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El blog de Paul Valéry

Los Cuadernos de Paul Valéry publicados en una selección a cargo de Sánchez Robayna, que también es traductor en compañía de otros, es una noticia de primera magnitud intelectual. Es más importante que la última parte de Harry Potter, de verdad. No tendrá su repercusión mediática, ni sus lectores, pero para la lectura y el pensamiento es más importante. Uno de los poetas y pensadores más grandes, uno de los imprescindibles para la inmensa minoría. Y uno de sus libros fundamentales. El peculiar blog que durante 50 años fue escribiendo hasta el día de su muerte. Publicados muchos años después en Francia y nunca publicados en nuestro idioma. Cada día, a las horas del alba, el pensador se disponía a contar algo de sí mismo, de sus pensamientos sobre los otros, sobre el mundo de fuera y el de dentro. Como un diario intelectual, un camino por la inteligencia, un método para conocerse y ocultarse. 

Llevo días  abriendo al azar ese libro interminable. Me acompaña en mis momentos de mayor necesidad de soledad en compañía. Leer para conseguir luces sin huir de la oscuridad: "Si una obra es clara, y además es maravillosa, es oscura en la medida en que es maravillosa. Una cosa bella es siempre oscura. 

Lo admirable es inexplicable como tal" 

Como su obra es admirable, no pretenderé yo explicar a Valéry. Pero sí recomendar muy seriamente su lectura antes de tantas otras tan prescindibles. En el retrato diario de sus pensamientos está el retrato del hombre, de un hombre que son todos los hombres. No es poco poder leer el blog de varias décadas de sus pensamientos. Otra anotación, como señuelo, y hagan lo que quieran con sus lecturas: 

"El retrato más profundo de un hombre sería la lista de sus gustos y hastíos;-los ídolos- las cosas que le son indiferentes, no estimulantes para él. 

Y que precisara -los efectos de esos estímulos- por ejemplo: lo que es capaz de inventar por o contra sus estímulos" 

Me voy, tengo cosas que hacer, es una pena tener tanto que hacer y tan poco tiempo para hacernos. Me gustaría ser como Valéry cuando dice: "Los demás hacen libros. Yo hago mi mente". 

No es fácil eso que yo también creo que "tengo la mente unitaria, en mil pedazos".

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18 de febrero de 2008
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El muro del sexo (1)

/upload/fotos/blogs_entradas/largo_noviembre_de_madrid_med.jpgJuan Eduardo Zúñiga, uno de los escritores que con más talento y conocimiento de causa ha escrito de esta ciudad, dice en Largo Noviembre de Madrid: "Pasarán unos años y olvidaremos todo; se borrarán los embudos de las explosiones, se pavimentarán las calles levantadas, se alzarán casas que fueron destruidas. Cuanto vivimos parecerá un sueño y nos extrañarán los pocos recuerdos que guardamos". Cuánta razón tiene, la memoria es frágil y la vida tirana, nos mueve, nos agita y al final ¿no tenemos la sensación de estar estancados y de que vamos más despacio de lo que parece?

Por un lado los móviles tienen cada hora que pasa más prestaciones y de un momento a otro el hombre pondrá el pie en Marte, pero por otro la reiterativa presencia de los obispos en los medios con sus reiterativas rancias declaraciones sobre la vida supone una vuelta a los tiempos de la Regenta. Tras una sesión de obispos, me da la impresión de que me voy a cruzar con ella en el ascensor. A estos señores no se les puede ni se debe tapar la boca porque ellos tienen sus ideas y su fe y sus cosas, lo que es llamativo es que los medios de comunicación les hagan tanto caso porque sus palabras afectarán a sus seguidores pero a los demás nos traen sin cuidado. No entiendo por qué cualquier opinión que expresan sale en todas partes como si en este país sólo hubiese católicos y como si no gozásemos de un estado laico, por no hablar de las subvenciones aportadas por el erario público. Resumiendo, es de todo punto exagerado y fuera del sentido común el protagonismo de que gozan fuera de sus propios canales de comunicación.  

