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Schlumberger

Hay una empresa sin la cual no se entiende el mundo del petróleo hoy en día: Schlumberger. BusinessWeek  le dedica su portada y artículo principal esta semana en su edición global. Es una lectura esencial. La llama la "gigante furtiva del petróleo", pues ha pasado relativamente desapercibida, aunque cotiza en bolsa. Para empezar no tiene una nacionalidad clara. Las multinacionales, pese al nombre, sí suelen tenerla, incluidas las grandes hermanas del petróleo. Schlumberger es "una empresa sin un país". Fue fundada en 1926 por dos hermanos franceses, Conrad y Marcel, que llevaban este apellido. Pero ahora tiene sus sedes principales en París,  Houston y La Haya, con 76.000 empleados de 140 nacionalidades en 80 países, y unos ingresos de 19.230 millones de dólares en 2006. De hecho, en su cifra de negocios pesan en primer lugar Europa, Rusia y la Comunidad de Estados Independientes y África (especialmente Argelia y Libia)  por delante de Oriente Medio, de Asia, de Norteamérica y de América Latina (está muy presente en Venezuela y en México).

Uno de los secretos de su éxito es haberse dedicado, últimamente bajo la dirección del británico Andrew Gould, no a hacerse directamente con las concesiones de comercialización (aunque está entrando crecientemente en este campo de producción por lo que las majors protestan), sino a aportar tecnología y capacidad de organización a países que la necesitan y que quieren conservar estos recursos bajo la bandera nacional. Y de Rusia a África, Asia y América Latina, este tipo de situaciones empiezan a abundar y, a diferencia de unos lustros atrás (aunque Rusia ha importado desde hace años) estas estos países son clave para el gas y el petróleo en el mundo. El cambio viene de las exploraciones y búsquedas de nuevos campos, cuando se están agotando algunos de los tradicionales ya sea en el Mar del Norte o en Arabia Saudí . Y es a esto a lo que se ha dedicado Schlumberger, invirtiendo en tecnología todos estos años, una apuesta que se ve hoy facilitada por la subida del precio del petróleo (los 100 dólares el barril no llegan aún, pero se acercan a los 110 en dólares de hoy, de 1979). Sin Schlumberger probablemente muchos de estos nuevos productores hubieran sido incapaces de sacar el petróleo o el gas de sus subsuelos terrestres o marítimos, y hoy no habría, por ejemplo, ese renacimiento de África y de América Latina.

El otro secreto de su éxito es no aparecer como occidental y operar con socios nacionales. Schlumberger, como cuenta BusinessWeek, considera que no quiere ser vista como tal, sino bajo marcas locales, comprándolas o asociándose a ellas, mejorando su manera de actuar y formando al personal local. Este puede ser un buen ejemplo de eso que se llama la glocalización.

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9 de enero de 2008
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Desayuno en el sertón

Serían casi las seis de la mañana del miércoles cuando la realidad saltó sobre el parabrisas, en la forma de un urubú. Abrí los ojos, estiré como pude las piernas, levanté la cabeza y descubrí que el coche estaba rodeado. Serían veinte, treinta urubús. Pensé que era temprano para supersticiones, eché a andar el motor y finalmente los espanté a bocinazos. No recordaba el nombre del pueblo donde estaba, aunque sí el de Conceição do Colté, que debía ser el próximo en el camino a Queimadas. Todavía muy lejos, pero peor habría sido si la noche anterior hubiera decidido pernoctar en Salvador o Feira de Santana. Siempre será más fácil madrugar cuando se duerme entre aves de rapiña.

     Había aterrizado en Salvador a medianoche. Venía de Belem y la Amazonia, saltando con violencia de un hechizo a otro. Encima de eso, no fue fácil ni rápido salir de Salvador de Bahía, cuyas calles vacías recorrí varias veces con la feliz fascinación de un converso instantáneo. Viajar de ahí al inicio del sertón, en Feira de Santana, equivale a moverse del paraíso terrenal a una suerte de limbo seco y desolado que para el mediodía será más similar al purgatorio. Si mis cuentas no fallan, a esas horas iré llegando a Monte Santo.

