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Los libros que me hicieron así 3: Le Morte d'Arthur

/upload/fotos/blogs_entradas/le_morte_darthur_med.jpgPor supuesto, no empecé leyendo el texto original de Sir Thomas Malory. Me compré infinidad de versiones infantiles, y vi La espada en la piedra y la película vieja con Robert Taylor y después Excalibur de John Boorman. Recién en agosto de 1982, cuando mi inglés empezaba a ponerse a la altura del desafío, conseguí el libro en una edición que Penguin repartió en dos volúmenes. Todavía conserva mis infinitos subrayados en lápiz, anotaciones en márgenes y traducción de palabras abstrusas, todo prolijísimo, con trazos ligeros como el hilo de una araña: aunque perdiese por completo la memoria, cuando volviese a abrirlo entendería a simple vista que el libro debió significar mucho para mí -que ahí hay volcado mucho amor.

¿Qué era lo que me atraía de la saga de Arturo? En principio lo obvio: el romance de la caballería, la ética de la Tabla Redonda, la búsqueda del Grial, Merlín -y por supuesto Excalibur. La segunda vez que visité Inglaterra me tomé un tren y fui hasta Tintagel, a ver las ruinas del castillo medieval atribuido a Arturo. Me traje de regreso souvenires: una réplica de la espada (que conservo al alcance de la mano, junto a mi escritorio), una postal de la Cueva de Merlín -paisaje inolvidable, más allá de la leyenda- y también una pluma y un frasco de tinta negra. Nunca pude separar aquella fascinación infantil del impulso de escribir, yo quería vivir historias como aquellas o en el peor de los casos escribirlas -mi plan B.

Las mejores historias son como un traje mágico, que sigue quedándonos a medida aun cuando no dejemos de crecer. A medida que pasaban los años fui descubriendo todos los grises, y hasta las oscuridades, que formaban parte indeleble del ciclo arturiano. Los personajes dejaron de ser impolutos para convertirse en seres humanos en los que conviven glorias y miserias. ¿Acaso no es Lancelot un overachiever, un tipo que sufre porque nunca logra estar a la altura de la tarea que se ha autoimpuesto? Arturo es hijo de un engaño, concebido por Uther en una mujer que no lo amaba. Víctima a su vez de un engaño por el que engendra a Mordred, Arturo actúa de la manera más cobarde y manda a matar a todos los recién nacidos, a la manera de Herodes. ¿Y ese era el mejor rey de la Cristiandad, el parangón, el non plus ultra? Claro que sí. Lo es precisamente porque paga sus culpas y finalmente se impone al peor de sus defectos. Como la mayor parte de la gente que vale la pena.

Le Morte d'Arthur me ayudó a asumir la complejidad del fenómeno humano mediante la poesía, la fantasía, el arte. Me impulsó a asumir las contradicciones, en vez de renegar de ellas. Y a aceptar la inevitabilidad del dolor, inseparable de la vida -y mucho más si uno quiere lanzarse a la búsqueda de alguna gloria. Las mejores relecturas de la historia -la de John Steinbeck, la de T. H. White- no nos escatiman las confusiones ni los fracasos de sus personajes. /upload/fotos/blogs_entradas/robin_hood_med.jpgAl principio esas oscuridades me asustaban, como me ocurrió cuando me encontré con la versión completa, ‘adulta', de la leyenda de Robin Hood: ¿era imprescindible que Lady Marian y el hijo de Robin fuesen asesinados, era imprescindible que Robin mismo muriese víctima de un engaño vil, resultante del resentimiento de un familiar? Lo que era imprescindible era que yo entendiese que todos los hechos producen consecuencias y que la vida no termina en el instante del happy ending sino en la muerte.

Por lo menos hasta donde sabemos. Una de las cosas que más me gusta de la saga es la promesa de que Arturo volverá cuando se lo necesite: él es el rey que fue y será, Rex quondam Rexque futurus, que espera su hora en la misteriosa isla de Avalón. No diré que creo en la realidad de Avalón, pero sí creo que este mundo necesita héroes más que nunca.