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18 de febrero de 2008
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El cine humano

Asuntos privados en lugares públicos. Este es el título de la última película de Alain Resnais que, aún habiendo obtenido el León de Plata a la mejor dirección, se ha estrenado en medio del máximo silencio. ¿Un silencio reverencial y devoto? Un ambiente sonoro de intimidad acústica muy  acorde acaso con la delicada naturaleza de la película y porque frente a la cinematografía de acción y trueno, grandes efectos especiales y persecuciones o muertes espectaculares, el filme de Resnais atiende al invisible problema de la  condición humana sus soledades, sus ilusiones tan menudas como gigantes, y sus decepciones tan terribles como filmográficamente poco significantes en la taquilla.

Mi blog entero como llamada para que no se pierdan esta gran película que si no alcanza una resolución perfecta es admirable como testimonio de un cine que ya apenas se ve y como ejemplo de una realización tan inteligente, rigurosa y esmerada que arrasa en cualquier comparación con sus coetáneos de taquilla, pregalardonados, pregonados, exaltados o no.  

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18 de febrero de 2008
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Ante el estupor de Kant…

/upload/fotos/blogs_entradas/metafsica_de_las_costumbres_med.jpgEn su Metafísica de las costumbres, Kant intenta poner de relieve la imposibilidad de que el orden social, y hasta el natural, persistiera si las máximas de acción contrarias a la moralidad fueran erigidas en leyes universales a las que se adecuaría necesariamente nuestro comportamiento. Uno de los ejemplos que el pensador nos ofrece es relativo a la palabra empeñada, ejemplo concretizado en la persona que, apurada, solicita una ayuda económica. Esta persona puede hallarse tentada de prometer su devolución en un plazo determinado, aun a sabiendas de que ello no va a ser posible. Por definición, la palabra no surtirá efecto más que si el que la enuncia es susceptible de ser creído. Si la enunciación de falsas promesas fuera erigida en ley universal determinante del comportamiento, de tal manera que toda promesa tuviera entre sus rasgos esenciales el ser falsa... obviamente nadie avanzaría un penique, pues tendría la certeza de no recuperarlo.

El ejemplo no es excesivamente convincente, pues sabido es que en la inmensa mayoría de casos en los que el dinero está en juego, las variables que instan a la devolución suelen ser mucho más diversas que el respeto a la palabra y el imperativo de su cumplimiento. Pero no es este el aspecto que ahora quisiera discutir.

Estamos en España en campaña electoral y los periódicos de todas las tendencias se hacen eco del derroche de promesas electorales por parte de los diversos candidatos. La crítica se acentúa más o menos en función de la línea editorial, pero en la generalidad de los comentarios predomina un tono irónico, que esconde una suerte de fatalista convicción respecto a que la cosa pudiera ser de otra manera. En el fondo-parecen decirse- las falsas promesas se multiplican porque es intrínsico ingrediente de la vida política el que se alimente a los ciudadanos con perspectivas fantasiosas. De hecho varias veces he oído a comentaristas de la campaña evocar la frase atribuida a Tierno Galván según la cual "las promesas electorales están hechas para no cumplirse". Lo curioso de la actitud de los destinatarios de promesas electorales, es que parecen perfectamente convencidos de que la cosa es así. Abordaré este asunto en la próxima entrega.

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18 de febrero de 2008
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Nuestra oculta y remota identidad

El crítico Robert Hughes dedica la primera parte de su extensa autobiografía, más de la mitad del libro, a su infancia y juventud australianas, años decisivos para la formación intelectual. El lector asiste estupefacto a una vida en los antípodas, lugar rotundamente alejado e incluso opuesto al nuestro. Descritos con agudeza los ámbitos familiar, social, educativo, religioso y político de la ciudad de Sidney durante los años sesenta, al cabo de sus páginas el lector honrado no tiene más remedio que aceptar una constatación lamentable. Nosotros, los niños y jóvenes de la Barcelona de los años sesenta, éramos, en realidad, australianos. Una fea conjuración quiere hacernos creer que éramos catalanes, cuando en verdad, debemos confesarlo, éramos australianos.