     Por lo pronto viajo con tres tesoros, a saber: el mapa de carreteras que compramos en Belem (cuando aún disfrutaba del privilegio de conjugar los días en primera persona del plural), música brasileña para sobrevivir seis meses y un equipo de aire acondicionado que sonroja a mi espíritu aventurero. Por más que haya dormido hambriento y hecho un ocho, no puedo estar más lejos de las penurias sufridas por los soldados de Moreira César. Sólo la sensación de presuroso extravío que me pesca del cogote cada vez que no sé salir de un pueblo me quita la sospecha de estar inventándome un parque temático. Consulto el mapa: he dormido en Serrinha.

     "Mañana almorzaremos en Canudos", declara fanfarrón Moreira César en la noche anterior al día de su muerte. Yo me conformaría con desayunar en Queimadas, que es donde propiamente empieza la ruta, pero la carretera tiene los suficientes baches y desviaciones para ir dejando atrás las expectativas. Con dos horas de sueño y la pelambre embarrada en el cráneo, no pienso ya en bañarme ni en descansar, como en ir adelante hacia Queimadas y entrar en territorio de novela.

     En La guerra del fin del mundo, Queimadas aparece como el último contacto con el mundo civilizado de finales del siglo XIX. Ir más allá es moverse en dirección a una muerte probable y una desolación segura. Ruta de retirantes y harapientos, primero; de soldados después. De cangaçeiros, antes y después. De miserables, siempre. Los brasileños sólo saben de Canudos por textos escolares, cuando no por discursos de políticos lo bastante torcidos para hablar en el nombre de Antonio Consejero. Cuando les dije a mis amigos paulistas que pensaba viajar solo a Canudos, recibieron la idea con una mezcla de hilaridad y alarma. ¿No podía conformarme con leer Los sertones, de Euclides da Cunha? 

 

     -¡Un paseo! -se extraña el conductor del mototaxi.

     -Un paseo por la ciudad.

     -¿Por Queimadas? -arruga la frente, con gesto de entomólogo confundido. Luego estira la mano, recibe de la mía la moneda de un real y me pide que trepe a la moto. Ya en el camino, descubro que el chofer no es el único extrañado de que un fuereño llegue, se estacione y pida que lo lleven a dar la vuelta en dos ruedas. Otras motos llevan mujeres al mercado, hombres con bultos, gente que trabaja. Ciertamente es un pueblo desolado y desértico, pero apenas lo noto porque estoy demasiado ocupado en ir atrás un siglo y contemplar lo que para los hombres de Moreira César debió de ser la última orilla de la vida.

 

     "Homenaje de la Municipalidad al vaquero héroe anónimo de las caatingas nordestinas", dice al pie de una estatua en lo que debe de ser la plaza. Cuando termina el tour en mototaxi, el conductor me da las señas necesarias para salir en dirección a Monte Santo. Miro el reloj del coche: las once y media. Compro unas papas fritas y una lata de guaraná para el camino. Arranco mientras Raimundo Fagner canta Me Leve (...y si allí tampoco puedes, por tanta cosa que lleves ya viva entre tu pensar, mujer blanca como nieve, llévame en el olvidar). El sol ya comenzó a caer como plomo, pero igual no me siento cansado. Experimento comezón galopante por llegar a la Iglesia de la Santa Cruz de Monte Santo, lo cual implica recorrer a pie el Calvario de la Sierra de Piquaraçá. Me miro en el espejo, con la frente perlada de sudor. No tengo ni tantita pinta de penitente.

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8 de enero de 2008
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La carne se hizo verbo

En esta reflexión sobre las interrogaciones que por elementales conciernen a toda la humanidad, es obviamente clave la cuestión que vincula el origen de la humanidad y el origen del lenguaje. Pues no hay proyecto de mayor dignidad que el consistente en asentar sobre base racional el singularísimo hecho del lenguaje, es decir, tal como lo hemos presentado, un conjunto limitado de elementos fonéticos que abren la vía a un conjunto potencialmente infinito de elementos de significación. No hay cuestión de mayor dignidad que la del origen de esa suerte de filtro que mediatiza toda presencia exterior e interior y que, en razón de ello, parece realmente tener la dignidad de ese verbo que, según el mito, un día tomó forma de hombre.

No cabe racionalmente discutir sobre si el verbo se hizo carne, pero siendo, como es, indiscutible que nosotros somos carne convertida en verbo, cabe perfectamente preguntarse cómo tal cosa ocurrió. Cabe preguntarse por la razón de que en el registro genético se operara esa revolución por la cual a los instintos que reflejan simplemente la tendencia de la vida a perseverar, se sumó ese "instinto de lenguaje" al que se refiere Steven Pinker, es decir: tendencia no meramente a perseverar, sino a perseverar loquens; tendencia no tanto a conservar la vida, sino a conservar una vida impregnada de palabra. El carácter subversivo de este nuevo instinto se refleja en el hecho de que puede llegar a no ser compatible con los instintos directamente vitales, tal como sucede cuando, bajo amenaza de tortura o muerte, un hombre no traiciona a convicciones forjadas a través de una palabra compartida.

