero a los espadazos, armados de sendos fémures que acababan despedazados en el patio, para horror de los más morigerados.

     Ventaja número dos: los fiambres no tienen dueño. Eso lo sabe tanto quien se apropia de sus huesos -ya sea con fines científicos, lúdicos o meramente decorativos- como quien aprovecha para hablar en su nombre. Lo de menos es quién haya sido el sujeto en vida y cuál fuera su forma de pensar, puesto que ya no está para contradecir a quien le cambia el gesto, la figura y el habla. Los muertos son de todos, menos de sí mismos. Llegado el caso, le pertenecen a quien se los encuentra. Si llegamos a hablar de "sus" huesos nos referimos a una procedencia, no a una pertenencia porque un cadáver nada posee. Y es allí donde estriba la tercera ventaja...

     Si queremos que un muerto tenga un collar, bastará con ponérselo en el cuello. Si precisa una historia, podemos inventarla, y si la que ya tiene nos estorba nada impide que la modifiquemos. Con frecuencia, los descendientes suman a la memoria de sus ancestros encantos y virtudes que nadie en vida les conoció. Por no hablar de esos evidentes maleantes metidos a políticos o altos jerifaltes que sólo tienen que estirar la pata para ser ensalzados como grandes filántropos, sin que suela escucharse una sola protesta porque al cabo el maldito ya está muerto, no puede aprovechar el maquillaje. Es sólo el maquillista quien capitaliza: si los muertos nada pueden poseer, todo cuanto uno tenga a bien otorgarles terminará engrosando los propios haberes. Si proclamo que el muerto era un honesto, habrá quien crea que hablo honestamente.

     Cuando el cadáver en cuestión corresponde a un cobarde, nada hay más fácil que promoverlo al rango de héroe. Y si pasa que es héroe o lo parece, lo procedente es darle el upgrade al altar. Bástenos recordar las sinuosas andanzas del coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, tal como lo recrea Tomás Eloy Martínez en Santa Evita, cohabitando con el cadáver de Eva Perón al extremo de un día atreverse a mearlo, sin rozar una línea de su hagiografía. Mientras uno, lector, ya espera sin desearlo, en puro honor al morbo, que el cadáver de Evita realice un milagro, el autor resucita al coronel necrófilo y lo viste de acuerdo al capricho soberano de la novela. Es la mera demencia del uno lo que lleva a creer en la santidad de la otra.

     Luego de varios años de colgar toda suerte de adornos disonantes sobre el cadáver del libertador Simón Bolívar, Hugo Chávez recién ha ordenado que le practiquen una autopsia. A algo menos de 180 años de su muerte. Y es que le urge saber no sólo si en realidad murió de tuberculosis, sino de paso si ésos son sus auténticos restos. Es decir, los de Chávez, que se ha posesionado del cadáver para rehacerlo a su imagen y semejanza, tal vez sin los talentos de Tomás Eloy, pero con la patente ya en la mano. A estas honduras, Simón Bolívar redivivo sería menos bolivariano que el presidente Chávez. Pero ahí está la cuarta ventaja de los cadáveres: carecen de opiniones. Se diría que todo les da igual.

 

     No le gustan a Chávez las opiniones disímbolas, razón más que bastante para asociarse con un cadáver. En Por un puñado de dólares, Clint Eastwood usa los cadáveres de un par de soldados como señuelos contra sus enemigos, y acto seguido les dispara a placer. No pueden delatarlo, ni hacer memoria, ni volver a morirse. Prácticamente le pertenecen, igual que el hueso al niño que lo usa como espada. ¿Qué puede hacer ya el pobre libertador para evitar que un militar necrófago termine por habilitar su calavera como pisapapeles? ¿Qué quedará de su memoria original después de tantas distorsiones, aureolas y milagros ajenos? Mudo en medio de tanta metafísica, por hoy me basta con imaginar la cara de la esposa del forense cuando escuche al marido confesarle que viene de hacerle la autopsia a Simón Bolívar.