No hay ni un solo elemento en la vida de Hughes que señale alguna diferencia relevante entre Sidney y Barcelona, como no sean ciertos simios y reptiles en extinción. De niño descubrió como nosotros playas y montes, de joven pasó por iguales tribulaciones en el colegio, empezó a leer en serio gracias al mismo cura heterodoxo que nos ayudó a nosotros, y sus amigos eran los que teníamos por aquí, en la calle Muntaner. /upload/fotos/blogs_entradas/barcelona_the_great_enchantress_med.jpgTodo idéntico. Por supuesto la burguesía australiana era, en realidad, catalana: gente obsesionada por un triste pasado de convictos y perdedores, dividida entre anglófilos y nacionalistas, con gran antipatía hacia la abundante población inmigrante, en fin, la típica sociedad dominada por políticos mediocres al servicio de millonarios inmorales y de una incultura abismal. La identidad, la célebre identidad tan buscada por la gente agobiada, estaba, sin ellos saberlo, en Sidney y al alcance de la mano.

El título de la autobiografía, Things I didn't know, define acertadamente esa identidad y todas las otras. Lo traduzco porque el inglés, aunque pronto lo será, no es todavía la lengua propia de Cataluña: "Algunas cosas sobre las que no tenía yo ni la más remota idea". Como era de esperar, Robert Hughes es, además, el autor de la mejor monografía sobre Barcelona.

Artículo publicado en: El Periódico, 16 de febrero de 2008.

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18 de febrero de 2008
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Galería de espectros: Doctor Strangelove

Rafael Argullol: En mi galería de espectros hoy he escuchado las risas del Doctor Strangelove.

Delfín Agudelo: Cuando pienso en Peter Sellers se me viene a la mente Zelig de Woody Allen.

R.A.: Es verdad. Peter Sellers fue un actor que tenía una capacidad única para mimetizar los personajes hasta el punto en que en un documental realizado con posterioridad a su muerte se comentaba que era un hombre que había dejado de tener posibilidad de orientar su propia vida. Estaba tan encarnado en sus personajes que había desencarnado su propio personaje. En ese sentido, entre las múltiples y geniales interpretaciones de Peter Sellers, quizás la más enigmática y espectral sería aquella que nos condujera a ver su propia interpretación en el mundo y vida cotidiana. Como actor, realizó media docena de interpretaciones de enorme talento, vinculadas siempre a la comedia de alto rango, desde La Pantera Rosa a su papel extremadamente turbador en Lolita de Kubrick. Pero no hay duda de que quizá la película en la que él interviene con más matices, en la que se vacía más en esa capacidad proteica por ir cubriéndose con la carne de sus personajes, es El doctor Strangelove, donde no solo representa varios papeles, sino que hace una auténtica polifonía de comedia negra en los distintos personajes que tiene que asumir.
Además, pienso que en ninguna otra película se ha llegado tan lejos respecto a lo que podríamos llamar “la risa del horror” de nuestro tiempo, que es la escenificación macabra de la posibilidad de la autodestrucción de la humanidad a través de la bomba atómica. Se plantea como si fuera una comedia negra, en la que van chocando los distintos personajes, y en las que Peter Sellers muchas veces se coloca en ambos lados. El Doctor Strangelove, por otro lado, sería una especie de criatura monstruosa final de esa gran saga de doctores espectrales que ha dado el cine a lo largo del siglo XX —como son el doctor Mabuse, el doctor Moreau, el doctor Cagliari, el doctor Phives— y que de alguna manera culminan en ese personaje que es el antiguo científico nazi que se reconoce en un lugar muy importante en la historia moderna, precisamente porque esta historia está conmovida por su propia capacidad de destrucción y de autodestrucción. Es quizá la interpretación más genial de un Peter Selleres que se olvida de sí mismo para convertirse en un autorretrato de nuestros propios miedos y de nuestras propias incertidumbres.