Apostar por una legitimación genética de la hipótesis según la cual el hombre, y sólo el hombre, posee un dispositivo que lo hace vehículo del lenguaje, equivale apostar por una palabra no hipotecada a referencia trascendente. Palabra quizás sin Dios, pero no por ello palabra menos portadora de una promesa de plenitud.

Fruto de la palabra es el hecho de que, con plena lucidez, repudiando toda esperanza incompatible con el buen juicio, podamos sentir que nos motivan objetivos no subordinados al mero hecho de vivir; podamos sentir que la finitud inherente a la materia y por consiguiente a la genética -siendo lo inevitable- no es sin embargo lo único que cuenta; sentir que la palabra sin Dios no necesita contar entre sus metas el salvarnos del pecado, porque precisamente restaura un mundo libre de pecado; sentir, en suma, lo que en un instante afortunado experimentó Paul Eluard, a saber, que el mundo "es azul como lo es una naranja".

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8 de enero de 2008
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Angeles caídos

Leyendo el entretenido, muy personal libro de Vicente Molina-Foix -que está en un año de muy buena cosecha con la novela y el ensayo- y, como es habitual en el autor, de buen título: "El cine de las sábanas húmedas" me paro en un capítulo en que se recuerdan algunos de los más hermosos cadáveres de nuestras mitologías cinéfilas. Me paro por la lista que hace Molina Foix y por el recuerdo de esos versos de la segunda "Elegía de Duino" de Rilke en que nos recuerda la perfección y la extrañeza de los ángeles. Todo ángel es terrible.

El capítulo donde se desnudan sus sentimientos de joven enamorado o al menos seducido por Greta Garbo. Por la actriz, por su imagen desde la pantalla, por la realidad irreal de sus personajes cinematográficos. Molina habla de "arcángeles caídos" en su libro. De la fascinación que sobre tantas personas han ejercido desde la pantalla esa fantasmagoría angelical y demoníaca que tantas veces han sido los ídolos. Y muchas veces los ídolos, los ángeles o arcángeles caídos, han sido de vidas fugaces, de vidas rebeldes o de vidas rotas. Una corta lista de aquellos mitos que cayeron demasiado pronto donde están los nombres de Natalie Word, Jean Seberg, Marilyn Monroe, Gérard Philipe, Sal Mineo, River Phoenix o James Dean.

La lista que podríamos construir es muy larga, demasiado larga. Y es transversal. Se suman nombres que no vienen del mundo del cine. Se pueden encontrar en la misma familia García Lorca, Jimmy Hendrix, el Che Guevara, Rimbaud, Janis Joplin, Boris Vian y otros muchos que se han dado demasiada prisa. ¿Por qué son los ángeles caídos los que más dormitorios llenan en los sueños de los adolescentes de todo el mundo y de muchas generaciones?

¿Es normal que todavía tantas fantasías húmedas tengan el rostro de Marilyn o de James Dean? Sea normal o todo lo contrario, el caso es que, todavía -y han pasado muchos años- los mismos mitos de nuestros mayores siguen siendo los que más camisetas venden entre adolescentes de hoy. Volviendo a Ferlosio: "mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado". ¿Y por qué dioses los cambiamos?

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8 de enero de 2008
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Obra pública: peligro de muerte

Era noche cerrada cuando tomé la carreterilla que lleva de Serra de D'Aro a Fontanilles. La habían asfaltado hacía pocas semanas, después de varios años con tremendos baches y agujeros que la habían convertido en una prueba de slalom para los conductores y una trampa mortal para motoristas. Me quedé perplejo cuando oí el topetazo de las ruedas. Por la mañana comprobé que habían dejado unos doscientos metros tal y como estaban antes, sin asfaltar. Entras en la carretera desde la rotonda con la suavidad del asfalto nuevo, vienen luego los baches satánicos, y si vives vuelve la lisura. ¿Por qué insólita razón ha quedado allí ese tramo mortífero? La inventiva de la Generalitat es inescrutable. Luego vi tres coches aparcados y sus conductores inspeccionando los neumáticos. Habían caído en los socavones dispuestos a traición por los estrategas del tripartito.