De las historias que amamos, las mejores son -además- aquellas que nos permiten seguir creyendo en algo aun después de haber crecido. 

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18 de febrero de 2008
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Declaración de dependencia

Algunos países necesitan, para caminar hacia su independencia, de muletas que les proporcionan sus protectores, como ha ocurrido, por ejemplo, con Timor Leste, y aún así, renquean. En el caso de Kosovo. Más que de una declaración de independencia, hay que partir en Kosovo de una constatación de de dependencia. Este no parece un país preparado ni viable. Pese a la independencia declarada de forma unilateral, necesitará de ayuda internacional en todos los sentidos -económico, militar, policial y administrativo- para subsistir y transformarse en Estado digno de esta definición.

Pristina no ha elegido la fecha más constructiva, cuando tomaba posesión del nuevo presidente, se supone que moderado y europeísta, de Serbia, Boris Tadic. Pero ya ess tarde para lamentarse. De hecho, Kosovo era ya prácticamente independiente de Serbia desde la guerra de 1999. Y desde ayer la independencia de Kosovo, aunque sea "supervisada internacionalmente", según el Plan Ahtisaari, que sobre el papel resulta aceptable, pero sobre el terreno probablemente inaplicable, ha dado un paso definitivo. Esta independencia es un fracaso europeo; el penúltimo pues aún quedan algunas cuestiones sin resolver en esta larga y cruenta desmembración de Yugoslavia, cuyos trozos, paradójicamente, quieren, en un futuro de interdependencia, rejuntarse en una Unión Europea que se va llenando de Estados pequeños étnicamente homogéneos.

Militarmente, los 16.000 soldados de la OTAN (iban para un año; se han quedado ocho), incluidos los españoles, no están nada deseosos de verse implicados en labores de gendarmería. La UE va a mandar una Misión de Seguridad y Defensa, formada por policías, pero también jueces, abogados y otros funcionarios para poner en pie un Estado. Hay que sumar los fondos que llegarán del exterior para impulsar la economía, un sostén que se puede alargar mucho en el tiempo si Serbia decide interrumpir sus suministros de electricidad y alimentos -aunque el Gobierno serbio ha afirmado que no lo hará-, o cortar la navegación por el Danubio o por carretera. Serbia, sin embargo, no tiene la capacidad para instaurar un bloqueo. Pero está por ver si los albanokosovares pueden luchar para preservar la unidad de Kosovo si los 120.000 serbiokosovares en Mitrovica y al norte deciden separarse y seguir unidos a Serbia. Sin duda, la OTAN no querrá meterse en otro lío.

La base legal de este despliegue militar de la OTAN seguirá siendo la Resolución 1.244 del Consejo de Resolución de la ONU. No es probable que pueda lograrse una nueva, dada la oposición de Rusia. El reconocimiento de Kosovo por otros Estados será paulatino y dividirá a la UE, aunque no cabe esperar que España se alinee con los más opuestos a esta independencia, como Chipre, Grecia o Rumania. Pero tampoco seguirá a Washington, Londres, Berlín o París en su prisa controlada por reconocer a Kosovo (la Administración Bush quería despejar esta cuestión antes de su última cumbre de la OTAN en abril) España intentará capear el temporal y es previsible que sus soldados permanezcan en Kosovo un tiempo, pero que se vayan retirando, aunque no con la precipitación que lo hicieron de Irak.

Es una independencia por etapas. El Plan Ahtisaari contempla no sólo que se elabore una constitución, sino que Kosovo pueda ingresar en las organizaciones internacionales. No lo tendrá nada fácil. Rusia, con su derecho de veto, tiene la llave para el ingreso de Kosovo en la ONU. Y tampoco es fácil que entre rápidamente en el Consejo de Europa o en la OSCE. Previsiblemente, durante tiempo va a mantener un dudoso status internacional.

Sin duda, Kosovo plantea un precedente. Para empezar, esta independencia sin acuerdo de las partes (cosa que ha ocurrido en otros casos en Yugoslavia) va en contra del espíritu y la letra del Acta de Helsinki que considera "inviolables" (pero no inmutables) las fronteras existentes. Tampoco cabe excluir que Kosovo acabe uniéndose con la vecina Albania, y de ahí salga un Estado más viable. Pero no cabe ignorar que Kosovo, donde imperan las mafias, puede degenerar en un agujero negro en el corazón de Europa, con el ingrediente añadido de movimientos islamistas radicales.