 

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18 de febrero de 2008
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Los libros que me hicieron así 3: Le Morte d'Arthur

/upload/fotos/blogs_entradas/le_morte_darthur_med.jpgPor supuesto, no empecé leyendo el texto original de Sir Thomas Malory. Me compré infinidad de versiones infantiles, y vi La espada en la piedra y la película vieja con Robert Taylor y después Excalibur de John Boorman. Recién en agosto de 1982, cuando mi inglés empezaba a ponerse a la altura del desafío, conseguí el libro en una edición que Penguin repartió en dos volúmenes. Todavía conserva mis infinitos subrayados en lápiz, anotaciones en márgenes y traducción de palabras abstrusas, todo prolijísimo, con trazos ligeros como el hilo de una araña: aunque perdiese por completo la memoria, cuando volviese a abrirlo entendería a simple vista que el libro debió significar mucho para mí -que ahí hay volcado mucho amor.

¿Qué era lo que me atraía de la saga de Arturo? En principio lo obvio: el romance de la caballería, la ética de la Tabla Redonda, la búsqueda del Grial, Merlín -y por supuesto Excalibur. La segunda vez que visité Inglaterra me tomé un tren y fui hasta Tintagel, a ver las ruinas del castillo medieval atribuido a Arturo. Me traje de regreso souvenires: una réplica de la espada (que conservo al alcance de la mano, junto a mi escritorio), una postal de la Cueva de Merlín -paisaje inolvidable, más allá de la leyenda- y también una pluma y un frasco de tinta negra. Nunca pude separar aquella fascinación infantil del impulso de escribir, yo quería vivir historias como aquellas o en el peor de los casos escribirlas -mi plan B.

Las mejores historias son como un traje mágico, que sigue quedándonos a medida aun cuando no dejemos de crecer. A medida que pasaban los años fui descubriendo todos los grises, y hasta las oscuridades, que formaban parte indeleble del ciclo arturiano. Los personajes dejaron de ser impolutos para convertirse en seres humanos en los que conviven glorias y miserias. ¿Acaso no es Lancelot un overachiever, un tipo que sufre porque nunca logra estar a la altura de la tarea que se ha autoimpuesto? Arturo es hijo de un engaño, concebido por Uther en una mujer que no lo amaba. Víctima a su vez de un engaño por el que engendra a Mordred, Arturo actúa de la manera más cobarde y manda a matar a todos los recién nacidos, a la manera de Herodes. ¿Y ese era el mejor rey de la Cristiandad, el parangón, el non plus ultra? Claro que sí. Lo es precisamente porque paga sus culpas y finalmente se impone al peor de sus defectos. Como la mayor parte de la gente que vale la pena.

Le Morte d'Arthur me ayudó a asumir la complejidad del fenómeno humano mediante la poesía, la fantasía, el arte. Me impulsó a asumir las contradicciones, en vez de renegar de ellas. Y a aceptar la inevitabilidad del dolor, inseparable de la vida -y mucho más si uno quiere lanzarse a la búsqueda de alguna gloria. Las mejores relecturas de la historia -la de John Steinbeck, la de T. H. White- no nos escatiman las confusiones ni los fracasos de sus personajes. /upload/fotos/blogs_entradas/robin_hood_med.jpgAl principio esas oscuridades me asustaban, como me ocurrió cuando me encontré con la versión completa, ‘adulta', de la leyenda de Robin Hood: ¿era imprescindible que Lady Marian y el hijo de Robin fuesen asesinados, era imprescindible que Robin mismo muriese víctima de un engaño vil, resultante del resentimiento de un familiar? Lo que era imprescindible era que yo entendiese que todos los hechos producen consecuencias y que la vida no termina en el instante del happy ending sino en la muerte.