/upload/fotos/blogs_entradas/pinchazo_med.gifAl día siguiente me puse en camino hacia Barcelona y a la altura de La Selva reventó una rueda. Hice las consabidas eses, pasé rozando un camionazo y salvé la vida de milagro. Por fortuna, el RACC, la única institución eficaz que queda en Cataluña, me auxilió al cabo de una hora. En efecto, se había rasgado la cámara en uno de los pérfidos socavones.

Las estadísticas de muertos en carretera son siempre arrojadas contra los conductores. No dudo de que haya mucho bárbaro al volante, pero todavía no he oído a ningún irresponsable de Tráfico comentar la chapuza de las carreteras y autopistas, la barbarie gubernamental. Sin embargo, una parte sustancial de los muertos son víctimas de la inepcia de la administración.

Cuando hubo pasado el peligro y me vi a salvo en el arcén recordé la reacción habitual por estos pagos: "¡Qué bestias! ¡Por poco me mato! ¡¡Independencia!!". Sublime ideal. Los irresponsables regionales imitan a sus clones estatales. La incompetencia no se distribuye por autonomías sino según la densidad del funcionariado. Aquí es indudable que hemos alcanzado el grado de ineptitud idóneo: doscientos mil funcionarios. Ya somos una nación. Ya podemos morir por la patria.

Artículo publicado en El Periódico, el 5 de enero de 2008.

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8 de enero de 2008
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Historia de locura ordinaria

¿Qué es la locura, a fin de cuentas? La película Bug, de William Friedkin, escenifica uno de sus aspectos más escalofriantes. Basada en la obra teatral de Tracy Letts, uno de los dramaturgos más reputados de los Estados Unidos, Bug cuenta la desintegración de una mujer, interpretada por Ashley Judd en un dolorosísimo tour de force. /upload/fotos/blogs_entradas/bug_med.jpgAgnes (Judd) es una mujer de mediana edad que trabaja en un bar en Oklahoma. Su aparente sencillez y frivolidad enmascaran una historia traumática: un hijo perdido, un marido golpeador que está a punto de salir de prisión. El catalizador de su reacción química es Peter (estupendo Michael Shannon), un hombre tímido y sensible que llega a la habitación del motel en que Agnes vive de la mano de una amiga. En Michael, Agnes encuentra todo lo que se le ha escurrido entre los dedos: el hijo, el amante. El lento descubrimiento de que Michael es en realidad un enfermo mental, víctima de horrendas alucinaciones paranoicas -imagina que el Gobierno lo espía y controla, mediante insectos genéticamente alterados (en inglés se le dice bug tanto a un bicho como a un micrófono implantado en secreto) -, no le deja opción: amar a Michael supone de manera indefectible abrazar su locura.

Friedkin fue uno de los más grandes durante los años 70. Autor de El exorcista, Contacto en Francia, Vivir y morir en Los Angeles. Hoy en día se venera a Cronenberg, pero en aquel entonces nadie producía tanta inquietud como Friedkin. Pocas películas me pusieron más nervioso en la sala de un cine que Cruising. Según cuentan, la nociva mezcla de su propio ego, el desdén con que se salteó todas las normas -lo que los griegos llamaban hubris- y un adicción incontrolable por las drogas terminaron produciendo su caida. Bug es una película pequeña, pero que deja claro que el viejo está muy lejos de estar terminado. Claustrofóbica (de hecho trascurre casi toda en los ambientes que Agnes habita en el motel) e intolerable de ver en ciertos tramos, demuestra no sólo que Friedkin sigue siendo un gran narrador, sino además que sabe de qué habla. La locura es muchas cosas, seguramente, pero entre ellas es el triunfo de un relato. Cuando el mundo exterior se vuelve demasiado agresivo, hay gente que se abraza a otro relato, a otra historia, que quizás el resto considere delirante pero que a uno le permite resistir. Eso es en esencia: un acto de resistencia, una mente que se hunde en la clandestinidad para oponer al relato imperante otra realidad, una historia que para nuestra alma es más verdadera, que nos permite seguir latiendo mientras esperamos que la dictadura de la realidad sucumba -o que nos concede la libertad de elegir cómo sucumbir.

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8 de enero de 2008
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La obra maestra

Los pintores dicen, con razón, que lo peor que puede ocurrirle  a un cuadro es parecer  ñoño. Lo ñoño es lo manipuladamente mono, lo encantadoramente falso, lo conducido meticulosamente hacia la calculada producción de afecto o de interés.