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21 de diciembre de 2007
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Cronopia Navidad

No me han llegado muchos regalos...quiero decir que no han llegado jamones, champanes, caviares o cosas así. Bueno para no ser injusto y olvidadizo, sí llega desde hace muchos años un champán  exquisito y clásico que manda el Mercader de los Rolling- no el del piolet contra Trotsky- y las perdices escabechadas mejores del mundo: las de la tasca de Cuenca llamada " La Ponderosa", algunos entenderán ese raro nombre. El resto son libros y buenos deseos. Unos mejores que otros. Un pequeño gran placer ha sido- una año más- recibir ese objeto pequeño y tan querido que llamamos el "crisolín". Es un libro de pequeño, mínimo, formato. Se puede aguardar hasta en el bolsillo de un pantalón tejano. Pocas veces en su larga historia ha sido prescindible, éste año es imprescindible. Quiero decir que si se quiere prescindir de él se puede, pero será una tontería. Por ese texto han pasado los años, y se le notan... sin embargo nos sigue haciendo jóvenes y, posiblemente, desinformados, volver a sus pequeñas utopías, sus panfletos y sus maniqueos textos. Estamos en fechas cursis, en fechas de ser más pequeños, ni importa que también seamos más o menos felices. Quiero decir, y digo, que con mucho placer me llevo en mi bolsillo el "crisolín" de éste año, se llama "Historias de cronopios y famas". Lo escribió Julio Cortázar. Lo publicó en el año 1962 y todavía colea, alegra y anarquiza. No es poco.

Como felicitación navideña, o lo que sea, copiaré una de sus ocurrencias, se llama "Flor y cronopio", me gusta:

"Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar,pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.

La flor piensa: Es como una flor".

Algunas veces, también los hombres se parecen a los hombres. No tanto. Ni tantas veces como las mujeres.

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21 de diciembre de 2007
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Sesión III. Cuentos comentados

Como podrán observar en los ejercicios que esta semana hemos destinado a nuestra página pública,  las descripciones requieren de nosotros un acusado sentido del equilibrio entre lo que se explica y lo que se sugiere, entre aquello que hacemos manifiestamente patente y lo que insinuamos. En rigor, ese es el quid de la cuestión, el gran reto de la ficción literaria: hacer participar activamente al lector de lo que nosotros le contamos. Ahora bien, sea cual sea el estilo de nuestra voz narrativa, los escritores debemos enfrentar el reto de un lenguaje trabajado, preciso, cuidado, alejado de los tópicos y de los facilismos: no debemos nunca confundir lenguaje sencillo con simplonería descriptiva. Sigamos pues la máxima de Michel Albalat: Escribir con precisión ayuda a pensar con precisión. En próximas consignas volveremos sobre este tema que, como ya hemos dicho, resulta complejo y difícil, pero por ello mismo apasionante para quien se acerca a la literatura. En los cuatro ejemplos que hemos colgado verán muchos aciertos y también algunos pequeños fallos que creemos que pueden corregirse atendiendo ese delicado mecanismo entre lo explícito y lo implícito, entre lo excesivo y lo austero, entre lo visual y lo abstracto. En todos ellos hemos sugerido algún cambio y creemos también que vuestros comentarios y reflexiones podrán ser de gran ayuda.

Finalmente, les recordamos a todos quienes se acercan por primera vez aquí, que lean el «aviso importante» que encontrarán en la esquina superior derecha de esta página pues cada día se incorporan nuevos participantes y nos resulta ya imposible contestar a todos, de manera que de ahora en adelante sólo contestaremos a los que se ciñan estrictamente a nuestras indicaciones: esperamos que quienes no han podido recibir nuestros comentarios esta semana sepan entender que lo realmente importante de este curso es que lean con atención las consignas, hagan los ejercicios y participen con sus comentarios en este blog. Y a propósito de esto: recuerden que más que un blog al uso, este es un CURSO, porque les pedimos que vuestros comentarios traten de limitarse a lo estrictamente literario y a los temas planteados en cada semana. Y que la navidad les traiga muchos libros. Nosotros esperamos que por lo menos las próximas navidades alguno de esos libros lleven vuestra nombre en la portada.

Saludos cordiales,

Eva y Jorge

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21 de diciembre de 2007
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III. De los colores del lujo y la riqueza

Los gustos por comer y vestirse, los estilos de vivir y transportarse, dependen por supuesto de los ingresos de cada quien, y no pocas veces del buen gusto, o del mal gusto. Mientras más recursos económicos se hallan a disposición de una persona, más podrá envolverse en lujos, y muchos que pueden dárselos pasan desapercibidos precisamente porque no predican en contra del buen vivir, sobre todo cuando mantienen un perfil discreto, y no hacen ostentación. Pero otros, por supuesto, sobre todo en los países asolados por la pobreza, cuando exhiben sus condiciones de vida fastuosas, es como si lo restregaran en la cara de quienes no tienen nada, que son la inmensa mayoría. Es cuando la riqueza adquiere sus tonos ofensivos, y el despilfarro resulta en una humillación para los demás.

