Víctor Gómez Pin
La filosofía es así una praxis militante… y radical frente a los enemigos de la exigencia de dignificación que conlleva. La filosofía considera inicua toda sociedad que se asiente en la resignación, concretamente resignación ante el hecho de que los seres humanos estén condenados a una vida en la que el trabajo social está desvinculado de la disposición de toda mente humana a confrontarse al problema global de la existencia. Al principio de estas reflexiones aludía ya a este tema, negando legitimidad a toda sociedad en la que la generalización de la disposición filosófica no cuente entre los objetivos políticos finales. Y sugería que estamos tan lejos de ello que nuestras sociedades parecen más bien ser corolario de un programa de canalización de los ciudadanos que tiene como premisa el repudio de la filosofía. Pues bien:
Contemplando la disposición de un niño de once meses que pugna por abrirse al espacio pleno del orden simbólico, un ser vivo que lleva en los genes la tendencia a escudriñar y descubrir los misterios del entorno y de sí mismo…se impone la evidencia de que el mantenimiento de tal disposición, el alentarla ofreciéndole progresivos momentos de realización, no sólo no contribuiría a insertarle en el orden social establecido sino que, por el contrario, le privaría de armas para defenderse en el mismo y eventualmente imponerse sobre sus congéneres. Los pedagogos que canalizan hacia el registro de lo tolerable el ansia de saber y la capacidad normativa de un niño, saben perfectamente lo que hacen y de alguna manera están velando por él. Estoy realmente sugiriendo que incrementar la actitud filosófica de un niño es realmente exponerle a encontrarse desvalido en relación al equilibrio de valores que impera, y que probablemente siempre ha imperado.
Y sin embargo la praxis filosófica es finalmente la única prueba de que se es cabalmente humano. Humano en el sentido aristotélico de un ser vivo que, acuciado por la exigencia de saber, no ha cedido a la inercia de la mera lucha por la subsistencia. Y aunque el destino social, o simplemente la mala suerte, haya puesto una cota, aunque falte la fuerza para aunar la enorme complejidad de los materiales necesarios para las interrogaciones básicas, aunque (a fortiori) falten fuerzas para abrirse a espacios de interrogación aun no explorados, el haber osado afirmarse como ser pensante confiere ya un grado de legitimidad: hasta el último aliento se trata de pensar… pensar al menos lo que pensar significa.