En cuanto a precedentes, lo más peligroso es que los serbios de la Republika Sprska rompan Bosnia-Herzegovina, otro Estado independiente que en realidad es otro protectorado internacional, que subsiste en equilibrio inestable. Y luego están los fundados temores rusos o georgianos, ante Chechenia, Abjazia, Osetia del Sur u otros territorios, aunqque no esté claro a qué se refería el viceprimer ministro ruso, Serguei Ivanov, cuando habló en la Conferencia de Munich de un "efecto dominó".

Sea como sea en Europa ha nacido un nuevo Estado dependiente. No es para felicitarnos.

Publicado en El Pais, 18 de febrero de 2008

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18 de febrero de 2008
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El sentido de leer

Escribir es leer. Leer es escribir. Escribo para complacer al lector que me habita, si bien hay días en que me complace irritarlo. Leo pensando en darle de comer a ese mismo individuo que gusta de escribir. Cuando alguien me pregunta para qué escribo, o para qué leo, siento la tentación de preguntarle para qué diablos ejercita su aparato reproductor. Vamos, que son legión quienes dan cualquier cosa por ejercitarlo, y en el primer descuido zas: se reproducen. Irresponsablemente, casi siempre. Un proceso infinitamente más caro y riesgoso que el de reproducir las ideas, pero difícilmente hay quien se cuestione su validez universal. Nadie se extraña cuando sabe que otros se reproducen, aun a sabiendas de que ciertos zopencos no deberían siquiera intentarlo.

     En su abismal Helada -esa novela extensa cuya intensidad dio lugar a no más de dos puntos y aparte- Thomas Bernhard se pregunta, a través de un pintor de lucidez suicida, qué tan ruin y egoísta debe ser una madre para traer a un hijo a este mundo infeliz. ¿Lo dice así, tal cual? No, por supuesto. Lo leí hace ya tiempo y es como lo recuerdo. Seguramente ahora lo estoy reescribiendo, para incomodidad de sus lectores memoriosos, pero insisto: escribir es leer, y viceversa. Escribo para dar inicio a una suerte de juego cuyas secuelas nunca conoceré, pues no sé ni consigo imaginar qué clase de novela se construirá este o aquel lector, que al leer la tendrá que reescribir en la cabeza con una libertad que, como autor, me asusta. Pues el autor, al fin, es el provocador que intempestivamente se mueve de la escena una vez que termina con su parte en la fechoría. La novela ha dejado de ser suya, en adelante sólo vivirá gracias a quien se atreva a interpretarla, y así la reproduzca, deformándola.

     Hay, entre la mano que escribe y los ojos que leen y por tanto reescriben, una complicidad equivalente a la de quienes se entregan al ritual prodigioso de la reproducción. Sobra decir que abundan los patanes dispuestos a ayuntarse con quien se deje sólo por deshacerse de sus demasías, pero existen también quienes encuentran mística en el ritual, y tras ella un genuino manantial de conocimientos. Pobre de aquel que logra la estúpida proeza de hacer impunemente el amor, pues me temo que tal cosa equivale a terminar de leer un libro sin jamás enterarse de qué trataba. En tal caso -y hay muchos, sobre todo en los años escolares- sería preferible no haber leído nada, toda vez que al hacerlo no se corrió más riesgo que el de quedarse igual, tantas hojas después. Se lee igual que se ama: con callado apetito de peligros mayores.

     Me da un poco de asco leer sin apetito, tanto quizá como dormir a solas en compañía. Cuando se lee un mal libro, o uno bueno a destiempo, colabora uno poco o nada en su reescritura. Recuerdo ciertos textos escolares -asestados por profesores frígidos e incompetentes- cuya lectura rigurosamente obligatoria equivalía a un estupro neuronal. Se dejaba uno hacer, recorriendo las líneas y las páginas como el preso que se entretiene descontando sus días de cautiverio; o ya de plano se iba saltando renglones, hojas y capítulos. Da horror la mera idea de escribir un libro que estuprará al lector y lo forzará a odiarlo.