Por lo menos hasta donde sabemos. Una de las cosas que más me gusta de la saga es la promesa de que Arturo volverá cuando se lo necesite: él es el rey que fue y será, Rex quondam Rexque futurus, que espera su hora en la misteriosa isla de Avalón. No diré que creo en la realidad de Avalón, pero sí creo que este mundo necesita héroes más que nunca.

De las historias que amamos, las mejores son -además- aquellas que nos permiten seguir creyendo en algo aun después de haber crecido. 

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18 de febrero de 2008
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Declaración de dependencia

Algunos países necesitan, para caminar hacia su independencia, de muletas que les proporcionan sus protectores, como ha ocurrido, por ejemplo, con Timor Leste, y aún así, renquean. En el caso de Kosovo. Más que de una declaración de independencia, hay que partir en Kosovo de una constatación de de dependencia. Este no parece un país preparado ni viable. Pese a la independencia declarada de forma unilateral, necesitará de ayuda internacional en todos los sentidos -económico, militar, policial y administrativo- para subsistir y transformarse en Estado digno de esta definición.

Pristina no ha elegido la fecha más constructiva, cuando tomaba posesión del nuevo presidente, se supone que moderado y europeísta, de Serbia, Boris Tadic. Pero ya ess tarde para lamentarse. De hecho, Kosovo era ya prácticamente independiente de Serbia desde la guerra de 1999. Y desde ayer la independencia de Kosovo, aunque sea "supervisada internacionalmente", según el Plan Ahtisaari, que sobre el papel resulta aceptable, pero sobre el terreno probablemente inaplicable, ha dado un paso definitivo. Esta independencia es un fracaso europeo; el penúltimo pues aún quedan algunas cuestiones sin resolver en esta larga y cruenta desmembración de Yugoslavia, cuyos trozos, paradójicamente, quieren, en un futuro de interdependencia, rejuntarse en una Unión Europea que se va llenando de Estados pequeños étnicamente homogéneos.

Militarmente, los 16.000 soldados de la OTAN (iban para un año; se han quedado ocho), incluidos los españoles, no están nada deseosos de verse implicados en labores de gendarmería. La UE va a mandar una Misión de Seguridad y Defensa, formada por policías, pero también jueces, abogados y otros funcionarios para poner en pie un Estado. Hay que sumar los fondos que llegarán del exterior para impulsar la economía, un sostén que se puede alargar mucho en el tiempo si Serbia decide interrumpir sus suministros de electricidad y alimentos -aunque el Gobierno serbio ha afirmado que no lo hará-, o cortar la navegación por el Danubio o por carretera. Serbia, sin embargo, no tiene la capacidad para instaurar un bloqueo. Pero está por ver si los albanokosovares pueden luchar para preservar la unidad de Kosovo si los 120.000 serbiokosovares en Mitrovica y al norte deciden separarse y seguir unidos a Serbia. Sin duda, la OTAN no querrá meterse en otro lío.

La base legal de este despliegue militar de la OTAN seguirá siendo la Resolución 1.244 del Consejo de Resolución de la ONU. No es probable que pueda lograrse una nueva, dada la oposición de Rusia. El reconocimiento de Kosovo por otros Estados será paulatino y dividirá a la UE, aunque no cabe esperar que España se alinee con los más opuestos a esta independencia, como Chipre, Grecia o Rumania. Pero tampoco seguirá a Washington, Londres, Berlín o París en su prisa controlada por reconocer a Kosovo (la Administración Bush quería despejar esta cuestión antes de su última cumbre de la OTAN en abril) España intentará capear el temporal y es previsible que sus soldados permanezcan en Kosovo un tiempo, pero que se vayan retirando, aunque no con la precipitación que lo hicieron de Irak.

Es una independencia por etapas. El Plan Ahtisaari contempla no sólo que se elabore una constitución, sino que Kosovo pueda ingresar en las organizaciones internacionales. No lo tendrá nada fácil. Rusia, con su derecho de veto, tiene la llave para el ingreso de Kosovo en la ONU. Y tampoco es fácil que entre rápidamente en el Consejo de Europa o en la OSCE. Previsiblemente, durante tiempo va a mantener un dudoso status internacional.

