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Cuba – Venezuela

Saber de periodismo es saber que hay artículos y artículos. Artículos que difunden un paquete entregado por fuentes para su publicación y artículos, al contrario, que suponen enfrentarse con varias fuentes en su intento de imponer una sola versión de una historia. El artículo "Cuando Fidel pidió ayuda a Aznar", publicado por Juan Jesús Aznarez en el diario El País del domingo pasado es un artículo de verdad. Para los periodistas que conocen Cuba, no falta nada: el desorden y la improvisación en el Palacio de la Revolución; la manera muy cubana de mezclar una postura orgullosa y de pedir ayuda sin vergüenza alguna; el talento para la amnesia cuando no se necesita al que ayuda; la mediocridad activa de Felipe Pérez Roque.

De manera fascinante este artículo cuenta, desde La Habana, la historia del golpe contra Chávez el 11 de abril de 2002 en Caracas. El susto tremendo, la renuncia (pues hubo renuncia) del comandante de la revolución bolivariana y la doble intervención del ejército venezolano: quitó al comandante del poder antes de ponerle de nuevo. En estos momentos de tensión, era tal el desconcierto en La Habana que se llegó al extremo de pedir ayuda a una presidente español de derecha, pensando en una salida de Chávez parecida a la de Fulgencio Batista en otra época. Cómo pasan los días...

Hay que pensar mucho en esta historia. Confirma lo que sabe cualquier persona que tiene informaciones sobre Cuba: el gobierno de La Habana necesita a Chávez, a su petróleo, a la puerta de salida que corresponde a las "misiones" para muchos médicos o entrenadores cubanos. Pero, como contrapartida, hay un gran desprecio cubano hacia Chávez. A los dirigentes cubanos les parece vulgar, insoportable este oficial con su afán de protagonismo y su actitud de "nuevo rico" del petróleo. Como víctima de un golpe militar, el chileno Salvador Allende era perfecto para Cuba. Su muerte, en su época, ayudaba a demostrar la imposibilidad de un gobierno de izquierda de imponerse por las armas. Entonces, los cubanos no hicieron nada para salvar a Pinochet (no creo tampoco en la tesis de que los cubanos llegaron a favorecer su muerte). En el caso de Chávez era al contrario: había que salvar al hombre como mero caso humanitario, derrotado, no importaba: la trayectoria de Chávez no dice más que el despilfarro de la renta del petróleo. Hay que guardar este artículo: es un momento de la historia, pero es también una profecía. Basta esperar. El comandante ya no tiene quién apueste por su papel a largo plazo.

(Hablando de artículos que son artículos, hay que leer, en inglés, el artículo de John Carlin en The Observer sobre los vínculos entre las Farc y Chávez y el papel del narcotráfico. Poco a poco, se va a entender lo que pasa en esta zona del mundo).

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4 de febrero de 2008
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Incorrectísima propuesta artística

Si alguien se toma el trabajo de mirar el diseño del futuro túnel que atravesará la ciudad de Barcelona por el Ensanche con el fin de que el AVE tenga no sólo orificio de entrada sino también de salida, observará que dibuja una delicada herradura al llegar a los cimientos de la Sagrada Familia. Con extrema educación, el túnel se retrasa unos metros para no poner en peligro el tremendo adminículo. Lo tengo por un error y propongo que se unan todos los ciudadanos que así lo consideren y hagan llegar su voz a quien corresponda. El túnel debería pasar lo más cerca posible, por ver de dar con este templo en el suelo de una vez.

Comprendo que no es una propuesta fácil de colar, pero considérese que cuando comencé a trabajar en la Escuela de Arquitectura de esta noble ciudad, hará unos veinte años, los más afamados cerebros exigían la demolición inmediata. El éxito del mamotreto es reciente, desde que comenzó a dar dinero, pero cuando no lo daba expertos como Oriol Bohigas escribían que, tras la ampliación, era el peor edificio de Gaudí, ensuciaba la imagen del artista y sólo le gustaba a la gente de misa diaria. ¡Y eso era antes de que los propietarios le añadieran la cavernosa obra de Subirachs!

Uno de los mejores críticos artísticos del mundo y autor de un gran libro sobre Barcelona, Robert Hughes, también desea su derribo en todas las entrevistas que concede, pero ya George Orwell, en su homenaje a Cataluña, se lamentaba de que entre los muchos templos quemados por los revolucionarios durante nuestra tan añorada república no figurara el destacado capricho.