     "Ándale, hijo, baila con tu prima", me empujaba mi madre enfrente de los tíos, cuando lo que realmente deseaba era largarme de una vez por todas de esa boda de mierda y acudir presuroso a la fiesta donde podría bailar con la que me gustaba, no con aquella prima papanatas. Y lo mismo pasaba con los libros que no me seducían. Prefería ganarme un cero en la materia de Literatura con tal de huir del libro obligatorio para refocilarme en la lectura de, digamos, Pantaleón y las visitadoras. Leer sin libertad es amar por la fuerza, que equivale a no hacer lo uno ni lo otro.

     Camus se preguntaba la razón por la cual la gente se suicida, pues la sola respuesta habría resuelto la duda elemental de la filosofía. Con él, y en buena medida gracias a él, creo aún que la vida carece de sentido, y esa es la gran razón para vivirla. ¿Por qué leer, entonces? ¿Por qué escribir? Porque hacerlo, de entrada, no tiene sentido; y porque sólo haciéndolo se sabe para qué. Cualquier aventurero respondería lo mismo si alguien le preguntara por qué hace lo que hace. Para saberse libre, pues, para qué más.

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18 de febrero de 2008
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Sesión VII. Cuentos comentados

Esta semana hemos tenido un gran número de participantes, muchos con ejercicios  de planteamientos sugerentes y finales sorpresivos, con discursos audaces y elaboraciones llenas de imaginación... pero también, gran parte de ellos ha tenido el mismo problema: cambiar a la tercera persona cuando la propuesta requería manejarse siempre en primera persona. Como verán en los comentarios que hemos agregado a los textos que colgamos, muchas de nuestras observaciones tienen que ver con ese ángulo narrativo que llamamos «focalizador» y que viene a ser algo así como la cámara subjetiva, el punto de observación elegido para narrar. Normalmente el focalizador se sitúa en la tercera persona y muy cerca de un personaje: desde allí nos cuenta lo que ocurre, de tal manera que uno tiene la impresión de que está mirando el acontecer desde uno de los actores de la historia. En el caso de nuestra consigna, situamos el focalizador en una primera persona, ese que al llegar a su casa se «ve» salir y decide seguirse. Pero también dejamos en primera persona a quien sigue: él mismo. Así, tenemos dos personajes (para los efectos de la ficción así es) en primera persona, de tal manera que podemos pasar de la conciencia y visión de uno de ellos a la conciencia y visión del otro sin abandonar la persona gramatical elegida. En muchos casos, ya decimos, se abandonó la primera persona y el narrador se situó en la tercera («Él caminaba muy rápido...») con lo cual, aunque técnicamente impecable, el texto se desmarcaba de los criterios propuestos. Les recomendamos a todos que insistan en el ejercicio y verán qué rigor requiere dejar siempre claro que se trata de dos, aunque la persona narrativa sea la misma. De todas formas, debemos decir que estamos muy satisfechos por la evolución de nuestros participantes habituales y por el entusiasmo de quienes recién se incorporan. A todos les emplazamos para que cuelguen comentarios y observaciones. Buen fin de semana!

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15 de febrero de 2008
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Textos

1. Reunión ayer jueves en el ministerio francés de la cultura. Es una reunión breve. Por la ventana se ven los árboles desnudos de los jardines del Palais Royal. Se habla de manera concreta: fechas, horarios, entregas, etc. Es el principio del trabajo de un grupo de seis personas encargadas de una "misión de concertación, reflexión y proposición sobre el libro numérico". Respondiendo a una solicitud del presidente de la República, la ministra, Christine Albanel, necesita saber lo que será, en un futuro próximo, el impacto de la revolución digital sobre el sector de la edición y de la librería. Estoy encantado de ser una de las seis personas presentes. Y frustrado: pues no podré decir nada en este blog hasta la redacción final del informe. Al volver a mi despacho releo el famoso cartel de Beatrice Warde (tipógrafa muy de moda antes de la Segunda Guerra Mundial) que se colgaba en los talleres: "from this place words may fly abroad, not to perish on waves of sound, not to vary with the writer's hand but fixed in time, having been verified in proof. Friend, you stand on sacred ground, this is a printing office" (desde este lugar las palabras pueden ir afuera, sin morir en las ondas sonoras, sin cambiar según la mano del que escribe, pues son palabras para siempre, corregidas en pruebas. Amigos, pisan un territorio sagrado, esto es un taller de imprenta). Apartar las palabras, texto e impreso es una revolución, la revolución del texto digital.