Todo lo interesante necesita para serlo de veras traslucir  su punto de incontrol, como todo lo realmente bello sólo coincide con la belleza superior del accidente.

Lejos de suponer que la intensa y larga intervención de la habilidad humana confiere mayor grandeza a la obra de arte, lo acertado es justamente su revés. Todo lo que trasluzca demasiado una intención querida neutraliza el impacto de su deseado efecto y todo aquello que se presente con los resortes muy ponderados, los tonos en su punto, el énfasis pulimentado y el peso bien repartido, resta misterio y valor a la composición. El conjunto atractivo se gesta con una dosis no escrita de azar y logrando un resultado  que, en primer lugar, asombra al artista. O bien: todo artista que se reconozca plenamente en su obra no habrá creado obra original alguna. La originalidad no procede directamente del autor sino tan sólo de su mediación, gracias a la cual se produce el hecho sin dueño, el cuadro sin amo, el libro sin un autor definitivo. La obra maestra. Maestra incluso del artista.

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8 de enero de 2008
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Muerte de un profeta

Murió Luis Aguilar León, un filósofo, académico y periodista de la primera generación del exilio cubano a EE.UU. Ludi o Ludy (se usaban las dos ortografías, segun el grado de asimilacion a la cultura norteamericana) era profeta. Su fama tiene que ver con dos textos cortitos que definían el futuro. Y hoy, todavía, basta leerlos para tener una formación acelerada en los dos tópicos fundamentales  para entender a cuba: ¿Qué es la revolución cubana? ¿Qué es un cubano?

El primer texto es una columna, La hora de la unanimidad, su última columna como periodista en la isla, publicada el 13 de mayo de 1960 en el diario cubano Prensa Libre ve en el cierre del Diario de la marina por el gobierno revolucionario el prólogo de «la sólida e impenetrable unanimidad totalitaria». Es un texto de unos párrafos, pero queda en la historia cubana como la última defensa de la libertad de expresión publicada de manera oficial durante la revolución. Provocó a su vez el cierre de Prensa Libre en tres días y la huida del columnista hacia el exilio.

«Frente a la sana multiplicidad de opiniones», escribe Luis Aguilar León, «se prefiere la fórmula de un solo guía y una sola consigna, y una total obediencia. Así se llega a la unanimidad totalitaria. Y entonces ni los que han callado hallarán cobijo en su silencio. Porque la unanimidad totalitaria es peor que la censura. La censura nos obliga a callar nuestra verdad; la unanimidad nos fuerza a repetir la mentira de otros». No hay que quitar una coma a los que era una anticipación perfecta de los debates dentro de la revolucion cubana.

El segundo texto, hoy el más conocido, es un ensayo sobre la idiosincrasia cubana. Es El profeta habla a los Cubanos.  Se publicó en 1986, es decir en la época de tropiezos económicos en Cuba (supresión de la merienda de la mañana en unas empresas, reducción en la oferta de transporte público, etc.) relacionados con las incertidumbres del suministro de la ayuda desde el campo socialista. En otras palabras: la revolución no daba síntomas de agotamiento sino de mero cansancio.

Desde el exilio, Luis Aguilar León no hacía un pronóstico sino un balance de fondo sobre el ser cubano, apuntando a la naturaleza contradictoria del ser cubano. «No intentéis conocerlos», advierte en su texto, «porque su alma vive en el mundo impenetrable del dualismo. Los cubanos beben de una misma copa la alegría y la amargura. Hacen música de su llanto y se ríen con su música. Los cubanos toman en serio los chistes y hacen de todo lo serio un chiste. Y ellos mismos no se conocen».

No existe en la historia reciente cubana un texto que fuera más robado, citado, machacado tanto en la isla como afuera. Existe en forma de cuadros para poner en la pared o de mantel para una mesa. Pero no se trata de algo alegre, para nada, es el pronóstico más acertado sobre lo que va a occurir despues de la Revolución: «Los cubanos se caracterizan individualmente por su simpatía e inteligencia, y en grupo por su gritería y apasionamiento. Cada uno de ellos lleva la chispa del genio, y los genios no se llevan bien entre sí. De ahí que reunir a los cubanos es fácil, unirlos imposible».