/upload/fotos/blogs_entradas/howard_hughes.jpgMillonarios los hay de toda clase y tamaño, basta leer las listas de la revista Forbes. Ricos austeros que terminan eliminando el color de sus corbatas para ponérselas siempre de luto, mientras reducen el color de sus trajes al gris, o precipitándose hacia lo estrafalario, dejan de cortarse los uñas y el pelo y terminan sentados a la mesa todos los días frente a un plato de sopa Campbell, como el multimillonario Howard Hughes del que ya hablamos aquí una vez. Y los nuevos ricos, que quieren ponérselo todo al mismo tiempo, exhibir todo lo que tienen, de los que tenemos tantos especimenes en nuestras tierras.

Pero vuelvo otra vez a las figuras de la política. ¿Qué pasa cuando un socialista de la más fiel ortodoxia exhibe sus lujos sin sonrojo, y sus preferencias por lo más exclusivo y caro?

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21 de diciembre de 2007
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Lo real

Muchas veces se acepta que las películas, las novelas, los videojuegos, nos apartan de la realidad o que valen, precisamente, para distanciarnos de sus penitencias.

Sin embargo, es tan difícil arrancarse de lo real que sólo la locura obtiene algunos resultados notables.

Podemos, desde luego, ocupar la realidad de más trastos, embotar la verdad con sus dobles, crear dobles virtuales mediante la alucinación, pero los resultados no serán en verdad relevantes si no rozan el territorio de la demencia.

La realidad se nos echa encima como un animal desbordante de lamidos, nos envuelve, nos invade, nos ahoga, nos contagia. Es tan difícil sustraerse a ese peso que cuanto más cerramos los ojos más espantoso se hace su acecho y cuanto más queremos huir con mayor acierto nos persigue y nos caza.

La ausencia es una forma palmaria de la obscena influencia de lo real. Cuerpo a cuerpo, cara a cara, presencialmente lo real indeseable llega a convertirse en perpetua angustia cuando su mano se eleva sobre el sujeto. El recuerdo será así una forma corporal de sueño y el mal recuerdo una versión de la espesa pesadilla en vela.

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21 de diciembre de 2007
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Marte (2)

...Pero pensemos por un momento que no existe Marte. Sería un auténtico desastre porque entonces tampoco existiría el Capitán Wilder de Crónicas Marcianas (Ray Bradbury) extrañado ante su propia existencia en un planeta que no comprende, pero cuyo misterio respeta. No existirían sus marcianos espectrales con rostros de plata, orejas talladas en oro y labios adornados con rubíes conduciendo naves sobre mares de arena. No existirían, sus canales, sus colinas azules, sus casas con columnas de cristal, sus libros de metal. /upload/fotos/blogs_entradas/cronicas_marcianas.jpgY no existirían los invasores terrícolas atolondrados e ignorantes cuyo fin es llevar con ellos sus maravillosas gasolineras y hamburgueserías porque son incapaces de salir de la rutina y porque más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. A veces a alguno de estos terrícolas de Bradbury, por un ataque de ira o por pura diversión, le da por destruir alguna de las milenarias ciudades ajedrezadas y blancas que caen fulminadas en el fondo del tiempo. Porque son capaces de viajar miles de millones de kilómetros sin ánimo de aprender nada, salvo el capitán Wilder y algún otro personaje a los que Bradbury salva de la estupidez humana para poder salvarnos a todos.

Un esfuerzo inútil porque ni siquiera hace falta ir hasta Marte para hacer lo que haríamos en Marte, siempre se ha repetido la misma historia allá donde haya habido una tierra marciana de la que apoderarse. Y ahora que el planeta vecino está tan cerca lo miramos con ojos codiciosos, quizá porque brilla como las joyas marcianas y porque sabemos que algún día será nuestro.

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21 de diciembre de 2007
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Un tercer camino

Rafael Argullol: El artista juega con una materia prima que comparte con los demás y con algo que él mismo va construyendo, con su propia sombra personal.

Delfín Agudelo: ¿Cómo vería el sabio esa sombra?