/upload/fotos/blogs_entradas/nicolas_sarkozy_y_ccilia_cyganer_med.jpg2. Ya el texto digital es más vivo que nunca en Francia. El País, o por lo menos sus periodistas, se apasionan por un supuesto mensaje SMS de seis palabras del presidente de la República a su ex-esposa, Cecilia. "Si tu reviens j'annule tout" (Si vuelves cancelo todo) habrá sido el texto mandado con un teléfono celular (móvil se le dice en ciertos países) en que el presidente se declaraba listo para cancelar su próxima boda con la ex-modelo y neo-cantante Carla Bruni en el caso de recuperar a Cecilia. Al publicar esta información, el sitio de la revista Le Nouvel Observateur inició una demanda para desmentirlo en justicia del presidente. Los responsables de la revista reconocieron su error, así como también el mítico Jean Daniel, fundador de la misma revista. Ahora la gran pregunta es: ¿Cómo se puede demostrar la veracidad de un texto fugitivo, circulando por las ondas y, cómo todo los textos digitales, listos para una modificación continua?

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15 de febrero de 2008
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Prerrogativas vaticanas

La publicidad de los productos bancarios en los medios y espacios de comunicación es la misma en todos los países. Los anuncios difunden sin cesar el inconfundible estilo que tan familiar se ha hecho para todos nosotros: la jovialidad y el paternalismo de una entidad dispuesta a facilitar nuestros deseos. El mensaje que las autoridades bancarias envían a los ciudadanos es una invitación a confiar en su capacidad para entender las necesidades del cliente y dar a cada uno su correspondiente línea de crédito.

La descomunal sonrisa abierta en los decorados urbanos de medio mundo es la cara amable de un sistema de endeudamiento al que todos acuden alegremente. Unos con prudencia, otros con insensatez. Se da por supuesto que vivir en sociedad es consumir y que fuera del circuito abierto por el dinero que pasa por nuestras manos se carece del rango que nos permite ser reconocidos. Más que andar como ciudadanos, actuamos como clientes.

Todo el mundo sabe, por lo tanto, que la amabilidad del sistema bancario se dirige tan solo a los paseantes cuyos bienes están a la altura de lo esperado. La publicidad escenifica el trato entre seres que sonríen y se dan la mano, pero se da por entendido que en la oficina bancaria tan sólo se atiende a los que, a cambio del préstamo, empeñan sus bienes.

Una publicidad que explicitara las condiciones del trato que anuncian los bancos -por ejemplo: "si no tienes donde caerte muerto ni te atrevas a entrar"- haría insoportable el paisaje urbano y muy molesta la inevitable gestión de nuestros pagos y cobros, hipotecas y préstamos.

La ilusión no modifica la verdad pero es un insustituible ingrediente de nuestra condición: por hoscas que sean las relaciones sociales es mejor camuflarlas con el discurso que las hace aceptables. 

Con la Iglesia Católica de Roma ocurre algo parecido: el Estado Vaticano mantiene delegaciones en las ciudades y aldeas de todo el mundo, se inmiscuye en los asuntos internos de los países en los que se le consiente hacerlo, administra inversiones en la Bolsa, se declara reacio a admitir la Declaración Universal de los Derechos Humanos, actúa decisivamente como apoyo a corrientes políticas reaccionarias y contribuye desde los púlpitos sagrados a las campañas electorales mundanas. Sin embargo, tan evidente participación en la lucha por el poder y la influencia, no le impide presentarse como delegado de la divinidad, árbitro espiritual de la condición humana y fuente de inspiración para la bondad universal. Y es que para el Estado Vaticano la caridad y la religión son lo mismo que la amabilidad para las corporaciones bancarias: un reclamo.