Ludy es la estrella de un libro excelente que salió el año pasado en EE. UU.: The boys from Dolores, de Patrick Symmes (Pantheon Books). Es la historia de los 238 Cubanos retratados en la fotografía del Colegio de Dolores en 1941, una escuela jesuita en Santiago de Cuba. Entre Ellos figuran Fidel Castro Ruz, el dictador jubilado, y Ludy. Los dos hombres vivieron cinco años en el colegio de Dolores y cuatro anos más en la Universidad de la Habana. Su historia es la historia de la revolución cubana, la historia de una fractura, política, social, ideológica y por fin geográfica entre dos Cubanos. Como dice el profeta de Luis aguilar León: «Un cubano es capaz de lograr todo en este mundo menos el aplauso de otro cubano».

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8 de enero de 2008
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Las rebajas de los Reyes Magos (1)

Los Reyes Magos siempre llegan cuando empiezan las rebajas. Vienen tan despacio, los camellos balanceándose suavemente sobre las dunas del desierto y sobre nuestros deseos más infantiles, que cuando aparecen en lontananza todo ha terminado, y sólo los nostálgicos esperan ya algo de estos ancianos, cada vez más borrosos y con las barbas más postizas. Pero en algún momento de nuestra infancia sus capas fueron majestuosas y las coronas brillaron bajo la noche estrellada como centellas y fueron capaces de hacernos creer cosas imposibles como que existen unos seres lejanos y espléndidos pendientes de satisfacer nuestros sueños más profundos. Quizá su mayor encanto residía en que formaban un pequeño grupo multirracial, sin líder, cuya verdadera riqueza consistía en ser magos, sabios, estudiosos, que iban buscando una revelación y con quienes nos podíamos identificar según nuestros gustos. Lamentablemente este bonito invento se ha usado generación tras generación para bajarnos de las nubes de golpe y para siempre. Pobres criaturas. Pronto entrarán en el terreno de la sexualidad, que según el sin par obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, es "algo más complejo de lo que parece". Él sabrá, parece muy informado cuando manifiesta eso de que "hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan." De verdad, es difícil entender cómo los católicos que asistieron al encuentro "Por la familia cristiana" en Madrid pueden tragar con semejantes declaraciones.

Señores, el hábito no hace al monje, y el ser religioso o creyente no tiene por qué impedir ser crítico con los dirigentes de su iglesia, ni con el partido político al que se pertenece, ni con la empresa en la que se trabaja, porque los aprovechados y los depredadores se cuelan en todas partes y, sobre todo, porque uno nunca ha de permitir que nada ni nadie manipule su libertad, al menos, de pensamiento.  Así que me sumo a lo que en una carta al director de este periódico un ciudadano de Madrid, Pepe Mejía, decía muy sensatamente: "Es el momento de articular un amplio movimiento social y ciudadano en defensa de los valores humanos y la laicidad. No esperemos a que los partidos lo hagan en función de sus intereses electores. ¡Ya está bien!".

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8 de enero de 2008
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VI. Fusiles salvados

El barrio Santo Domingo, donde yo había vivido parte de mi infancia, se hallaba en el corazón de la vieja Managua, y por fin logramos llegar antes del mediodía en busca de mi tía Lolita Mercado, que ya se hallaba a salvo en casa de su hijo. De regreso al vehículo estacionado sobre los cascajos, oí de pronto a alguien que preguntaba al paso, frente a una puerta en escombros: "¿Cómo te fue?". Y el otro respondía: "Más o menos bien, sólo mi mamá y mi hermana". Era la contabilidad de los muertos entre vecinos. A otros les había ido peor: la esposa y los hijos, toda la familia.

Fue una excursión de toda la mañana, que terminó en la casa de mi amigo Manolo Morales en el barrio Bolonia, conspirador antisomocista desde nuestros tiempos de estudiantes en la Universidad de León. También lo encontramos ileso, sacando lo que podía de sus muebles, y me llamó aparte para decirme al oído: "están a salvo los rifles".

Como yo era su huésped cuando me tocaba quedarme en Managua, en el cuarto donde yo dormía tenía escondidos en el closet una media docena de fusiles automáticos metidos de contrabando, con lo que alguna vez pensaba tomarse el Palacio Presidencial de la Loma de Tiscapa en un asalto tipo comando.

Manolo, que murió años después de un infarto sin que lo quisieran auxiliar en ningún hospital por antisomocista, pesaba no menos de 300 libras. Pero yo lo creía capaz de todo, aún de llevar adelante aquel asalto de sus sueños.

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8 de enero de 2008
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