Sin duda, Kosovo plantea un precedente. Para empezar, esta independencia sin acuerdo de las partes (cosa que ha ocurrido en otros casos en Yugoslavia) va en contra del espíritu y la letra del Acta de Helsinki que considera "inviolables" (pero no inmutables) las fronteras existentes. Tampoco cabe excluir que Kosovo acabe uniéndose con la vecina Albania, y de ahí salga un Estado más viable. Pero no cabe ignorar que Kosovo, donde imperan las mafias, puede degenerar en un agujero negro en el corazón de Europa, con el ingrediente añadido de movimientos islamistas radicales.

En cuanto a precedentes, lo más peligroso es que los serbios de la Republika Sprska rompan Bosnia-Herzegovina, otro Estado independiente que en realidad es otro protectorado internacional, que subsiste en equilibrio inestable. Y luego están los fundados temores rusos o georgianos, ante Chechenia, Abjazia, Osetia del Sur u otros territorios, aunqque no esté claro a qué se refería el viceprimer ministro ruso, Serguei Ivanov, cuando habló en la Conferencia de Munich de un "efecto dominó".

Sea como sea en Europa ha nacido un nuevo Estado dependiente. No es para felicitarnos.

Publicado en El Pais, 18 de febrero de 2008

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18 de febrero de 2008
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El sentido de leer

Escribir es leer. Leer es escribir. Escribo para complacer al lector que me habita, si bien hay días en que me complace irritarlo. Leo pensando en darle de comer a ese mismo individuo que gusta de escribir. Cuando alguien me pregunta para qué escribo, o para qué leo, siento la tentación de preguntarle para qué diablos ejercita su aparato reproductor. Vamos, que son legión quienes dan cualquier cosa por ejercitarlo, y en el primer descuido zas: se reproducen. Irresponsablemente, casi siempre. Un proceso infinitamente más caro y riesgoso que el de reproducir las ideas, pero difícilmente hay quien se cuestione su validez universal. Nadie se extraña cuando sabe que otros se reproducen, aun a sabiendas de que ciertos zopencos no deberían siquiera intentarlo.

     En su abismal Helada -esa novela extensa cuya intensidad dio lugar a no más de dos puntos y aparte- Thomas Bernhard se pregunta, a través de un pintor de lucidez suicida, qué tan ruin y egoísta debe ser una madre para traer a un hijo a este mundo infeliz. ¿Lo dice así, tal cual? No, por supuesto. Lo leí hace ya tiempo y es como lo recuerdo. Seguramente ahora lo estoy reescribiendo, para incomodidad de sus lectores memoriosos, pero insisto: escribir es leer, y viceversa. Escribo para dar inicio a una suerte de juego cuyas secuelas nunca conoceré, pues no sé ni consigo imaginar qué clase de novela se construirá este o aquel lector, que al leer la tendrá que reescribir en la cabeza con una libertad que, como autor, me asusta. Pues el autor, al fin, es el provocador que intempestivamente se mueve de la escena una vez que termina con su parte en la fechoría. La novela ha dejado de ser suya, en adelante sólo vivirá gracias a quien se atreva a interpretarla, y así la reproduzca, deformándola.

     Hay, entre la mano que escribe y los ojos que leen y por tanto reescriben, una complicidad equivalente a la de quienes se entregan al ritual prodigioso de la reproducción. Sobra decir que abundan los patanes dispuestos a ayuntarse con quien se deje sólo por deshacerse de sus demasías, pero existen también quienes encuentran mística en el ritual, y tras ella un genuino manantial de conocimientos. Pobre de aquel que logra la estúpida proeza de hacer impunemente el amor, pues me temo que tal cosa equivale a terminar de leer un libro sin jamás enterarse de qué trataba. En tal caso -y hay muchos, sobre todo en los años escolares- sería preferible no haber leído nada, toda vez que al hacerlo no se corrió más riesgo que el de quedarse igual, tantas hojas después. Se lee igual que se ama: con callado apetito de peligros mayores.