R.A.: La figura del sabio que tenemos -que tiene una raíz muy platónica-, es de aquel que se coloca más allá de toda sospecha, que conquista un espacio más allá de toda sombra. Donde Platón mejor relata esto es en El banquete, en la intervención de Sócrates. Explica un erotismo en que pasa del erotismo concreto del cuerpo al erotismo de varios cuerpos, al erotismo de las normas de conducta, y finalmente acaba con un erotismo esencial, que es el de la belleza en sí misma, que prescinde de toda pasión particular. Hemos heredado con mucha fuerza esa figura, creemos que el sabio es el que se coloca más allá de toda sospecha y más allá de toda sombra, mientras que el artista es aquél que se pasa el tiempo trabajando entre las sombras y entre las sospechas. Por eso hemos tendido a otorgar al sabio una especie de figura musical de equilibrio y armonía, mientras que hemos tendido a otorgar al artista una silueta mucho más desequilibrada, mucho más apasionada, mucho más de ángel caído. Esas son herencias que podemos compartir o no, ya que están muy presentes. Yo, por ejemplo, no las comparto. Pero a nuestro alrededor esos dos arquetipos funcionan continuamente. Los malos profesores y malas facultades de filosofía enseñan una filosofía que está más allá de todas las pasiones. Y los malos artistas creen que el arte está más allá de toda idea, o que tiene que prescindir de las ideas. El autodenominado filósofo cree detentar un mundo de purezas conceptuales que no está para nada contaminado por las sensaciones. El autodenominado artista, el que va de artista, cree que es alguien que siente de una manera muy especial, y que goza del privilegio de ese sentir especial, y que no tiene que dar ninguna explicación de ese sentir. Es muy habitual encontrarse un artista que dice: "Yo no explico lo que hago; mi obra habla por mí". A mí no me resulta del todo convincente. A mí me gusta el artista que es capaz de explicar aquello que realiza, de la misma manera que me gusta el filósofo que es capaz de partir del propio cuerpo, de las sensaciones. Por lo tanto, personalmente me declaro contrario a esa escisión, pero a menudo he tenido que padecer los prejuicios desde uno y otro lado. Y ese prejuicio es de una raíz muy antigua: al menos desde que se ha atribuido a Platón el hecho de que los artistas no pueden educar a la juventud porque están corroídos por las pasiones, maleducando así a la juventud. Y al contrario: cuando los filósofos han creído que eran los educadores por excelencia, eran educadores abstractos y han hecho caer a la filosofía moderna en una especie de jerga completamente críptica, abstracta, alejada de la propia experiencia de la vida. Este es un tema fundamental de nuestra cultura porque lo seguimos padeciendo. Aún ahora en el mundo de las letras tiene gran prestigio el escritor que parece ser incapaz de explicar racionalmente aquello que está haciendo; y entre los filósofos aún tiene un gran prestigio académico el filósofo, por así decirlo, inconmovible ante las emociones. Siempre he intentado luchar, no sé si con éxito o no, por un tercer camino, por un camino intermedio.

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21 de diciembre de 2007
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Los mundos imaginarios

Conserva un buen recuerdo de aquellas cenas de Navidad. Encuentros familiares a los que asistía con impaciente curiosidad. Era precoz, tímido y espabilado: entendía el mundo de los adultos y sus complejas estratagemas. Ampulosas muestras de afecto dejaban paso a fatigadas banalidades. Onerosos silencios prolongaban el eco de frases impertinentes pronunciadas cada año con la misma regularidad. No siempre acertaba a descubrir a la víctima de las alusiones inocentemente aireadas, pero creía ver el rastro humeante que su trayectoria dejaba al cruzar de lado a lado la mesa del banquete.

Su resistencia al sopor era rara en un niño de su edad pero sólo él sabía cuánto deseaba asistir al torneo de todos los años. El enfrentamiento entre su padre, austero y devoto conservador, y su tío, un locuaz y didáctico izquierdista, se demoraba hasta que cada uno consideraba agotadas las dilaciones de cortesía. Entonces, cuando sus respectivas esposas habían bebido lo suficiente y relajado su severa recriminación, había llegado la hora de dar rienda suelta a sus ideas.

Esta destartalada universidad de invierno, con las copas vacías y la mesa cubierta de migas, le permitió atesorar bellísimos recursos dialécticos y un no menos interesante catálogo de expresiones tan groseras como ingeniosas.

Lo mejor, sin embargo, fue el mapa que pudo hacer sobre el mundo que iba a heredar.

Su padre no consentía oír hablar de las reformas justicieras ni de las promesas que el género humano espera ver cumplidas. Le parecían quimeras puestas a la venta por estafadores. Cuando su cuñado enumeraba las tareas pendientes de la Humanidad se comportaba como un inflexible escéptico y trataba con acritud tales ilusiones. Toda su capacidad para confiar la tenía depositada en Dios y en el mundo que al parecer le estuvo esperando en el más allá.