Si el túnel del AVE pasara un poco mas cerca, a lo mejor teníamos la suerte de hundir todo lo añadido por los papistas en este desdichado siglo, con los monigotes incluidos. Quedaría lo que en verdad puede decirse que es de Gaudí, o sea, las viejas torres, las cuales, un poco arregladitas, darían para un hotel, una discoteca y un par de restaurantes a la Adrià. De ese modo los japoneses podrían seguir usándolo y todos saldríamos ganando. Se admiten adhesiones.

Artículo publicado en: El Periódico, 2 de febrero de 2008.

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4 de febrero de 2008
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Capacidad de adaptación social versus filosofía

La filosofía es así una praxis militante... y radical frente a los enemigos de la exigencia de dignificación que conlleva. La filosofía considera inicua toda sociedad que se asiente en la resignación, concretamente resignación ante el hecho de que los seres humanos estén condenados a una vida en la que el  trabajo social  está  desvinculado de la disposición  de toda mente humana a confrontarse al problema global de la existencia. Al principio de estas reflexiones aludía ya a este tema, negando legitimidad a toda sociedad en la que la generalización de la disposición filosófica no cuente entre los objetivos políticos finales. Y sugería que estamos tan lejos de ello que nuestras sociedades parecen más bien ser corolario de un programa de canalización de los ciudadanos que tiene como premisa  el repudio de la filosofía. Pues bien:

Contemplando la disposición de un niño de once meses que pugna por abrirse al espacio pleno del orden simbólico, un ser vivo  que lleva en los genes la tendencia a escudriñar y descubrir los misterios del entorno y de sí mismo...se impone la evidencia de que el mantenimiento de tal disposición, el alentarla ofreciéndole progresivos momentos de realización, no sólo no contribuiría a insertarle en el orden social establecido sino que, por el contrario, le privaría de armas para defenderse en el mismo y eventualmente imponerse sobre sus congéneres. Los pedagogos que  canalizan hacia el registro de lo tolerable el ansia de saber y la capacidad normativa de un niño, saben perfectamente lo que hacen y de alguna manera están velando por él. Estoy realmente sugiriendo que incrementar la actitud filosófica de un niño es realmente exponerle a encontrarse desvalido en relación al equilibrio de valores que impera, y que probablemente siempre ha imperado.

Y sin embargo la praxis filosófica es finalmente la única prueba de que se es cabalmente humano. Humano en el sentido aristotélico de un ser vivo que, acuciado por la exigencia de saber, no ha cedido a la inercia de la mera lucha por la subsistencia. Y aunque el destino social, o simplemente la mala suerte, haya puesto una cota, aunque falte la fuerza para aunar la enorme complejidad de los materiales necesarios para las interrogaciones básicas, aunque (a fortiori) falten fuerzas para abrirse a espacios de interrogación aun no explorados, el haber osado afirmarse como ser pensante confiere ya un grado de legitimidad: hasta el último aliento se trata de pensar... pensar al menos lo que pensar significa.

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4 de febrero de 2008
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Dos días de setiembre (1)

Hace unos días tuve la suerte de asistir, en uno de los edificios mejor rehabilitados de todo Madrid, Las Escuelas Pías (cuya visita tanto a la biblioteca como a la cafetería recomiendo vivamente), situado en los alrededores de la plaza de Lavapiés, a una charla en torno a la espléndida novela de José Manuel Caballero Bonald, Dos días de setiembre, reeditada recientemente por la editorial Castalia. /upload/fotos/blogs_entradas/dosdias_med.jpgFue su primera novela, esa primera obra que dispara la vida del escritor hacia un territorio aún por imaginar y por recorrer. La primera novela, aunque sea la que vaya a definir a un autor a lo largo de su vida y aunque vaya a ser su mejor novela, al principio sólo es una promesa de que escrita una se puede ser capaz de escribir otras, que en el fondo es de lo que se trata, de "vivir para contarlo", según el título de una de las antologías poéticas de Caballero Bonald. La primera novela también es tranquilizadora  porque aún se dispone de toda una vida para corregir lo que no se ha hecho bien, para mejorar y para ponerse a prueba. De hecho, escribir es ponerse a prueba una y otra vez ante uno mismo y ante los demás, y no valen las quejas si el mundo te trata injustamente porque al escritor, al menos en su primera novela, nadie le pide que escriba, al menos en este país que nunca le ha dado mucha importancia a esta actividad y donde los escritores no inspiran demasiado respeto. ¿Respeto? ¿Encima de que escriben hay que tenerles respeto?