     Me da un poco de asco leer sin apetito, tanto quizá como dormir a solas en compañía. Cuando se lee un mal libro, o uno bueno a destiempo, colabora uno poco o nada en su reescritura. Recuerdo ciertos textos escolares -asestados por profesores frígidos e incompetentes- cuya lectura rigurosamente obligatoria equivalía a un estupro neuronal. Se dejaba uno hacer, recorriendo las líneas y las páginas como el preso que se entretiene descontando sus días de cautiverio; o ya de plano se iba saltando renglones, hojas y capítulos. Da horror la mera idea de escribir un libro que estuprará al lector y lo forzará a odiarlo.

     "Ándale, hijo, baila con tu prima", me empujaba mi madre enfrente de los tíos, cuando lo que realmente deseaba era largarme de una vez por todas de esa boda de mierda y acudir presuroso a la fiesta donde podría bailar con la que me gustaba, no con aquella prima papanatas. Y lo mismo pasaba con los libros que no me seducían. Prefería ganarme un cero en la materia de Literatura con tal de huir del libro obligatorio para refocilarme en la lectura de, digamos, Pantaleón y las visitadoras. Leer sin libertad es amar por la fuerza, que equivale a no hacer lo uno ni lo otro.

     Camus se preguntaba la razón por la cual la gente se suicida, pues la sola respuesta habría resuelto la duda elemental de la filosofía. Con él, y en buena medida gracias a él, creo aún que la vida carece de sentido, y esa es la gran razón para vivirla. ¿Por qué leer, entonces? ¿Por qué escribir? Porque hacerlo, de entrada, no tiene sentido; y porque sólo haciéndolo se sabe para qué. Cualquier aventurero respondería lo mismo si alguien le preguntara por qué hace lo que hace. Para saberse libre, pues, para qué más.

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18 de febrero de 2008
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Sesión VII. Cuentos comentados

Esta semana hemos tenido un gran número de participantes, muchos con ejercicios  de planteamientos sugerentes y finales sorpresivos, con discursos audaces y elaboraciones llenas de imaginación... pero también, gran parte de ellos ha tenido el mismo problema: cambiar a la tercera persona cuando la propuesta requería manejarse siempre en primera persona. Como verán en los comentarios que hemos agregado a los textos que colgamos, muchas de nuestras observaciones tienen que ver con ese ángulo narrativo que llamamos «focalizador» y que viene a ser algo así como la cámara subjetiva, el punto de observación elegido para narrar. Normalmente el focalizador se sitúa en la tercera persona y muy cerca de un personaje: desde allí nos cuenta lo que ocurre, de tal manera que uno tiene la impresión de que está mirando el acontecer desde uno de los actores de la historia. En el caso de nuestra consigna, situamos el focalizador en una primera persona, ese que al llegar a su casa se «ve» salir y decide seguirse. Pero también dejamos en primera persona a quien sigue: él mismo. Así, tenemos dos personajes (para los efectos de la ficción así es) en primera persona, de tal manera que podemos pasar de la conciencia y visión de uno de ellos a la conciencia y visión del otro sin abandonar la persona gramatical elegida. En muchos casos, ya decimos, se abandonó la primera persona y el narrador se situó en la tercera («Él caminaba muy rápido...») con lo cual, aunque técnicamente impecable, el texto se desmarcaba de los criterios propuestos. Les recomendamos a todos que insistan en el ejercicio y verán qué rigor requiere dejar siempre claro que se trata de dos, aunque la persona narrativa sea la misma. De todas formas, debemos decir que estamos muy satisfechos por la evolución de nuestros participantes habituales y por el entusiasmo de quienes recién se incorporan. A todos les emplazamos para que cuelguen comentarios y observaciones. Buen fin de semana!

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15 de febrero de 2008
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