Estas creencias le parecían al tío un desperdicio de la imaginación y un rastro arcaico de la irracional veneración del hombre con las tormentas y los extraños fenómenos naturales. Sabía denostar a los creyentes y dar un displicente trato a sus ilusiones religiosas.

Cuando le llegaba el turno de exponer sus teorías, el tío hablaba con emotivo entusiasmo de un gran hombre destinado a beneficiar al pueblo de su país y conducirlo hasta el paraíso ecológico y laboral que había conseguido levantar. Nunca visitó Rusia y murió pronunciando con devoción el nombre de Stalin.

Al niño le parecía admirable que los dos cuñados supieran hablar con tanta elocuencia de lugares que nunca habían visto. Y poco a poco fue comprendiendo la importancia que en esta tierra tienen los mundos imaginarios.

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21 de diciembre de 2007
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El hombre que inventó la Navidad

Suena a exageración, pero como todas las exageraciones tiene un ingrediente de verdad. Sin Charles Dickens -para ser más preciso: sin Cuento de Navidad, sin Ebenezer Scrooge y Tiny Tim- estas celebraciones no serían lo que son.

En la Inglaterra de comienzos del siglo XIX la Navidad era una fiesta más bien tranquila durante la cual se entregaban regalos a los niños, sí, y a menudo se bailaba. Pero no existía nada parecido a lo que hoy definimos como el espíritu navideño. Por lo menos hasta que Cuento de Navidad se publicó en 1843. Su éxito fue inmediato y se multiplicó año tras año... y década tras década. /upload/fotos/blogs_entradas/charles_dickens.jpgLa historia de la conversión del avaro Scrooge en alguien capaz de amar y proteger a aquellos que lo rodean -empezando por su empleado Bob Cratchit y su luminoso hijo Tim-, convirtió a la vez millones de corazones de hierro en mazapán. El mejor biógrafo de Dickens, Peter Ackroyd dice: "Lo que Dickens hizo fue transformar la fiesta... La llenó de fantasía y de una curiosa mezcla de misticismo religioso y superstición popular... En algún sentido, la Navidad de Dickens se parece al festival anciano que había sido celebrado durante siglos en las áreas rurales y el norte de Inglaterra... Lo logró exagerando la oscuridad que existía más allá del pequeño círculo de luz". Es decir, subrayando cuán terrible puede ser el mundo que se extiende más allá de la puerta de nuestros hogares. He ahí uno de los motivos de la perdurabilidad de la historia: el mundo habrá cambiado mucho pero la oscuridad sigue estando allí.

Muchos desconfían de la algarabía de la estación, o de su craso comercialismo, y los comprendo. Pero a mi las Navidades me siguen llenando el alma de ese deseo dickensiano de bienestar para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y de cuidado especial para todos los pequeños de este mundo -Tiny Tims todos ellos.

Aprovecho entonces para desearles lo mejor, y para agradecerles su presencia constante... y hasta sus mimos, que tanto me han prodigado últimamente.

Que tengan una feliz Navidad. A su estilo, como les plazca, pero feliz. 

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20 de diciembre de 2007
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El gozo de la diferencia

Las cosas diferentes se diferencian, paradójicamente, gracias a lo que se asemejan. Esta idea aristotélica hace entender que si sabemos del color de un cuerpo es porque otro cuerpo parecido presenta una diferente coloración. De este modo, sobre una base semejante, hallamos el juego de las diferencias y nos permitimos las comparaciones. Y la identificación, puesto que sin el concurso de la diferencia es imposible la información. Aquello que nos es indiferente, tiende a sernos simultáneamente inapreciable o poco apreciable de acuerdo a la colección de registros que poseemos.

Sin saber lo bastante de algo es difícil apreciar. Apreciar en su doble acepción de percibir y de valorar. Y de ahí que nuestra posesión de cultura y conocimientos constituya una dotación de sentidos suplementarios tanto para captar novedades como para su disfrute. Es decir, para apreciar el relieve de las cosas y para dis-frutar con la variedad de las dis-tinciones. Más saber conduce a potenciar otro saber y entre sí los saberes se permean entre sí para afinar la habilidad de nuestros sensores.

Sensores multívocos, complejos y enriquecidos brindan la ocasión para nuevas captaciones de diferencias y la oportunidad para introducirlas en nuestro acervo de sensibilidad.

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20 de diciembre de 2007
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