Pero, bueno, lo que importan son las novelas contra las que nadie puede nada, aquellas que acaban conquistando el paso del tiempo y el paso de las generaciones de lectores, y ha habido primeras novelas gloriosas como Nada, de Carmen Laforet, de una madurez literaria increíble. Y como Dos días de setiembre, de Caballero Bonald, que entró por la puerta grande de la literatura con valentía y lucidez pasmosa hablando de la realidad con un lenguaje que le arrancaba todas sus sensaciones y matices, todos los detalles que instalan a sus personajes bajo un cielo verdadero, envolviéndolos en el calor y la luz andaluces de setiembre, pero también mirando cara a cara unos problemas sociales y una "costumbre de vivir", que en su momento levantó ampollas. Porque precisamente por no nombrar a Jerez en la novela, Jerez acaba convertido en espacio mítico, un espacio tanto en la mente del escritor como en la de todos los que logramos archivarlo como un recuerdo propio. Su Jerez. Allí se encuentra la Fundación Caballero Bonald, entre libros y viñedos extensos y limpios, luminosos como su propia escritura.  

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4 de febrero de 2008
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Galería de espectros: Roy

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto los cabellos rubios del de Roy.
Delfín Agudelo: Esos cabellos rubios han vuelto a ver la luz en estos días, justamente cuando cumple Blade Runner sus 25 años de estreno.
R.A.: Estos días también ha vuelto a plantearse la polémica sobre el final alternativo que tiene Blade Runner. Ha habido algunos partidarios de aquél final en el cual por fin se rompía la oscuridad opresiva de los Ángeles, y los protagonistas salían en una última escena incierta pero ya con la luz del día; y otros de aquél desenlace por lo visto el previsto por el mismo Scott, en que todo el final de la película quede integrado en la escenografía negro y lluviosa de Los Ángeles. La última escena coincide con la muerte de Roy. Cuando pienso en Blade Runner, pienso en muchos aspectos visuales, arquitectónicos, y también pienso con frecuencia en la gran originalidad de los diversos personajes. Pero creo que con el tiempo me ha resultado particularmente impactante el personaje de Roy, el replicante más perfecto de ese grupo de replicantes que ha llegado a la tierra, para plantear al hombre, a su creador, las mismas preguntas que el hombre se viene haciendo desde siempre respecto a su propia situación en la vida. El juego de espejos general que crea Blade Runner me parece lo más destacado de la película. Los replicantes han llegado a un nivel de perfección anatómica tal que también desarrollan toda una serie de preguntas, de interrogantes, que son los mismos que desarrollan los humanos. Y dentro de esos replicantes, me parece particularmente trágico y heroico el caso de Roy, quien comete una suerte de deicidio al matar al creador en esa secuencia central de la película. Al matar él mismo a su creador se libra de determinados fantasmas, al igual que le ocurre al hombre cuando es capaz de emanciparse de las ideas preconcebidas y dogmáticas acerca de su propia naturaleza. Sin embargo, después de ese deicidio queda expuesto como nunca a la misma desnudez de la raza humana. Me parece absolutamente grande cuando él, por su fuerza y situación ventajosa, sería capaz de destrozar y matar al policía que lo ha venido persiguiendo, encarnado en Harrison Ford, y finalmente no lo hace.
Allí hay una cuestión a la que le he dado muchas vueltas. ¿Por qué él, que debería vengarse de la persecución del policía, finalmente decide no hacerlo? Él mismo dice sentir llegar el tiempo de la muerte, y tiene ese monólogo tan extraordinario sobre lo que ha visto y lo que ha soñado, y que sin embargo ahora se perderá todo como las lágrimas entre la lluvia. ¿Por qué no mata al policía? Ahí es cuando definitivamente se confirma que Roy ha adquirido no solo las características de la condición humana, sino que ha adquirido lo que podríamos denominar una espiritualidad superior. No lo hace por compasión. Él sabe que ese acto de compasión es lo que da una última belleza a su vida que se está acabando, y al comprender eso, creo que ejecuta un acto de alta espiritualidad y de belleza trascendente. Por tanto diríamos que a través de Roy el replicante que ha aspirado a ser hombre llega también a un grado de finura, de refinamiento espiritual, que incorpora la compasión, la piedad como un último acto de la belleza del hombre.
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4 de febrero de 2008
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Me acuso de haber brincado