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15 de febrero de 2008
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Alimentos sin niños

A los niños no les gustan ni las verduras ni el pescado. Un programa en la televisión se ha dedicado a cocinar platos en los que se enmascaraba un calabacín enterrándolo en queso fundido y se confundía la visión de unos  lenguados envolviéndolos en granos de maíz. No creo que lograran engañar a los niños.

La negación del  pescado y las verduras no es tanto una animadversión infantil como un categórico menosprecio de la propia especie humana. Somos omnívoros por civilización pero feroces carnívoros por naturaleza. La leche es el puente que los niños aprenden a saborear como paso para la posible degustación de la sangre y, en su consolidación, la carne fresca.

En este sistema preestablecido, el pescado no consigue obtener el respeto del niño porque tanto por su tacto como por su olor, su consistencia y su morfología remite a un universo de delicuescencia, ancianidad y de muerte. Todo pescado orienta hacia la flaqueza y se combina fácilmente con la disolución física y hasta la desaparición fatal.

En cuanto a las verduras, no son en verdad alimentos en sentido riguroso. Pertenecen al paisaje exterior y no al interior, son más del orden de la decoración contingente que de la nutrición esencial.

Cualquier argumento en contra tendrá en contra al niño: carne de Dios.

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15 de febrero de 2008
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La mentira (2)

Desde las teorizaciones epistemológicas sobre la verdad, hasta la verdad heideggeriana como aletheia, desvelamiento, que restauraría nuestro lazo con el ser, pasando por la verdad que Marcel Proust vincula a la metáfora... la verdad nos interpela y, una y otra vez, nos llenamos la boca remitiéndonos a ella. La mentira parece a veces no ser considerada más que como un negativo de la verdad, iluminada por ésta sin necesidad de focalizar la reflexión sobre ella misma. De la aparente primacía de la cuestión de la verdad sobre la cuestión de la mentira podría ser indicio la siguiente anécdota:

/upload/fotos/blogs_entradas/matemtica_med.jpgAl comunicar a un niño de ocho años mi disposición a escribir un texto sobre la cuestión de la mentira, no hubo manera de hacerle comprender el sentido del proyecto, hasta que éste quedó mediado por la cuestión de la verdad. Para ti ¿qué es la verdad? le interpelé. Tras unos momentos de vacilación dijo... "la matemática".

La matemática no da pie a confusiones o ambigüedades, quería decir posiblemente el niño, perspectiva en la cual, lo que se opondría a la verdad no sería tanto la mentira como la equivocidad. Donde reina lo equívoco no hay criterio sobre lo erróneo, mientras que en matemáticas, tal criterio estaría garantizado.

Ya he indicado que cierto uso de la expresión verdad conlleva una carga de eticidad vinculada a la necesaria entereza en el comportamiento, ya sea por referirse aquello a lo que hemos de confrontarnos, o por referirse a lo que no debemos ocultar. Y en contrapunto surge el sentido más psicológicamente cargado del término mentira: mentira como usurpación, como entereza impostada, como simulacro de andreia, por utilizar el concepto griego al que he dedicado una de estas reflexiones.

Dado el peso del asunto los próximos textos supondrán un paréntesis en la exploración que iba realizando de las interrogaciones filosóficas y constituirán una exploración de epifanías de la mentira que irá dando pie a una reflexión sobre la misma.

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15 de febrero de 2008
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Galería de espectros: Orfeo

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he creído escuchar la lira de Orfeo.

Delfín Agudelo: ¿En qué momento de su travesía escuchaste la lira?

