Skip to main content
Blogs de autor

Gajes de la fortuna

Por 1 de febrero de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

Casi todos creemos que la suerte está en deuda con nosotros. "¡Ya me tocaba!", respiramos contentos una vez que esa arisca señorita se ha puesto al fin a mano. Lo cual supone, por ese pérfido sistema de compensaciones que acostumbra tener el destino, la inminente desgracia de los otros. "¡Ya le tocaba!", exclamamos moviendo la cabeza cuando nos dicen que ayer mismo estiró la pata el simpático viejecillo de la esquina. Por más que ciertas almas buenas y puras insistan en abrir ambas extremidades superiores para abrazar cálidamente al universo entero, lo probable es que varios millones de salados permanezcan imperturbablemente infelices, más aún si tuvimos el mal gusto de sonreír en su triste presencia.

     Si atendemos a las leyes de probabilidades, encontraremos el consuelo de que matemáticamente cada nueva desgracia nos acerca al opuesto correspondiente, pero ya bien sabemos cómo la suerte juega con las variables, sin dignarse siquiera ver hacia las constantes Solamente observemos al salado tenaz que va perdiendo sueño, autoestima y apego a la existencia frente a una insaciable tragaperras. ¿Quiere acaso ganar un dineral, o se conforma con recuperar lo perdido? ¿Y si sólo aspirase a dar un golpe espectacular, por más que todo lo recuperado, y veinte tantos más, terminen escapando por el mismo agujero? Romántico insaciable, el perdedor no espera que la fortuna se quede a dormir, pero reclama a gritos el derecho a llevarse -a la tumba, aunque sea- la huella de sus labios agridulces.

     El suertudo comete, por default, el desliz de pensarse simpático. Y guapo, y ocurrente, y adorable, cuando a leguas se ve que ya no es él, sino sólo su suerte quien cosecha esas dosis groseras de popularidad, odiosas a los ojos de todo salado. Pues la suerte acostumbra llegarnos como el balón a los pies del futbolista: rica en promesas y oportunidades, pero asimismo perseguida por decenas de pies dispuestos a aplastarnos por arrebatárnosla. ¿Nos parecen acaso simpáticos quienes por el momento usurpan esa cumbre despeñadiza que desde tiempo ha nos corresponde?

     Poco sabe de suerte quien la ha tenido siempre de su lado, y por lo tanto desconoce el vértigo magnético que habita las entrañas de la perdición. La costumbre del triunfo es, como bien recuerdan quienes ya la han perdido, predecible y de paso traicionera: ese doble atributo que escolta a la soberbia y de pronto delata un pacto con el diablo. Perder, en cambio, nunca es una rutina. Puesto que si realmente asumiera uno la condición de perdedor, tendría que ser un bestia para seguir jugando. Como el ferviente amante para quien deseo y distancia son factores directamente proporcionales, quien soporta el asedio de la mala sombra avista en su destino un inminente cambio de señales, sin el cual ni una sola de sus penurias habría tenido algún sentido. ¿O es que a alguien le apetece padecer sin sentido? ¿Quién, que salga hecho polvo de una mesa de black jack, no va a sentirse entero y vigoroso si colige que todo tuvo un por qué?

     Nadie como el salado para desarrollar teorías personales en torno a la fortuna. Así como el fallido seductor tiene todas las fórmulas químicas y esotéricas para obtener el sí de una mujer esquiva, el salado se basa en su falta de experiencia como triunfador para, teóricamente, dominar el tema. Por lo demás, ser los favorecidos por la suerte difícilmente ayuda a comprender cómo fue que llegamos hasta allí, menos aún a predecir cuándo y cómo la suerte nos dará la espalda. Y esa es precisamente la gracia de la suerte: no hace cita con nadie.

     A diario cortejada con rastrera insistencia por catervas de vagos y tramposos, no son pocas las veces que la suerte prefiere entregarse a los guiños chulescos del fullero antes que responder a las rosas y orquídeas del pretendiente honesto. ¿Por qué nos sigue una, si queremos a la otra? ¿Será que no ha aprendido a distinguirnos? Según reportan ciertos usuarios exigentes, parece que la buena fortuna nunca será tan buena para dejar de sospecharla mala, pues al día siguiente del idilio ya resulta aburrida y ordinaria. La mala suerte, en cambio, cuenta entre sus ventajas la camaradería de todos los salados del mundo. Porque es cierto que la desdicha inspira confianza, tanto como la extrema ventura provoca algún recelo inexplicable. ¿Cómo entonces queremos que la suerte se quede, si la obligamos a vivir escondida?

     Con frecuencia, los optimistas incurables apostamos la vida a que el día siguiente será mejor que el previo. Que volverán las risas, los besos, el amor. Y aquí estoy, contemplando girar a la ruleta con la suma final de mis fichas sobre el tapete verde, creyendo que mañana será al fin otro día.

 

profile avatar

Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

Obras asociadas
Close Menu