Hay quienes creen que un blog debe cumplir funciones de confesionario público. Muy al principio de este experimento que con el tiempo se me ha hecho misión, supe de una lectora que se quejaba porque no hallaba aquí mi vida íntima. Más allá del escaso interés que pueda generar el tema -siempre quise vivir como James Bond, pero me faltan muchos galones de Bollinger y martini para intentarlo- encontraría francamente aburrido ceder a tentaciones tan obscenas. La gracia de este juego, me parece, consiste en ir saltando entre la vida y la imaginación sin dejar mayor rastro que el brincar natural de las palabras.

     Ahora mismo uso el verbo brincar como un lusitanismo que quiero insospechable, aunque no del todo. Brincar en portugués significa "jugar", y yo sostengo que este asunto de escribir es una brincadeira. Ahora bien, si me atrevo a brincar aquí de esta manera es porque me entretiene un demonial decir y no decir qué hago y dónde estoy. La semana pasada, por ejemplo, cometí la flagrante cursilería de encimar un pequeño corazón en el centro de una ruleta, y luego un par de ellos sobre el tapete verde. Había escrito el texto abordo de un avión, al principio de un vuelo de nueve horas entre México y São Paulo: un viaje intempestivo concebido y resuelto un par de días antes en nombre de una inmensa apuesta sentimental.

Hoy que por fin compruebo que no he perdido el alma en el intento, la brincadeira consiste en plantar aquí arriba un confesionario para no hablar del panorama imperante, pues aún insisto en hacer de esta misión escritural cualquier cosa menos el diario del autor. Quién sabe, podría ser que todas las palabras precedentes fueran sólo ficciones, aunque nunca mentiras. No se puede mentir cuando se escribe en pos de un fin estético, toda vez que la intensa vehemencia requerida difícilmente aflorará de la pluma de un mero mentiroso -siempre a la defensiva: criminal paranoico- cuyo medido arrojo no alcanza para hacer apuestas grandes. Escribir, casi siempre, es delatarse.

     No puede uno por menos de sentir subrepticia simpatía por aquellos ladrones que dejan siempre un cabo suelto, a manera de firma inconfundible, tras cada una de sus fechorías; cual si al hacerlo desafiasen al sabueso oficioso que avanza lupa en mano detrás de ellos. "Alcánzame si puedes", susurrará la pista. Un juego similar al del proscrito que corre innecesariamente a exceso de velocidad por el puro placer de incrementar la apuesta. Apostar es, a veces, ganancia de por sí.

     He sembrado un confesionario al comienzo de estos párrafos no exactamente para reforzar el título, como para ocultarme detrás, pero llegando a estas profundidades mudo violentamente de opinión, echo a andar nuevamente el photoshop y recorto la imagen de una reina de batería. Dentro de algunas horas, escribiré el siguiente post en el teléfono, toda vez que sería aburridísimo llegar con todo y MacBook al sambódromo de Rio de Janeiro.

 A rainha da bateria

     "Basta de saudade", suplicaba Vinicius de Moraes en una de sus letras fundamentales, para luego exigir el fin de "este negocio de ti viviendo sin mí". Luego de tantos años de adorar esta música sin haber puesto pie en la más grande pasarela de samba del universo, me come la saudade por el mañana. Con su permiso, pues: Ego me absolvo.

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4 de febrero de 2008
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Los libros que me hicieron así 1: Antiguo Testamento

/upload/fotos/blogs_entradas/antiguo_testamento_med.jpgEste libro moldeó las vidas de millones de personas criadas en el seno de las tres religiones monoteístas más grandes: el cristianismo, el judaísmo, la fe de los musulmanes. Pero aun aquellos que nacieron fuera de esos círculos recibieron su marca, porque la Biblia es la fuente de las historias seminales que dieron forma a nuestras culturas. Adán y Eva: el placer como pecado, la mujer como tentadora, el hombre como especie caida en desgracia y condenada al dolor. Caín y Abel: el origen de la violencia entre hermanos, un legado de sangre por el que seguimos pagando. David y Goliat: la astucia y la iluminación por encima de la fuerza. Moisés y el Exodo: las ventajas -y peligros- de sentirse el Pueblo Elegido de Dios. Jacob y el Angel: el valor de la determinación, cuando todo parece jugarnos en contra.