R.A.: Siempre me sorprende pensar en el personaje Orfeo porque es uno de los más volubles de toda la mitología antigua. Hay pocos personajes que tengan tan continua metamorfosis y tanta riqueza de caracterizaciones, incluso a veces contradictorias. Depende mucho, también, de mi propio estado de ánimo: soy capaz de vislumbrar una u otra de las siluetas de Orfeo. Me llama la atención de entrada que Orfeo nunca fuera presentado como estos héroes corpulentos, fuertes, enérgicos, que eran propios de la mitología griega, sino que era un personaje ambivalente, que parecía continuamente colocado entre dos mundos: entre el cielo y la tierra; la tierra y el subsuelo; entre el encanto y el terror; entre lo masculino y femenino; entre la luz y la noche. En ese sentido el propio Orfeo, primer músico y primer poeta, era un hombre que tenía una potencia encantadora sin igual: encantaba a los bosques, a las fieras, a las rocas en el viaje de los Argonautas. Incluso encanta al mismo Infierno cuando desciende al Hades para rescatar o tratar de rescatar a su mujer Euridíce. Tiene ese poder encantador, propio de la música, que es capaz incluso de domesticar a las fieras.

Pero luego hay otra faceta de Orfeo que lo vincula a los reinos limítrofes del terror, que es ese Orfeo que por demasiado seductor llega a encantar a los propios hombres y es perseguido y troceado por las Ménades, que lo descuartizan y echan sus pedazos en la tierra, desde la cual renace. O esa imagen terriblemente inquietante de la cabeza de Orfeo flotando en la superficie del mar, mientras sigue tocando al lira. Orfeo es poliédrico porque somos capaces de verlo en escenas vinculadas a la mayor armonía del mundo, y también en escenas vinculadas al mayor desequilibrio. Es alguien cuya materialidad espectral también es muy evidente, porque sus metamorfosis hacen que no tenga una realidad única, sino que parece que esté en una especie de continuo baile de disfraces, de carnaval, que le permite ir pasando de mundo en mundo. Por esto somos capaces de vincular su propio descuartizamiento y muerte a la idea misma de resurrección y renacimiento, o de segundo nacimiento. La espiritualidad órfica iba muy vinculada al inmortalidad del alma y a la posibilidad de la resurrección. Pero es una resurrección que nunca es completamente luminosa, sino que parece que siempre se vuelve a mover entre dos mundos. Es el héroe, por antonomasia, del entremundo, de la ambivalencia entre los mundos.
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15 de febrero de 2008
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Hospitales (5)

Tal vez nunca, ni cuando de pequeños nos disfrazábamos de médicos y enfermeras, se haya explotado tanto la estética hospitalaria. Radiografías colgadas de la pared, camillas, guantes a mansalva, gomas, goteros, mascarillas, batas blancas y verdes. /upload/fotos/blogs_entradas/desde_el_mirador_1_med.jpgA mí, personalmente, en los hospitales de verdad, todo eso hace que me tiemblen las piernas y, de tener que ingresar en alguna clínica, preferiría hacerlo en La montaña mágica (sí, me gusta mucho esta novela), de Thomas Mann. Yo misma escribí una en 1996, Desde el mirador, centrada en los tres meses que mi madre estuvo ingresada en un hospital y que también supuso para mí el ingreso en el otro lado de la vida que hasta ese momento me había sido indiferente. Aprendí mucho durante aquellos largos días sobre mi madre, la gente, el dolor y sobre mí misma.

Así que agradezco profundamente que haya gente (como el Dr. Montes del Hospital Severo Ochoa y su equipo) entregada a prepararse para atendernos cuando llegamos a ese mundo aparte, que es el más real que existe, puede que el único real.

Termino con unas palabras de La montaña mágica:

"Pero Joachim ya no podía contestar más que con dificultad y de una manera indistinta. Había sacado un pequeño termómetro de un estuche de cuero rojo, forrado de terciopelo, que se hallaba sobre su mesa y había introducido en la boca la extremidad inferior llena de mercurio. Lo mantenía a la izquierda, bajo la lengua, de tal manera que el instrumento le salía oblicuamente.

Luego se cambió de traje y zapatos, se puso una blusa parecida a una litevka de uniforme; cogió de la mesa una fórmula impresa y un lápiz, una gramática rusa -estudiaba el ruso porque, según decía, esperaba que en el servicio esto le proporcionaría algunas ventajas- y equipado de este modo salió al balcón, se tendió sobre la chaise longue y cubrió sus pies con una manta de pelo de camello".

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15 de febrero de 2008
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