Lo bueno del Antiguo Testamento es que, como los más grandes entre los clásicos, crece con nosotros. Al principio nos enamora por el colorido y la dimensión épica de sus historias. (El cinemascope debe haber sido inventado para hacerles justicia.) Después nos somete a sus principios morales, rigiéndonos por ese Decálogo áspero que sólo puede haber sido concebido en el desierto. Al aproximarnos a la madurez se convierte en todo aquello de lo que abominamos: ¿acaso no es Dios el primer genocida, habiendo eliminado al grueso de la especie mediante el Diluvio porque no colmaba sus expectativas? Al volver al texto ya adultos, en lugar del Dios perfecto y omnisciente que nos vendieron cuando niños encontramos a un Dios caprichoso, violento y concupiscente -a cuya imagen y semejanza, ahora sí, nos descubrimos hechos. El Libro de Job nos presenta a un Dios que tortura a un hombre tan sólo para ensalzarse a sí mismo y por eso se llena de vergüenza. El orden original de los libros, tal como lo conserva el judaísmo, permite una lectura con coherencia psicológica: después de hacer sufrir inútilmente a Job, Yahvé ya no vuelve a aparecer en persona en las páginas restantes del volumen.

Las vueltas de la vida me enseñaron a tenerle piedad a ese Dios antropomórfico, que espeja y magnifica todas nuestras glorias pero también nuestras debilidades. Por más que ya no crea en la Verdad que pretende revelar, creo en el valor profundo de muchas de sus historias. Y encuentro ecos de las tribulaciones de sus personajes en cada instancia de mi vida. Todavía hoy, en las horas difíciles, encuentro consuelo en el ejemplo de Jacob y repito la demanda que le formuló al Angel, una bendición que a menudo sólo obtenemos mediante porfía: ‘Dame más vida', más vida no sólo en lo cuantitativo sino en lo cualitativo, una vida más iluminada, más alta, acorde a la promesa de excelencia que la especie se formuló a sí misma desde sus comienzos y que todavía, ¡todavía!, no ha sabido llevar a fruición. 

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4 de febrero de 2008
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Suspiro de amor

En el amor, el bien de mayor valor que intercambian los amantes es su soledad respectiva. Esta sentencia cuyo autor he olvidado y no me encuentro en condiciones geográficas de averiguarlo viaja desde la obviedad a la trascendencia y de la trascendencia a la simpleza con facilidad absoluta.

La soledad es el líquido indispensable para ser idéntico y sin la identidad sería imposible amar. Visto de este modo, el intercambio de fluidos que tiene lugar en el amor no sería otra cosa que el trasvase mutuo de la soledad propia de cada cual y, como consecuencia, la relación se comportaría como un dibujo de vasos comunicantes. Si ambos segregan un volumen similar de soledad la conexión alcanza el punto de franqueza perfecta. La entrega de soledad a medias, sin embargo, aquella que guardaría la otra mitad para consumo propio perjudicaría a la relación con su reserva.

Cruzadas las mismas soledades en un intercambio igual se consolida la acción conyugal que simboliza físicamente el canje de las arras pero que la materia de la soledad traspasa y supera. Porque ¿dónde se hospeda el alma sino en el garito de la soledad? Y ¿dónde se conserva mejor ese hálito vital que en el aforo de la propia naturaleza? Extraer la soledad de su aposento original y regalarla a otro es igual a perder el alma o perderla en el otro.

Significa olvidar el control del aliento y confiar su destino a la voluntad vivencial del amado. El amado respira, desde ese momento, por nosotros o nosotros no respiraremos en adelante sin su participación.

La suma de los fluidos solitarios llega hasta el punto en que se hacen indistinguibles la dualidad de sus ingredientes y aquello que la pareja rezuma a través de su felicidad no será sino el consomé o el tósigo que ambos han dispuesto para vivir o perecer juntos en la misma unidad del suspiro.

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4 de febrero de 2008
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Al calorcito del euro

¿Qué hubiera pasado en las últimas semanas de no haber existido el euro? Con la crisis política italiana, la lira se hubiera ido al garete, y tras el agujero descubierto en la Société Générale, el franco francés se hubiera tambaleado. No digamos la peseta cuando el Gobierno decidió retirar las tropas españolas de Irak, pues en parte se puede decir que el euro permitió suavizar esa retirada al hacernos menos vulnerables. Y ante las últimas turbulencias en los mercados, pocos no se hubieran dejado tentar por unas devaluaciones competitivas de sus monedas. Sí, estos días podemos ver lo que vale el euro como elemento protector, aunque no sirva para esquivar los vaivenes bursátiles.

"La moneda única nos protege de los shocks exteriores", decía recientemente el comisario europeo de Asuntos Económicos, Joaquín Almunia. Le faltó añadir: también de algunos interiores. Y si la situación económica empeora, la zona euro "dispone de más margen de maniobra para reaccionar" gracias a la consolidación presupuestaria de la  mayoría de los países.

Por eso la cumbre informal el pasado martes en Londres del supuesto directorio europeo -Brown, Merkel, Sarkozy y Prodi (más Durao Barroso,  presidente de la Comisión Europea, pero que no es la personificación hegeliana de la idea de Europa) había algo de falso. Para empezar, el país anfitrión, el Reino Unido, no está en la moneda única, e incluso su primer ministro pareció utilizar esa cita para tapar su vergonzante firma (tarde, sin los demás) del Tratado de Lisboa y el intento de que su ratificación pase desapercibida en el Parlamento de Westminster. Prodi se tambalea. Y Sarkozy y Merkel no acaban de entenderse. Así, no se hace un directorio que aunque no se llamase así sería algo útil, y al que se tiene que incorporar España.

Ahora bien, con directorio o sin él, en la UE de 27 cuenta hasta el más pequeño. El reparto del peso ha cambiado en el Tratado de Lisboa, con los más poblados con más votos,  pero no evitará escapar a la tediosa búsqueda de consensos o mayorías entre 27. Eso es la UE. Para reflejar la nueva realidad, en Londres o en otros lugares, tenía que haber estado presente el Eurogrupo, de los países del euro, al menos su presidente, el primer ministro luxemburgués Jean-Claude Juncker. Al euro, aún le falta perfil político.

La introducción del euro ha hecho subir los precios en todos los países que lo han adoptado. También trajo consigo una notable bajada de los tipos de interés que si suben ahora es por las turbulencias de los mercados, la contracción crediticia y la subida de los préstamos entre bancos. Pero el euro nos ha protegido, no sólo de hacer tonterías nosotros, sino de que nos las hagan. De momento, el Banco Central Europeo no baja los tipos de interés. Ante el rebrote de inflación, nadie se lo pide, salvo los franceses, y en esto casi nadie les sigue. Lo que haría que el BCE bajara los tipos sería una crisis económica más grave o que el dólar se derrumbase.

Estamos cambiando con el euro. Pero falta pensar en europeo. Hoy, como señalaba un analista español, "el superávit comercial alemán también es nuestro". El propio Almunia cree que la UE, y especialmente el Eurogrupo,  tiene que hacer valer su propio peso. Pese a estar prevista en los tratados, no  hay supervisión europea, no digamos ya global, de las entidades financieras y crediticias. Sigue siendo básicamente nacional, lo que resulta insuficiente.

Europa puede avanzar sin complejos. Desde hace unos años,  EE UU era el ejemplo a seguir. En estos momentos, ya no. Varios de los países europeos, en particular los nórdicos (algunos de los cuales aunque no estén en el euro están pegados a él), están a la cabeza de los logros en materia de competitividad y justicia social. Pero no hay que perder de vista que estamos en una economía globalizada. 400 euros de más para el consumo del contribuyente, si realmente se consumen, acabarán en una gran parte en manos de los chinos u asiáticos  si se gastan en la compra de nuevos televisores,  móviles o ropa. Lo mismo puede pasar con EE U, con el paquete de estímulo fiscal, pero justamente por eso lo espera el resto del mundo, para que los consumidores americanos sigan tirando del resto.

Hemos cambiado de estructuras monetarias. No aún de estructuras mentales. Aunque quizás el mayor problema de Europa, de la idea europea, es que le falta narrativa y aburre. Se puede morir de éxito; también de aburrimiento.

 Publicado en El País, lunes 4 de febrero de 2008

 

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4 de febrero de 2008
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Gajes de la fortuna

Casi todos creemos que la suerte está en deuda con nosotros. "¡Ya me tocaba!", respiramos contentos una vez que esa arisca señorita se ha puesto al fin a mano. Lo cual supone, por ese pérfido sistema de compensaciones que acostumbra tener el destino, la inminente desgracia de los otros. "¡Ya le tocaba!", exclamamos moviendo la cabeza cuando nos dicen que ayer mismo estiró la pata el simpático viejecillo de la esquina. Por más que ciertas almas buenas y puras insistan en abrir ambas extremidades superiores para abrazar cálidamente al universo entero, lo probable es que varios millones de salados permanezcan imperturbablemente infelices, más aún si tuvimos el mal gusto de sonreír en su triste presencia.

     Si atendemos a las leyes de probabilidades, encontraremos el consuelo de que matemáticamente cada nueva desgracia nos acerca al opuesto correspondiente, pero ya bien sabemos cómo la suerte juega con las variables, sin dignarse siquiera ver hacia las constantes Solamente observemos al salado tenaz que va perdiendo sueño, autoestima y apego a la existencia frente a una insaciable tragaperras. ¿Quiere acaso ganar un dineral, o se conforma con recuperar lo perdido? ¿Y si sólo aspirase a dar un golpe espectacular, por más que todo lo recuperado, y veinte tantos más, terminen escapando por el mismo agujero? Romántico insaciable, el perdedor no espera que la fortuna se quede a dormir, pero reclama a gritos el derecho a llevarse -a la tumba, aunque sea- la huella de sus labios agridulces.

     El suertudo comete, por default, el desliz de pensarse simpático. Y guapo, y ocurrente, y adorable, cuando a leguas se ve que ya no es él, sino sólo su suerte quien cosecha esas dosis groseras de popularidad, odiosas a los ojos de todo salado. Pues la suerte acostumbra llegarnos como el balón a los pies del futbolista: rica en promesas y oportunidades, pero asimismo perseguida por decenas de pies dispuestos a aplastarnos por arrebatárnosla. ¿Nos parecen acaso simpáticos quienes por el momento usurpan esa cumbre despeñadiza que desde tiempo ha nos corresponde?

     Poco sabe de suerte quien la ha tenido siempre de su lado, y por lo tanto desconoce el vértigo magnético que habita las entrañas de la perdición. La costumbre del triunfo es, como bien recuerdan quienes ya la han perdido, predecible y de paso traicionera: ese doble atributo que escolta a la soberbia y de pronto delata un pacto con el diablo. Perder, en cambio, nunca es una rutina. Puesto que si realmente asumiera uno la condición de perdedor, tendría que ser un bestia para seguir jugando. Como el ferviente amante para quien deseo y distancia son factores directamente proporcionales, quien soporta el asedio de la mala sombra avista en su destino un inminente cambio de señales, sin el cual ni una sola de sus penurias habría tenido algún sentido. ¿O es que a alguien le apetece padecer sin sentido? ¿Quién, que salga hecho polvo de una mesa de black jack, no va a sentirse entero y vigoroso si colige que todo tuvo un por qué?

     Nadie como el salado para desarrollar teorías personales en torno a la fortuna. Así como el fallido seductor tiene todas las fórmulas químicas y esotéricas para obtener el sí de una mujer esquiva, el salado se basa en su falta de experiencia como triunfador para, teóricamente, dominar el tema. Por lo demás, ser los favorecidos por la suerte difícilmente ayuda a comprender cómo fue que llegamos hasta allí, menos aún a predecir cuándo y cómo la suerte nos dará la espalda. Y esa es precisamente la gracia de la suerte: no hace cita con nadie.

     A diario cortejada con rastrera insistencia por catervas de vagos y tramposos, no son pocas las veces que la suerte prefiere entregarse a los guiños chulescos del fullero antes que responder a las rosas y orquídeas del pretendiente honesto. ¿Por qué nos sigue una, si queremos a la otra? ¿Será que no ha aprendido a distinguirnos? Según reportan ciertos usuarios exigentes, parece que la buena fortuna nunca será tan buena para dejar de sospecharla mala, pues al día siguiente del idilio ya resulta aburrida y ordinaria. La mala suerte, en cambio, cuenta entre sus ventajas la camaradería de todos los salados del mundo. Porque es cierto que la desdicha inspira confianza, tanto como la extrema ventura provoca algún recelo inexplicable. ¿Cómo entonces queremos que la suerte se quede, si la obligamos a vivir escondida?

     Con frecuencia, los optimistas incurables apostamos la vida a que el día siguiente será mejor que el previo. Que volverán las risas, los besos, el amor. Y aquí estoy, contemplando girar a la ruleta con la suma final de mis fichas sobre el tapete verde, creyendo que mañana será al fin otro día.

 

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1 de febrero de 2008
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